Por Juanjo Ramírez Mascaró.
Una persona muy cercana a mí lleva un tiempo asistiendo a terapia psicológica y el otro día me confesó que, tras haber visto últimamente un par de series sobre superhéroes, cree que esos capítulos le han ayudado más que todos estos años de terapia.
Con ello no intento desacreditar a los psicólogos. Todo lo contrario: A veces es reconfortante percibir cómo, en ciertos casos concretos, una historia de ficción puede resultar igual de útil que un psicólogo.
Supongo que a quienes nos dedicamos a escribir nos consuela escuchar esa clase de cosas porque nunca logramos erradicar del todo ese complejo, esa sensación de que lo que hacemos no sirve para nada.
¡Tío! ¡Los albañiles construyen edificios! ¡Los cirujanos salvan vidas! Y yo soy de los que piensan que un cirujano necesita llegar a su casa por la noche y ver una buena peli, leer un buen libro… para sentir que salvar vidas sigue mereciendo la pena. Pero pensarlo no es lo mismo que creerlo. Si hay que salvar a alguien en el naufragio, probablemente salvaría al albañil, no al cuentacuentos. Me resulta curioso que me haya venido precisamente este ejemplo a la cabeza, porque mientras tecleo me acuerdo de otra persona cercana que me habló sobre las pruebas de selección que hacían a los aspirantes en una conocida empresa. Se trataba de una de esas dinámicas de grupo en las que cada uno asumía un rol. Una era enfermero, otro arquitecto, otro… yo qué sé, cazador… y a uno le tocaba ser psicólogo. Les hacían imaginar que iban todos dentro de un globo aerostático, y el globo llevaba demasiado peso. Si querían llegar a tiempo hasta una isla desierta cercana en vez de naufragar en alta mar, debían echar a uno de ellos por la borda. Casi siempre echaban por la borda al psicólogo.
Supongo que es lógico: Pirámide de Maslow. Uno no piensa en las necesidades más “sutiles” hasta tener cubiertas las más básicas. Supongo también que vivimos en un mundo cada vez más mecánico, más industrializado… y en un mundo así se defenestra las que en otros tiempos se consideraban actividades sagradas, las que correspondían al hechicero de la tribu. Empiezas suprimiendo los rituales mágicos, luego devalúas el arte de contar leyendas, luego empiezas a recortar en investigación científica. Eliminas la noción de lo invisible, siglo tras siglo, hasta que sólo queden átomos sin que nadie sepa en qué consisten… y organismos pluricelulares que nadie sabe a dónde van, ni de dónde vienen.
La persona que me contó lo de la prueba del globo aerostático era guionista. Se llama Gonzalo Navas y le tocó interpretar al psicólogo. Pensó: “Estoy jodido. Me van a tirar por la borda.” Sus contrincantes lo tenían más fácil: A ellos les tocó hacer de arquitecto, enfermero, albañil… cosas así. Todas ellas profesiones muy, muy prácticas en una isla desierta, luchando por la supervivencia. El psicólogo tenía todas las de perder. Pero en este caso concreto el psicólogo era guionista, y el guionista era un poco psicólogo. Supo percibir las necesidades que tenía aquella gente, tanto las prácticas como las emocionales. Supo identificar los miedos. Supo detectar al componente menos carismático y proyectar sobre él todas las hostilidades y frustraciones del grupo. Finalmente le ocurrió como al prota de Gladiator en el circo romano: Contra todo pronóstico, logró que arrojaran a otro por la borda. Se salvó. Y el tipo que dirigía la dinámica de grupo le dijo: “En todos los meses que llevo haciendo esta dinámica, nunca se había salvado el psicólogo.”
Probablemente en todos esos meses nadie había interpretado al psicólogo recurriendo a la psicología.
¿A dónde quiero llegar con todo esto? A que el mundo no consiste únicamente en lo visible, en lo pragmático. Muchas de esas cosas que te explica la mecánica de Newton dependen no sólo de las leyes físicas, sino de los pensamientos y emociones que siembras en algunas mentes. Decía Victor Hugo que “no son las máquinas las que mueven el mundo, sino las ideas”. Eso acaso dejará de ser cierto cuando las máquinas también tengan ideas, pero mientras tanto hará falta un chisporroteo en un cerebro humano (o inhumano) que accione un dedo para pulsar un botón rojo.
Las cosas que no vemos y tocamos también existen, en tanto en cuanto sean capaces de cambiar el mundo. Los duendes, las hadas, las leyendas, los superhéroes. En la medida en que provoquen cambios en nuestro mundo… ¡joder! ¡existen!
¿Os habéis parado a pensar en cómo funciona el dinero, por ejemplo? En otros tiempos podías tocarlo, contarlo… Ahora sin embargo, con tanto billete barato representando materia que en realidad no existe en los bancos que lo emiten… con tantas acciones de bolsa representando unas cantidades fluctuantes, mucho más escurridizas que cualquier hada… ¿podemos afirmar que el dinero existe? Por supuesto que existe. Aunque ya no lo podamos ver ni tocar, existe. Porque desde su trono invisible e intangible es capaz de cambiar el mundo en que vivimos. Existe en un plano inmaterial desde el cuál influencia a mucha gente para hacer muchas cosas. Condiciona guerras, condiciona matrimonios.
No sé si conocéis a Slenderman. Se trata de una criatura muy siniestra que alguien inventó para hacerse viral en internet.
Los autores materiales de la “broma” declararon hace tiempo que Slenderman era una invención, pero era demasiado tarde. A esas alturas el personaje había sembrado su semilla en muchas cabezas. Hubo gente que asesinó a gente siguiendo las reglas de su juego, porque suponía que eso es lo que Slenderman quería. De alguna manera Slenderman existía y cambiaba el mundo desde las mentes de otros seres, aunque no le pudieses ver, aunque no le pudieses tocar. De esa manera una creación de un narrador se convierte en algo tan real como el viento, como la fuerza de la gravedad. Algo tan bonito o tan peligroso como cualquier otra fuerza de la existencia, material o inmaterial, voluntaria o involuntaria.
No quiero acabar el post con un sabor de boca tan oscuro, así que vuelvo al tema de esa persona tan cercana que encontró esa ayuda inesperada en el tema de los superhéroes. Se trata de una persona que siempre fue reacia a ese tipo de historias, porque siempre tuvo que salir adelante tirando de sí misma, con sus propias fuerzas y sus propios recursos. Una persona que nunca tuvo nadie que viniese a rescatarla, a sacarle las castañas del fuego. Para ella, por tanto, ese tipo de fábulas eran una especie de consuelo engañabobos, un opio del pueblo. Ahora, sin embargo, tras darle la oportunidad a un par de esas historias, se ha dado cuenta de que no hablan necesariamente de alguien externo que irrumpa en tu vida como un séptimo de caballería, sino más bien de un referente de la clase de persona en la que tú te puedes convertir. El héroe surge de tu propio interior.
Creo que empezamos admirando a Spiderman por sus telarañas y su habilidad de trepar por las paredes, pero lo que realmente nos toca el alma es verle renunciando a la mujer que ama por hacer lo que supone correcto, o sus penurias para pagar el alquiler. Admiramos a Batman no sólo por todos los cacharros portentosos que se compra con sus millones de dólares, sino porque en vez de disfrutar de esa fortuna despreocupadamente pasa las noches en vela combatiendo el crimen en detrimento de su imagen pública. En todos esos casos está presente el mismo concepto que, con unas formas u otras, aparece en casi todas las religiones, cultos, leyendas… El concepto de sacrificio. A veces en forma de penitencia cristiana, a veces dejando que te arranquen el corazón en pirámides precolombinas, a veces renunciando a tu voz de sirena para poder visitar el mundo de los humanos. Y a menos que seamos psicópatas (como el propio Batman) estamos diseñados a empatizar con el talón de Aquiles incluso antes que con sus proezas.
Por eso psicólogos (una vez más psicólogos) de la talla de Jung o Joseph Campbell invirtieron gran parte de su vida en estudiar las historias de superhéroes de las culturas ancestrales, porque sabían que el superhéroe no es alguien que viene a salvarte desde fuera, sino algo que puede crecer en tu propio interior para salvarte a ti o incluso para poner su granito de arena en eso de salvar el mundo. Las historias de superhéroes suceden en ese prodigioso anfiteatro que es el interior de nuestro cráneo, como Slenderman, como los cuentos del hechicero de la tribu.
Bellísimo.
Gracias!
Muy buena reflexión, muchos escritores piensan alguna vez que su trabajo no vale para nada y se olvidan de lo mucho que han influenciado algunas historias en su vida. Además si esas series de superhéroes son de tanta calidad como las últimas de Netflix, no me extraña que tengan ese efecto.
Gracias! Las dos series que se insinúan en e post son, en efecto, de Netflix.
Juanjo, siempre disfruto mucho tus posts (perdona la confianza al tutearte, pero los buenos escritores siempre me han parecido como un amigo con el que comparto confidencias). Éste no es una excepción, como ya imaginaba.
Hay algo que me toca la fibra en la mayoría de textos tuyos que leo. Y es que eres un hábil prestidigitador. Construyes un camino por el que discurre la historia que cuentas, pero algunas de esas baldosas esconden una trampa. Son un escalón en falso. En este texto he encontrado un par. Obviamente, siempre según mi opinión.
El primero de ellos se esconde en “Empiezas suprimiendo los rituales mágicos, luego devalúas el arte de contar leyendas, luego empiezas a recortar en investigación científica. Eliminas la noción de lo invisible (…)”. Ese “paso” de ritual mágico y leyenda a investigación científica no es una sucesión. Fue precisamente la sustitución de los rituales mágicos y leyendas por el método científico lo que permitió el avance de la ciencia. Aprender que las enfermedades no eran causadas por deidades, sino por virus y bacterias, y que más vale lavarse las manos que poner velas a un símbolo de madera es lo que permite que tú y yo vivamos 80 años y no 40.
Por supuesto, entiendo que estás contando que no vale con el frío dato, y con la explicación aséptica de las causas de lo que sucede en el mundo. Que hay algo más. Que no todo es lo tangible y lo que se puede cuantificar y explicar con ecuaciones. Ha de intervenir la acción humana motivada por algo. Algo que surge de dentro. Algo que nos mueve. Ahí entroncas con el segundo “paso trampa”. Siempre, una vez más, desde mi prisma.
Dices en otro párrafo: “muchas de las cosas que te explica la mecánica de Newton dependen no sólo de las leyes físicas, sino de los pensamientos y emociones un siembras en algunas mentes”. A continuación, citas a Víctor Hugo. En la misma línea, yo mencionaría a Einstein, que mantenía que la imaginación es mucho más importante que el razonamiento lógico. Pero aquí entró en conflicto. Sí, lo que te explica la mecánica de Newton, es exclusivamente terreno de la física. Y las ecuaciones de Maxwell. Y el modelo del átomo de Bohr. Y la dualidad onda/corpúsculo. Y la paradoja de Schrödinger. Todo pura física. Algo que la naturaleza puso allí para que fuera descubierto usando una manera de pensar (el método científico) y un lenguaje (las matemáticas). No hay nada intangible en ello. Por supuesto, y aquí coincidimos, es una chispa salida de un mente la que ha llevado al ser humano a descubrir todo eso. Una necesidad de ir más allá y entender cosas en apariencia ocultas. Y eso es, precisamente, lo maravilloso de la ciencia. No necesita de magia. No necesita de leyendas. No necesita de saltos de fe. Solo necesita una mente prodigiosa dispuesta a hablar el lenguaje de la naturaleza.
En el resto creo que estamos básicamente de acuerdo. Soy un militante antiteista y defensor a ultranza del pensamiento escéptico en contra de las pseudo ciencias. Y es precisamente esa actitud la que me hace estar convencido al 100% de que NO todo es lo tangible. De que nada es tan importante como la espiritualidad, inherente al ser humano, y el mundo de las emociones. Es esa espiritualidad, que las religiones y las pseudo ciencias se han encargado de prostituir, la que ha hecho que el ser humano tenga la necesidad de saber más. De ir más allá. De tener pensamientos elevados y motivaciones internas para dar un paso más cada vez, y no conformarse con lo que sabe. No aceptar cualquier explicación burda que el pensamiento mágico le ponga delante. No dejar que la ignorancia de no saber lo que es el ciclo de Krebs o la oxidación celular le deje aceptar como válido una “curación milagrosa” o cualquier sandez similar.
En resumen: mantengamos la espiritualidad. Lo que no se ve. Que sea ése el motor de nuestras acciones. Esa chispa que nos mueve por dentro. Cultivemos la imaginación. Dejémonos transportar por las historias y leyendas. Que todo ese mundo exista para nosotros. Pero tengamos muy claro cuando esas leyendas no son más que bobadas que pretenden sustituir el mundo real. Un mundo que, nos guste o no, solo habla un idioma: el de las matemáticas. ¿Quién dijo que ambos mundos no podían coexistir?
Gracias. Aunque no lo parezca, estoy muy de acuerdo contigo. Yo creo que en el fondo es una cuestión de jurisdicciones. Algunas cuestiones son jurisdicción exclusiva del pensamiento mágico y/o espiritual, otras lo son del pensamiento racional… y vete a saber, si del mismo modo en que un fenómeno como la luz puede estudiarse como onda y como corpúsculo, quizá ciertos fenómenos puedan ser abordados desde un punto de vista racional y también desde un punto de vista espiritual, sin que las conclusiones sacadas por un punto de vista anulen ni contradican a las del otro.
En ese sentido, arrinconar el “pensamiento mágico” nos ayudó a detectar microorganismos y paliar enfermedades, pero quién sabe si como contrapartida trajo consigo otro tipo de enfermedades de índole espiritual (algunas depresiones, por ejemplo. No creo que todas tengan base bioquímica) Como una quimioterapia que mata células malignas a costa de daños colaterales. Como digo, en mi opinión es casi un tema de jurisdicciones.
También es muy difícil precisar no sólo la manera en que lo invisible e intangible condicionan a lo visible y viceversa, sino también cuándo empieza algo a ser invisible e intangible. Para el ojo es invisible el microorganismo, para el microscopio rudimentario es invisible el átomo. Las leyes que rigen el mundo subatómico entran en aparente conflicto con las del mundo macroscópico. De repente ese “lenguaje universal” de las matemáticas parece llegar a incongruencias y callejones sin salida cuando traspasa esa frontera, como si el lenguaje matemático fuese un interfaz quebradizo que sólo puede explicar un expectro limitadísimo de la realidad.
Muy oportuna la mención a Einstein, por supuesto!
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