Por Àlvar López y Carlos Muñoz Gadea
Los Cines Babel de Valencia (donde ya hemos estado con Jonás Trueba, Juanjo Moscardó y Agustí Villaronga) siguen apostando por el encuentro con cineastas. En esta ocasión, el pasado viernes el guionista y director cubano Fernando Pérez presentó Últimos Días en La Habana, su último largometraje hasta la fecha. Tras el visionado del film (que ya se ha hecho con galardones en festivales como San Sebastián, Berlín y más recientemente Málaga) asistimos a la rueda de prensa con él. A continuación, algunas de las preguntas más interesantes que se hicieron referidas al guión de la película.
Sabemos lo que nosotros, como espectadores en España, sentimos al ver la película, ¿pero cómo han sentido la película en Cuba?
La película se rodó en verano de 2015, y se exhibió por primera vez en diciembre de 2016 en el Festival de Nuevo Cine Latinoamericano. Allí tuvo tres proyecciones, y el público (habanero en este caso) reaccionó muy bien. Ahora, en mayo, se estrenará en todos los cines de la isla, así que habrá que esperar.
Mi punto de vista es que será una película muy controvertida. Me interesa que así sea, de hecho. Que la historia no tenga un único punto de vista, que no haya unanimidad sobre lo que los espectadores ven. Creo que es una película que se abre a la complejidad y contrastes del país. Que no es toda la realidad de Cuba, pero sí es la realidad que yo considero más representativa de la actualidad, porque esa parte de la realidad, aunque yo no haya hecho una investigación sociológica, existe. Un gran porcentaje de la población cubana vive en esas condiciones.
Y entre Diego y Miguel (los protagonistas), ¿qué pasado existe que los una y los haya llevado a convivir donde conviven?
Mientras trabajábamos en el guión, y también una vez lo concluimos, le presentamos lo escrito a varios colegas de profesión para ver su mirada, sus impresiones, y ver qué ideas surgían. Algunos nos decían que por qué no se rebelaba el pasado de Miguel en la película. Diego cuenta el suyo, pero Miguel no. Eso es precisamente porque desde el guión nos interesaba destacar su anhelo por comunicarse y su imposibilidad de poder hacerlo.
Finalmente decidimos que todo eso quedara a la interpretación del espectador. Yo, de hecho, le escribí la historia de su pasado a Miguel, pero optamos justamente por dejarlo en el misterio, que es lo que dice el personaje de Yusisleydis al final. “No conocimos su secreto, pero tengo un buen sentimiento por él.”
El espectador que pueda estar familiarizado con tu cine puede llegar a pensar que el pasado que los une es el de haber sido compañeros en alguna lucha.
Sí, pudiera ser. Todo es posible, y es por eso que optamos por dejarlo en el misterio y en la interpretación de cada espectador. Para mí, de hecho, lo menos importante es la historia del pasado. Me interesa el resultado de esa historia, ver cómo la amistad puede estar por encima de todos los avatares, de todas las contradicciones y los meandros que la vida impone a su paso.
A lo largo de toda la película planteas una propuesta clásica desde el punto de vista de la narración, pero al final decides darle voz a un personaje mirando a cámara en un plano muy largo. ¿Por qué esta decisión?
La intención era justamente esa. Teníamos consciencia de que era un riesgo, un desafío, porque hasta ese momento la película se mantenía efectivamente en un lenguaje realista, pero al final Yusisleydis rompe la cuarta pared, empieza a hablarle a la cámara, al espectador, rompiendo la ilusión de que eso está ocurriendo en una pantalla. Eso era lo que a mí me interesaba, fundamentalmente, que ese personaje hablara directamente con cada espectador.
Incluso en el texto que ella recita hay un momento que apela al público. Era un monólogo muy difícil de interpretar, y la intención, aunque me gustaría que fuera el espectador quien dé la interpretación, era que el espectador sintiera que a esa muchacha que entra como un ciclón el paso del tiempo le hace iniciar el proceso de madurez, con lo que enfrenta la vida de otra manera.
El personaje de Miguel es el que sirve para vehicular la visión de la realidad social del país. ¿No hay en Miguel una visión muy optimista de lo que le rodea?
Sí, creo que eso es así. Quizá no para mí, pero sí para Miguel. Recuerdo que el trabajo con Patricio Wood, el actor que da vida a Miguel, fue muy complejo, porque él tenía que sintetizar tan solo con la mirada los estados de ánimo del personaje. En algún momento Patricio me planteó que quizá Miguel tenía algo de autismo, y reflexionamos mucho sobre ello, pero al final llegamos a la conclusión de que no, que Miguel no es autista. Lo que ocurre es que no logra romper las barreras de la comunicación. Así, poco a poco llegamos a la conclusión de que el mundo interior de Miguel es muy noble, lleno de sentimientos, de nobleza humana. Lo que no logra es aplicarlo y exteriorizarlo.
Creo que aunque el tema central de la película sea la amistad de ambos personajes, para mí el contexto en el que se desenvuelve esta misma tiene mucha importancia. La historia podría ocurrir en otro país, pero ocurre precisamente en La Habana, y ahí ya hay una mirada, que por supuesto tiene una significación y una dimensión política. Lo único, y siempre he tratado de hacerlo, es que el discurso no sea político. El discurso es artístico, logrado o no, porque creo que el discurso político tiende a lo general, mientras que el discurso artístico tiende a lo mínimo, al individuo. Ahí sí hay una intención de que los espectadores, tanto en Cuba como fuera, se asomen a la realidad que represento, que no es la más visible en los medios de comunicación, más centrados en los grandes acontecimientos que en el día a día de personajes anónimos.
¿La comunidad, que siempre ha sido algo muy importante en tus películas, no pierde aquí un poco de su significación como soporte al individuo?
En cierta medida sí. Para mí fue muy significativo que durante el periodo de búsqueda de localización del corral donde ocurre la historia visitamos más de 20, y en cada uno de ellos se encontraban los personajes de la película. Estaban todos. Es decir, ahí todo estaba mezclado, y creo que es algo que define mucho la realidad cubana. Todos conviven, y es algo que a mí me interesa contar. No se piensa ni en el futuro ni en el pasado. El compromiso es con el día a día, con la supervivencia, y ahí todo vale. Por eso los valores éticos y morales empiezan a relativizarse, y ojalá los espectadores pudieran tener esa relación con los personajes. Tratar de entenderlos, de comprenderlos, y no de juzgarlos por un comportamiento que sería juzgado de otra manera con otra educación.
La película tiene un carácter teatral marcado, porque los personajes hablan mucho, cuentan sus vidas. Este carácter, muy marcado también en todos los diálogos, viene enfatizado por el silencio de Miguel frente al discurso verbal del resto, y concuerda (el silencio) con esa frialdad absoluta del vacío de los créditos finales sobre el paisaje nevado.
Es una lectura interesante. En mis primeras películas le daba mucha importancia a la música fuera de la acción dramática. En esta película hay tan solo dos canciones, pero ambas forman parte de la acción. La película no tiene música.
Para mí tiene mucha importancia el silencio en cine ahora. No tratar de manipular al espectador. Quiero que el drama se sostenga sin otro tipo de soporte. Y efectivamente, el equilibrio entre los personajes de Miguel y Diego es ese. Diego solo puede esperar a que llegue Miguel para soltar el silencio de todo el día. Por eso cuando llega P4 habla con él tanto. Miguel, sin embargo, escucha, no logra transmitir. Era algo que queríamos que caracterizara a los dos personajes, aunque fuera por dualidad.
Y ahora les voy a confesar una cosa. La escena final, la de la nieve en silencio, yo la viví. Mi hijo mayor emigró a los Estados Unidos en los años noventa. Una de las pocas veces que fui a visitarlo me quería enseñar Washington. Me llevaba en su carro por una de esas super carreteras, a la una de la mañana. Él dobló, y de golpe, en medio de la oscuridad, en medio de la nada, había una gasolinera, un Mc Donalds y un Kentucky Fried Chicken. Ahí me sentí como si estuviera en la nada. Entramos en Mc Donalds a comernos una hamburguesa, y el que nos sirvió era, evidentemente, latinoamericano. Me pregunté qué hacía ahí, cómo podía estar ahí.
Me empecé a imaginar su vida cotidiana, cómo llegaba hasta su lugar de trabajo, y creo que eso forma parte de la película: la inmigración en el mundo de hoy.
Quisiera hablar sobre los espacios. En la película hay una pintada en concreto que dice “No valgo nada sin tu amor”, y a raíz de eso me preguntaba si lo que une a todos los personajes de la película es precisamente eso, el amor.
A mí me cuesta trabajo decirlo con palabras, porque puedo sonar melodramático, pero efectivamente es verdad, son todas personas que se aman. Todo lo que viven en su corral hace que se tomen cariño. No son enemigos, y para mí eso es esencial, porque creo que estos personajes sí, son dramáticos, pero no dramatizan al respecto. Son personas solidarias, que sienten amor los unos por los otros.
El grafiti del que hablas no lo hicimos para la película, estaba en La Habana. Es parte de ella. Y aunque muchos espectadores, tanto dentro como fuera de Cuba, me decían que era una película contestataria, yo les decía que no, que era una película constatadora. Es decir, que constata una realidad y trata de reflejarla en todos sus matices, sus colores y sus grises. Pero guiadas, sí, por el amor.
Hay algo que se refleja en la película, y es que aunque sea un drama, la gente siempre tiene una sonrisa en la cara en La Habana.
Sí, era un propósito. Si pienso en los personajes, en los actores, son así también. La película se rodó con muchas dificultades, en verano, y el mismo equipo ponía mucho empeño en que saliera todo bien. Por ponerte otro ejemplo, las escenas en las que Miguel sale a la calle y ve todos esos rostros que le miran, la mayoría de las personas que rodábamos se dejaban grabar sin ningún problema. La Habana es como un gran ser cinematográfico. Todo el mundo es parte de la película, y lo hace con alegría.
Parece que la película transmite dos tonos. ¿Nos puedes contar más al respecto?
Tenía un poco de inquietud para ver cómo reaccionaba el espectador. Por un lado tiene un tema muy universal (el de la amistad), pero por otro tiene todo el aspecto de la atmósfera, destinado a un público quizá más cubano. Tenía curiosidad por ver cómo lo recibía la gente, pero hasta ahora ha sido muy emocionante.
¿La decisión de que el personaje de Diego tenga precisamente Sida y no otra enfermedad terminal responde a algo?
Efectivamente. Un día que estaba en casa llamaron a la puerta. Abrí, y ahí había un hombre que yo no conocía, muy delgado y con orejas muy grandes [Abel Rodríguez], que me dijo que me traía un guión. Él no era guionista, trabajaba en un banco. Leí el guión, y la historia no me interesaba, pero sí los diálogos y los personajes. Se lo dije, y me dijo que tenía diez guiones más. Me los fue trayendo hasta que apareció esta historia. Diego ya venía caracterizado como una persona gay, y yo no tenía por qué cambiarlo. Además, me parecía que enriquecía la historia de que la amistad está por encima de todo. Es cierto que el hecho de que sea homosexual no es el centro de la historia, pero sí es un elemento que la enriquece y la nutre. Creo que en Cuba sigue habiendo prejuicios en contra de los homosexuales, pero creo que se ha avanzado mucho desde los años 70, y lo que comprobé al hacer la película es que en el sector más popular hay muchos menos prejuicios. Sin embargo, cuando empieza a elevarse el nivel social empiezan a manifestarse determinados prejuicios que espero que con el tiempo se logren eliminar.