por Jorge Naranjo.
“A veces funciona con la música, a veces va en su contra,
pero leer una letra es como ver la televisión sin sonido:
sólo recibes la mitad de información”
Jarvis Cocker.
# Intro
Ya estamos preparando el contenido del VIII Encuentro de Guionistas -que, como mucha gente sabe (y si no, aprovecho para recordarlo) se celebrará en el Teatro Central de Sevilla del 11 al 13 de abril de 2024– y en una de las últimas reuniones surgió un asunto que me apasiona. Lo propuso la compañera gallega Araceli Gonda quien, casi al terminar el zoom, señaló que estaría bien incluir alguna charla sobre la relación (estrechísima) que existe entre la escritura de guiones y la creación de canciones. Me flipó la idea y, de paso, me recordó que llevo meses prometiéndole a Sergio Barrejón que iba a escribir algo sobre este tema, así que ahora no me puedo escapar.
Y si no lo he publicado antes no ha sido por falta de intentos y borradores. Hasta aquella reunión (que me puso en bandeja una forma de empezar el artículo que, por fin, me convence) me había bloqueado con dos posibles inicios, una lista casi interminable de ejemplos en Spotify y, sobre todo, con una sobrecarga de información que no me esperaba cuando empecé a articular el post.
Y ese inesperado acontecimiento ocurrió exactamente el día que empecé a leerme este libro:
Aunque lo dice en la portada, recalco por aquí que su autor, Jeff Tweedy, es el líder de la banda Wilco, y en este libro repasa -en un modelo narrativo que guarda bastantes similitudes con el brutal “Mientras escribo”, de Stephen King- su sistema de composición musical e incluso de vida. A medida que leía, sentía que en prácticamente todas sus páginas podía sustituir la palabra “canción” por “guion” y convertir un libro para escribir hits en otro para inventar series y películas.
Y tiene sentido. Suele decirse que Lorca fue músico antes que poeta, y esa es la razón por la que sus escritos tienen esa tendencia a convertirse en canciones y adaptarse a tonos y estilos tan variados como los de Leonard Cohen, Enrique Morente, Silvia Pérez Cruz, Camarón, Josele de Los Enemigos, La Argentinita, o Miguelito García, de los Derby Motoreta’s Burritos Kachimba. Y lo mismo pasa con sus obras de teatro, por cuyas páginas desfila algo que no sólo se encuentra en una partitura, sino también en el modo de contar y ordenar las palabras: la musicalidad, eso mismo que destilan los diálogos de Aaron Sorkin o las improvisaciones del cast de “Succession”.
Y es que la narración, sea del tipo que sea, necesita de la música más de lo que puede parecer.
Y viceversa.
# Estrofa
Hace un par de años entré en lo que llamaría un bloqueo creativo-musical. Tras grabar el tercer disco de mi proyecto personal tuve la sensación de que a nivel armónico ya no tenía mucho más que decir a no ser que empezase a buscar nuevas herramientas, pero a nivel de letras me pasaba algo parecido, sentía que cualquier canción que viniera después sería un poco más de lo mismo.
Fue entonces cuando, gracias a una buena amiga (y a un mejor spam) me apunté al “Laboratorio sonoro: Escribir canciones” que imparte Miguel Marcos “Le Voyeur” en la Escuela de Escritores (esto parece un anuncio, pero no; simplemente, siento que es importante contar todo el recorrido y, sobre todo, reconocer de donde salen muchas de las ideas que voy a exponer a continuación).
Fue en este curso donde escuché hablar del libro de Tweedy, así como de muchos trucos para explorar la creatividad y romper los bloqueos. Soy bastante torpe a nivel matemático, así que de la teoría armónica propiamente dicha no llegué a pillar prácticamente nada, pero sí me quedé con algunos conceptos. Por ejemplo, Miguel dijo que “la música es conflicto y resolución”. Y esto nos suena, ¿verdad? O que “el recorrido de las notas empieza con un acorde que gira hacia otro lugar y acaba resolviendo, creando así la armonía”. ¿Acaso no es esto una estructura narrativa?
Pero fue en “lo literario”, en lo relativo a la creación de letras (justamente donde siempre me sentí más cómodo, menos necesitado de ayuda y donde creí que ya no aprendería nada nuevo) donde me estalló la cabeza y empecé a explorar nuevas maneras de escritura que no conocía o, simplemente, no me había planteado a la hora de escribir una canción (pero sí para un guion).
Así, Miguel nos propuso escribir letras partiendo de ejemplos tan clásicos de la escritura creativa como buscar la inspiración en un cuadro, foto o noticia, pero también con herramientas literarias más elaboradas como el uso de la voz del narrador no fiable (figura que desconocía), el monólogo interior, el viaje, o crear una historia con planteamiento, nudo y desenlace, pero no en ese orden.
Y efectivamente, esto se encuentra en cientos de guiones. Pero también en miles de canciones.
# Estribillo
Mientras empezaba a idear el artículo y consciente de que mis gustos musicales no abarcan todo el espectro sonoro, pregunté en Twitter por canciones sobre personajes, poniendo como ejemplo “Relato de un error”, de Nacho Vegas, una canción que cuenta la historia de un hombre que pierde la cabeza por alguien más joven hasta el punto de abandonar a su familia y volverse loco.
El cantautor gijonés es un clásico en estas lindes y es que es en el folk donde abundan más este tipo de canciones. No en vano, Bob Dylan fue de los pioneros en desarrollar la “canción río”, un concepto que surge con “Like a Rolling Stone” y se basa en construcciones armónicas sin una resolución clara ni un estribillo evidente, y fluyen de manera natural sobre las letras. Vegas tiene, muchísimas de este tipo. Otro modelo es “Maldición”, la historia de un tipo que vuelve a su pueblo natal y al llegar allí es víctima de desprecio por sus familiares y amigos sin saber nunca por qué.
Son cuentos claros y cerrados. Con actos, giros y narraciones lineales. Algunas están basadas en anécdotas personales, como “Pacto entre caballeros”, de Joaquín Sabina, “Lobo López”, de Kiko Veneno o “La chica de ayer”, de Antonio Vega. Otras surgen de noticias y casos reales, como “Jeremy”, de Pearl Jam, inspirada en el suicidio del quinceañero Jeremy Wade Delle, que se disparó en el aula ante sus compañeros; o “I don’t like Mondays” de The Boomtown Rats, nacida de los tiroteos ocurridos en una escuela primaria de San Diego. Otras surgen de textos literarios como “Annabel Lee”, de Radio Futura, basada en el poema de Edgar Allan Poe (gracias a Jelen Morales por sugerirla).
Otras, siguiendo una fórmula narrativa que conocemos bien y vemos en tantos guiones, son viajes que realizan los protagonistas, a veces por la propia ciudad y en primera persona, como ocurre en la deliciosa “Una giornata perfetta” de Vinicio Capossela, “Un buen día” de Los Planetas o en “Englishman in New York”, donde Sting cuenta cómo se siente un británico en Manhattan; y otras, en tercera persona y planteando recorridos de cientos de kilómetros, como escuchamos en “Ser brigada”, de León Benavente, donde acompañamos a la pareja amada desde el parque del Retiro hasta que “cogieron su coche y se fueron a Almería”.
Por supuesto, también hay historias creadas expresamente para la canción como “Hijo de la luna” (que llegó a tener adaptación operística) o “Cruz de Navajas”, de Mecano, donde asistimos a la muerte de Mario Postigo “mientras su esposa es testigo desde el portal” (sugerencia también de Antonio Onetti). Incluso, podemos encontrar “canciones de cine negro” e historias de detectives, como “El caso de la rubia Platino”, de Joaquín Sabina, como me recordó mi querido Juanjo Ramírez Mascaró.
En otras ocasiones, la narración surge de diseñar personajes que traspasan la concepción meramente acústica, como Ziggy Stardust y sus Spiders from Mars, de David Bowie, que incluso llegaría a tener su propia recreación escénica, o el “Jesucristo García” de Extremoduro. O BlurryFace, de Twenty One Pilots (“un personaje que se me ocurrió y que representa un cierto nivel de inseguridad”, como asegura el líder del proyecto, Tyler Joseh), y que está presente en todos sus álbumes y que me descubrió por Twitter Álvaro Alcibi Vaquero.
Pero ¿y los diálogos? Por supuesto, está Pimpinela, que han sabido recrear como nadie en sus canciones los conceptos básicos de la telenovela. Pero en la historia del pop hay muchos y variados ejemplos. Desde el delicado y minucioso “Some velvet morning” de Nancy Sinatra y Lee Hazlewood (donde, incluso, la canción alterna un ritmo de cuatro por cuatro con otro de tres por cuatro según el personaje que interviene) a “El fin del mundo”, de La La Love You, que incluso tiene una breve introducción teatral justo al inicio de la canción que te conduce hacia el resto del tema, hasta la eficacia y sencillez del clásico “Hello, I love you” de The Doors o, volviendo a Vegas, “La última atrocidad”, donde alterna su voz con la de Cristina Martínez, de El Columpio Asesino, en un cruce de frases que, si no fuera por una armonía magnética y un crescendo que no permite despegar los oídos de lo que está pasando, llegaríamos a olvidar que estamos ante una canción.
Incluso, hay temas que generan sus secuelas. Es el caso de “11 y 6”, de Fito Páez, que narra la historia de dos niños que se conocen vendiendo flores en la Avenida Corrientes de Buenos Aires, una linda pareja que el músico argentino recuperará años después en “El chico de la tapa”, donde descubrimos que en su adultez han sido devorados por la miseria y marginalidad.
El número de ejemplos son infinitos y estoy convencido de que quien esté leyendo esto ahora mismo está pensando en otras muchas canciones con estructuras narrativas curiosas, diversas y guionísticas (en la mencionada playlist de Spotify podéis encontrar los títulos mencionados y muchos otros, y si dejáis en comentarios vuestras sugerencias prometo irlas incorporando a la lista).
Y todo esto sin contar con el género musical en sí mismo, donde la escritura de canciones tiene una función narrativa evidente, y que ha quedado fuera de este artículo porque merece un post propio (y porque me gustaría seguir escribiendo en Bloguionistas y no ser expulsado por plasta). O, como me recordaban las actrices Ana López Segovia y Mercedes Hoyos, la copla, donde se cuentan historias más dignas de ser escritas por Shakespeare que de ser encerradas en un disco. Y así hasta el infinito.
Pero tampoco se trata de enumerar todas las composiciones que tienen similitudes con los guiones (eso sería una tarea tan ardua como inabarcable), sino de poner de manifiesto que escribir canciones (incluso, las menos narrativas y las más sensoriales, que podrían entablar cierta relación con el audiovisual artístico y experimental) está mucho más ligado a la técnica de escritura dramática y cinematográfica de lo que en principio puede parecer.
De ahí que seamos bastantes guionistas los que escribamos música. Y viceversa, ya que hasta el propio Fito Páez, con más de diez Grammys y una discografía impecable, también ha escrito y dirigido cine, argumentando en entrevistas que conservaba historias que no le cabían en una canción y (según cuentan) ha supervisado al detalle su propio biopic: “El amor después del amor” (Netflix). Sin embargo, parece que en el mundo del guion sigue dando pudor admitir esta faceta.
# Puente y Final
Este tuit de mi amiga Celia Peláez resume bastante bien algo que me ha atormentado desde mi primer disco y que (creo) nos genera bastantes inseguridades a más profesionales del guion que también estamos interesados en la creación musical. Sobre todo, porque prácticamente desde la cuna se nos ha dicho que teníamos que hacer una única cosa para prosperar, lo que no es cierto, como puede asegurar algún colega que gana más dinero montando restaurantes que produciendo películas, y es capaz de llevar adelante los dos negocios. Ahora bien. A él se le acepta porque ambos son modelos económicos industriales. En cambio, si las dos disciplinas son creativas, entonces surgen las dudas. En el momento en que acepté y entendí que todo es lo mismo (es decir, contar historias, pero usando diferentes herramientas) dejé de preocuparme.
O al menos, empecé a preocuparme un poco menos y a concentrarme en disfrutar bastante más.
Todavía no sabemos si en Sevilla introduciremos una charla sobre este tema (para saberlo, sólo tenéis que seguir las redes sociales del Encuentro y las asociaciones organizadoras), pero estoy seguro de que a bastantes guionistas les interesaría y, sobre todo, podrían hablar del asunto con propiedad.
A día de hoy, poca gente sabe que David Merino, cantante de La La Love You, también ha sido guionista de programas. O que Paula JJ, cantante de Las Odio, antes de crear hits como “Indie español” ya llevaba años trabajando como guionista, oficio que sigue ejerciendo y que compagina con la banda. O que Juanpe Gálvez (guionista de “Acoustic home”, en HBO y que también ha escrito canciones para formatos como “La lista tonta” de Comedy Central; “Oliver Rock”, de Atresmedia; o “Mónica Chef”, de Disney) también toca el bajo y propone arreglos en el proyecto de pop independiente Ripoll. O que el co-creador de “Mar de plástico”, Alberto Manzano, y guionista de series “Élite” o “Los Serrano”, estuvo años recorriendo los escenarios de Madrid con sus discos y su personaje de Juan Estereotipo (aquí, un fan). O que Curro Serrano (“Now & Then”, “Todo mal”, “45 rpm”, “Los hombres de Paco”) también compagina la escritura de guiones con sus inquietudes musicales. O que el vengamonjas Esteban Navarro, compañero personal y musical de Rigoberta Bandini, la acompaña en sus conciertos con performances instrumentales. O que Rafael Cobos (“La peste”, “La isla mínima”, “El hijo zurdo”) es un virtuoso guitarrista.
Un trasvase que ocurre también en sentido contrario, es decir, de la música al audiovisual, como Jordana B., una artista que, por formación y vocación, va a tener mucho que decir en la ficción; de hecho, sus canciones parecen cortometrajes donde casi escuchamos secuencias y diálogos. Y es que siempre habrá futuro, como el que hace un par de meses demostró Lucía Seiquer, estudiante de TAI, cuyo trabajo final es un cortometraje musical donde toda la narración surge de una canción escrita, compuesta y producida por ella. Pero lo que también hay sin duda es un presente excelente, como el que sigue demostrando casi a diario Álvaro Carmona, que no sólo escribe y dirige guiones de una talla impecable, sino que crea y produce canciones de humor para El Terrat o El Intermedio y, encima (quienes le queremos y conocemos también odiamos su profundo talento), encuentra tiempo para otras melodías más personales con las que ilustra sus series.
En mi caso personal, acabo de terminar un cortometraje que cuenta con la banda sonora de Miguel Rivera, cantante y alma del grupo Maga (de quienes se incluye una canción en créditos) y estoy a punto de encerrarme a grabar un nuevo álbum que, como era de esperar, recogerá muchas de esas canciones que emergieron durante aquel curso que impartió Miguel Marcos en la Escuela de Escritores. Este LP, que previsiblemente llevará por título “Curso de armonía persecutoria”, recoge algunas letras y estructuras de acordes que, por primera vez desde que tengo conciencia de creador musical y compositor, nacen de una manera más cercana a la teoría armónica y el juego narrativo que desde la búsqueda de una sonoridad, una melodía o un simple egojercicio de desgajar mis emociones (elementos que también estarán presentes, pero que ahora también se nutren de cierta investigación clínica).
Y es que, aunque prácticamente a diario me repita a mí mismo que no tiene sentido seguir haciendo discos y que debería centrarme, el proceso ya es imparable. Primero, porque es más rápido (y barato) grabar una canción que una película. Y sobre todo, porque al fin y al cabo somos guionistas, contadores de historias, y hay narraciones que merecen ser contadas en una canción y no en una pantalla.
Y viceversa.
Muy interesante, Jorge. Aporto un clásico de mi adolescencia bilbaína: A mi pequeña María de Doctor Deseo. Abrazos, ¡nos vemos en Sevilla!
Muy interesado en este tema guionistas=autores de canciones …¿ como ser parte de un taller o grupo de trabajo ?
Gracias Gerardo Cáceres Perea Cineasta, Guionista y dramaturgo.