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ANTES Y DESPUÉS DE UN MÁSTER DE GUIÓN: LA VIDA DE UNA GUIONISTA LLORICA

Hace un año y un par de meses terminaba el Máster en Guión de Ficción para Cine y TV en Salamanca. Sin lugar a dudas, ese año había sido el mejor de mi vida: había conocido a amigos maravillosos, vivido una vida de universitaria cliché en una ciudad lejos de mis padres, pero, sobre todo me había reafirmado en mi sueño de escribir.

Escribir siempre había sido “mi cosa”. Desde que tengo uso de razón siempre he querido escribir. Antes incluso de saber que la profesión de guionista existía una Paula de tres años gritaba que “quería ser cuentacuentos” a su madre. Cuando, en 2018 se presentó la posibilidad de hacer un máster especializado en guión, no lo dudé.

Pablo Remón
Primera clase de Pablo Remón en el Máster de Guión

La primera cosa que me abofeteó en la cara es que yo no tenía tanto talento como creía. Haber leído un par de manuales y haber ganado los concursos de relatos de mi ciudad no me convertían en una buena autora. Y eso era algo que me enseñó el máster: que tenía mucho camino por recorrer. Ahora era un pez endeble en un mar lleno de personas talentosas, y eso asusta mucho porque siempre es más cómodo parecer un pez gigante en una pecera diminuta.

Cuando mi ego se rebajó a donde debía haber estado siempre, llegó el segundo descubrimiento: colaborar es el proceso más hermoso. Mientras que algún compañero de guión se mostraba receloso de compartir sus guiones o pasar convocatorias yo descubrí que cuanto más compartía y más escuchaba mejor profesional me sentía, y también, mejor persona.

La frasecilla darwiniana que le viene muy bien al capitalismo de “la supervivencia del más fuerte” es estúpida cuando hablamos de guión. El guión, aunque lo escribas solo, siempre es un deporte de equipo. Necesitamos a otros profesionales para que rueden lo que escribimos, necesitamos a compañeros para que nos ayuden a mejorar y necesitamos a un público que quiera escuchar lo que contamos.

Y, además de esto, disfruté genuinamente con las otras historias que los otros alumnos contaban porque la forma de ver el mundo y de narrar eran particulares en cada uno de ellos. No se trata de pensar que solo hay “un hueco en la industria” y competir con el resto para que no te lo quiten, sino de practicar el apoyo mutuo y animarnos entre todos.

Pablo Remón
Primera clase de Pablo Remón en el Máster de Guión

El curso pasó y me llevé muchas más lecciones (vitales y académicas), pero lo más duro llegó después. El síndrome post-máster. Mientras unos decidían volver a sus ciudades yo decidí irme a vivir a Madrid, porque ahí es donde nos dicen siempre que está todo, ¿no?

Me deshice de mi amado pelo azul (había que parecer decente) y empecé a echar currículums en todas partes. Una parte de mí sintió que se merecía encontrar trabajo de guionista. Mi ilusa cabecita esperaba tener suerte a la primera porque creía que con esforzarme y desearlo era suficiente, pero no fue así. La realidad es que el año pasado estuve trabajando de camarera, con una depresión de caballo y llorando frente a mi Netflix preguntándome que si no era guionista, quién coño era en la vida.

Os pongo en antecedentes: no es que siempre me gustase escribir, sino que siempre he sido la que escribe. Creía que escribir era también mi personalidad. Siempre había antepuesto seguir mi sueño de escribir a todo (relaciones de pareja, familia, ciudad natal…). Y ahora sentía que eso no había servido.

Estaba hundida, me veía sin valor y como una fracasada total. Mientras otros compañeros tenían más suerte (suerte conquistada con esfuerzo, ojo) yo no tenía ni una prueba de guión que hacer, solo decenas de correos enviados a puerta fría de los que casi nunca recibía respuesta. Y me gustaría haber sabido que mi situación era la normal al salir del máster.

Con el sentimiento de fracaso vinieron las ganas de dejar de escribir. Eso, y que la jornada partida en el restaurante me dejaba agotada y sin ganas de hacer nada que no fuera beberme tres cervezas al llegar a casa y tirarme a dormir. Las entradas que podía publicar aquí en Bloguionistas eran un poco de aire fresco que me ayudaban a fantasear que no estaba del todo desconectada del universo del guión.

Un día Sergio Barrejón me avisó que había quedado libre una plaza en el curso Las Tres Disciplinas, que exploraba el mundo del guión, la dirección y la actuación, y me apunté enseguida. Ahí, además de recuperar la vida social y poder comenzar a hacer amigos casi cuatro meses más tarde de mis primeros pasos en la capital, aprendí muchas cosas. La más importante de todas ellas fue una frase que me dijo un compañero, tras desmoronarme y lloriquear por mis expectativas incumplidas: “No vales lo que vale tu trabajo”. Y es, hasta la fecha, la mejor frase que me han dicho nunca.

Tendemos a pensar que nuestro valor está en las cosas que producimos: cuando dinero hacemos, cuánta admiración recibimos, cuantos halagos o cuánto talento tenemos. Pero la realidad es que existimos fuera de nuestra cara profesional. En ese momento me di cuenta de que yo era también una buena hija, una buena hermana y una buena amiga. Y nunca había pensado que eso tuviera valor. Que fuese importante despertar afecto en mi círculo o querer cuidar de ellos.

La “suerte” me llegó cuando una vez, analizando un largometraje a un amigo y ayudándole a sacar lo mejor del proyecto me dijo que me quería contratar de forma remunerada para otro proyecto. De este proyecto salió otro y luego otro. Tuve la suerte de ser seleccionada en DAMA y fui recuperando mi pasión por escribir. Hice una publi, un proyecto de serie y un programa. Y después la pandemia mundial cortó mi “hilo” del mundo guionístico.

Ahora, de vuelta en casa de mis padres tras vivir independiente tres años, me asaltaron de nuevo los demonios y esas voces que me decían que si no era guionista remunerada yo no era nadie y que había fracasado. Volví a perder la fuerza, a sentir que lo que había conseguido había sido sólo suerte tonta y que nunca más se repetiría. La segunda parte de mi largometraje de DAMA se vió resentido. Todo lo que escribía me parecía malo y hasta mis trucos de concentración dejaban de funcionarme a veces. Leía experiencias de guionistas jóvenes y enérgicos a los que su esfuerzo les había llevado a un sueldo fijo en una gran productora.

Pero mi esfuerzo me había llevado de vuelta a casa de mis padres y era difícil levantarme no sintiendo que estar así era mi culpa. Pero lo de que este mundillo funciona por meritocracia no es del todo cierto. Tenemos muy poco control sobre lo que nos pasa. Y eso asusta.

No sé cuántas veces me tocará volver a empezar. No sé cuántos contratos de camarera o de dependienta me va a tocar volver a firmar. Pero no quiero dejar que eso me vuelva a hacer creer que no soy guionista. Nuestra esencia no es el dinero ni los contratos (aunque quién los pillara, maldita sea), es que queremos contar cosas. Incluido tú, que estás leyendo esto; tú eres también guionista. Aunque hoy cueste levantarse de la cama.

No vales lo que vale tu trabajo… Pero hazlo lo mejor que puedas.

Por Paula Sánchez Álvarez

Fotografías de Juan Medina

2 comentarios en «ANTES Y DESPUÉS DE UN MÁSTER DE GUIÓN: LA VIDA DE UNA GUIONISTA LLORICA»

  1. Muy interesante entrada. Lo que cuemtas se aplica a todas las vocaciones, no solo a la de guionista. Hay que persistir…y tener suerte, es la realidad. El talento o el esfuerzo solos, no bastan, mamentablemente. Mucho animo y suerte!!
    P.D.: El pelo azul te quedaba muy bien.

  2. ¡Felicidades por el artículo! Aquí un ex-alumno del Máster de Salamanca (hornada 2008-2009).

    Estaría interesante saber la historia de todos los alumnos que pasaron por el Máster y ver qué ha pasado en esa batalla entre la vida y la ilusión de ser guionista.

Los comentarios están cerrados.

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