Impartía el único taller práctico de guión de largometraje que podías encontrar en Madrid. Al menos el único con un profesional de verdad al frente. Hablamos de 1994. No existía la ECAM. Todo esto era campo.
Entró en la clase fumando.
PORTO: ¿Alguien tiene algún problema con que fume? O dicho de otro modo, ¿alguien quiere suspender el primer día?
Era una clase semanal, por la tarde. En los bajos de Facultad de Ciencias de la Información. En esos pasillos en los que se rodó Tesis. Sólo para alumnos de 4º y 5º de Ciencias de la Imagen (lo que hoy es Comunicación Audiovisual). Tres horas, creo. No recuerdo con seguridad. Sé que se pasaban volando. Porto fumaba, maldecía, improvisaba, lo trufaba todo de anécdotas personales…
Si fuera hoy en día, lo habrían denunciado a los diez minutos de clase. Por aquel entonces lo adorábamos.
No voy a decir que todo lo que sé de guión lo aprendí en sus clases. La práctica también enseña mucho. Pero fue mi primer profesor, y la primera persona que me obligó a escribir un guión.
Porque su taller se extendía a lo largo de dos cursos. Y para acceder al segundo curso, era obligatorio presentar un guión de largometraje completo. No había condicionantes. Pero tampoco había excusas.
Si soy guionista, fue gracias a esa exigencia. Había que estar loco para perderse ese segundo curso. Y el precio era sólo pasarse el verano escribiendo un largometraje. Win/win.
Al final de la clase, a los que recogíamos las cosas más lentos (con la esperanza de pegar la hebra con un señor tan interesante) nos decía voy al centro, ¿llevo a alguien?
En el parking de la Facultad tenía su Mercedes 300. Guardaba la estrellita en el bolsillo de la chaqueta, para que no se la robasen. Recuerdo cómo la colocaba en el frente del coche antes de subirse y poner la sempiterna Radio 2, ahora Radio Clásica.
Hay Radio Nacional de España 1, 3, 4 y 5. ¿Dónde coño está la 2? Nos quitaron el 2 igual que nos quitaron la tilde de guión.
En el trayecto al centro (yo encierro en Callao, nos decía) conversábamos de cine, de teatro, de política (los comunistas también podemos tener un Mercedes) y de música clásica.
Cuando, entre pieza y pieza, el locutor hablaba de más, Porto apagaba la radio con un gesto brusco (¡no pontifiquéis, coño!).
Nos contaba anécdotas sobre los directores con los que había trabajado. Pilar Miró no sabía lo que quería. Sí tenía claro lo que no quería: no quería lo que le escribían sus guionistas.
Había quien consideraba que sus clases deberían ser más técnicas y menos anecdóticas. Yo las disfrutaba mucho. Y hoy sé que todas esas anécdotas no eran una forma de rellenar clases poco preparadas. Eran una forma de prepararnos para la realidad del oficio.
Un día interrumpió nuestra clase con muy malos modos otro profesor. Pretendía que desalojásemos el aula para dar él una clase. Había habido no sé qué malentendido y le habían asignado ese aula a esa misma hora.
Porto le dijo que no pensaba dejar una clase a medias y le invitó a salir y buscarse otro aula. El tipo aseguró que había reservado el aula por escrito, preveyendo que Porto reaccionaría así. Porto se levantó y se giró hacia nosotros.
PORTO: Salgo un momento afuera a explicarle a este señor que es de muy mala educación interrumpir una clase. Vosotros mientras tanto podéis proceder a descojonaros de ese gerundio del verbo preveyer.
La última vez que lo vi fue en un pase de Beltenebros en la Academia de Cine. Estuvo lúcido, divertido y maravillosamente faltón. Me acerqué para presentarme y agradecerle todas sus enseñanzas. Fue muy amable. Le hizo ilusión saber que un alumno suyo se ganaba la vida con el guión.
Era contradictorio, incorrecto, blasfemo, taxativo y arbitrario. Era un gran profesor. Y un gran guionista.
Coño.
Sergio Barrejón.
En una semana de huelga en la FCCI, Porto nos propuso hacer una huelga a la japonesa. Nos dijo: avisen a sus familiares, traigan algo de comida, y nos encerramos aquí. Aprenderán ustedes más guión que en toda su puta vida. ¡Coño!
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