MIS MAESTROS.

Fernando Fernán-Gómez en La lengua de las mariposas

 

Juanjo Ramírez Mascaró.

Llevo mucho tiempo postponiendo este post. Quizá porque temo que me quede excesivamente ñoño.

Se nos llena la boca con eso de que la educación es importantísima, pero homenajeamos a nuestros maestros bastante menos de lo que los recordamos.

Mi intención aquí es enumerar a algunos de los profesores que más me han enseñado e influido a lo largo de estos 38 años de existencia.

Intentaré centrarme en los profes que han orientado mi vida hacia guión/narración, pero como es complicado narrar sin vivir, incluiré también a algunos que, sin impartir materias relacionadas con este blog, me han marcado la vida de una manera u otra.

Éstos son los culpables de que ahora mismo esté escribiendo estas palabras:

Don Jesús: No quiero difundir sus apellidos porque no voy a dejarle en buen lugar. Fue uno de mis profesores del colegio. Explicaba las asignaturas con mucha habilidad, me apasionaban sus clases… pero aunque yo no lo supiese de niño, era un residuo tardío de lo más chungo del franquismo. Pegaba coscorrones a los alumnos “que se portaban mal” sujetando su llavero entre nudillo y nudillo para hacer más daño, y nos usaba como cobayas en un experimento atroz: Ponía todos los pupitres del aula separados y los numeraba del primero al último. El presunto mejor estudiante se sentaba en el pupitre número 1, y el presunto peor estudiante se sentaba en el último. El resto de mesas constituían una escala de gradación que te puntuaba entre esos dos extremos. Cada día entrabas al aula con la tensión de que podías subir o bajar de puesto. Si no tenías hechos los deberes y el del pupitre de atrás sí los tenía, Don Jesús clamaba al más puro estilo de Joaquín Prats en El Precio Justo: ¡¡PONTE DELANTEEEE!! Entonces el del pupitre más aventajado recogía humillado todas sus pertenencias y retrocedía un puesto, mientras el de atrás hacía lo contrario con una sonrisa de orgullo y avaricia. Si Don Jesús formulaba una pregunta sobre el tema que se estuviese impartiendo esa semana y no sabías responderla, se la preguntaba al alumno de atrás. Si ése tampoco conocía la respuesta, se la preguntaba al de dos pupitres más atrás… y así hasta que alguien contestase adecuadamente. Cuando eso sucedía, volvía a resonar el ¡¡PONTE DELANTEEEE!!. Si tenías suerte, podías adelantar cinco o seis puestos con una sola respuesta, igual que en los concursos de la tele. Creo que el pobre hombre lo hacía para incentivarnos y convertir la enseñanza en un juego. Lo que conseguía, sin embargo, era sumirnos en un clima de estrés, de alumnos asestándose puñaladas traperas los unos a los otros. En el fondo nos estaba preparando para la puta vida el muy cabrón, pero yo a un educador no le pido que me prepare para sobrevivir en un mundo de mierda, sino para convertirme en alguien capaz de mejorarlo. En aquel particular “juego de la oca” de don Jesús los pupitres que constituían la última fila del aula recibían el nombre de “la fila de los apestados“. Yo, por facilidades innatas que me han resultado bastante inútiles en la vida real, solía estar siempre en la primera fila (y casi siempre entre los tres primeros pupitres). En el curso siguiente empecé a cansarme de ese juego… empecé a dejar de hacer los deberes… y tuve una vida bastante cómoda sentándome en la segunda fila. Me enorgullece el hecho de que uno de mis mejores amigos (y el más antiguo que conservo) estaba siempre en “la fila de los apestados“.

Don Cecilio:  Tranquilos. Lo de llamarles a todos con “don” no va a ser la norma, pero cuando vas al cole en los años 80, los profesores se llaman “don Algo”. He de reconocer que don Cecilio empezó siendo una pesadilla. Carácter áspero, aires de macho alfa autoritario, designado para impartir una asignatura que considerábamos INÚTIL: Era nuestro profesor de PRETECNOLOGÍA. Yo en ese entonces tenía clarísimo que me iba a dedicar a las ciencias puras y no entendía por qué se suponía que tenía que aprender a usar una pistola de silicona, clavar clavos, construir un molino de juguete, un circuito de bombillas que se encienden o un puente fabricado con papeles enrollados (ODIÉ ESE PUTO PUENTE) Años más tarte, cuando Alby Ojeda y yo decidimos hacer un largometraje de marionetas que nos obligó a desempeñar un sinfín de trabajos manuales para elaborar atrezzos y escenarios, nos acordamos MUCHO de ese profe. Pensábamos: “Ojalá nos encontrásemos de nuevo con Don Cecilio para poder decirle lo mucho que nos ha ayudado toda aquella mierda que nos enseñaba y que siempre creímos que nos iba a resultar inútil.” Lo gracioso del tema es que cierto día, mientras confeccionábamos decorados para la peli en un Centro Artístico en el que nos prestaban una sala para ello, verbalizamos ese “Ojalá” en voz alta… y ese mismo día ¡os lo juro! al salir de allí, nos encontramos a Don Cecilio en la puerta: Había venido con un grupo de alumnos para enseñarles una exposición… y no tuvimos cojones de decirle NADA.

Imelda: Era mi profesora de inglés del instituto. Cuando impartía su asignatura, ni ella ni yo imaginábamos que sus clases iban a condicionar mi futuro, pero hizo algo que lo cambió todo: Nos pidió que el trabajo de fin de curso no se entregase en papel, sino en vídeo: Un vídeo de los alumnos hablando en inglés. Por culpa de ello, Alby (one more time), otros dos compañeros y yo decidimos hacer una parodia de Expediente X en la que dimos el todo por el todo. Cuando tienes 16 años, dar “el todo por el todo” significa que remueves cielo y tierra para conseguir una gabardina para el prota y una pistola de juguete que parezca real a cincuenta metros de distancia. Significa que crees estar inventando el lenguaje cinematográfico porque decides rodar una autopsia desde el punto de vista del cadáver. TOTAL, QUE… Hicimos esa especie de “proto-corto”, nos sentimos demasiado orgullosos de nosotros mismos y, nada más terminar el rodaje, nos fuimos a ver “12 Monos” de Terry Gilliam, que acababa de estrenarse en nuestra isla. Saber lo que nos había costado a nosotros conseguir una simple gabardina hizo que entrásemos en shock al comprobar que en cada plano de la peli de Gilliam había una jirafa suelta, o un túnel de plástico, o un Bruce Willis… También nos trastocó darnos cuenta de que en la peli de Terry los personajes tenían problemas de verdad: Lloraban, reían… (a veces las dos cosas a la vez)… y te los creías. Imelda no era consciente de que nos había empujado hacia la humillación. “Somos unos mierdas. Tenemos que aprender a hacer esto mejor.”

Aurelio del Portillo: Ahora entramos en la Universidad. Por eso los profesores empiezan a tener apellidos. En el instituto nadie te decía los apellidos de tus profes. Aurelio fue un punto de inflexión para mí, y me atrevería a decir que lo fue también para varias promociones de la universidad en la que me dieron ese título que ni he enmarcado, ni me han pedido nunca. Aurelio, además de enseñarnos los rudimentos de lo que significaba contar historias con imágenes (tipos de plano, importancia del ritmo, valor del silencio) regalaba perlas de ésas que se te incrustan en lo más hondo y que te siguen influenciando décadas después (ya van dos décadas). Creo que la frase de Aurelio que más me ha marcado podría resumirse así: “Muchos os dirán que es difícil dedicarse a esto porque para ello hay que tener enchufe. No es verdad. La mayoría de la gente que no llega, es porque se rinde antes de tiempo. El cine es más duro y más sufrido de lo que parece desde fuera.” También se me grabó a fuego algo que dijo en nuestro primer año de carrera. De nuevo intento reproducirlo con mis propias palabras: “Te pueden contar mil veces por qué es incorrecto un salto de eje, pero hasta que no lo cometas tú mismo, no entenderás de verdad por qué resulta tan horrible.” Eso se puede aplicar a casi cualquier cosa que intenten enseñarte. Por último, una sentencia de segundo año de carrera que me impactó muchísimo, sobre la importancia de ser honestos con nosotros mismos. La vida es caprichosa, y la sociedad lo es aún más. Siempre habrá quienes nos lapiden injustamente y quienes nos ensalcen, y muchas veces ambos bandos con la misma falta de criterio. Recuerdo una charla de Aurelio sobre el tema. Nos puso un corto que él consideraba nefasto pero que había sido un éxito. Tras el visionado nos dijo algo similar a esto: “Si hacéis algo como lo que acabáis de ver, y os llueven premios, y os lo aplauden en un auditorio de 300 personas, y preferís creeros ese falso éxito… allá vosotros. Pero a lo mejor os estáis defraudando y estafando a vosotros mismos.” Me gustaría poder ver ahora de nuevo aquel corto para juzgarlo con mis criterios actuales. Mis gustos no siempre coinciden con los de Aurelio. Recuerdo que él amaba cosas que a mí me aburrían y que yo adoraba cosas que él repudiaba. Pero eso confiere aún más fuerza a ese argumento suyo: Sé honesto contigo mismo. No pienses en lo que premien o castiguen los demás. ¿Tú crees haber hecho un buen trabajo o uno malo?

Pablo López Raso: Era nuestro profesor de Fotografía en la universidad, pero las clases suyas que más me influyeron tuvieron que ver con otra asignatura muy relacionada de manera indirecta con su profesión de fotógrafo y que (gracias a Dios) le dejaban impartir: Historia del Arte. Yo hice un bachillerato de ciencias puras y eso, al menos en mi época, implicaba que nadie te enseñaba nada sobre Historia del Arte en el instituto. Llegué a la facultad con nociones muy raquíticas (y muy autodidactas) sobre esos temas. Las clases de Pablo sobre Géricault, Delacroix, Cézanne, Monet, Van Gogh… eran ORO para mí. Creo que me entendía muy bien con Pablo. Cierto día me dijo que, debido a mi forma de ser, había tres ciudades de Europa que debía visitar: Venecia, Praga y París. A día de hoy, la única que conozco de las tres es Venecia.

Nereida López Vidales: Vasca de pura cepa, con carácter y corazón a juego con su gentilicio. Llegó al aula el primer día de clase y nos pidió algo que nadie nos había solicitado hasta entonces: Escribir una redacción sobre por qué estábamos en esa carrera y qué esperábamos de ella. En ese entonces estudiábamos el tercer curso. Cuando te metes en una carrera de cinco años, el tercero es el más desolador: Un ecuador al que llegas demasiado cansado por las millas navegadas y muy abrumado por las millas que aún te quedan por navegar. Ya empiezas a tener amigos que, con tu misma edad, están teniendo sus primeros trabajos y sus primeras vidas. Por si fuera poco, los dos primeros años de mi carrera (Comunicación Audiovisual) eran casi calcados a los de Periodismo. PERO NOSOTROS ODIÁBAMOS QUE NOS COMPARASEN CON ELLOS. Había cierta rivalidad entre periodistas y comunicadores. Ellos, de forma despectiva, nos llamaban “pegaplanos”. Nosotros les bautizábamos “plumillas”. Cuando Nereida nos hizo escribir aquella redacción, yo me desgañité explicando por qué yo estaba allí para convertirme en lo más lejano posible a un “plumilla” y por qué despreciaba el periodismo y todo lo que representaba. A la salida de aquella clase, Nereida había leído mi redacción. Se me acercó y me dijo con su marcado acento vasco: “Chiquitxu, tú dirás lo que quieras, pero tú no escribes como un comunicador. Escribes como un periodista.” Ella no sabía que me estaba descolocando las entrañas, pero aquello – de alguna manera – me hizo replantearme mi centro de gravedad. A partir de ese día empecé a despreciar a los periodistas un poquito menos y luché en vano por conocerme a mí mismo un poquito más.

Javier Tresguerres: Profesor de realización. Cuarto de carrera. Si otros profes (algunos de ellos citados más arriba) nos enseñaron cómo se movían las fichas de ajedrez sobre el tablero, Tresguerres nos enseñó la belleza de jugar como Kasparov (y a asumir que probablemente jamás llegaríamos a ser el puto Kasparov) A esas alturas todos nos habíamos hartado de hacer travelings, contrapicados, panorámicas… pero creo que nadie nos había animado a apreciar los matices que convierten esos recursos en auténtica elegancia. Si escribes para el audiovisual te conviene saber qué emociones, que ritmos o qué ambientes genera cada decisión del equipo de realización o montaje. Casi nunca podrás controlar esa clase de cosas a menos que decidas revolcarte en el fango. De un modo u otro, considero a Tresguerres uno de mis profesores imprescindibles. Sus clases debían parecer demasiado densas a la mayoría. Cada vez asistían menos alumnos y en las primeras filas sólo estábamos los yonkis de estas cosas que, si habéis aguantado hasta aquí, a lo mejor a vosotros también os interesan.

Jorge Grau: Imagino que algunos le conoceréis. Es un director de culto, una figura emblemática del cine español. Y un profesor maravilloso. Entre otras cosas, porque sus clases eran impredecibles. Nunca tenías la impresión de estar asistiendo a una asignatura. Se suponía que Grau nos enseñaba sobre guión, pero en realidad nos estaba enseñando sobre nada y sobre todo en general. Lo mismo te hablaba sobre lo importante que era que el robot del Metrópolis de Lang se levantara de forma antinatural que te insistía en que, cuando Aristóteles escribía que todo lo que saliese en una trama debía tener alguna utilidad… a lo mejor podía estar refiriéndose también a ese plano general sin personajes que no aportaba información pertinente para la trama pero que sí aportaba… “cierto aroma“. Nos regaló en otra de sus clases una sentencia que se me quedó tatuada en la memoria: “Cualquiera puede escribir una buena primera película, porque todos tenemos una historia que contar. Pero muy pocos pueden escribir una buena segunda película, porque para la segunda, también hace falta oficio.” Parafraseo sus palabras de memoria, aun a sabiendas de que no lo podré contar mejor que él.

Juana Macías: A muchos os sonará porque ha estado nominada a varios goyas (e incluso creo que ha ganado algunos de ellos) Yo la recuerdo como una profesora magnífica. Nos enseñó a analizar mil y una secuencias de cine exprimiéndoles todo el significado, pero me quedo, sobre todo, con algo que nos dijo en una de sus ponencias: “Imagínate que cada minuto de lo que grabas con tu cámara te costase 30 euros. ¿Grabarías algo que no tuviese importancia?” Una vez más lo he redactado con mis propias palabras, e intentando hacer una traslación de las pesetas de entonces a los euros de ahora, pero hay una gran verdad en ello: EN CINE, EL TIEMPO ES DINERO. Antes lo era aún más, porque el negativo era carísimo, y revelarlo y positivarlo también. Ahora es todo mucho más “democrático”, pero el tiempo sigue siendo pasta. Los minutos de metraje se traducen en más días de alquiler, en más días de sueldos, en más catering… Por eso en la narrativa audivisual, si se hace con dos dedos de frente, rara vez se toma una decisión que no signifique algo poderoso para la historia.

Carlos López: Cuando uno sale del circuito estudiantil empieza a darse cuenta de que en realidad todas las personas que se cruza en su camino son maestros potenciales. Tus jefes, tus compañeros de trabajo, tus cómplices, la cajera del supermercado… Con la actitud adecuada, cualquier ente con el que interacciones podrá enseñarte algo. Al margen de esa concepción en la que todos podemos ser alumnos/maestros de todos, creo que Carlos es la última persona con la que tuve una dinámica de maestro-discípulo (me tutorizó hace algunos años en DAMA AYUDA), y lo maravilloso del asunto es que te guía casi sin parecer que lo hace, sin imponerte nada. Decía un proverbio taoísta: “El buen maestro no enseña: Actúa. Y el alumno, si es bueno, aprende.” Carlos enseña actuando, siendo él. A pesar de la gran cantidad de buenas ideas que te sugiere para mejorar tu historia, lo que más acaba enriqueciéndote es eso: Que siempre es él, y ser él es ser sabio sin esforzarse, y sin creérselo.

Yeyo González Ladrón de Guevara: Ya lo he contado otras veces en otros sitios. Yeyo era mi profesor de radio en primero de carrera. Le recuerdo dos consejos de valor incalculable. Uno de ellos: Cuando hables en radio, créate un oyente imaginario. Alguien que te guste, alguien a quien quieras. Hablarás con más sentimiento si piensas en esa persona, en lugar de pensar “en toda la audiencia en general”. A día de hoy, cuando escribo, intento imagnarme a mi lector ideal concreto. El segundo consejo: “Esta carrera se aprueba con la gorra. No perdáis el tiempo estudiándoos todo. Descubrid qué es lo que de verdad os gusta, y centraros en eso a muerte. Practicad eso como si quisiéseis ser los mejores en ello.” Yo en ese entonces empezaba a darme cuenta de que lo que realmente me gustaba era escribir. Yeyo nos pedía escribir relatos para dramatizaciones radiofónicas. Cuando le presenté el primero de ellos (lo recuerdo como un engendro “Allan Poe wanna be” que daba vergüenza ajena) él no se creía que lo hubiese escrito yo. Me costó entender que esa suspicacia era un halago. Consideraba el material demasiado bueno (no lo era) para un alumno de primero de carrera. El caso es que me animó a seguir apostando fuerte por la escritura. Y me ocurrió con él como con Don Cecilio (véase el principio de este post). Cierto día, cuando trabajaba en Vaya Semanita, me acordé de cómo me había ayudado este hombre, y deseé tener la oportunidad de poder decírselo en persona. Y os juro que al día siguiente… cuando salía de currar en ETB… me encontré a Yeyo en la puerta. ¡El Universo me había escuchado! Y yo… no tuve cojones para acercarme e interrumpir la conversación que estaba teniendo con otra persona. No tuve cojones de decirle todo lo que os estoy diciendo ahora. Lo que sí hice ese mismo día (como escritor cobarde que soy) fue contar todo esto que os acabo de confesar en este post (que, lógicamente, también mencionaba a – ver más arriba – don Cecilio). Sucedió que años más tarde Yeyo leyó el post de marras y se puso en contacto conmigo, agradeciéndome las palabras… y sucedió que (otro puñado de años más tarde) Yeyo me escribió para invitarme a comer. Nos tomamos una fabada riquísima y hablamos de todo un poco. Quedamos en repetir el encuentro más temprano que tarde… pero pasaron un par de meses y una enfermedad terrible se llevó a Yeyo a la tumba. Me quedé jodidísimo y me sentí muy imbécil.

Cecilia Mascaró: No puedo hablar de maestros y pasar por alto que mi madre es profesora de Física y Química. Y no una profesora cualquiera. Muchos individuos me paran por la calle para decirme cómo las enseñanzas de mi madre les han cambiado la vida. Yo tenía la suerte de disponer de ella en casa como profesora particular de lujo, y eso no sólo me servía para sacar mejores notas en el instituto. También me ayudaba a entender ciertas cosas que a priori nadie consideraría indispensables para dedicarse al guión, pero que pueden marcar la diferencia porque definen tu manera de interpretar el mundo: Reflexiones sobre cuál es la naturaleza de la Realidad, sobre cómo funciona el pensamiento científico, sobre qué cosas podemos afirmar que conocemos y cuáles nos fascina reconocer que aún ignoramos. Lecciones sobre cómo la Ciencia no puede aspirar a alcanzar la Verdad, pero puede ir fabricando modelos que nos ayuden a explicar y aprovechar ciertos aspectos de la misma (lo cuál, en cierto modo, se parece mucho a organizar el caos para contar historias).

 

P.S 1: Probablemente se me hayan quedado muchos en el tintero, y os animo a que habléis de los vuestros en los comentarios.

P.S 2: La imagen de La Lengua de las Mariposas que encabeza el texto me recuerda que leí el relato en el que se basa gracias a otra gran profesora: Mercedes de Miguel.

1 comentario en «MIS MAESTROS.»

  1. Es curioso, yo también tuve una especie de Don Jesús que nos hacía exactamente lo mismo con la filas, algo que me parecía pueril, por mucho que me quisieran preparar para la puta vida, pero los tuve mucho peores en el colegio de curas, por eso no se me ocurre nadie al pudiera llamar “maestro” con cierto cariño, me he pasado toda la vida buscando, más que a Fernán Gómez en “La lengua de las mariposas”, a un profesor Keating que me subiera a una mesa a recitar a Whitman, pero nada… En el colegio de curas solo quería huir de allá (si bien casi todo lo que he escrito o grabado viene inspirado por esa época, algo es algo), en la universidad estudié algo muy serio y aburrido, donde poca inspiración encontré, o puede que sí, maduré y descubrí un mundo nuevo en cuanto al tipo de gente que eran mis compañeros, quizás porque estudiaba de tarde-noche, incluso me han tutorizado un proyecto (no en DAMA, pero en Ibermedia), pero, aunque aprendí cosas, tampoco sentí que me inspirasen en nada, es más, me ratifiqué en que cuestiones técnicas y narrativas aparte, todo es subjetivo en esto de contar historias. Aun así, cuando la gente cuenta estas cosas, siento una cierta envidia, me siento un huérfano narrativo, aunque de alguna forma todas esas situaciones, por negativas que me parezcan, me empujaban desde niño a contar historias…
    Por lo demás, a veces no queda más remedio que ser un poco autodidacta (aun con sus lagunas o lagos profundos), a base de ver, leer, viajar y quizás donde inspiré del todo fue en trabajos muy coñazos donde uno debe sobrevivir y que siguen sirviendo de inspiración…
    Bonito, necesario y ñoño (¿cuál es el problema en ser ñoño a veces??… no te vamos a llamar blandengue por ello) texto, Juanjo.

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