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TANTO QUE TE QUERÍA CONTAR

por Carlos López

No sé quién decidió que los días tuviesen veinticuatro horas, pero qué mal pensado, qué falta de previsión, menudo fracaso. Veinticuatro horas no dan para nada, ni siquiera durmiendo a salto de mata, con la cabeza rulando aunque los ojos ya se hayan cerrado. No me cunde. Me faltan horas de teclado. Así que van pasando las semanas y los meses y de pronto soy consciente de que he faltado al menos por dos veces a mi cita con este Blog, en el que no firmo una entrada desde primeros de mayo.

Ah, vale, que no lo habíais notado. Ya.

En estos dos meses he ido acumulando ideas para posibles posts. Algunas fueron garabateadas en papeles diversos que más tarde encontré en los bolsillos de pantalones recién salidos de la lavadora. Otras desembarcaron en documentos de Word, en apuntes de libreta, pulgarizadas en el teléfono. Tenía tanto que contaros, tantas reflexiones sobre el oficio y tantos chascarrillos que al final se van a quedar guardados porque se les pasó la fecha, como a los yogures de antes. Llegó el verano, ya no hay tiempo para más.

O sí: paso a contaros algunas de las cosas que me han abducido durante estos meses y me han impedido publicar. Cada una de ellas merecería un post aparte, pero así os van a ser servidas, en pequeña dosis, en fila india, para que funcionen a un tiempo como balance, catarsis, cotilleo y despedida hasta que el verano doble la esquina de vuelta. Ahí van.

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ANOCHE SOÑÉ QUE VOLVÍA A CEUTA

Ya se está grabando la segunda temporada de El Príncipe. El trabajo en la primera temporada de una serie es incierto, es difícil que tengas una medida precisa de lo que estás haciendo y por supuesto no tienes ni idea de cómo lo recibirá el público. Bastante tarea es darle coherencia a lo que se te ocurre, exprimir bien el concepto de la serie y que todo eso entre en los planes de grabación. En los primeros tiempos de escritura, cuando aún no existen decorados ni el casting está completo, cada uno de los que participamos en la producción tenemos una imagen particular de la serie. Cada uno la tiene en su cabeza, y cada uno la piensa a su manera. En ese mundo imaginado uno ve penumbras o escucha gritos donde otro imagina luz y silencios; o tú lo piensas azul oscuro mientras que para el director es naranja chillón, no sé si me explico.

Cuando encaras la segunda temporada, en cambio, todo existe, está en pie, vive por su cuenta. Y pertenece al espectador, a cada uno de los millones de espectadores que te van a exigir que se lo mimes, como si fuera él quien te lo prestara por un tiempo. Tu trabajo tiene algo de albacea, eres el que administra las pertenencias de otro. Tienes que darle al espectador lo que espera. Esa es tu misión. ¿Fácil? Lo que sí sé es que todo es igual de frágil, de improbable, de improvisado y de esforzado que en el principio de los principios. Porque la serie se va construyendo a sí misma, por mucha idea preconcebida que traigas de casa si quieres que siga con vida debes dejarla correr a su aire.

Es una sensación que sólo se tiene en televisión, porque en cine cuando llega el rodaje todo está terminado y sabes perfectamente cómo será el fin de tu protagonista. En televisión trabajas con personajes vivos.

El encargo de prorrogar esas vidas tiene su veneno, porque todo tiene que ser igual pero diferente, lo mismo pero nuevo, que reconforte y que a la vez sorprenda. Y tienes muchísimo menos tiempo que en la primera temporada. Trabajas contrarreloj, bajo presión y con la cabeza invadida, tramando hasta en sueños. En cuanto empieza la grabación, además, eres la liebre que persiguen los galgos, temblona porque sabe que si para o tropieza la van a alcanzar.

Y con todo, con presión y el tiempo en contra, ésta es la situación ideal del guionista. Porque trabajas en algo que ya ha sido aplaudido. Y vuelves a las placenteras rutinas del trabajo en equipo: esas reuniones de pizarra con tus colegas, donde vives seguramente los momentos más placenteros de tu profesión; esas lecturas técnicas, en las que sigues aprendiendo cómo escribir de manera más efectiva; esas reescrituras constantes de guiones que, ahora sí, tienes la certeza de que van a ser puestos en pie, grabados, montados, sonorizados y emitidos a la vuelta de sólo unas semanas…

DAMA YA TIENE QUINCE AÑOS

He vuelto al Consejo de DAMA. Después de unos meses resistiéndome a la idea (véase la primera frase de esta entrada), me presenté a las nuevas elecciones convencido de que había llegado de nuevo el momento de hacer algo por los demás, que es la mejor manera de hacerlo por uno mismo. Ahí me tenéis, en buena compañía, con un nuevo Consejo que es todo un lujo. Los menciono a todos, y me daréis la razón: Borja Cobeaga (presidente), Virginia Yagüe (vicepresidenta), Miguel Ángel Alcantud, Olatz Arroyo, Ramón Campos, Carlos Clavijo, Nacho Faerna, Joaquín Górriz, Alejandro Hernández, Paula Mariani, Carlos Molinero, Miguel Santesmases, Benito Zambrano.

Son cargos sin ningún tipo de remuneración, por supuesto, tampoco se cobran dietas. Así lo marcamos desde el principio en los estatutos, conscientes de que sería difícil mantenerlo pero que así evitábamos un problema. Y además, se fijó que nadie pudiera estar más de ocho años seguidos en ningún cargo. Así es como me vi evacuado del Consejo hace ocho años, y vuelvo ahora para descubrir que, pese a lo mal que pintan los tiempos, la actividad de DAMA se ha refugiado en la más previsible normalidad: se recauda y se reparte, y fin. Eso tan sencillo y que hace ya 15 años, cuando se fundó, nos parecía un sueño justo y, como casi todos los sueños justos, absolutamente improbable. Bueno, pues se ha hecho realidad. Y si queréis saber por qué soy de DAMA, ya lo conté en este otro post.

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EL CAMPO DE PRUEBAS

Hace mucho tiempo que sé que las clases que doy a lo largo del curso, que siempre parecen inoportunas, a contrapié, que cargan una agenda ya rebosante, van a estar finalmente entre las mejores experiencias del año. Porque en las clases se habla de guion, se experimenta, se ejercita y se descubre, y sobre todo porque enseñando se aprende mucho: organizas lo que sabes, lo descubres al tiempo que lo explicas, y lo contrastas con mentes más frescas que la tuya.

Este curso que ahora termina ha sido, además, uno de los más fructíferos. Parece que se han puesto de acuerdo, o quizá es que la generación que empieza a currar viene con ganas, sobre todo con ganas de currar, que es lo que diferencia a alguien ingenioso de alguien que quiere ser guionista (por si las dudas, no dejéis de leer el post de ayer de Sergio Barrejón, por favor).

En el Master de Guion de la Universidad Carlos III he disfrutado como cada año dándole vueltas a cómo conseguir mejores diálogos, que es una tarea inacabable y divertida. En las clases de la ECAM este año han trabajado como nunca, aprendiendo sobre la marcha lo complicado que puede llegar a ser poner en marcha una serie, con su mapa de tramas y todo. Y en las tutorías de DAMA AYUDA, que este año se estrenaban, he tenido la grata sorpresa de asistir al nacimiento de dos guiones de respeto.

Uno, COPIA NO AUTORIZADA, de Andrés Carrión, recrea una trama de herencias entre los clones de un egregio arquitecto, situada en el siglo XXII; un guión dificilísimo con el que Andrés se ha peleado hasta conseguir que la historia fluya como si todo fuera fácil.

Y el otro, PRESIDENTE, de Juanjo Ramírez Mascaró, me gusta tanto que dejo todo cuando el autor me envía páginas nuevas porque me ha convertido en adicto, soy el primer espectador de una historia que está escribiendo con soltura y talento innegables y que me reservo contar porque estoy seguro (pero seguro) de que dentro de unos meses oiréis hablar de ella. Enhorabuena.

CENCERROS EN EL TEJADO

Derechos de autor, capítulos por escribir, clases de guion. El pasado, el presente y el futuro. Eso es lo que me ha mantenido aislado del mundo real. Pero mentiría si no añadiese algo más, algo que estoy a punto de no contar porque me asoma un pudor paralizante. Pero los guiones se amasan con historias personales, en las writer’s rooms se habla de la vida privada y en cada línea de diálogo, por superficial que parezca, asoman nuestros secretos listos para ser exhibidos en prime time bajo el maquillaje de la ficción.

Así que os lo voy a contar. Vosotros sabréis si creerme.

Llevo unos meses visitando a mi madre en una residencia. En cada visita noto un cambio, poco perceptible pero constante. Se le va la cabeza, confunde los tiempos y los espacios, son los síntomas de que el mal avanza imparable e implacable. Habla disparates, a veces divertidos, sí, y otras no tanto, teñidos de una cierta paranoia que la psicóloga define como “procesos confabulatorios”, etiqueta que me tiene atrapado y que viene a significar que piensa mal de todo el que le rodea.

Su discurso es una mezcla inconsistente de lo que pasó ayer y lo que vivió de niña. Puede empezar una frase aquí y ahora y acabarla hace medio siglo en otra ciudad. Inventarse un viaje que jamás realizó. Hablar de lo que hizo hoy como si tuviera veinte años. Contarme la visita de un familiar fallecido hace décadas. Relatar una conversación de ayer que se está inventando sobre la marcha. Yo la escucho embobado, porque me fascina esa lógica que se cae a pedazos.

Yo acudo allí con la cabeza llena de tramas y de elipsis, de escenas sin rematar y arcos incongruentes… así que allí nos tienes a los dos, en el jardín de la residencia, los dos con la cabeza al pairo, pensando y relatando cosas absurdas como si fueran cotidianas.

Y en una de esas, de pronto, mi madre es capaz de desgranar un relato lúcido y pleno de vida: siempre que habla de su infancia. Así me contó, por ejemplo, lo que sucedió aquella noche en el pueblo donde nació, cuando tenía cinco años y apenas levantaba un metro del suelo. Era una noche de bodas, pero los recién casados habían rehusado pagar la fiesta y los mozos del pueblo no estaban dispuestos a pasar el detalle por alto. Fueron a la casa del pastor, hicieron acopio de cencerros de todos los tamaños y con ellos tapados con la mano subieron sigilosos al tejado de la casa en la que, a esas horas, los recién casados estarían consumando la unión.

Allí se subió también la mocosa, la de cinco años, con un cencerro que casi no podía cargar. Y a una señal, todos a una echaron a sonar los cencerros, como en un chiste de Gila hecho realidad. La niña que iba a ser mi madre casi se cae del tejado, pero no del ruido sino de la risa. Sacó fuerzas que no tenía para mover el cencerro, arriba y abajo, y sumarse a una cencerrada que resonó por todo el valle y que hizo temblar las aguas de la laguna.

Cencerros en el tejado. Esa es mi cabeza estos meses. Y no me puedo quitar esa imagen y ese ruido, todos apretados en lo alto de la casa, por eso os la trasmito aquí como despedida, para que os acompañe en los calores de agosto y sirva de tránsito hasta la vuelta del verano.

No dejéis de escribir.

*Y hace dos días, la gran alegría: Lola Salvador recibe el Premio Nacional de Cine, más que merecido. Imprescindible la enorme entrevista “MODOS DE MOSTRAR” en la que repasa el cine y la vida, que es lo mismo, y que podéis descargar gratis legalmente aquí, en la página de la Universidad Carlos III, en una edición conjunta con DAMA. ¡Felicidades Lola!

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4 comentarios en «TANTO QUE TE QUERÍA CONTAR»

    1. Gracias, Celia. Es bonito eso que dices. Pasaremos el verano esperando a las ideas que no avisan. Saludos.

Los comentarios están cerrados.

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