por Mireia Llinàs.
Ya sabemos que, cuando hablamos de guiones, no hay verdades inequívocas. O parafraseando la manida frase que sirvió de título para una canción de Jarabe de palo, todo “depende”. Es evidente que ni todas las escenas largas son buenas ni todas las cortas son malas y que necesitas encontrar un equilibrio. Ya sabemos que hay escenas cortas memorables, en las que basta con la mirada entre dos personajes para que te embargue una gran emoción o esa única frase perfecta para la ocasión, donde añadir más diálogo sería un error.
Pero en general, sobre todo en televisión, hay un cierto reparo con las escenas largas. Cuantas veces nos han dicho “máximo tres páginas” “intenta no hacer más de tres réplicas por diálogo”. Si bien entiendo que quizás son normas que se les marca a los principiantes porque tienen tendencia a no concretar o a no saber renunciar, la verdad es que las escenas largas pueden contener tal tensión, tales giros, tal emoción, que se hacen cortas y que si las recortaras probablemente no serían creíbles, no harías entrar al espectador en la historia, no entenderían al personaje o simplemente perderían toda la gracia y perderías una oportunidad para forjar una serie mejor.
Sí, estoy hablando de esa asociación absurda entre ritmo y duración: si en los planos hay movimiento interno, los personajes hablan de prisa y el montaje es picado, la peli o serie tiene mucho ritmo. Y parece que algunos no saben que si la serie es mala, será un tostón por muy deprisa que vaya.
Por lo tanto creo que un elemento que hace que una serie sea buena, entre muchísimos otros, es el “tempo”, (así dicho en italiano suena más culto, ¿no?). Tomarse su tiempo es importante, tanto a nivel de guión como dirección e interpretación.
Cuando en la primera temporada de Breaking Bad, Walter White decide no someterse a un tratamiento para el cáncer, dedican una escena de más de diez minutos para entender como se siente cada uno de los personajes delante de ese hecho: Están todos sentados en el sofá y abre la escena Skyler, que quiere convencerle para que haga el tratamiento; Hank, a su manera tosca y con metáforas de juego y deporte, también quiere conseguir que no se rinda; su hijo de quince años Junior, con parálisis cerebral, le da una lección a White; eres un cobarde, le espeta enseñándole su muleta, lo que provoca las lágrimas de Walter.
Su cuñada Marie, en cambio, tiene una salida inesperada; es tu decisión, sentencia; es enfermera y cada día ve gente en el hospital con una vida miserable, entiende que no quiera que sus últimos meses sean así. Esas palabras ponen furiosa a Skyler que ha reunido a la familia para convencer a Walt. Hank de repente está de acuerdo con Marie y empiezan todos a discutir. Walter pone orden, toma la palabra y hace un discurso que es un alegato a la dignidad humana. Y no, no son tres réplicas, son unas cuantas más. Todas las que sean necesarias para no solo entender al personaje, sino acercarte, aunque sea un poquito, a lo que sería pasar por eso, empatizar y reflexionar sobre la vida y la muerte.
Es una secuencia llena de emoción, de conflicto, donde ves unos personajes que intentan aceptar la muerte de un ser querido y como cada uno se enfrenta a ello. Desde luego que en un minuto, con el chip de solo “marcar” el “paso dramático” de que la familia no consigue convencer a White de que se haga el tratamiento, no sería una gran escena, que además tiene su eco durante toda la serie. Los actores, además, no tienen prisa; hablan con la cadencia que marca las emociones que están sintiendo, con las que están luchando; sus movimientos son los de un domingo por la tarde en el que nadie tiene prisa porque les afecta lo que les está pasando, el timbre de sus voces es el del que se enfrenta a una realidad dolorosa. Todo suena a verdad.
Menos larga pero aun así, bastante más de lo habitual, tenemos la escena del cumpleaños de Salvatore Conte de Gomorra: Seis minutos se emplean para explicar que Conde, un capo de la mafia, está enamorado de una mujer trans y deja entrever ese debilidad ante sus lacayos y toda la camorra. En el gran salón donde se celebra su cumpleaños están todos los que forman parte del negocio de la droga en Scampia. Se toman su tiempo para explicarnos que todos respetan a Conte o eso intentan mostrar; le hacen un regalo caro a él y a su novia ficticia que le acompaña para no levantar sospechas. Alzan sus copas y brindan a su salud.
De repente se apagan las luces y de la gran escalinata, lentamente, baja su amante trans, cantando una canción. Es evidente que es una sorpresa de la chica hacia Salvatore: la tensión es máxima, si la gente supiera que son amantes…los chicos de Conte empiezan a burlarse de ella. No una burla, ni dos… Se toman su tiempo, se recrean en ello, cuanto más mejor, más al límite pondremos al personaje de Conte y más temeremos su reacción; ¿Qué hará? ¿Está dispuesto a aceptar esas burlas hacia su amada o hará algo al respecto?
Pasan los minutos y parece que no hace nada, lo deja pasar; sabe que si reacciona se pone en una situación muy peligrosa. La chica trans, despechada, se va. La novia ficticia, que es la hermana de la chica trans, va tras ella; Esa salida inesperada provoca reacciones en todos; ¿Qué relación tiene su novia con la transexual que acaba de cantar?. Llega una tarta. Le dan un cuchillo a Conte para que la corte. Él no tiene prisa. Se levanta con parsimonia, agarra el cuchillo, lo acaricia y al cabo de unos segundos, eso sí, rápidamente para que nadie lo vea venir, se lo clava en la mano al que ha hecho más mofa de la trans. El hombre grita, todos alucinan con esa reacción de Salvatore. ¿Desde cuando un capo de la mafia defiende a una transexual? ¿Qué pasa ahí? ¿En qué le ha ofendido? Al zorro de Ciro di Marzio no se le escapa.
(Atención spoilers)
Al final, la fiesta continua pero, como veremos más adelante, ese hecho condena a Conte y pocos capítulos más tarde, es asesinado: no hay espacio para las debilidades en la camorra. Hay que tomarse su tiempo para explicarlo, hay que disfrutar con las secuencias: esa tensión, esa demostración de fuerza y de debilidad a la vez, la sutilidad en la que está contado, las miradas de los demás, la desconfianza y la duda de lo que pensarán. Si lo haces rápido, todo eso, se pierde.
(Fin spoilers)
Así podríamos poner muchos más ejemplos, en Los Soprano, en The Wire, en Juego de Tronos, en True Detective o en Mindhunter. Es verdad que no es lo mismo escribir un capítulo en dos semanas que en dos meses; rodarlo en tres días o en veintitrés. Ensayar o no ensayar. Darle mil vueltas a una escena o trama o escribir lo primero que se te ocurre por falta de tiempo.
Pero, a parte de esos hándicaps, lo que creo es que no debemos tener miedo a aburrir: aburriremos si no contamos nada interesante, en ese caso no importa lo cortas que sean las secuencias, serán igualmente aburridas. Si por lo contrario nos recreamos en algunas de ellas, juntos guión y dirección, es posible que nuestra serie brille más.
Mireia Llinàs es guionista. Escribió el largometraje Sólo Química, y ha trabajado en series como Ventdelplà o Kubala Moreno i Manchón. Publicó la novela Els Enemics Silenciosos y colabora en el blog guio.cat.
Y el caso es que en España ya se ha hecho. Hace un montón de años. Una de las mejores escenas de Juncal, de Jaime de Armiñan, no sólo dura 6 minutos, sino que además es un monólogo. ¿El secreto? Un texto excelente y Paco Rabal.
Excelente. El guionista debe saber reconocer esos momentos en los que -parafraseando a los rolling- el tiempo está de su lado. En los que no hay que correr, en los que el sistema de la escena se enriquece con cada elemento puesto en juego. Cuando eso ocurre aparecen escenas inolvidables.
Los comentarios están cerrados.