Por Àlvar López
“La música, única entre todas las artes, es a la vez completamente abstracta y profundamente emocional. No tiene la capacidad de representar nada particular o externo, pero sí una capacidad única para expresar estados o sentimientos interiores.”
Oliver Sacks, en Musicofilia
Como todos, tengo mi propio ritual. Segundos antes de ponerme a escribir, reviso que todo a mi alrededor esté a mi gusto. La ventana de la habitación debe estar abierta lo suficiente como para que me entre algo de aire, pero no tanto como para que me moleste el ruido del exterior. La luz, perfecta para no dejarme los ojos delante de la pantalla. La silla, cómoda, y el móvil fuera del alcance de mi mano. Ya solo me falta una cosa. De hecho, la única imprescindible: la música.
Se me ocurren muchas maneras de intentar explicarlo, pero creo que hay muy pocas que lo sinteticen mejor que las palabras de Sacks que he escogido para iniciar el artículo. Cuando escuchamos música activamos una parte de nuestra mente que no tiene que ver con la racionalidad, sino que viene pegada a la emoción, permitiendo así expresar (o averiguar) lo que sentimos dentro. El ejercicio, no cuesta mucho darse cuenta, es casi el mismo que hacemos al escribir: intentamos liberarnos de aquello que no podemos contar de otra manera, que nos mueve las vísceras, que nos emociona.
La relación entre ambos procesos no acaba aquí, puesto que las escenas que escribimos suelen ir acompañadas de una canción determinada. Sé de buena tinta que no soy al único que le pasa, puesto que es algo que he podido comprobar en muchas de las entrevistas que hemos realizado en Bloguionistas. De repente alguien empieza a escribir una escena de acción y no puede quitarse de la cabeza una canción de los Foo Fighters, o se imagina el beso perfecto acompañado de Elvis. No importa si al final la canción aparece o no en el largometraje, lo interesante es descubrir que el proceso de creación se ha producido al escuchar (o proyectar mentalmente) una melodía determinada.
Estoy seguro de que habrá quien esté leyendo esto y piense que en su caso la música no interviene en su rutina a la hora de escribir, pero lo he visto lo suficiente en otros escritores como para intentar reflexionar sobre los mecanismos que se activan al escuchar cierto tipo de música. Porque, sin duda, creo que la música nos ayuda a crear guiones más redondos, y uno de los referentes que a mi parecer mejor puede demostrarlo, es, precisamente, Oliver Sacks.
Para el que no lo conozca, Sacks fue un neurólogo que dedicó toda su carrera profesional a demostrar la importancia del individuo y su historia personal por encima del cuadro general de los síntomas de su enfermedad (dos buenos referentes para conocer más sobre su figura son Despertares, protagonizada por Robin Williams, y En Movimiento, su maravillosa autobiografía). Sacks recogió gran parte de sus investigaciones en una serie de libros brillantes y llenos de pasión. Uno de ellos, Musicofilia, se centraba precisamente en el poder que tiene la música sobre todos los seres humanos.
En este libro, Sacks acepta que la música puede ser “innecesaria” desde el punto de vista evolutivo, como bien lo expresa a través de las palabras de Steven Pinker: “Por lo que se refiere a la causa y el efecto biológicos, la música no sirve para nada (…) Podría desaparecer de nuestra especie, y nuestro estilo de vida permanecería prácticamente inalterable”. No obstante, afirma sin atisbo de dudas que sólo gracias a ella hemos llegado a un nivel de desarrollo imposible de lograr de otra manera. La música, “su poder para mover y conmover a la gente, podría haber tenido una función cultural y económica crucial en la evolución humana a la hora de reunir a la gente, de producir un sentimiento de colectividad y comunidad”, nos dice, para luego añadir el hecho de que “la música forma parte del ser humano, y no existe ninguna cultura en la que no esté enormemente desarrollada y valorada”.
Sí, eso está estupendo, ¿pero qué efecto puede tener sobre nosotros, los guionistas?
Cuando “construimos” la música en nuestras mentes utilizamos muchas partes distintas del cerebro, lo que se traduce en un proceso activo que implica “una corriente de inferencias, hipótesis, expectativas y previsiones”. Al escuchar música activamos el córtex motor y los sistemas subcorticales, o, lo que es lo mismo, al recordar la música de nuevo podemos desarrollar un sentimiento tan potente como el creado al escucharla. Todo esto sin obviar el hecho de que muchos de los mejores compositores de la historia no componen con un instrumento, sino que lo hacen “mentalmente”.
Igualmente reseñable es el hecho de que la emoción y la empatía son los motores que inician e impulsan cualquier proceso creativo. A este respecto, Sacks dice lo siguiente:
“La música puede atravesar el corazón directamente, no precisa mediación. Uno no tiene que saber nada de Dido y Eneas para que te conmueva su lamento por ellos; cualquiera que haya perdido a alguien sabe lo que expresa Dido. Y hay aquí, en fin, una profunda y misteriosa paradoja, pues mientras que esa música te hace experimentar dolor y pesar más intensamente, al mismo tiempo trae solaz y consuelo.”
Lo que, a mi parecer, demuestran las reflexiones (argumentadas y respaldadas por rigurosos estudios) que he destacado aquí del libro es que la música ha acompañado a nuestra especie desde tiempos inmemoriales porque es tan parte de nosotros como lo es hablar, caminar, o, cómo no, escribir. Al escucharla liberamos nuestra imaginación, permitiendo expresar mucho mejor y de una manera más potente nuestros sentimientos. Escribir no deja de ser un proceso de composición mental, de ponerse en el lugar de otras personas para experimentar lo que sienten y así estructurar una serie de ideas que se unen con el objetivo de remar hacia una misma dirección para transmitir un mensaje coherente y unitario que emocione al receptor… tal y como lo hace la música.
La creación literaria/cinematográfica y la musical están estrechamente relacionadas porque beben de lo mismo, del uso de una serie de herramientas utilizadas con el fin de expresar una emoción interna. Del mismo modo que un músico lee para inspirarse, me parece que escuchar música es un paso casi obligatorio para encontrar la voz interna de cada historia, porque, al final, escribir consiste precisamente en esto, en empatizar, emocionarnos y emocionar.
Podría seguir alargándome, pero creo que la tesis que defiendo ha quedado expuesta en líneas generales, así que, para acabar, quisiera dedicar unas líneas a reflexionar sobre qué música es la que nos mueve y puede así activar y potenciar la parte de nuestro cerebro que usamos para escribir.
En mi caso, he descubierto que hay una pieza en concreto que me permite escribir con una soltura que difícilmente puedo conseguir sin ella. De hecho, diría que aunque no la escuche la tarareo mentalmente en mi cabeza. A lo largo de sus cuarenta y cinco minutos de duración puedo abstraerme con la suficiente fuerza como para no prestarle atención a nada más. Por si fuera poco, los cambios rítmicos se adaptan bastante bien a mi forma de escribir, que pasa por momentos de torrentes creativos intensos seguidos de pausas de reflexión y análisis. La pieza, por si a alguien le sirve, es la interpretación de Max Richter de Las Cuatro Estaciones. Igualmente, quiero dejar aquí una lista de reproducción que he creado para el artículo con otras canciones y piezas clásicas a las que, en un momento u otro, acudo buscando inspiración.
Quizá (seguramente) no activen a todo el mundo del mismo modo que a mí, pero estoy seguro de que cada guionista tiene por ahí su (o sus) pieza musical perfecta para escribir esperando a ser descubierta. Porque escuchar y compartir música nos hace mejores personas. Entonces, ¿cómo no nos va a hacer mejores guionistas?
“He visto pacientes con demencia profunda llorar o estremecerse cuando escuchan una música que nunca han oído, y creo que son capaces de experimentar la misma panoplia de sentimientos que los demás, y considero que la demencia, al menos en esas ocasiones, no es un obstáculo para la profundidad emocional. Una vez has presenciado estas reacciones, sabes que sigue existiendo un yo al que se puede apelar, aun cuando sea la música, y sólo la música, la que consiga llegar a él.”
Hola. ¿Cómo es tu proceso? ¿Eliges canciones según el género o simplemente reproduces la lista y te dejas inspirar con lo que toque?
¡Buenas!
Sobre todo depende de lo que vaya a escribir. Ahora mismo, por ejemplo, llevo un mes y medio donde prácticamente solo escucho Las Cuatro Estaciones de Max Richter, porque se ajusta muy bien al tipo de proyecto que tengo entre manos. No obstante, también me va bien cambiar de vez en cuando de música y dejarme llevar para ver qué surge de ahí.
Espero que te sirva algo de la lista ;)
¿Y para u guion dramático ?
Increíble, me sentí tan identificado mientras leía tu post, este tipo de música siempre te lleva a otro nivel, a otro lugar difícil de explicar pero fácil de escribir.
Pingback: ESCUCHAR PARA ESCRIBIR, O POR QUÉ LA MÚSICA NOS HACE MEJORES GUIONISTAS – El Mundo es de Dos
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