DE PROFESIÓN: CÍNICOS.

Bill Murray

Por Juanjo Ramírez Mascaró.

Hace algún tiempo se estrenó una serie en la que había participado como guionista. Fue un desastre, pero creo que eso no sorprendió a ninguno de los que habíamos escrito en ella. Apenas me afectó que la serie no funcionase, pero sí me afectó comprobar lo poco que eso me afectaba.

Me dio cierta pena (e incluso cierto miedo) ese grado de desapego, esa facilidad para asumir que nuestro trabajo desemboque en el contenedor de la basura, como si eso fuese algo lógico, natural, aceptado de antemano como parte indisociable del proceso. Pienso en el Juanjo de hace veintipico años y en su recién descubierta vocación de escritor. ¿Qué opinaría aquel chaval de esta resignación cansada que me aqueja, de esta epidemia de conformismo, de este abaratamiento de las aspiraciones? Si aquel adolescente ingenuo supiese dónde desemboca el camino que inició con sus primeros cortometrajes, ¿se le quitarían las ganas de recorrer dicho camino, o acaso lo galoparía a toda prisa para agarrarme del cuello y des-anestesiarme con un par de hostias bien dadas?

Eso es lo que me encuentro en más de la mitad de las series y programas de España: Guionistas anestesiados. Tecleamos y escaletamos casi por inercia, inmersos en una rutina mental de funcionario, navegando en un barco que no nos gusta hacia un destino en el que no confiamos, y es ése el caldo de cultivo ideal para una de las plagas más peligrosas del mundo del guión, y de la vida en general:

El cinismo.

Hace tiempo me atreví a definirlo de la siguiente manera:

El cinismo es el arte de arroparte con la toalla en el suelo, una vez que has decidido tirarla.

Así es al menos como yo lo percibo, desde mi posición de cínico ocasional: La actitud de aquél que ya ha dado la batalla por perdida, y en el caso de los guionistas creo que hay también un componente de “huída hacia delante”. Nos creemos mejores y más listos que la gente que nos contrata, más talentosos que los gerifaltes que nos imponen limitaciones. Demasiado buenos para desperdiciar nuestro potencial participando en el engendro mediocre que nos da de comer. Quizá por ello nos obsesionamos con demostrar a nuestros compañeros (y a nosotros mismos) que somos más brillantes de lo que nos permiten ser en el curro, y como alguien nos ha hecho creer que ser cínico es sinónimo de ser inteligente, damos rienda suelta a toda esa mezquindad proyectándola sobre el chivo expiatorio que tenemos más a mano: La propia serie (o programa) donde trabajamos.

Creo que en muchas producciones televisivas de este país, los chascarrillos de sus guionistas poniéndolas a parir son más ingeniosos y elaborados que los contenidos de esos guiones por los que les pagan. Hay más chispa en los grupos de whatsapp paralelos y en los descansos del brainstorming que en el producto final. En ese intento de demostrar que somos mejores que nuestro trabajo mercenario, hacemos bullying a nuestras propias series. Esos críticos televisivos que las despedazan el día del estreno rara vez serán tan crueles como lo fueron sus propios creadores durante la gestación. A veces nos toca trabajar en proyectos en los que NADIE confía. Uno tiene la desoladora impresión de que todos, desde el jefazo que les dio luz verde en la cadena de televisión hasta el guionista más raso, pasando por productores, directores, coordinadores… TODOS miran al proyecto de marras como miraría un abogado a un cliente sin salvación posible. Desarrollamos esos engendros dando por hecho que, como mucho, podemos evitarles la cadena perpetua bajándonos los pantalones para llegar a un trato. “Tenemos que ceder, señor Capítulo Piloto V8. Con suerte dentro de veinte años podrás salir de la cárcel por buena conducta, antes de que te pongan mirando pa la señora de Cuenca.”

Lo más triste del asunto es lo rápido que nos acostumbramos a esa mierda. Ya ni siquiera nos parece chocante que nuestro día a día consista en criar un hijo al que no amamos y en insultarle para sentirnos mejor.

No seré yo quien niegue que esa desidia, en muchas ocasiones, está justificada. Todos estamos hartos de ver equipos de guionistas muy punteros pariendo subproductos muy por debajo de sus posibilidades, y las razones por las que esos “dream teams” están condenados a firmar cosas indignas darían para otro post. Sin embargo, creo que ni siempre sucede así, ni conviene enarbolar como estandarte ese cinismo derrotista antes mencionado.

Soy de los que opinan que el cerebro, ese ordenador portátil que tenemos entre los hombros, funciona de un modo u otro según los parámetros con que lo programemos. Si introducimos en él ciertos axiomas, ciertas limitaciones, es posible que estemos capando nuestro potencial involuntariamente.

Estoy convencido de que en algunos de nuestros curros mercenarios somos incapaces de tener ideas brillantes simplemente porque nos hemos convencido a nosotros mismos de que no estamos en un sitio adecuado para ser brillantes. De pronto nuestras musas son como esas tortugas que no pueden crecer más porque están encerradas en un terrario demasiado pequeño. Ese terrario, al menos en gran parte, está en nuestra cabeza. Es un asunto de percepción mental.

¿No tenéis la impresión de que algunos actores, algunos músicos, algunos técnicos, al margen de su indiscutible valía, sólo alcanzan su máximo esplendor cuando trabajan con ciertos directores? Tengo la teoría de que los buenos directores consiguen crear un clima determinado, una burbuja dentro de la cuál a todo el mundo le nace dar lo mejor de sí mismo, o lo más auténtico, casi sin proponérselo. Quizá sea eso lo que define, por encima de muchas otras cosas, a un gran cabeza de equipo. Fabricar en las mentes de sus subordinados el terrario más amplio posible.

Esos guionistas subordinados, como contrapartida, están casi en la obligación de hacer crecer sus ambiciones como si quisiesen romper las paredes del terrario. Nuestra misión es galopar, la de nuestros jefes es tirarnos de las riendas.

Es probable que, a pesar de tus esfuerzos, la serie o programa en cuestión siga siendo una mierda, por factores ajenos a ti. Así que no des el do de pecho sólo por el bien del proyecto, hazlo también por ti mismo. Un guionista que trabaja bien en una mala serie tiene más probabilidades de que alguien se acuerde de él en el futuro para ofrecerle un puesto en una serie mejor. Un guionista que no se conforma con la comodidad de lo mediocre acabará no sólo creyéndose bueno, sino incluso siéndolo.

A veces funcionamos a medio gas en el teclado o en la sala de brain por ese miedo inconsciente a malgastar nuestras mejores ideas en historias que ni son nuestras ni nos representan. Según mi experiencia, ese temor es injustificado. Creo que el grifo de las buenas ideas es inagotable, siempre y cuando lo tengamos bien engrasado, del mismo modo en que una teta no deja de dar leche mientras continúes ordeñándola. Por ello defiendo la idea de ordeñar con voracidad a nuestras musas incluso en los trabajos más indignos. Mantener el músculo entrenado. En contra de lo que solemos creer, esta actitud no hará que lleguemos secos a otros curros más “dignos”, o a nuestros propios proyectos. Llegaremos más entrenados, con más munición, con más puntería. Lo único que necesitaremos para no caparnos es seguir reprogramando continuamente esos parámetros que formatean nuestro cerebro.

Yo me recuerdo a mí mismo todo esto que os acabo de contar precisamente para eso: Para intentar formatearme el coco. No es fácil.

8 comentarios en «DE PROFESIÓN: CÍNICOS.»

  1. Hola Juanjo,
    Me ha dejado un tanto desconcertado esta entrada. Hay algo que no veo claro en esta especie de mea culpa. Quizá porque lo que describes no tiene mucho que ver con las situaciones que he vivido yo cuando he trabajado en televisión. No dudo que haya guionistas “soldado” cínicos, o guionistas que trabajen a medio gas y no den de si todo lo que podrían, pero, o yo no me los he encontrado, o no he sabido darme cuenta de que lo eran (que también puede ser). En mi experiencia, particular y subjetiva, como todas, lo que he visto son guionistas que trabajan mañana, tarde y noche reescribiendo y reescribiendo, poniendo buena cara y dando lo mejor de si mismos incluso cuando saben que lo que les están pidiendo es un despropósito. La verdad es que no sé cómo se escribe a medio gas, o cómo se regula el talento. En general solo se puede escribir, me parece, desde la implicación, por lo que (y es a lo que quería llegar) para mí la emoción más común entre el guionista “soldado” no es el cinismo, sino el autoengaño. Mi sensación es que hasta el último momento solemos intentar convencernos a nosotros mismos de que pese a todo, la serie en la que estamos trabajando puede acabar siendo mejor de lo que intuimos, o que, por vete a saber qué milagro, aunque sea un desastre, puede acabar gustándole a los espectadores y hacer que todos esos meses de trabajo previo tengan sentido. Yo mismo, después de ya haber visto el piloto de una serie en la que trabajé hace un par de años, y de saber que lo que se iba a emitir era un monstruo de Frankenstein sin sentido, me sorprendí a mí mismo tuiteando sinceramente sobre él en el momento de su emisión, intentando ver virtudes donde no las había. Quería ver, necesitaba ver, cosas que no estaban allí. Es jodido aceptar que algo en lo que se ha trabajado tanto no solo no funciona, no solo no está bien, sino que tiene pocas o ninguna posibilidad de gustar. Y es cierto, hacemos bromas sobre la serie en las reuniones, nos reímos de sus problemas (como medida de autodefensa) pero en el fondo… en el fondo queremos creer, y solo dejamos de hacerlo cuando vemos al día siguiente las cifras de audiencia y nos damos cuenta de que ya estamos muertos. Por otra parte… es cierto que a veces se acaban emitiendo series que no le gustan a nadie de quienes han trabajado en ellas, ni siquiera a la cadena que las han encargado. Y pasa también eso que dices, que durante el proceso ha dejado de de ser de nadie y cuando se estrena a nadie le importa de verdad que vaya bien, mal o regular. Pero bueno, eso daría para una entrada completa y me llevaría a hablar de la otra emoción que se apodera del guionista “soldado” a poco que lleve trabajando, el desánimo (aunque también es cierto que siempre, o casi siempre, el desánimo da paso a una nueva ilusión, te dices: “Esta vez… esta vez va a ser la buena y vamos a hacer algo cojonudo…”).Y sí, por lo que cuentas, a mí tu reacción me parece más propia del desánimo que del cinismo. Y el desánimo en el fondo solo se produce porque uno se implica, porque te importa.

    1. Buen apunte, David. Ese autoengaño también lo he vivido (y he visto cómo otros lo vivían) junto con esa sensación de “no me gusta cómo está saliendo esto, pero a lo mejor resulta que el público le gusta”. Yo creo que sí he encontrado a guionistas trabajando a medio gas, y sobre todo a guionistas que, sin ellos saberlo, se imponen limitaciones a sí mismos y rebajan la ambición en sus propuestas. Con respecto a las bromas sobre la serie en que uno trabaja, es cierto que todos lo hacemos y que incluso viene bien como válvula de escape pero supongo que, como en todo, hay niveles y niveles, y distintas intenciones.

  2. Hola, a mí también me desconcierta un tanto el post de Juanjo. Mi experiencia personal de más de dos décadas de guionista -bastantes años en no ficción- se acerca más a la experiencia de David. He estado en equipos de programas que jamás vería como espectadora y, salvo excepciones puntuales, el equipo ha dado lo más que podía de sí mismo. Tal vez he tenido suerte o tal vez, como David dice, no he sabido ver el cinismo, autoengaño o lo que fuere. De hecho, en programas que no veríamos ni “jartos de vino” pero que han tenido el éxito que los capos preveían, nos hemos sentido satisfechos y -tal vez ahí el autoengaño- hemos supuesto que gracias a nuestro trabajo el producto era menos cutre o indigno de lo que parecía el proyecto. También suelo decir a mis alumnos en los cursos de guión que ha sido en programas de este tipo donde más he aprendido, precisamente porque tenía que buscar un modo de implicarme (igual que hacían el resto de mis compañeros) de hacerlo mío de alguna manera xq yo tampoco sé como se escribe a medio gas o dosificar el talento. Pero, efectivamente, como dice Juanjo, ese engranaje puesto en marcha con esfuerzo te mantiene en forma para otros trabajos propios y ajenos más satisfactorios desde el punto de vista profesional.
    Por supuesto, tienes momentos de desánimo, de “qué he hecho yo para merecer esto”, etc., etc., incluso momentos en que te dan ganas de mandar el programa, la serie o lo que sea a hacer puñetas y dedicarte a ese “maravilloso proyecto” en el que mostrarás al mundo tus grandes capacidades y enormes dotes de guionista pero, la profesionalidad, desde mi punto de vista, es tener recursos para encontrar el modo de volver a tu tarea e implicarte hasta las trancas y si no puedes pues te vas (también lo he hecho, lo confieso). Magnífico post, Juanjo, que da pie a que reflexionemos sobre todo esto que no deja de ser nuestro día a día.

    1. Muchas gracias, Palmira. Evidentemente una muy buena parte de los guionistas que se encuentra uno aquí o allá lo dan todo, o como mínimo lo intentan o lo creen.

      Por lo que veo, hay (entre otras) dos posibles subespecies: Los cínicos y los autoengañados.

      Creo que otro tipo de autoengaño que solemos sufrir en nuestro gremio es el de creer que lo estamos haciendo mejor de lo que en realidad lo hacemos. Otro demonio con el que luchar, la autocomplacencia.

      Un saludo!

  3. Me ha encantado, Juanjo. Sobre todo esto, que creo que es el quid de la cuestión:

    “”No tenéis la impresión de que algunos actores, algunos músicos, algunos técnicos, al margen de su indiscutible valía, sólo alcanzan su máximo esplendor cuando trabajan con ciertos directores? Tengo la teoría de que los buenos directores consiguen crear un clima determinado, una burbuja dentro de la cuál a todo el mundo le nace dar lo mejor de sí mismo, o lo más auténtico, casi sin proponérselo. Quizá sea eso lo que define, por encima de muchas otras cosas, a un gran cabeza de equipo. Fabricar en las mentes de sus subordinados el terrario más amplio posible.”

  4. He leído la entrada completa y a mi parecer es como una critica al trabajo repetitivo que desarrolla un guionista todos los dias. Y me parece que resume bien esos detalles, sobre cosas que hacemos y que dejamos de hacer. Me parece importante saber este tipo de cosas , para asimilar mejor la realidad y no dejarse llevar por la ilusión y El ego Aunque hay algo de hay , que parece derrotista.

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