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Por Juanjo Ramírez Mascaró.
El otro día fui al cine a ver una película que transcurría en Marte, pero yo no estuve en Marte. Estuve en una sala llena de imbéciles. Imbéciles que hablaban en voz alta, imbéciles que comían cosas ruidosas, imbéciles que whatsapeaban con sus móviles.
Como no podía entrar del todo en la película, invertí aquellas dos horas en decidir que odiaba a aquella gente. Probablemente les cogería hasta cariño si los conociese en persona pero así, como “gentuza en general”, los odié mucho.
Me parece una conclusión desoladora para alguien que se dedica a contar historias. Siempre he pensado que narrar es un acto de amor, que las cosas se escriben mejor cuando uno quiere a sus destinatarios, que todos los calvarios del proceso son más soportables cuando piensas en cómo las va a disfrutar esa “gente hipotética” a la que amas hipotéticamente.
Yo no quiero hacer disfrutar a la imbécil del asiento de al lado, ni al cretino del asiento de delante, ni a los dos gilipollas de la fila de atrás. En todo caso me gustaría arrojarles un cubo de ácido a la cara.
Llegados a este punto, se me ocurren sólo dos posibles vías para resintonizar mis motivaciones:
En primer lugar, se me ocurre explorar la posibilidad de que el ODIO pueda ser un estímulo tan poderoso como el amor a la hora de crear. Escribir pensando en joder la vida de esos hijos de puta, en traumatizarles: Que salgan de la sala queriendo suicidarse, o vomitando.
Ser Vegeta en vez de Son Goku, convertirse en el Anticristo que se merece el antipúblico.
También contemplo la opción de asumir que no quiero volver a una sala de cine, ni quiero volver a escribir para la chusma que invade las salas de cine. Aquello fue bonito hace siglos, pero ahora sólo hay gremlins en las salas.
¡Qué cojones! Ni siquiera son gremlins. Los gremlins no ignoraban la película. Coreaban las canciones de los enanitos de Blancanieves.
¿Siempre ha sido así? Es posible. Desde que el cine es cine siempre se ha usado para que las parejitas se metan mano en la fila de atrás.
Pero…
… o mi alma se está volviendo muy vieja, o resulta que antes, al contrario que ahora, la mayoría del público que pagaba la entrada… quería ver la película.
Puedo soportar que una señora pregunte “al de al lado” qué le ha dicho el galán a la chica hace un par de segundos. Puedo soportar que alguien suelte un chascarrillo relacionado con la peli. A veces esos chascarrillos me han hecho reír más que la peli (y ahí está el festival de terror de Donosti para convertirlo en Arte)
Lo que me revienta es que esa gente que te impide concentrarte en lo que estás viendo… lo haga con tal nivel de desprecio. Da la sensación de que están allí simplemente por estar. La peli les de igual.
Hijos de puta.
Y aún no os he contado lo peor: Aquel día que me indujo a escribir este post, la sala estaba a rebosar… porque era día del espectador. Todo esa mierda del “día del espectador” y la “fiesta del cine” parece preciosa, pero igual es un regalo envenenado. Es rebajar el precio de tu mejor vino para que venga una orda de gilipollas a hacerse un kalimotxo.
Si para salvar las salas de cine hay que bajarse los pantalones y llenar las butacas de gente indigna, prefiero extinguir las salas de cine.
Desde hace un par de semanas se escuchan en el patio interior de mi edificio los llantos de un perro. Hielan el corazón. Supongo que los dueños lo dejan solo durante todo el día porque tienen que irse a trabajar, y el pobre animal les echa de menos. Yo soy de los que piensan que tener un perro es algo muy serio. Si no te lo puedes permitir porque vives en un puto piso y trabajas doce putas horas, NO TE LO PERMITAS. Y esa eucaristía que llamamos “cine” me parece casi tan sagrada como cuidar de un perro. Si no podemos permitirnos honrar ese ritual como se merece, dejemos que se vaya a tomar por saco. Escribamos pensando en gente que acoja nuestras historias desde la intimidad de su casa, desde su sofá o desde, yo qué sé… sus gafas de realidad virtual.
Por supuesto que me parece una aberración cerrar las salas para convertirlas en un Zara o en un Primark. Lo suyo sería convertirlas en bares. Incluso tenemos ya hecho el estudio de mercado. Seguiría acudiendo a ellas la misma gente. La clase de gente que se comporta en el cine como si estuviera en un bar.
También yo me he sentido así a veces. Pero la respuesta es no: el creador no puede abandonarse a la misantropía y odiar a su público. La clave está en dirigirse no a una masa, sino a una sola persona: el lector ideal, el espectador ideal.
Por cierto, yo también vi Marte el día del espectador, rodeado de un público digamos “poco sofisticado”, que incluía grupos de diez adolescentes excitados que prometían joderme la película. Pero en cuanto esta empezó, toda la sala entró en ella en un respetuoso silencio de dos horas. Hay esperanza.
Mis últimas experiencias en el cine, y encima en salas de V.O., a las que en teoría acude un público al que se supone que le interesa más el cine, han sido desastrosas. Vi Slow West con dos chicas comiendo bolsas y bolsas de yo qué sé, haciendo un ruido tremendo al rebuscar, y con un hombre como de 60 dos filas delante de mí mandando whatsapps constantemente. Y da igual que les digas algo, paran un minuto y luego siguen.Así no hay dios quien se concentre en la película. Y además Slow West es más bien silenciosa, con lo que todo se oye mucho más. Al final lo van a conseguir y voy a dejar de ir al cine. Me compro la peli unos meses después y la veo en casa.
Es triste, pero es lo que me encuentro últimamente que por cuestiones de curro sólo me viene ir al cine miércoles o fines de semana. Ahora mismo estoy recordando que en 1989 la gente hacía ruido en el cine… pero para aplaudir cuando el héroe iba a salvar a la chica. Recuerdo al público así en La Última Cruzada de Indy, en Regreso al Futuro 2 e incluso en el Batman de Burton.
Hacerse viejo también pesa. Mi nivel de tolerancia ante los ruiditos de la gente rebuscando en el bote de palomitas (o peor, en las bolsas de papas) cada vez es menor, al tiempo que las pulsiones homicidas aumentan. Además, se ha añadido el plus del puto whatsapp, que te deslumbra y te rompe la concentración. Yo también vi la película de marte, rodeado de papafritas y monguers, pero era domingo y la entrada valía ocho pavazos. No creo que sea una cuestión de dinero, sino de hábitos. Hoy en día la gente no puede aburrirse, ni puede estar consigo mismo más de 30 segundos. Si la película te aburre o no acaba de atraparte simplemente desconectas y coges el movil, como cuando viajas en metro o vas a cagar. Y eso solo irá a peor. No obstante, tiraría de hemeroteca y recuperaría viejos hábitos saludables de nuestra infancia: boli bic y granos de arroz. Quizá acribillando al tocahuevos de turno se daría cuenta de lo pesado que es, y si no al menos sosiegas la sed de muerte y destrucción.
La edad hace, estoy seguro. Tengo 42 y lo noto. Pero ya en el estreno de El Sexto Sentido, del que hacen 16 añazos, fue la última vez que acudí a la “sesión golfa” para ahorrarme algo. Se me hizo insoportable y aún no había móviles.
Ahora vas a ver Gravity, te cuesta 7€ sin 3D y te encuentras a un grupo de 4-5 gilipollas que entra como un cuarto de hora tarde, se poner a charlar y a sacar los móviles. ¿Para qué coño vas? Gástalos en beber, en fumar o en lo que te salga de los mismísimos, pero no le jodas a los demás un rato de sus vidas.
Llevo mucho tiempo evitando masificaciones siempre que puedo, buscando horarios en función de la película (las de “adultos” a las 4 de la tarde o las de “dibujitos” a última hora). Intento ir a VOS cuando hay, y al menos en Sevilla, por viejo que esté el cine donde las ponen, no sueles encontrarte lo que cuenta el señor Muñoz ;)
Ahora tengo una hija de 3 años, así que al cine voy en contadas ocasiones. Cuando crezca algo más volveré a la normalidad, si no han cerrado las salas.
¡Ah! Yo pondría salas tipo los vagones “silenciosos” del AVE. Con inhibidor de frecuencias y acomodador que eche un ojo. Precio como de 3D y te da para el inhibidor, para el acomodador y aún te sobra.
Yo la llamo “La fiesta en el cine” no “Del cine” …Fui una vez y NUNCA MAIS… Proyector en casa y listo, no estamos para aguantar a gentuza.
Una vez en un show de monólogos, dos chicas en primera fila se pasaron todo el rato hablando en voz alta. El cómico acabó interrumpiendo sus chistes para pedirles que se callaran. La respuesta fue, literalmente “¿Qué pasa? Si en el cine se puede hablar, aquí también”. Quizás estaban sentadas a tu lado el día que fuiste a ver Marte.
Otras veces quizá ocurra que la película no está todo lo bien que podría, no logra captar la suficiente atención y el público acaba distrayéndose. Pero claro, en ese caso igual lo suyo es levantarse y salir de la sala…
Pones por escrito lo que yo también pienso. Reniego de ir al cine, pagar una entrada que no es precisamente barata y que no me entere de la película por la horda de incivilizados que me rodea. Al final pago 10€ por estar dos horas cabreada como una mona.
Yo aprovechando la coyuntura económica me he decidido por las salas de reestreno, allí no me importa que la gente haga ruido porque yo soy el primero que saco mi bocadillo de tortilla, la lata y la bolsa de ganchitos. Y me tomo el cine como una experiencia de grupo. Como en los festivales de cine.
Si quiero silencio, pues a la filmoteca o en mi casa.
¿Salas de reestreno? ¿Pero todavía quedan?
En la Filmoteca la cosa tampoco es mucho mejor. Hay gente que va todos los días pero, literalmente, para dormir. Calentitos en invierno y fresquitos en verano. Y sus ronquidos (porque encima roncan) s eoyen en toda la sala. da igual el día que vayas y la hora que sea. El de los ronquidos está en las tres sesiones diarias.
Debe haberle picado una msoca tse tse.
totalmente de acuerdo Juanjo, me cabrea la gente que está con su móvil mandando mensagitos y comprobando si han recibido alguno, los que se hacen selfis cuando se sientan. ¡Por Dios han venido a ver la peli o están en un parque¡ Me han entrado ganas de liarme a dar tortas.
Tengo 27 años. Con 16 le tiré un cubo de palomitas al subser que tenía sentado delante por algunos de los motivos aquí expuestos: no, creo que lo de perder la paciencia no tiene absolutamente nada que ver con la edad.
He llegado hasta aquí gracias a un amigo. «Creía que esto lo habías escrito escrito tú». No sé si habría encontrado unas palabras tan precisas, pero hago tu odio mío. La analogía del perro, por cierto, me ha llegado al corazón (sobre todo porque el de mi vecino me está dando una preciosa serenata ahora mismo). Sinceramente, no puedo más, quiero una pancarta. Salgamos a la calle. Acabemos con esto de una vez por todas.
Recuerdo la vez que fui a ver Los Extraños, el día de su estreno. Mi colega y yo rodeados por una patulea de niños que dedicaron esa hora y media de su vida a gritar, eructar, lanzar palomitas, cantar al unísono el We Will Rock You y bailar en medio de la sala al más puro estilo country (lo juro). Una auténtica experiencia, vaya.
Hace tiempo publiqué, para mis amigos, un artículo parecido, relacionado con el público del teatro. Gracias a este artículo he decidido sacarlo a la luz:
http://escaleradescentralizada.blogspot.com.es/2015/10/el-publico-que-nos-rodea.html
Deberíamos seguir repitiendo esta idea, hasta que se extienda lo suficiente.
Totalmente de acuerdo contigo. Lo comparto en Facebook, de hecho. Y de paso, te invito a pasarte por mi pagina de críticas a echar un vistazo. Los que amamos el cine lo entendemos…
http://Www.avueltasconelcine.WordPress.com
Muy de acuerdo. Por eso ya sólo voy al cine los lunes, cuando las salas suelen estar desiertas.
Saludos.
Con el debido respeto a todos, pero tanto en el texto como en los comentarios estoy leyendo cosas que me están dando auténticas arcadas. Emplear términos como “gentuza”, “gente indigna” y otros calificativos del estilo me parece de una bajeza extraordinaria, incluso para calificar al tipo de personas que se describen en esta entrada, a las que por otro lado no tengo intención alguna de defender. Además, el texto desprende un cierto clasismo que me parece bastante repugnante. Así, por ejemplo, pretender asociar a la gente que acude a la fiesta del cine con un público irrespetuoso, “paleto” o desinteresado sólo por el menor precio de la entrada se asemeja a una postura bastante reaccionaria por la que pareciera que ciertos espacios de ocio deben estar reservados a aquellos con chequera, mientras que el vulgar “currele” debe restringirse a la taberna o los aparcamientos de los polígonos. Aunque le cuesta creerlo al autor de este artículo de opinión, mucha gente no puede permitirse acudir al cine semanalmente, aunque así lo desearía, y tiene que aprovechar estas pocas oportunidades para gozar de esta experiencia. Y cuando lo hace, estoy convencido de que la inmensa mayoría acude con total intención de ver aquello por lo que ha pagado. Siento si ofendo a alguien, pero a aquel que lo haga le recomiendo la lectura de un libro, “Chavs”, de Owen Jones, y sabrá de lo que estoy hablando.
Además, en este caso dentro de los comentarios se realizan otras apreciaciones que yo calificaría como producto de un “esnobismo cinematográfico”, las cuales se asemejan en parte a las actitudes de discriminación antes referidas. Así, se tiende a asimilar al público que acude a ver ciertas películas o a ciertas sesiones de precio reducido (como la mencionada fiesta del cine) como personas de pensamiento muy simple o “poco sofisticado”, un hábito muy extendido dentro de cierta gente que se considera “cinéfila” (como si por otra parte esa característica la dotara de unas cualidades intelectuales extraordinarias). Pues bien, yo no es que me considere como tal, pero tampoco soy un primerizo en esto de ver películas, y afirmo sin ruborizarme que me puede provocar tanto placer el visionado de una película de Tarkovsky o de Rohmer como el de un thriller de Michael Mann o alguna de la saga de Star Wars.
En resumen, menos elitismo y esnobismo social y cultural y más respeto por el prójimo, si hacen el favor.
Me extrañaba que no hubiese surgido antes un comentario como éste. Es lógico que surja y es respetable. No obstante, no he escrito esto con intención de respetar, ni he señalado con el dedo a ninguna persona concreta. No voy a pedirte a ti tampoco que respetes mi odio.
Yo he llegado a estar en sesiones donde se podía fumar y beber alcohol en Londres… cuando el cine era un espectáculo y no un momento de introspección obligada. No se puede tener todo, querer que la gente vaya al cine pero esperar que se comporten como si estuvieran en misa ¿Odiáis a vuestros espectadores de sala? Que mal rollo si lo que se pretende es que el espectáculo siga.
Hola. Me pareces un tipo asistémico. Pero me haces gracia. JA. Ya.
Con los conciertos de música ocurre lo mismo. Sniff…
Yo, tal como dije en uruloki, estuve así el día que acudí a ver Cumbre Escarlata. La película habría sido preciosa… si hubiera posido extirpar las cuerdas vocales a toda la familia de cotorras-cacatuas de la fila justo tras la que me senté.
Y lo de la comida en los cines… palomitas-refresco vale, es lo tradicional. Pero al ritmo que vamos pronto servirán hasta bacalao a la bilbaina. Eso si no tienes la desgracia que el que se sienta a tu lado vaya ya con el tupper con su bacalao ya listo para comerlo suidosa y olorosamente.
Amo el cine y definitivamente odio a casi todos los espectadores. A unos les metería sus móviles por la vía rectal, a otros las cosas que llevan de comida y a los últimos los buscaría para que sus madres se los volvieran a meter dentro, a ver si aún están en garantía y pueden des-nacer.
Cuando dice que haría usted todo eso, quiere decir que sólo lo haría si pudiera hacerlo impunemente, ¿verdad? ¿Tiene usted muchas otras fantasías de violencia impune? ¿Ha pensado en hacérselo mirar? O al menos, ¿ha pensado en ir a compartirlas a otro sitio? Pregunto.
Me gasto una pasta en ir al Kinépolis, a la sala 25… y casi me dan ganas de dar 25 hostias a los presentes: una madre cuarentona con ¡1o niños! en una peli muy violenta para adultos, dos treintañeras con el puto móvil encendido media película, dos adolescentes apollardaos que subian los piés al asiento delantero a los que les dí un toque… y un montón de pesados comiendo ruidosas palomitas…. Vamos, todos miembros honorarios de GSF… o sea, Gilipollas Sin Fronteras. Vamos, como dijo alguien anteriormente, mejor comprarse el bluye ray y ver la peli en mi tele de 42″ HD con mis sistema Dolby. Si yo lo que quiero es disfrutar las películas en el cine…
La gente todavía no entiende de metáforas y sentidos figurados. Está perfectamente legible e interpretable su escrito. Una cosa es vulgaridad, otra real intención y otra describir la realidad con palabras acertadas. Hasta de acuerdo con los Gremlins, ellos con ocian su papel y lo actuaron, el hecho de madurar no excluye por ejemplo la aceptación de que uno sonrío a cantaros con los Goonies. Las salas de cine parecen unos centros comerciales, apenas entra y esta Hollywood con una ráfaga de qué se yo. Vuelta al underground y a la real esencia de las artes. Comentario con el debido respeto a quienes difieren, Señores, pero esta es mi opinión.
Corrección, quise decir apenas “se entra¨cantaros con acento en la primera a, conocían, digo los Gremlins. Quisiera agregar que ir a una sala de cine es un ritual, una ceremonia, lees las reseñas, vas con amigos, disfrutas de a película, luego te vas a cenar y comentas, en fin, no tenías el beep beep de las nuevas tecnologías comunicacionales, y no sabias robotizado e incompleto.
Yo recomiendo a todo el mundo a que se anime a quejarse. Primero, dirigiéndose al foco de la molestia, y si no funciona, a algún empleado de la sala. Hablo de casos extremos como el grupo de niñatos cantando que mencionaba alguien en los comentarios, o, como en mi caso hace ya tiempo, dos chicas borrachas montando el número en el pasillo de la sala. Sé que quejarse no está muy bien visto en este país, pero es la única manera de cambiar las cosas. Y, oh, sorpresa… funciona!
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