En las historias puede haber magia de manera literal, la que apela a lo maravilloso, a lo extraordinario y fuera de lo habitual, pero también puede haber magia referida a esa maravillosa conexión que se establece entre el público y lo que se le cuenta.
En la saga original de “Harry Potter” existía magia de ambos tipos, dando origen a ocho películas, millones de seguidores y ganancias estratosféricas. También es evidente que en la saga secuela no existe magia de la segunda clase. ¿Cómo es posible? ¿Qué ha podido fallar? ¿Cómo podemos aprender de ello los que nos dedicamos a escribir historias?
Estaba yo escribiendo la serie de animación de “Zipi y Zape” cuando el coordinador de guiones, Enrique Hernanz, me recomendó los libros de Harry Potter. Leí el primero y me pareció una jugada súper inteligente. Una mezcla de niño huérfano de Charles Dickens con el viaje del héroe de Joseph Campbell. Aderezado con un poco del joven Sherlock Holmes de “El secreto de la pirámide”. Y todo ello rodeado de un mundo mágico muy atractivo, visual y tremendamente divertido.
Hay quien ve también influencias de Neil Gaiman o Grant Morrison. Sin duda son todas ciertas, pero el caso es que su autora J. K. Rowling consiguió la amalgama perfecta llegando a obtener una gran franquicia multimillonaria.
Rowling fue muy valiente e inteligente al hacer crecer a sus personajes. En cada uno de sus libros, los niños van pasando de curso y les acompañamos en su viaje a la adolescencia y finalmente a la madurez, coincidiendo con el enfrentamiento final con Lord Voldemort.
Logró que toda una generación de niños y adolescentes le acompañaran en ese viaje literario y cinematográfico. Gran e innovadora jugada también la de Warner poder repetir ese viaje en las películas viendo crecer a todo el reparto original.
El planteamiento de ese viaje supuso que tuviera una conclusión definitiva con la última entrega. Se cerraban todas las tramas y la historia quedaba completamente terminada. Aunque, por supuesto, aún quedaba todo ese rico mundo para ser explorado. Era seguro que lo harían ante las ganancias generadas. Pero, ¿cómo abordarlo?
Esa inevitable exploración llegó de manos de su misma creadora en 2016 con “Animales fantasticos y dónde encontrarlos”. Rowling directamente escribió el guión de una precuela, o secuela que transcurría anteriormente, en la que se contaba cómo se escribía uno de los libros de texto que vimos usar a los jóvenes alumnos de Howgarts.
Para ello seguiríamos las andanzas de su autor, Newt Scamander, explorando ese mundo mágico en pos de una nueva misión con pequeñas conexiones con la historia original. Entre otras cosas, se nos prometía que saldríamos de Inglaterra para visitar Estados Unidos de América y ver cómo se desarrollaba allí la comunidad mágica.
Pues lo que parecía una apuesta al caballo ganador ha ido desinflándose entrega tras entrega. Hasta la última, la que menos dinero ha recaudado de toda la franquicia, provocando el rechazo de los críticos y el desinterés de la audiencia hasta quedar en el aire la posible continuación.
La nueva trilogía se ha visto acompañada de polémicas en paralelo: ciertos comentarios de Rowling en Twitter que han sido calificados de tránsfobos; la salida del armario de Dumbledore que no ha gustado a todas las audiencias; las continuas detenciones del actor Ezra Miller…
Pero estoy convencido de que si las películas hubieran gustado nada de esto hubiera importado y no se habría vista afectada su taquilla.
Estas películas han provocado desinterés y apatía. ¿Qué ha fallado entonces? Había dinero, recursos, la creatividad de la autora original, la fortaleza de un grupo como Warner detrás, magníficos actores ingleses… ¿Qué faltaba en ese cocktail?
Pues habrá mil teorías y explicaciones. Y todas tendrán su parte de razón, pero en mi opinión lo que fallaba en esta continuación era que no existía la referencia dickensiana. Ya no estaba Charles Dickens, y sin su presencia, faltaba el alma de la historia.
¿Quién puede resistirse a una historia de un pobre niño huérfano maltratado por sus intransigentes y malvados tíos que le hacen vivir en un cuarto bajo la escalera? Ya podían tratarse los libros de magia, ciencia o cocina. Todos nos identificábamos con Harry en ese momento, la empatía era absoluta. Y sin olvidar que, además, Harry sería un elegido…
Por el contrario, en la continuación tenemos como protagonista a un extraño personaje, Newt Scamander, quizás autista o reprimido patológico, no queda muy clara la cosa, que inicia una torpe relación amorosa con una agente americana del Ministerio de Magia, trama que queda relegada del todo en las secuelas. Y ya está.
Rowling introduce enrevesadas tramas familiares, sobre todo en la segunda parte, que busca apelar a esos dramas decimonónicos en los que uno de los intereses de la historia era tratar de poner en pie el árbol genealógico de los personajes y las relaciones entre ellos. Pero de nada sirve, el interés es mínimo o circunstancial. No permite establecer vínculos emocionales con el público.
En definitiva, lo que falta a la nueva saga es su corazón. La conexión emotiva con los personajes. Y sin ella, de nada sirve volver a visitar Howgarts, ver a Dumbledore joven o escuchar las notas del maravilloso tema que John Williams compusiera para el primer filme entre hechizos y nuevas criaturas mágicas. La emoción lo es todo y sin ella no hay magia, por mucho que veamos varitas refulgir por doquier.
La primera película contenía uno de los momentos más maravillosos, emotivos y mágicos del cine fantástico reciente. Harry contemplaba el espejo de Erised, que muestra los “más profundos y más desesperados deseos de nuestro corazón”. Ese espejo en el que el niño mago perdía horas y horas pudiendo contemplarse junto a sus fallecidos padres. Ese espejo que todos quisiéramos tener para vernos junto a aquellos que echamos en falta. Esa es la verdadera magia, la que nos hace emocionarnos y formar parte de las historias para llevarlas por siempre con nosotros. La magia que deben tener todas las historias, haya hechizos o no.
¡Hola! Estoy de acuerdo con que la saga de Harry Potter se basó en escritores como Dickens y Campbell, especialmente porque J. K. siempre fue una gran lectora y sus referentes son especialmente anglo parlantes pero no creo que eso sea lo que hizo fracasar esta franquicia. Como tu mismo comentas la trama de el niño mago iba creciendo conforme a sus lectores hasta tener una conclusión clara, eso es porque la autora tuvo tiempo para planificar los sucesos y sabía como iba a terminar sus saga.
Los que fuimos a ver la primera película de Animales Fantásticos no queríamos volver a ver la misma historia con el mismo tipo de protagonista, deseábamos lo que se nos prometió, expandir el mundo mágico. En la primer película se puede ver algo de eso pero la segunda se deja de lado todo para volver a contar la historia de una guerra mágica, esta vez mal planteada y con tantos cabos sueltos que parece que se olvidaron de grabarle el final.
No creo que haga falta sentir la misma empatía por el nuevo protagonista que sentíamos por Harry, lo que hace falta es que se nos cuente una historia coherente, que se note que la autora sabe que quiere hacer con ella pero en el caso de esta franquicia es obvio que la autora improvisa constantemente. No hay planificación ni deseos de concluir una historia, solo ganas de hacer dinero fácil.
Quería dejar mi opinión pero eso no quiere decir que no me guste tu post, hay muchos que no entienden porque Harry Potter fue tan popular en su momento y me alegra cuando las personas notan el cuidado que puso la autora en sus libros :) ¡Saludos!
¡Hola! Estoy de acuerdo tanto contigo, Pedro Pablo, como con Noctua Nival. La clave de otra guerra mágica que parece un calco de la ya conocida contra Voldemort no puede enganchar igual porque no es novedosa, y aun con todo montan una película entera para contarla, adornándola con otra que la completa por si fuera poco.
Sin embargo, no sé si veo claramente este fallo como culpa de Rowling. Yo veo a Rowling en el claro amor que transmite por Newt, que hace que nos parezca adorable cuando es cierto que en la vida real te pondría de los nervios. Veo a Rowling en su irresistible impulso de potenciar los detalles en esos animales que, de tan fantásticos, son inolvidables; en su iconografía, en el color del amor y del odio, una cierta melancolía fruto de la actitud que opina que cualquier tiempo pasado fue mejor y sí… probablemente en ciertas obligaciones contractuales, qué duda cabe, que además de ser tal vez tránsfoba dicen que le gusta más una libra que a un tonto un lápiz. Creo que hay muchas cosas que nos hablan de la misma Rowling que nos fascinó con Harry y su mundo y que son fáciles de ver.
Pero sobre todo veo a Warner rivalizando innecesariamente con Marvel y sintiéndose obligados a la acción, a la acción, a la acción. Veo un lenguaje común en los tres/cuatro últimos años del cine que necesita diferenciarse de las plataformas aunque sus películas casi se estrenen simultáneamente en las mismas porque, cuanto más grandilocuentes, mayores posibilidades tienen de recaudar fortunas, aunque eso signifique traicionar el tono de una historia. A mi parecer, esta precuela no engancha porque nos han querido vender un cucurucho enorme de palomitas que está compuesto de cartón en su mitad inferior, mientras que la saga de Harry Potter eran palomitas y más palomitas, dulces, saladas, de colores y de formas divertidas. Y la reflexión que dejo aquí es que, si vas a hacer una precuela, spin-off, secuela o cualquier otra cosa que orbite un éxito inicial, acuérdate de que padres e hijos tienen los mismos genes aunque luego aprendan, crezcan y se comporten de manera diferente. Cualquier otra aproximación decepcionará a los fans en su fuero interno, porque todos queremos más de lo que más nos gusta y si no nos dan lo mismo, nos lo podemos comer pero no nos hará ilusión. Ahí está la emoción perdida.
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