NECESITAS UN “TRUMAN”

Por David Muñoz

En la película “Truman”, dirigida por Cesc Gay y coescrita por Gay y Tomás Aragay, Ricardo Darín interpreta a un enfermo de cáncer terminal que vive en Madrid. Su mejor amigo, interpretado por Javier Cámara, que vive (o eso creo recordar) en Canadá, vuela a España para pasar unos días con Darín. Al poco de llegar, Cámara descubre que Darín no va a seguir con el tratamiento que puede ayudarle a vivir algo más de tiempo. Cámara y la prima de Darín, la actriz Dolores Fonzi, intentan convencerle de que retome el tratamiento, pero Darín se niega a dar su brazo a torcer.

Y “Truman” podría haber contado exactamente eso y nada más. Podría haber sido una sucesión de escenas de Darín, Cámara y Fonzi hablando de lo divino y lo humano, recordando tiempos pasados, etc. Y en parte, la película también es eso. Pero NO SOLO ESO.

Porque la película tiene a Truman, el perro de Ricardo Darín.

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Darín ama a su perro y quiere encontrarle un hogar antes de que el avance de su enfermedad le impida seguir ocupándose de él.

Sin Truman, la película habría carecido de tensión dramática (la que se produce cuando tememos que ocurra una cosa en una historia y deseamos que pase otra), habría consistido de una sucesión de escenas muy similares, que no habrían permitido que el guión planteara esa pregunta que por ejemplo David Mamet considera la base de toda la escritura dramática: “¿Y ahora qué va a pasar?”. No habría ningún tipo de incertidumbre. Porque desde el minuto uno (y por eso no he dicho al principio que este texto contiene spoilers sobre “Truman”) sabemos que Darín va a morir y que no hay nada que hacer. Tampoco hay por otra parte cosas importantes que resolver entre los dos amigos. Sí que hay algo que resolver entre Darín y su hijo, y también entre Cámara y Fonzi, pero en este último caso, aunque hay una cierta relación temática (dejar una vida atrás), no tiene mucho que ver con el conflicto principal alrededor del que gira la historia. Por eso, aunque como toda la película, me parece muy bien escrita, no sé si es por su inevitable naturaleza “periférica” o porque no me creí que a Fonzi le pudiera interesar Cámara, esa subtrama me sobró, no consiguió importarme.

Pero gracias a Truman, la trama de la película nos permite preguntarnos: “¿Qué va a pasar?”. ¿Con quién va a acabar Truman? ¿Conseguirá Darín encontrarle un buen hogar antes de que sea demasiado tarde? Además, Truman es algo más que una excusa argumental que podría ser intercambiada fácilmente por otra, es más que un simple McGuffin*. Truman funciona a muchos niveles. Nos explica cosas importantes sobre el personaje de Darín (maravillosas las escenas con las posibles familias adoptivas), permite contar al personaje a través de sus acciones, y también contiene una poderosa carga simbólica. Porque claramente Truman es la vida que Darín se dispone a dejar atrás (y de ahí lo poderosa, y devastadora, que resulta la escena final, que no voy a explicar para no fastidiaros la película).

Sin embargo, muchas veces me encuentro con que mis alumnos creen que sus guiones no necesitan un “Truman”. Y el resultado suele ser una historia estática, carente de tensión dramática alguna, por la que resulta muy difícil interesarse. Suelen pensar que al estar escribiendo un drama en tono bajo no necesitan una trama que nos haga preguntarnos qué va a pasar a continuación. También suelen ser tramas que parten de un conflicto entre dos personajes que se resuelve a base de largas escenas de diálogo.

Es cierto que, al contrario que en Truman, donde digamos que en seguida está todo el pescado vendido a nivel de personajes, en muchas de las historias de mis alumnos sí hay algo que debe resolverse, si se da una cierta incertidumbre, sí que podemos preguntarnos: “¿Qué va a pasar?”. Aún así, es fácil que la impresión que produzca el guión es que ese conflicto se resuelve cuando conviene, o sea, más o menos en la página 80, porque ya toca ir cerrando la historia, al no estar esa resolución vinculada a una trama que experimente una progresión, una evolución clara, que pase por unas fases que podamos entender, compartir, sintiendo esa tensión de la que hablaba antes. Porque para emocionarnos con un juego, debemos de entender sus reglas.

Además, renunciar a una trama que avance con claridad, que genere puntos de giro nítidos, que nos dé una estructura sobre la que apoyarnos, puede tener otro efecto no deseado: una película construida a base de escenas muy similares, tediosa, con poca variedad.

Y aclaro: esa monotonía puede ser lo que se busca, y de llevarse al extremo, puede resultar interesante. Pero no suele ser el caso. El problema es que normalmente se quiere escribir una película mucho más entretenida de la que realmente se ha escrito, creyendo que aún sin incluir un “Truman” ya se tiene suficiente material.

Se da también que el alumno que quiere escribir una película más autoral suele ser un tanto alérgico a la peripecia, a la que percibe -casi siempre inconscientemente- como un mal necesario que de adquirir demasiada importancia trivializa lo que quiere contar**. Para ellos, meter “un Truman” es vulgarizar su historia, hacerla comercial, una estrategia propia de guionistas de Hollywood que idolatran a Blake Snyder. Es lo que mi amigo el profesor Lewis Cole llamaba “el miedo a dramatizar”.

Pero precisamente hace unos días vi una película nada sospechosa de comercialidad que viene muy bien para explicar que incluir una trama que experimente una progresión clara en una película “de personajes” no solo no trivializa el material sino que lo eleva.

Se trata de “Lilting”, escrita y dirigida por Hong Khaou en 2014, premiada en Sundance, los BAFTA, etc. Yo la he visto en DVD pero también podéis verla por tres euretes en Filmin.

Y sí, ahora va a ser inevitable incluir spoilers, aunque voy a intentar que no revelen cosas importantes de la trama, ni, sobre todo, de cómo se resuelve.

El protagonista de “Lilting” es Richard (Ben Whishsaw). Tras la muerte de su novio, Kai (Andrew Leung), Richard decide intentar acercarse a la madre de Kai, Junn (Pei-Pei Cheng), que está internada en una residencia de ancianos y en principio no solo no sabe que su hijo no era gay sino que culpa a su “compañero de piso”, Richard, de que Kay no quisiera que se fuera a vivir con ellos y acabara internada en la residencia, donde es profundamente infeliz.

El conflicto está servido. Richard quiere la amistad de Junn, e incluso fantasea con sacarla de la residencia y llevarla a vivir con él, pero Junn le odia. Rápidamente ves que la trama principal de la película va a ser ese intento de acercamiento de Richard hacia Junn, y que ella no se lo va a poner nada fácil.

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Con esa base ya se ve claramente que hay una película. Pero… ¿qué problemas plantea este esquema argumental de no hacerlo crecer? Pues por un lado que, como decía antes, se corre el peligro de que la resolución de la historia se sienta como algo arbitrario, que llega porque tiene que llegar, y por otro, deja sin nada que hacer al protagonista, ya que Junn no tiene ganas de relacionarse con él y no hay razón alguna para que quiera verle. La película necesita encontrar una manera de conseguir que pasen tiempo juntos, que compartan cosas, que vayan conociéndose, para que así vayan limando (o no) sus diferencias***. Ah, además, hay algo importante que no he dicho: aunque lleva no sé si 30 años viviendo en Inglaterra, Junn no habla inglés.

Entonces, ¿cuál es el “Truman” de la película?

Pues bien, resulta que Junn se ha echado un novio en la residencia, un señor inglés con el que se comunica mediante gestos. Y Richard, que quiere que Junn sea feliz, contrata a una traductora para que medie entre ellos y la relación funcione. Como os podéis suponer, las cosas no salen como espera Richard, pero no hace falta nada más para que la historia funcione y nos lleve a donde tiene que llevarnos. Richard ya tiene algo que hacer: conseguir que la relación entre la madre su novio y el anciano inglés vaya bien. A la vez, la trama le da a Richard algo muy importante: la traductora, alguien con quien hablar de lo que le ocurre que a la vez se convierte en el punto de vista del espectador sobre la historia al tener algo más distancia sobre la peripecia. Pero la utilidad de ese tipo de personajes daría para otra entrada, así que no me voy a extender más sobre esto.

La cuestión es que, como buen “Truman”, la relación de Junn no es un McGuffin. No solo tiene una gran importancia para los personajes, sino que es una expresión del tema central alrededor del que orbita toda la película: la incomunicación. El noviazgo cumple una función argumental, pero también temática.

Y vale, ahora que estoy acabando, lo reconozco: un “Truman” es solo una variante de un objetivo externo de toda la vida. Es una de las primeras cosas que te explican en cualquier curso de guión. Los guiones son drama, y drama es acción, así que conviene darle algo que hacer a tu protagonista si no quieres acabar escribiendo un mal guión en el que este se pase páginas y páginas hablando de sus porqués en vez de permitirnos deducirlo a nosotros a partir de sus actos.

En realidad, ni siquiera Truman y el noviazgo cumplen exactamente la misma función. En Truman lo que más querría Cámara (que su amigo viviera), es algo imposible de conseguir, mientras que sí que resulta creíble que Andrew pudiera ganarse a Junn.

Pero si he elegido explicarlo así es porque a base de dar clase he acabado convencido de que las explicaciones a palo seco no sirven para mucho. No conseguimos interiorizarlas y por tanto no pasan a formar parte de nuestro arsenal particular como guionistas. Son solo estrategias abstractas. Y una buena manera de que acaben siendo “nuestras” es pensar en cómo se han utilizado en películas que nos importen, que signifiquen algo para nosotros, y luego, usarlas en nuestros propios guiones.

Así que lo importante no es que memoricéis mi explicación sobre “Truman” sino que os preguntéis: ¿cuál es mi “Truman”?

*A veces mis alumnos se lían un poco con esto. De acuerdo a Hitchcock, un McGuffin es lo que pone en marcha a un personaje, lo que le da un objetivo externo, pero da un poco lo mismo lo que sea, de hecho, puede ser una cosa como puede ser otra (en sus películas: un microfilm, unos planos, unas joyas, etc.). Tanto es así que a veces da lo mismo que no se explique, como en aquella divertida escena de en “Con la muerte en los talones” en la que cuando llega el momento de explicar qué buscan los malos pasa un avión al lado de los personajes y hace tanto ruido que no podemos escuchar el diálogo.

**Para eliminar prejuicios “anti peripecia” recomiendo el análisis que hace John Yorke del guión de “Cómo ser John Malkovich” de Charlie Kaufman en su estupendo libro “Into the Woods”, o que os pongáis una de sus películas y escribáis la escaleta mientras la veis. Los guiones de Kaufman no son especiales porque renuncien a la construcción dramática convencional ni porque estén vacías de peripecia.

***Por otra parte es exactamente lo que pasa en casi todas las comedias románticas.

 

3 comentarios en «NECESITAS UN “TRUMAN”»

  1. En una entrevista que publicasteis hace un tiempo, uno de los coguionistas (no recuerdo si era el director o el guionista de verdad) comentaba que dar con Truman, con el perro, les había costado mucho pero que había sido la clave para sacar la historia adelante. Hasta que se les ocurrió canalizar la historia a través de Truman sólo tenían una situación, pero no una historia. Y estoy de acuerdo contigo en que Truman es clave para conocer y empatizar con el personaje de Darín. Lo que no comparto contigo es que Truman es fundamental de cara al ¿qué va a pasar?. En mi opinión el desenlace que se le da a la historia del perro es previsible pero la magia de esta película es que, a pesar de eso, te sigue gustando.

    1. Ah, pues yo no anticipé el final. Cuando pasa lo que pasa, me sorprendió no me lo esperaba. Creo que es un gran final. Se siente como lógico y natural y aún así sorprende. En todo caso, de cara a estructurar al guión lo que importa es que es un problema que necesita ser resuelto y que a priori no sabemos cómo va a ser resuelto.

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