por Aurora Guerra
Hace unas semanas celebramos el quinto aniversario de emisión de “El Secreto de Puente Viejo” serie diaria de la que soy orgullosa creadora y que escribo junto a un puñado de excelentes guionistas. Entre los festejos y las palmaditas en la espalda se deslizaba, reptando, machacona, una pregunta “¿Y para cuándo un prime time?”. La cuestión de marras aparejaba el tonito reservado a las mujeres de más de treinta y cinco años ¿”Y el bebé, para cuándo?”. Como diciendo “que se te pasa el arroz, bonita, y sin hijos no eres una mujer-mujer”. O sea, que (para algunos) si eres guionista y no haces un prime time, eres guionista, sí, pero como que molas menos. Que lo tuyo, vale va, es escribir y hacer tele y tal, pero como de aficionados o de escritores de talento ramplón. Porque lo que es la repera, la reoca y la repanocha todo junto es UN PRIME TIME. Y yo, que siempre he considerado que el trabajo bien hecho de un compañero guionista (haga un concurso de voces primorosas o una comedia de policías) es la repera, la reoca y la repanocha todo junto, puesto que yo misma he tocado diferentes palos en este oficio, desde los míticos prime times de géneros variados, pasando por sketches, tiras cómicas, monólogos, talk shows, concursos, musicales, etc. sé que cada trabajo tiene su aquel, que todos son dignos y de todos aprendes. Así que me puse a preguntarme por qué hay ese runrún de tufillo despectivo, de nariz alzada cuando no escribes para el horario nocturno.
Lo primero que se me vino a la cabeza es que quizá estas personas que denuestan nuestro trabajo, imaginen que los espectadores que están en la sobremesa viendo la tele son menos aparentes, más conformistas, maduritos desocupados, estudiantes de siesta, amas de casa ociosas. Pero si analizamos el target de quienes están viendo las series a las cinco de la tarde y a las diez y media de la noche, descubrimos que no es tan diferente (siempre hablo en términos generales). Mayoritariamente mujeres, con edades comprendidas entre los 45 y los 64 años, en primer lugar y luego, repartiéndose el segundo puesto, o bien mayores de 65 o bien el segmento comprendido entre los 25 los 44 años, pero con una diferencia mínima. Vamos, casi igual a quienes ven series en la tarde. Obviamente, hay diferencia cuando el producto es de temática más acorde a los gustos de los jóvenes (“Los Protegidos”) o más afín al perfil considerado “medio” (“Velvet” o “El tiempo entre costuras”). Y, sobre todo, lo que importa es cuántos millones ven el producto en cuestión, porque esto da estupendos beneficios a las cadenas por la publicidad que incrustan en las emisiones que, a la postre, es para lo que se hace la televisión: para ganar dinero. Da igual si el millón y pico de espectadores que ven a diario su serie favorita son altos, rubios y han estudiado en Harvard o bajitos, morenos y comerciantes: si los anunciantes logran publicitar su producto, la democracia impera. Una serie excelentemente escrita pero que, por hache o por be, no atrapa a la audiencia por muy a las 22:30 que se emita es un producto fallido. Así que no debe ser por esto por lo que las diarias son un producto menor.
El presupuesto: que un prime time cuesta más pasta por capítulo no hace falta explicarlo. Es así. Pero, ¿esto es garantía de calidad? ¿Que se cuente con más exteriores, más figuración, más tiempo para grabar cada escena implica un mejor trabajo de guión? A mi entender, nada tiene que ver. De hecho, narrar un incendio sin que se vean llamas, sin quemar nada, sin efectos especiales y, si me apuras, sin humo, sí que tiene mérito. Y a eso nos dedicamos en las diarias, compañeros que nunca habéis tenido la suerte de actuar en esta plaza. Tenemos decorados que semejan tiendas, pero los clientes no pueden abrir la boca más que para respirar, pues son figurantes sin frase. Tenemos bailes de puesta de largo en un elegante palacete (ejem) al que acude lo más granado de la sociedad, siendo estos caballeros y damas unos diez (ser lo más en la alta sociedad de una diaria no es tan fácil), porque el resto de actores han de ir al plató 2, ya que ambos han de estar en funcionamiento; tramas en las que un protagonista lucha por salvar a un niñito de las aguas embravecidas de una garganta, pero no tenemos ni agua, ni mucho menos embravecida, pues no podemos desplazarnos muy lejos so pena de perder la única jornada de exteriores presupuestada en la carretera; no tenemos niñito, puesto que un menor no puede trabajar más que unas pocas horas; y no tenemos lucha porque no hay dinero para especialistas. Así que, o cambiamos la trama o contamos la escena con esos mimbres (escasos). Y lo hacemos, devanándonos nuestros retorcidos sesos y la verdad, queda resultón. O sea que tampoco el disponer de más presupuesto creo que otorgue más merito a los productos emitidos en horario estelar.
La intensidad de los temas elegidos: ahí sí que no nos gana nadie, chavales. ¿Hay algo más intenso que un folletín? Infidelidades, hijos secretos, malvados con retranca, lobos con piel de cordero; cegueras, parálisis y enfermedades terminales; robos, estupros, asesinatos, incendios, explosiones y epidemias devastadoras. Intrigas, misterios indescifrables hasta para el propio Sherlock (bueno, si se pasa por plató Bendict Cumberbatch que nos descifre lo que quiera), amores prohibidos, pasiones contenidas y, por si a alguien le faltaba algo, la dosis de comedia de rigor. Y, ahora viene lo mejor: intenta contar todo esto con el código de autorregulación. Para los que viven ajenos a este divertido galimatías que es dicho código, os lo contaré, un poco por encima (porque por dentro y por debajo es imposible para mi cerebro devastado por coordinar dos diarias). Resulta que los que realizamos series o programas en la franja de protección infantil (la hay reforzada, además, de 17 a 20 horas) tenemos que mostrar contenidos e imágenes apropiados para que un niño de siete años no se sienta agredido, asustado, amedrentado o traumatizado. La cosa sería tan fácil como que ese crío no viera programas que no están diseñados para él, que para eso está el gran invento del siglo XX, el mando a distancia, pero no: todos somos responsables de los hijos de cada uno de los residentes en nuestro país, así se diseñó el código de autorregulación, que empieza con unos párrafos que ya hubiera querido Groucho Marx para sí:
- El calificador utilizará la Ficha de Calificación identificando los datos requeridos en el Punto 1, así como el apartado o apartados del Punto 2 que sean aplicables al programa examinado
- En cada uno de los apartados del Punto 3 se revisará si el programa contiene uno o varios de los contenidos previstos en los subapartados numerados y descritos en vertical (prescriptores) y se marcará la casilla que corresponda de conformidad con los moduladores descritos en horizontal en la parte superior de cada apartado. En los programas de no ficción no serán de aplicación los moduladores basados en la frecuencia, salvo los relativos al apartado 3.7
Esto es un arranque potente y no el de “Broadchurch” o “Breaking bad”. Pero lo que sigue es aún más inquietante. Los parámetros en los que hemos de movernos los guionistas y los directores de las diarias son tan subjetivos y escurridizos que tenemos la sensación de andar todo el día con la soga al cuello (cosa prohibida, por cierto, por el código de autorregulación) y con la sensación de que nos va a caer el multazo del siglo y la consiguiente expulsión de la parrilla. Personalmente no dudo que estas reglas se hicieran con la mejor de las intenciones, evitar abusos, chabacanerías y exhibiciones de violencia verbal y a veces hasta física. Yo tengo dos hijos y no les permito que vean según que cosas, pero lo cierto es que estas premisas nos han puesto más que difícil a los trabajadores del audiovisual narrar historias con libertad y potencia. Por ejemplo, no podemos mostrar violencia física o doméstica, lo cual es complicado cuando, por ejemplo, haces una serie ambientada en 1900, tiempo en el que someter a la esposa era normal y bien visto, aunque nos repugne. ¿Ignoramos, pues, la realidad social de la época en la que situamos la acción? No. Nos estrujamos la mente y el ingenio para contar lo que desgraciadamente era la realidad cotidiana pero, amigos, sin que se vea. No me digáis que no somos fardones. O, y aquí viene lo más desternillante, el apartado “Miedo y Angustia”. ¿Os acordáis de esos finales que nos pirran a los guionistas, esos de alguien apuntando a alguien que suplica por su vida mientras el malvado amartilla su arma y cortamos, esperando que nuestros amados seguidores estén deseando que llegue el día siguiente para ver qué pasa con nuestro héroe/heroína? Pues iros olvidando. Dejar a un personaje en un peligro de muerte inminente es una recreación del miedo o la angustia, con recursos potenciadores del impacto. Vamos, que no. Que se acabaron los finales en alto. Así da gusto escribir para algo que se emita a las 22:30…
Y sigo pensando por qué da más prestancia escribir un prime time. ¿Habrá más calidad en el verbo? ¿Más dinamismo en los diálogos? ¿Tramas mejor armadas? ¿Mejores estructuras internas en el capítulo? Pues sí; o pues no. He visto series diarias extraordinariamente escritas y otras que daba vergüenza ajena asistir al espectáculo (yo he escrito en ambas, que conste). Y he visto series semanales que me han tenido pegada a la pantalla y otras que acababa de ver sólo haciendo un esfuerzo de profesionalidad y porque uno o varios queridos compañeros la habían escrito y al día siguiente debía pensar en un parlamento que no fuera hiriente ni demasiado mentiroso cuando me preguntara qué me parecía, tardando más en esa sola línea de diálogo que en todo un mapa de tramas de 200 folios.
Total, que llegados a este punto sólo veo dos elementos diferenciadores. El primero, innegable, el consumo a las 4 de la tarde es mucho menor que el que hay de las 10 de la noche en adelante. Por tanto, el minuto de publicidad, cuesta más. Dinero. El segundo, vuelve a ser el dinero: un capítulo de serie diaria ronda los 40.000/60.000 euros de presupuesto y uno de prime time entre los 450.000/700.000. Y eso sí que marca la diferencia. Poder crear con más libertad, narrando historias según la conveniencia de las mismas, no de la penuria económica, del “O tienes caballos o un episódico, tú verás”, marca la diferencia. Pero, queridos compañeros, lo que se aprende optimizando recursos, contando sin mostrar, insinuando sin enseñar, sacando el jugo a cada secuencia por parte del todo el equipo que ha de hacer malabares para llegar a fin de mes (o sea, cuadrar presupuesto) hace que cualquiera que sobreviva a una diaria, puede hacerlo todo en este oficio de escribir porque, todo lo que venga después, será maravilloso, interesante, estimulante… Pero no más difícil.
Aurora Guerra es creadora de “El Secreto de Puente Viejo”, “Acacias 38” y ha trabajado en multitud de series y tv movies. Además ha publicado la novela “El Baile del Destino”, entre otros textos.
¡Super interesante! :)
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