por Carlos López
UNO – GESTIÓN DE RESIDUOS
Así definía Tony su trabajo la primera vez que la doctora Melfi se lo preguntó: “Gestión de residuos”. El mafioso de los años noventa, cuyo cuartel general no está en Manhattan sino en New Jersey, sufre ataques de ansiedad, no sabe qué hacer con su madre, se siente intimidado por su mujer y preferiría no cruzarse con sus hijos por el pasillo. Y además, tiene que mentirle a la psiquiatra. O quizá no sea una mentira porque, ¿qué mejor manera de definir su ocupación en la vida —y la de cualquiera de nosotros— que englobarlo todo bajo el epígrafe “gestión de residuos”?
Llevamos ya dos semanas de elegías a Tony Soprano. Lo que no quiso hacer David Chase en el capítulo final lo ha conseguido un corazón sepultado por la grasa. Muchas portadas hablaban directamente de la muerte del personaje, en un ejemplo máximo de identificación entre actor y representación, lo más grande que le puede suceder a un intérprete. ¿Era un buen actor, Gandolfini? Sin duda. Os recomiendo esta entrevista ante alumnos del Actor’s Studio en la que, por ejemplo, descubrimos que para conseguir en Tony ese gesto de hastío vital, de que todo le venía a contratiempo, Gandolfini se obligaba a pasar un par de noches sin dormir, o se metía tornillos en el zapato, o tomaba seis cafés seguidos antes de llegar al plató. Ahí también sostiene Gandolfini, y esto es más importante, que todas las acciones de Tony son justificadas, otra cosa es que la solución elegida no sea legal ni la más adecuada ni siquiera la más fácil, pero Tony siempre intenta hacer las cosas bien. Porque es el protagonista. Y queremos ver cómo sale del atolladero.
Yo también pienso que Los Soprano marcó un antes y un después en las series de televisión. Es una ruptura total disfrazada de mansa continuidad. Una serie familiar. Una serie de mafiosos. Todo parece lo de siempre y nada es ni volverá a ser lo mismo. En este fantástico artículo de The Independent consideran que el actor que encarnó a Tony Soprano ha hecho posible una nueva era: “Gracias al gran Gandolfini, los protagonistas de los más exitosos dramas de la pequeña pantalla pueden ser calvos, o gordos, o calvos y gordos, o un enano, o Steve Buscemi”. Algo que antes sólo podíamos permitirnos en las comedias y que, a partir de Tony, es moneda corriente en los dramas seriados. Hoy los héroes son gordos. ¿Por qué no? O débiles. O maliciosos. El protagonista de Breaking Bad también quiso verlo así: sin Tony Soprano jamás habría existido Walter White.
El propio Gandolfini no las tenía todas consigo cuando acudió al casting. El actor estaba convencido de que buscaban a alguien tipo George Clooney para el papel, como cuentan en este artículo de The New Yorker (en el que también se incluyen cinco escenas selectas de Tony Soprano). Claro que David Chase, por suerte para nosotros, tenía muy claro lo que quería contar: la historia de un hombre que trata de mantenerse en pie mientras todo se derrumba alrededor. Ese es Tony Soprano. Por eso queremos verlo. Por eso queremos que le vaya bien. Por eso es nuestro héroe. Gracias, Gandolfini.
DOS – LA GUERRA PENDIENTE
“Las historias de la guerra civil no interesan a nadie”. Ese es el título del último capítulo de las memorias de Frederica Sagor Maas, La escandalosa señorita Pilgrim, de las que ya hemos hablado un par de veces en este blog (aquí y aquí). En el año 1945, ella y su marido Ernest Maas movieron por las productoras y estudios de Hollywood un guion que narraba buena parte de la Guerra de Secesión a través de los ojos del fotógrafo Phil Brady. No consiguieron venderlo. La respuesta que les daban, una y otra vez, era que ese conflicto “el público no quiere verlo”.
O sea, que el asunto no es nuevo ni exclusivo de nuestro país.
En primer lugar, no me puedo creer que el público no quiera verlo. Mejor dicho, lo que no me creo es que alguien, quien sea, se otorgue a sí mismo tal certeza adivinatoria sobre los gustos del público. ¿Tengo que repetir, una vez más, el mantra de este negocio? Vale, lo repetiré: Nadie sabe nada. La mayoría de los que luego fueron bombazos de taquilla y buena parte de las películas legendarias de la historia del cine atravesaron antes de la luz verde un calvario de rechazos. Hasta J.K. Rowling deambuló por las editoriales con el manuscrito de Harry Potter recibiendo un portazo tras otro con el argumento de que los niños magos no interesaban a nadie. Hasta que, por fin, un editor se atrevió.
Por el contrario, montones de películas diseñadas desde el minuto uno para ser un éxito se han estrellado contra la pared. Conclusión: los que presumen de saber qué es lo que quiere el público no tienen ni idea, sólo disfrazan su cobardía detrás de un lugar común que enmascara también su falta de criterio.
Las historias de la Guerra Civil no interesan a nadie. Hasta que se hace una que interesa.
El tópico reza que en España se han hecho muchas películas sobre la Guerra Civil, se dice que es un tema recurrente y que, además, es un coñazo. Al menos los dos primeros argumentos son falaces. Apenas se han hecho películas ambientadas en esos tres años. Otra cosa es que, con una pretendida lucidez a medio camino de la incultura y la patología, muchos sesudos comentaristas incluyan en la estantería películas de la guerra civil todas aquellas cuya acción transcurra desde principios del siglo XX hasta los años setenta. ¿Una película sobre la Semana Trágica? Ya estamos, otra de la guerra civil. ¿Una película ambientada en el desarrollismo? Ya estamos, otra de la guerra civil.
Bueno, pues ni aún así: se han hecho pocas. Y es fácil corroborarlo, basta acudir a los listados del Ministerio de Cultura. Que me perdone quien tenga que perdonarme por pasar por encima de La Vaquilla, Tierra y Libertad, Libertarias, Ay Carmela o Las bicicletas son para el verano, pero en mi opinión aún no se ha hecho la gran película sobre nuestra guerra civil. Es un semillero de historias que aún permanece virgen. Yo me crié en los cines de barrio viendo cine bélico (la Segunda Guerra Mundial, Vietnam) y no he visto nada parecido que cuente nuestro pasado ya no tan reciente.
Porque esa es otra: ¿cuántos años tienen que pasar para que se nos permita hacer ficción sin ambages, sin maniqueísmos, sin que nadie nos acuse de partidismo? ¿No son suficientes setenta y cinco años?
Hollywood adaptó la novela de Hemingway y contó nuestra guerra a las primeras de cambio (Por quién doblan las campanas, 1943). Sam Wood tiró de todos los trucos posibles y la Bergman hizo como que era aragonesa de toda la vida. Nosotros aún no nos hemos atrevido a contar la historia de Robert Capa, ni la del general Rojo, ni la muerte de Durruti, ni la vida de Azaña, ni la de Millán Astray… ni tantas y tantas otras historias personales, dramas de la comedia humana, pedazos auténticos de nuestra propia alma. Tampoco nos hemos atrevido a contar en condiciones, y esto roza lo imperdonable, la guerra de África ni la guerra de Cuba. Y eso sin apenas asomarme al siglo XIX. Podría seguir hacia atrás.
Habrá que esperar a que venga Spielberg y nos la cuente. La crisis y la ceguera que ha provocado en la gestión de nuestra cultura va a convertir en imposible, entre otras cosas, que podamos poner en pie una película histórica con un mínimo de presupuesto. Lástima. Casi todas las historias que se me ocurren necesitan ese dinero para que puedan realizarse; llamadme antiguo, pero no sé cómo hacer una película low cost sobre la batalla del Ebro.
Se dice también que con este tipo de películas sólo queremos dar el sermón. Como si quienes se juegan su dinero y sus horas de sueño en hacerlas no buscaran un patio de butacas puesto en pie aplaudiendo, o todos los premios posibles, o un récord de taquilla. O todo a la vez. Habrá quien quiera dar la charla desde la pantalla, pero, por favor, no metamos a todos en el mismo saco. Este es el mundo del espectáculo. Los guionistas escribimos las historias que nos gustaría ver. Y en la guerra civil hay miles de historias emocionantes, vibrantes, trepidantes, interesantes… que nunca vamos a poder contar.
(Tengo que decirlo: yo escribí una película sobre la guerra civil que fue un éxito, y además era una comedia. Se llamó La niña de tus ojos. Recibí una subvención para el guion y la película se rodó gracias a la ayuda del Ministerio. Luego vino el taquillazo, pero para que llegue la cosecha hay que sembrar y cuidar el sembrado. Así de sencillo. Hoy, por supuesto, esta película ni siquiera se habría podido escribir)
TRES – SOMOS LO QUE VEMOS
En una entrevista para el portal de ALMA, Alfonso S. Suárez me pidió que citara el título de una película cuyo guion me pareciera modélico, un punto inexcusable de referencia. Me bloqueé. En lugar de responder un nombre, cualquiera de los grandes clásicos habría servido, balbuceé una respuesta que quiso parecer matizada (algo así como que todos los guiones son mejorables, y que los que antes me fascinaron ahora no me parecían tan perfectos) y que debió sonar absolutamente pedante. Menos mal que, como medida espontánea de protesta, justo en ese momento la cámara se quedó sin batería, me sonó un mensaje en el móvil y, por si fuera poco, una moto que pasaba por la calle acabó de arruinar la toma.
No es que no supiera nombrar un buen guion, uno indiscutible. Sé que otros compañeros habían mencionado, ante la misma pregunta, los guiones de El apartamento o El Padrino. Claro. Cómo no. Pero yo sentía que si me preguntaban por mi lugar favorito de París no podía responder la torre Eiffel y el Louvre. Que se me pedía que escarbara un poquito más.
De esas dos películas se aprende, por supuesto. Cada vez que tienes la oportunidad de verlas. Pero son las obras imperfectas las que nos pueden dar una idea más próxima a nuestras pretensiones sobre cómo hay que escribir cuando tienes entre manos una historia compleja. Que casi todas lo son. Por ejemplo, me interesa muchísimo más leer el guion de Le souffle au coeur (1971) (foto abajo), una película que cuenta un incesto y que se ve con la sonrisa puesta, y ver cómo se ha levantado ese tono tan difícil que consigue que la película sea tan fluida, que admirar el circo de tres pistas que representan la primera y la segunda parte de la saga de los Corleone.
Alguna vez lo he dejado aquí escrito: busca en Louis Malle, o en el primer Truffaut, saca la escaleta de la película, desmenuza cada escena y aprenderás casi todo lo que conviene saber. Algo parecido se podría decir de Elia Kazan, o de Arhtur Penn, Milos Forman o incluso de Robert Mulligan. Alguna vez he dicho esto mismo en voz alta durante una clase y, para mi sorpresa, los estudiantes de guion ni siquiera sabían quiénes era Louis Malle o Arthur Penn. Si les citaba Alguien voló sobre el nido del cuco, ni les sonaba, pese a ser un título oscarizado. A Hitchcok sí que lo conocían, claro, de sus películas más famosas habían visto algunos trozos.
¡Trozos! ¡Habían visto trozos! Ese es nuestro problema hoy, con el cine y con la realidad: sólo vemos trozos.
No pretendo ir de purista, ni creo sinceramente que un buen guionista haya de ser un gran cinéfilo. Es una cuestión de mera curiosidad. Acudir al almacén y averiguar cómo resolvieron otros lo que nosotros pretendemos resolver hoy. Porque, en el fondo, los personajes que escribimos sufren, anhelan y necesitan lo mismo que los de entonces.
Hasta hace unos años –hubo un tiempo en el que no existía internet– cuando un aficionado veía un título clásico, ya lo sabía todo sobre él. Para ver lo que te interesaba tenías que perseguir las proyecciones de filmotecas o cinestudios, repasar la programación de la segunda cadena o, después, rebuscar en el fondo del videoclub. Hoy, todo está a nuestro alcance, a golpe de ratón. Y no vemos nada. Y de lo que vemos, sólo vemos un trozo. Trozos que se van sedimentando en el trastero de nuestra retina, trozos que se agolpan en el fondo de nuestro armario y que son todo nuestro bagaje audiovisual, nuestro imaginario, cuando llega el momento de inventarse una escena sentado frente a las teclas.
En ese momento, somos lo que hemos visto. Ni más, ni menos.
(Por cierto, la entrevista mencionada forma parte de Writing Heads, una colección de más de cincuenta entrevistas a guionistas que puede verse aquí. No están todos los que son, pero son todos los que están. Entre ellos, Lola Salvador, Juan Tébar, Ignacio del Moral, David Muñoz, Jaime Chávarri, Natxo López, José Luis Acosta, Yolanda García Serrano, Cristóbal Garrido o Alberto Macías. De ellos sí vas a aprender. Todas las entrevistas forman parte de un proyecto de documental que será la primera película sobre guionistas que se hace en nuestro país)
CUATRO – VERLO Y CONTARLO
Resumiendo al máximo, sólo hay dos formas de mostrar algo en un guion: o lo vemos, o alguien lo cuenta. En los años del cine mudo, sólo existía la primera posibilidad. Eso les obligaba a experimentar, a buscar la esencia de la historia, a exprimir lo que podía trasmitir cada imagen. Estaban, además, inventando el cine. Literalmente.
Y tantos años después, lo bueno del cine es que todo está por inventar. Siempre hay una manera distinta de contar las cosas. Cuando la estamos buscando, resulta esclarecedor echar un ojo a los grandes del cine mudo.
Si las recomendaciones del epígrafe anterior os sonaron a viejunas, agarraos para lo que viene ahora. Cuando asistí a la charla de Enrique Urbizu en Los martes de Dama (que volverán en septiembre) recordé que yo estoy en esta profesión por culpa del cine mudo. Tuve la suerte de que restauraron las comedias clásicas de Buster Keaton y de que un cine madrileño las exhibiera en un ciclo justo cuando en mí se estaba despertando la curiosidad por el lenguaje del cine. Decir que vi todas las películas de Keaton se queda corto: las devoré. Todo me parecían lecciones. El timing, la resolución de cada gag, la empatía con el protagonista, la audacia en el desarrollo de la historia…
Hasta ese momento, yo creía que el cine mudo eran cortos de payasadas. Igual que hoy la mayoría de la gente, incluyo a muchos guionistas, creen que el cine mudo es un coñazo. En blanco y negro, además. Deberíais ver las caras de sorpresa de los alumnos cuando ven que Amanecer es un peliculón que pone los pelos de punta, que el arranque de The Crowd (en la foto de abajo) no tiene nada que envidiar a una superproducción actual, que –como contó Urbizu– en Lirios rotos hay escenas que reconocemos en El resplandor. ¿Tenéis alguna tarde libre? Buscad en Lang, en Murnau, en Vidor. Todo es puro diamante. Y si tenéis más tiempo, echadle un ojo al Napoleón de Abel Gance, que yo tuve la suerte de ver en pantalla grande y con acompañamiento de orquesta. Ahí está todo: pantalla dividida en tres, travellings, cámara al hombro.
De cuando en cuando, la Filmoteca (en Madrid, ignoro si hay iniciativas similares en otras capitales) programa de vez en cuando cine mudo con acompañamiento de piano. El gran Mariano Marín se deja las manos traduciendo en sentimiento musical lo que promete la pantalla. Es la experiencia más recomendable de todas para alguien a quien le gusta el cine.
CINCO – LA ÚLTIMA REESCRITURA
Juraría que el expositor del librero me estaba llamando a gritos. Por mi nombre. Es la mejor explicación, porque yo acudí como un sonámbulo, agarré el libro y me lo traje a casa. Esa misma tarde lo leí. No tiene mérito alguno: es muy breve y está escrito con mano de ángel. Una delicia de libro.
En realidad, se trata de un artículo publicado en 1981 en The New Yorker en el que Samson Raphaelson se quitaba una losa de encima dejando por escrito todo lo que sentía por su admirado Ernst Lubitsch, con el que había escrito nueve películas. Raphaelson, autor también de El cantor de jazz, que pasa por ser la primera película sonora de la historia, se consideraba a sí mismo un autor de teatro y en sus años de trabajo en Hollywood miraba con cierto desdén el oficio de guionista que a Lubitsch parecía hervirle en la sangre. En el artículo, cuarenta años después, retrata como no he leído en ninguna parte la peculiar relación entre dos compañeros de escritura: aparentemente, nada les une, no hay intimidad ni sentimiento alguno en juego; en realidad, aunque de esto no se percató entonces, eran dos amigos del alma. Así quiso titular el artículo: Amistad. Y así se llama el libro: Amistad, el último toque Lutbitsch.
Hay otra circunstancia que convierte en obligatoria su lectura. En 1943, Lubitsch sufrió un ataque al corazón que lo dejó al borde de la muerte. A Raphaelson le pidieron un texto para ser leído en el entierro y escribió la elegía más sincera y emotiva que el dolor del momento le permitió. Pero resultó que Lubitsch sobrevivió y dos años más tarde la pareja estaba escribiendo una nueva película. Entonces, Lubitsch le confesó a Raphaelson que sabía de la existencia de aquel texto que pretendía ser póstumo. Que incluso lo había leído. Y que le había emocionado. Raphaelson, avergonzado, se disculpó, ahora lo recordaba cursi y rimbombante. Lubitsch insistió en elogiarlo, pero aprovechó la ocasión para sacar el texto, ponerlo encima de la mesa, revisar cada frase… y cuando se quisieron dar cuenta estaban reescribiéndolo mano a mano, como hacían con cada uno de sus guiones.
Lubitsch, escribiendo una nueva versión de su propia elegía. Reescribiendo hasta morir. Qué grande.
(A lo tonto, a lo tonto: la primera temporada de Los Soprano, el portal de entrevistas de ALMA, las películas de Louis Malle, la obra muda de Lang y Murnau, las memorias de Sagor Maas, el libro de Raphaelson. Mis recomendaciones para el verano. Que descanséis. El que pueda)
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Texto magnífico Carlos, me gusta el cine como espectador, comparto todos los puntos y estimo mucho tus recomendaciones, el libro de Raphelson seguro que podré leerlo este verano. Gracias por los consejos y que pases un verano agradable.
Gracias, Jose. El libro de Raphaelson te lo meriendas en un rato. A no ser que, como me pasó a mí, te lo leas un par de veces seguidas. ¡Buen verano!
Estupendo post, Carlos, y estupendo el libro de Raphaelson, el único que me compré en la feria y que ha resultado ser como dices una maravilla. Feliz verano a todos.
Gracias, Ángela. Está escrito con una humildad y un sentimiento que me conmueven. Este Raphaelson firma, además, una colección de películas pasmosa.
En dos palabras: ¡Gracias, maestro!
A ti por leerme, Paco. Si supieras lo a gusto que me quedo cuando le doy al “publicar inmediatamente”.
Ya he tomado nota. Sobre todo pienso ver “Adiós, muchachos”, “Ascensor para el cadalso” y a ver si encuentro “Metrópolis”.
Me gusta todo Malle, lo que no hayas visto te sorprenderá. “Atlantic City”, la más convencional, sigue estando enterita. Y si no has visto “Metrópolis” deja de leer esto y ponte, por supuesto.
Ya acabo de ver “Metrópolis” y es una fuente de inspiración cojonuda. Creo que Kubrick cogió muchas cosas de ahí para “El resplandor” y “Teléfono rojo”: Rotwang es clavado al Doctor Strangelove.
Es una película mayúscula. Ya puesto, atrévete con Amanecer y me cuentas. Prometo no sugerirte más hasta después del verano.
Ya la tengo apuntada. Pero antes tenía previsto ver “Escenas de un matrimonio” del tío Bergman y al loco de Klaus Kinski en “Fitzcarraldo”. También esta el bastardo Tarantino con “Django” y creo que voy a volver a ver “El Crack”.
¡Fantástico! Gracias Carlos. Amo “Le souffle au coeur”…
¿Sabes lo que me parece mejor de esa película? Que cada vez que la he visto he pensado una cosa diferente de ella. Ahí lo dejo.
Una entrada sin desperdicio. Finalmente, los “trozos de pastel” de Hitchcock son los que recuerdan los jóvenes aspirantes a guionista.
Tuve la suerte de haber nacido en una época donde se pusieron en TVE ciclos de Harold Lloyd, Chaplin y Keaton… Y donde a medianoche ponían mudas de Lang o Lubitsh.
Sobre la historia española, no lo acabo de entender. Aquí tuvimos a todas las tribus bárbaras; podríamos tener nuestra propia saga a lo artúrico, no lo entiendo…
Gracias, Javier. Televisión Española debería retomar esa labor de difusión del cine clásio que tan importante fue en la educación de muchos de nosotros. Creo que ahora encontraría eso que llaman su “nicho” de público, y quizá no sea una empresa que requiera mucho gasto.
En cuanto a la historia, pues es descorazonador, tienes toda la razón. ¿Qué decir de los siglos de dominación árabe? Tienen todos los ingredientes para hacer dieciocho temporadas de Juego de Tronos. ¿Qué hemos hecho con eso? Nada.
Quizá, y sólo quizá, no haya aún la gran película española sobre nuestra guerra civil porque mucha gente, productores incluidos, han caído presa de esa mentira mil veces repetida que mencionas. Los productores aspiran ya a otros modelos, y, como toda nueva generación, pues asesina a sus “padres”. Supongo que muchos aspiran al modelo “Lo imposible”.
Quizá, y sólo quizá, no la haya porque cierto cine español de izquierdas, el social, sobre todo, juega, sin darse cuenta, a la misma carta que el cine holliwoodense, donde además de un “theme” tiene que haber un mensaje, y, encima, si es posible, debe remarcharse, oralizarse, enfatizarse. Y la gente se ha cansado, gente de izquierda incluida, que encuentra esto como mínimo paternalista.
Quizá, y sólo quizá, España no sea un país muy narrativo (por tradición, tal vez seamos más bien poéticos), y no tanta gente sepa hacer que eso que parece tan fácil, pero que resulta tan complicado: narrar bien una historia. Que nadie duda que el cine puede haber muchas más cosas (yo soy de los que defiende que no confundamos cine con narración), pero está visto que lo es narrar no lo tenemos tan “superado”, ni estamos “de vuelta”.
Y si a esto le sumamos que pocos ven cine de hace más de tres décadas (y me pregunto la estadísticas de qué novelas leemos), quizá tengamos una composición de lugar. O no, quién sabe.
Muy buen post.
Gracias, Fernando. Quizá tengas razón, sí.
No estoy muy de acuerdo en que no seamos un país muy narrativo. Es cierto que existe un cliché referido a ciertos directores y películas, por el que se asocia la sordidez de la guerra y la posguerra en la pantalla con un tufillo de cine introspectivo y con pretensión de mágico, al que además se le asignó la etiqueta de panfletario. El cliché existe, pero me parece de otra época, heredera del final del franquismo, cuando la supuesta poesía servía para evitar la censura. Pero han llegado dos generaciones más al cine español desde entonces. Y hoy, te puedo asegurar, guionistas y directores quieren contar una historia. Por culpa del tufo de ese cliché, que aún hoy perdura, no van a poder hacerlo.
Quizás sea el post que más me ha impactado de todos los que he leído en este blog. Muchas gracias. He aprendido mucho.
Gracias, Antonio. Creo que lo mejor del oficio de guionista es, precisamente, que nunca se acaba de aprender.
Yo como gran aficionado a la Historia y al cine bélico, además de ser hijo de la generación que vivió la guerra civil, confieso que soy de los que no me siento a ver una película situada en ese período salvo excepciones muy concretas.
Bajo mi humildísimo punto de vista y hablando desde mis propias sensaciones, mi rechazo está provocado por la -a priori- diferencia de fondo en los diferentes conflictos armados:
La Guerra Civil española es la peor versión posible de una guerra: hermano contra hermano, vecino contra vecino, conocido contra conocido. Le quita cualquier aura de honor, heroísmo y gloria. Fue inútil, fea, sucia, desgraciada y estúpida desde el principio, consecuencia de conceptos políticos enfrentados. Su entorno histórico temporal siempre tiene ese componente cainita tan hispano que hace que unos y otros encuentren algo incómodo en su visionado.
La Segunda Guerra Mundial tiene el aura de pueblos libres luchando unidos contra el invasor poderoso y abyecto, que trataba de imponer su demencia y decadencia al mundo. Bajo el más profundo simplismo es blanco sobre negro, el bien contra el mal. Da pié a lo que quieras; heroísmo, amor, honor, resistencia, espionaje, hazañas o todo junto. Y para que hablar del Holocausto que es un género en si mismo.
Es verdad que desde Saving Private Ryan y The Thin Red Line Hollywood ya se atreve a despojarla del tonto glamour que la propaganda imponía, pero su aura de justos contra tiranos no ha desaparecido.
Otros conflictos que no son tan ‘conceptualmente claros’, como Vietnam o las Guerras del Golfo no provocan tanta controversia porque son tal ‘lejanos’ que no implican a un espectador que no tenga una clara conciencia y opinión sobre ellos.
Es mi humilde opinión.
En lo de Vietnam discrepo, porque supuso el cuestionamiento de lo que hasta entonces Estados Unidos representaba ante la comunidad internacional y los americanos se cuestionaron a sí mismos. Es lo que se conoce como el “Síndrome de Vietnam”, que se ha reabierto con Irak y Afganistán.
Pero, ¿sabes qué conflicto no esta muy tratado en el cine y lo revolucionó todo? La Primera Guerra Mundial. Y en agosto del año que viene se cumple su centenario.
También la esencia del horror de la guerra se puede ver en el mundo medieval, con una brutalidad increible.
Muy cierto, pero me refería al espectador español. La guerra de Vietnam era muy lejana, y el franquismo se ocupó de defenderla como la herramienta de contención de la expansión del comunismo, con lo que aquí no tuvo nunca mala prensa, se la consideraba justificada.
Tienes razón con respecto a la I Guerra Mundial, aunque últimamente parece que se ha puesto de moda; Yoeux Noel, Beneath Hill 60, War Horse, la adaptación de Birdsong de S. Faulks, la penosa Flyboys, la alemana Der Rote Baron… además de alguna serie o producción para tv del período, tipo Downton Abbey o My Boy Jack.
Como dices, debe ser la proximidad del centenario y ¡que ya nos han atiborrado con la Segunda otra vez desde Ryan!
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