Los proyectos propios son una rara forma que tenemos los guionistas de compensar nuestras, en ocasiones, mercenarias carreras. Los que somos plumas a sueldo solemos caer en series buenas, series malas, series buenas que no nos gustan, series malas a las que les vemos su punto, y una larga variedad de matices. Y aunque al final casi siempre hacemos el encargo lo más nuestro posible, casi todos tenemos “proyectos personales” a los que dedicamos tiempo porque de vez en cuando nos gusta apartarnos del encargo, del circuito cerrado que supone una serie ya creada, en fin, poner a prueba nuestro músculo creativo. Además nos sirve para responder, cuando estamos en paro y nos preguntan el terrorífico “¿en qué andas?” de turno: “entre proyectos”.
Los proyectos personales son como el amor. Cuando pensamos en ello pensamos en correr juntos, de la mano, por playa Bávaro (ver foto) al atardecer. Pero no pensamos en su variante más sombría. En llorar acuclillados en el abismo de Helm. Pensamos que ese proyecto personal nos dará el extra de motivación que necesitamos, que compensará el cariñito que la audiencia o nuestro coordinador no nos da, que nos hará vernos más esbeltos y bronceados en el espejo de nuestra habilidad. Si tenemos suerte nos veremos trabajando en el proyecto con otro guionista, director o productor. Y por supuesto, nuestra relación con ellos también es un arma de doble filo: multiplica las posibilidades de éxito pero también de fracaso.
Igual que en las relaciones de pareja, hay señales que presagian el éxito y las que presagian el fracaso. Estas son algunas de las segundas.
1. Si un productor dice estar entusiasmado con tu guión, pero no te pone un contrato sobre la mesa: es hora de bajarse del caballo.
2. Si está como loco con el proyecto pero te propone una cesión gratuita: es hora de bajarse del caballo.
2. Si un productor dice entender de qué va tu historia, pero te pone referencias que no tienen nada que ver: es hora de bajarse del caballo.
3. Si la única motivación de un productor es ganar pasta porque no le interesa lo que le cuentas pero lo ve comercial: es hora de bajarse del caballo.
4. Si un productor te pide algo diferente cada día: es hora de bajarse del caballo.
5. Si no contesta tus correos o no aporta al menos notas, en un período razonable de tiempo: es hora de bajarse del caballo.
6. Si le encanta tu trabajo pero propone cambiar una o varias cosas esenciales: es hora de bajarse del caballo, y además, de proteger las ideas propias.
7. Si el proyecto es de top priority para ti pero para tu productor es la última caquita del patio: es hora de bajarse del caballo.
Lo que tienen en común todas estas situaciones que delatan falta de entusiasmo. Por tanto, y por mi experiencia, creo que es imprescindible encontrar a alguien que comparta tu entusiasmo -y que además lo muestre con un desembolso de dinero-. Si no es así, lo mejor es no perder el tiempo ni malgastar nuestras ilusiones. Porque a la larga, y como decía Ortega y Gasset, “los esfuerzos inútiles nos conducen a la melancolía”, y algunos somos muy mainstream como para pasarnos a la poesía ahora.
Reblogueó esto en buffalodobro.
Genial el artículo. Espero la segunda parte: “Señales que presagian el éxito”.
“Los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía”
Doy fe de que esto pasa también en la industria editorial. Podría hablar de un presunto editor que puso por las nubes una novela que le envié, y además consiguió elogiarla en términos tan vehementes que tardé dos párrafos en darme cuenta de que no podía presumir, a raíz de ninguna de las palabras de su correo electrónico, que la hubiese leído. Aquella alabanzas tan fervorosas habrían podido aplicarse a cualquier libro, desde “Teo va al zoo” a “Manual de usuario del cortafiambres marca Acme”.
Me convencí de que estaba en lo cierto al llegar al tercer párrafo, cuando este, abrir comillas, editor, cerrar comillas, comparó mi novela con “El corazón de las tinieblas”, de Conrad, obra que, además de no parecerse en nada a mi humilde (y probablemente pésimo) libro, yo acababa de releer unos días antes (¡mecachis, mira que es casualidad!).
Resumiendo mucho mi respuesta a este personaje, diré que fue del tenor de: “Ahora es cuando me pides dinero a cambio de publicar mi novela, ¿verdad?”.
Una semana más tarde me devolvió mi novela por correo y no he vuelto a saber nada más de él. Le tengo en la lista negra, por si algún día gano lo suficiente para contratar unos ninjas.
A veces, es tal el apego emocional a los proyectos propios que nos bajamos del caballo, pero seguimos acompañándolo un poquito más… agarrados a la brida de la última esperanza, animados por la increible falta de tacto de alguna producción, o entusiasmados por pensar que “si ese bodrio se ha puesto en pie” “¿por qué no lo mío?”… hasta que el caballo eche espuma por la boca…
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