
Por Juanjo Ramírez Mascaró.
BAR. INT. NOCHE.
El guionista que está triste y azul entra al garito, ocupa un taburete, posa el codo en la barra, hace una seña al camarero.
– Una cerveza, por favor. Doble. Triple. Enorme. La más grande que tengan.
– Una cerveza para el caballero. ¡Marchando! ¿Día duro en el trabajo o qué?
– Ufff… Ni te imaginas. Soy guionista. Mi jefe se ha empeñado en que reescribamos un guión entero, EN UN SOLO DÍA. He entrado a currar esta mañana y mira a qué horas salgo.
– Pues ya somos dos. Bueno, a mí aún me quedan un par de horitas aquí, y luego recoger, limpiar el baño, barrer y toa la pesca. Llevo más de diez horas de pie sin poder sentarme, macho.
El guionista esboza una mueca de malestar. Este año le han reducido el salario. No quiere que le reduzcan también su derecho a quejarse. Vuelve a la carga:
– Claro… Aunque lo nuestro es especialmente agotador, ¿eh? Consiste en pensar todo el tiempo. Tener ideas, buscar soluciones a problemas de todo tipo… Y ya sabes lo que pasa con los trabajos intelectuales, a la hora de la verdad son los que más agotan…
– Hombre, todo es cuestión de entrenarse. Tú te vienes al bar en hora punta y cuando llevas una semana memorizando las comandas de cuatro mesas al mismo tiempo, la cuestión ésa de pensar y concentrarse te sale más fácil. Otro ejercicio que no va mal para eso es calcular las vueltas que le tienes que dar a un cliente mientras otros cinco te gritan pidiéndote que les cobres por separado.
El guionista bebe media cerveza de un solo trago. Le sabe amarga. Le sabe a lectura en mesa italiana, a versión número quince de guión.
– De todos modos, lo más jodido del mundo guionistas no es eso. ¿Quieres que te diga qué es lo más duro? La inestabilidad laboral. En lo nuestro nunca sabes si vas a seguir teniendo trabajo el mes que viene. Es raro ver a un guionista trabajando más de tres meses seguidos en un mismo sitio.
– Pues en hostelería tres cuartos de lo mismo, macho. Cuando regresas a un bar al que no has vuelto en varios meses, ¿te suele servir el mismo camarero de la vez anterior?
– Pues si te soy sincero, no me he fijado…
– Ya, la típica invisibilidad de los camareros…
Otro trago de cerveza.
Y otro.
Y otro.
Y otro.
– Los parones – contraataca el guionista -. Esos parones entre curro y curro. Los llevo fatal. Intento llenar los tiempos muertos escribiendo obras de teatro, o me dejo liar para escribir un largo que me pide un productor que finge no poder pagarme mucho, ni poder pagarme ahora, ni poder pagarme nunca… Y mientras la cuenta corriente menguando, tiritando…
– Yo pensaba que con lo de escribir películas te hacías millonario.
– Pues va a ser que no.
– Entonces, si lo que quieres es pasta, haz como yo, que me voy al pueblo a ayudar a mi padre a descargar palés en el muelle. De lunes a sábado, de sol a sol. Acabas deslomao, pero es dinero rápido y calentito.
– Sí, bueno… Yo confío en que tarde o temprano me descubran en Estados Unidos. Allí sí que saben hacer las cosas. Tampoco es que haya movido muchas fichas en esa dirección, y ahora que lo pienso, no tengo ningún guión traducido al inglés, pero en un mundo globalizado como el de ahora, con tanto internet, Hollywood siempre está a la vuelta de la esquina…
– No sé. Yo curré allí durante una temporada.
– ¿¡En Hollywood!?
– Sí, en el Fosters. Te anulan la personalidad, macho. Es verdad que estando allí la gente acaba conociendo tu nombre, porque lo llevas en la camisa, en una etiquetita. Pero es que te sientes ridículo. Te obligan a llevar un delantal muy bajonero y una riñonera llena de monedas. Más que un camarero pareces un vendedor de lotería, o el cuñao que alguien. Si quieres conservar tu personalidad como camarero, el Hollywood no es tu sitio, macho. Allí quieren que seamos todos iguales, como fotocopias. Si hasta nos hacían tomar las comandas con una maquinita.
– Calla, calla… que aún no te he contado lo peor de nuestro oficio. Tratan muy mal a las mujeres, tío. Las ningunean. Tú te pones a ver los créditos de los programas y las series, las subvenciones que se conceden… y hay muy pocas mujeres, en serio.
– Eso díselo a Lucía, mi compañera del turno de noche. Ya le gustaría a ella que la ningunearan un poquito los sábados. Si no le tocan el culo seis o siete tíos borrachos cada fin de semana…
– Yo nunca le he tocado el culo a una tía…
– ¿Y entonces tú trabajas en la tele o qué?
– Sí. Principalmente en comedia, aunq…
– ¿O sea que los chistes que hacen los actores en la tele te los inventas tú?
– Bueno, yo y otros compañeros que…
– Joer, cualquier día me pongo yo también a hacer algo de eso. Aquí donde me ves, tengo bastante gracia. Todo el mundo me lo dice, que soy un showman. Tú nos dejas un par de horas a mi colega el Rafa y a mí soltando paridas y te hacemos un programa de puta madre todos los días.
– ¡Eso sí que no, HIJO DE PUTA! ¡Por ahí sí que no paso!
En cierta ocasión, un colega mío, que tenía un trabajo de los de despacho, de mirar mucho la pantalla de un ordenador y remover papeles, me dijo, categórico, que lo que hacían los albañiles no podía considerarse trabajar. A fin y al cabo, según su argumento, sólo desempeñaban una tarea física repetitiva, algo que incluso un mono amaestrado puede hacer. Según él, lo suyo sí que era exigente, porque le exigía un esfuerzo mental continuo, una concentración absoluta, incomparablemente superior al mero cansancio físico del trabajo en el andamio.
Poco después, mi padre y yo alquilamos dos cuerpos de andamio para pintar la fachada de nuestra casa. La tarea nos llevó dos días en los que subimos y bajamos varias veces del andamio, llevando cubos de pintura, brochas, rodillos, y, naturalmente, moviendo esos dos cuerpos de andamio a fin de trabajar en las cuatro paredes del edificio.
Ni que decir tiene que a mediodía del primer día me moría de ganas de ir a buscar a este colega, cómodamente sentado en su despacho con aire acondicionado, y darle la paliza de su vida. Y después cobrársela.
La cuestión no es el trabajo que desempeñes, si no el amor que le tengas, todos los trabajos tan dignos como los demás, cada trabajo tiene su cosa y todos tienen algo en común, que el mundo laboral es igual para todos, con distintos decorados…
Es igual de valorable un ingeniero que un panadero. Si lo que haces lo haces con amor. El ingeniero si ama lo que hace los proyectos los bordara y el panadero su pan será el más exquisito.
Lo más importante de todo es hacer, dedicarte a lo que tú quieres dedicarte. A lo que sientes, te sientes bien haciéndolo. Porque los resultados serán maravillosos. Pero si te dedicas hacer algo que no te gusta, por mil razones, por supervivencia, porque te condicionaron en su día, porque crees entender lo que debes hacer… primero, no sera feliz, segundo eso se traduce a un trabajo sin magia, tercero estarás frustrado y eso se traducirá a tu vida personal.
Los comentarios están cerrados.