Por David Muñoz
Hace un par de semanas algunos de los tutores del programa de desarrollo de guiones de largometraje DAMA Ayuda nos reunimos para comentar cómo nos había ido con los proyectos elegidos en la convocatoria 2014/2015. Y una de las cosas de las que hablamos es que a veces no se tiene muy claro qué es lo que hacemos o debemos hacer los tutores de los proyectos, no solo en DAMA Ayuda sino en cualquier otro programa de este tipo. Por eso, se me ocurrió escribir esta entrada explicando las pautas que intento seguir cuando me encargo de tutorizar (o supervisar) la escritura de un guión de largometraje, ya sea contratado por talleres, másteres, cursos, o por los propios guionistas. Y cuidado, no quiero decir que esto sea lo que deba hacerse siempre. Yo aprendí a hacerlo así cuando fui “tutorizado” por el ya fallecido profesor de la universidad de Columbia Lewis Cole. Dado lo bien que su método funcionó conmigo, decidí aplicarlo cuando años después me tocó a mí ser tutor. Pero estoy seguro que hay otras formas de ver las tutorías, y que también pueden ser válidas.
-Tutorizar la escritura de un guión consiste en ayudar al guionista a escribir la mejor versión posible de su guión. A veces los guiones te llegan ya en primera versión, pero también se trabaja con tratamientos, argumentos, sinopsis e incluso a partir de una idea. Para mí lo más importante es tener claro que el objetivo no es que el guionista escriba el guión que escribirías tú si su idea fuera tuya, sino ayudarle a escribir bien su visión de la historia. Y por “escribir bien” entiendo que funcione dramáticamente (que lo que ocurre sea lógico, que interese, que emocione, que sorprenda). Para conseguirlo, antes de empezar a trabajar conviene hablar mucho con el guionista para que te explique bien qué quiere hacer. A veces resulta que él no lo tiene muy claro y estas conversaciones también le acaban resultando útiles porque le ayudan a articular sus ideas y a descubrir cuál es la película que quiere escribir (no sé por qué pero hablar de un guión ayuda a verlo más claro que solo pensar en él). En esta fase inicial también viene bien compartir referentes, influencias, etc. para pillar bien el tono y no acabar haciendo sugerencias que no encajen con lo que ha imaginado el autor. Hay ocasiones en las que te entiendes en pocos minutos y otras en que te lleva varios días.
-Si un tutor quiere que escribas una película distinta a la que tú quieres escribir, no te conviene. Para tranquilizar en ese sentido a mis tutorizados, yo siempre les digo que para realizarme creativamente yo ya escribo mis cosas, y la satisfacción que busco como tutor es que ellos estén contentos con su guión (la verdad es que me produce un gran placer intentar entender cómo funcionan historias que yo nunca escribiría, “vivir” durante un tiempo en mundos narrativos que no acostumbro a visitar). Lo anterior no quiere decir que un buen tutor tenga que ser necesariamente un guionista. Depende de la persona. Entre los tutores que quieren que escribas SU versión del guión seguro que hay guionistas (normalmente se trata de gente con prejuicios respecto a determinados géneros, cuando no desconocimiento total sobre sus mecanismos). En el mismo taller donde tuve la enorme suerte de acabar teniendo como tutor a Lewis Cole, también pasé un día entero intentando entenderme con un tutor que estaba empeñado en convertir mi comedia de ciencia ficción en un drama realista. No volvimos a reunirnos, claro. Por otra parte, no comparto el prejuicio anti analistas de guión de algunos de mis compañeros. He hablado con guionistas y directores que han desarrollado proyectos guiados por ejemplo por la analista Ana Sanz-Magallón muy contentos con su forma de hacer las cosas y con los resultados que han obtenido trabajando con ella.
-Una duda que a veces se plantea es: ¿el tutor tiene que aportar ideas a los guiones de sus tutorizados? Y, si lo hace, ¿eso no le convierte en cierta manera en coguionista? Mi respuesta a la primera pregunta es “sí” y la segunda es un rotundo “no”. Puede que haya tutores que consigan hacer bien su trabajo haciéndoles preguntas a los guionistas con los que trabajan, obligándoles a pensar y a replantearse cosas sin ponerles nunca ejemplos de cómo podrían reconducir su historia, pero yo no sé trabajar así. Si bien es cierto que los tutores nos pasamos meses haciendo preguntas (sobre todo, “¿por qué?”, como si fuéramos niños chicos, “¿Por qué? ¿por qué? ¿¿¡POR QUÉ!???”), para conseguir que las respuestas sean satisfactorias, sobre todo si el guionista está un poco bloqueado, a menudo no tenemos más remedio que sugerir posibles respuestas. Muchas veces las historias se desbloquean con un juego de preguntas y respuestas que remite a los “libro juegos” de mi infancia. ¿Si elijo la posibilidad A… a dónde me lleva? Pero… ¿y si elijo la B? Y ese juego no puede jugarse sin concretar en qué consiste elegir una u otra posibilidad. El enemigo del drama es la generalización, la abstracción. Hay que especificar. Algo que en un guión significa convertir las intenciones en acciones. Luego, debe ser el guionista quien elija la posibilidad que más le convenga. No se trata de escribir por él sino de estimular su creatividad para facilitarle que escriba (las ideas nacen de reformular otras ideas). Y no, eso no te convierte en coguionista. Sobre todo porque un tutor nunca escribe realmente, o sea, nunca se sienta frente al ordenador y escribe en el guión. Habla de él, que es otra cosa*.
En mi opinión el tutor debe de ser generoso y esforzarse por encontrar buenas ideas para resolver el guión con el que está trabajando, aún sabiendo que si el guionista quiere utilizarlas todo el mérito será suyo. A mí es algo que me divierte. Me parece una gimnasia mental estupenda. El trabajo duro viene después: llegar a casa e integrar esas ideas en el guión consiguiendo que funcionen y encajen bien con lo que ya está escrito. Y ese trabajo lo hace el guionista, no el tutor. Podría decirse que esta fase permite que el tutor disfrute todo lo bueno que tiene inventar historias sin lo malo (o complicado y laborioso). También este apartado depende de cómo seas. Conozco a tutores guionistas que han dejado las tutorías después de dos o tres años porque tener que inventar tanto les dejaba reventados (imaginar puede ser agotador) y sin energía para enfrentarse a sus propios guiones. Y lo entiendo. Si llevas pocos guiones, tutorizar te da más ganas de escribir tus propias historias; pero si te pasas e intentas abarcar demasiado, es cierto que puede dejarte extenuado y sin fuerzas para nada más.
-Respecto a este tema de quién firma los guiones hay mucha confusión. Es muy normal que en el proceso de escritura de un guión haya mucha gente opinando y aportando (parejas, amigos guionistas que leen borradores, directores, productores…) que no firma. Pero todos sabemos que hay directores que también quieren firmar el guión porque han opinado sobre él o sugerido cosas sin haber llegado a escribir ni una sola frase. Sin embargo los directores también opinan sobre todos los aspectos de la creación de una película, desde el vestuario a la fotografía o el montaje, y no los firman. Así que… ¿por qué debe cofirmarse el guión? (aparte de para quedarse con parte de los derechos de autor, o por una cuestión de ego, quiero decir). Steven Spielberg no ha firmado un guión en su vida salvo los de las historias que ha generado él, y no por eso deja de ser un gran director que seguramente no rueda nada que no haya repasado y modificado a su gusto con el guionista. Tampoco por ello es menos autor.
-Como no quiero extenderme todavía más, en esta entrada no voy a profundizar en el método que empleo para supervisar la escritura de los guiones (que además, varía según el proyecto; cada guión tiene unas necesidades distintas). Pero sí que hay algo que suele ocurrir de lo que puede merecer la pena hablar un poco.
Casi siempre, cuando un guionista se siente perdido y no sabe por dónde tirar con su historia es porque se ha despistado y ya no sabe qué está contando. Perdido en la peripecia, en las necesidades estructurales del relato, en el cómo -siempre tan importante para conseguir que una historia interese- ha empezado a olvidar el qué. Ya no sabe identificar el motor emocional de su historia, el conflicto principal que ha puesto en marcha la narrativa y que debe resolverse cuando llegue el clímax. Ese “de qué va” la película que se concreta en acciones en el guión. A menudo, resolver el problema se logra contestando de forma satisfactoria estas sencillas preguntas: ¿Qué quiere el protagonista? ¿Por qué? ¿Qué o quién se lo impide? Y, ¿qué ocurre si no lo consigue? (da igual que lo que describa el guión no sea una peripecia personal sino un proceso –emocional, científico, un cambio en una comunidad, etc-; las preguntas son las mismas, pues el proceso debe de ser tratado como un personaje, aunque no haya nadie que quiera nada). Es muy habitual que durante algunas sesiones el trabajo del tutor consista en hacerle ver al guionista que las dificultades a las que se enfrenta, esas que provocan que el relato no fluya o que avance a trompicones, se resuelven yendo hacia atrás en vez de hacia delante, desenredando en vez de enredando.
-Muchas veces estás tutorizando la escritura de un guión y su autor se empeña en hacer algo que sabes que no va a funcionar. Aunque cueste, hay que dejarle hacer. Para aprender también hay que equivocarse. El proceso no debe detenerse para perderse en discusiones interminables. Una vez has dejado clara tu opinión y por qué, hay que pasar a otra cosa.
-También pasa, y más de lo que creeríais, que el guionista llega a la tutoría sin querer cambiar una sola coma de su guión. No quiere trabajar, no quiere mejorarlo, solo busca validación, que le digas que es maravilloso y que ya está listo para ser rodado (eso, o se ha apuntado al curso porque creía que le serviría para hacer contactos). Si es así, no tiene ningún sentido tener una tutoría. Es una pérdida de tiempo, tanto para el guionista como para el tutor. Cuando me ha ocurrido algo así, he sido yo quien le ha dicho al guionista: “hasta aquí hemos llegado”. Sin un objetivo común, la relación entre guionista y tutor es imposible y solo va a generar conflictos. Y ya es bastante jodido escribir como para convertir en tu antagonista a quien en teoría está ahí para ayudarte.
-El trabajo del tutor termina cuando el guión está como para empezar a ser leído por productores, directores, etc. Obsesionarse por escribir un guión perfecto es una pérdida de tiempo. El guión perfecto no existe. La perfección no es objetiva. Cada uno utilizaríamos ese adjetivo para calificar un guión distinto. Existen los guiones que cuentan bien o no la historia que quieren contar, y ya. A veces los guionistas tienen miedo de que su guión salga al mundo y quieren prolongar el periodo de tutorías más de lo necesario. Es normal. Durante semanas, o meses, has estado trabajando codo a codo con alguien que pase lo que pase está de tu parte, cuyo objetivo es ayudarte y que de hacer comentarios negativos sobre tu guión, los habrá hecho con el mayor tacto posible, y de pronto, tienes que dejar que tu “criatura” se exponga a las opiniones de gente que a priori no siente empatía alguna por ella y que no tendrá ningún problema en decir cualquier barbaridad que se le pase por la cabeza. Es duro pero inevitable. Y la realidad es que sea buena, mala o regular la primera versión del guión, es muy improbable que llegue a rodarse tal cual. El guionista siente que ha llegado al final del proceso, pero en realidad solo está al final de uno y al principio de otro. Porque una vez el guión interese, empezarán a llegar notas de dirección y producción pidiendo cambios (a veces tan descabellados que te harán preguntarte: “¿pero por qué me lo compraron si no les gusta???”). Lo que debe conseguir el primer borrador del guión es generar interés. Es un cebo. Tiene que ser lo suficientemente atractivo para que alguien decida convertirlo en una película. Pero no es la película (salvo en contadas excepciones legendarias como el guión de “Ed Wood”).
-Otra cosa es que el guión deba salir del curso lo suficiente bien como para ser rodado. Es lo que ocurre por ejemplo en el Curso de Desarrollo de Proyectos Cinematográficos Iberoamericanos. Aún así la forma de trabajar es la misma, solo que en este caso la opinión del guionista –que también suele ser el director e incluso productor- es la única que cuenta.
Y más o menos esto es lo que tengo en la cabeza cuando me ocupo de tutorizar un guión. En el proceso pasan otras cosas y se abordan muchos más temas, pero estas son las líneas maestras que me guían a la hora de tomar algunas de las decisiones más importantes.
Para acabar solo me gustaría aclarar algo que también he escuchado comentar en alguna ocasión: tener un buen tutor no te convierte en buen guionista. Te ayuda, desde luego, pero ningún tutor va a hacer el trabajo que te corresponde hacer a ti. Sobre todo porque al final, como he dicho antes varias veces, eres tú quien toma las decisiones, quien escribe.
Pero también es verdad que a todos, tengamos la experiencia que tengamos, nos vendría bien una tutoría cuando estamos trabajando en un guión. Escribiendo es fácil sentirse perdido y no saber ver algo que alguien que no esté viviendo el proceso desde dentro puede captar a la primera. A veces hablar diez minutos con alguien que te escuche con interés vale por una semana de trabajo solitario frente al ordenador.
Al mismo tiempo, también creo que resolver problemas de guiones ajenos puede ayudarte a hacerte mejor guionista. Por eso siempre les recomiendo a mis alumnos que, aunque sea solo por egoísmo, no solo en clase, sino también fuera de ella, sean generosos con sus ideas, que aunque no coescriban, hagan equipo con otros guionistas y les echen una mano cuando puedan, porque con el tiempo, esos amigos que te leen, que te critican sin destruirte, que intentan ayudarte, pueden ser un factor decisivo a la hora de que escribas un buen guión o no. Son tus tutores, aunque no lo sepan.
*Alguna vez he escrito en el documento del guión de un alumno. Pero solo cuando me ha parecido que era la única manera de conseguir que mi tutorizado entendiera lo que quería explicar. Y nunca imponiendo, solo sugiriendo. A modo de ejemplo.
Gracias, David, por este magnífico post. Podría suscribir todas y cada una de tus palabras como tutora y guionista. Abrazo fuerte!
Se te olvida, David, un tercer tipo de tutorizado, aquel que ante unas pocas sugerencias cambia casi el guión por completo, ¿te acuerdas? “Efecto Aguilera”.
Gracias, por todos y tus buenos consejos.
Un tutorizado.
Hola Óscar y Coral,
Óscar, claro que me acuerdo del “efecto Aguilera”. Es cierto que a veces pasa eso: después de que el tutor explique qué es lo que cree que hay que mejorar del guión, al autor le da un ataque de inseguridad, quiere cambiarlo todo y el tutor tiene que convencerle de que no lo haga. También me ha pasado que he sido yo quien ha tenido que convencer el autor del guión de que está contando una historia que merece la pena cuando quiere abandonar después de una primera versión de la escaleta o el tratamiento que no acaba de funcionar. Pero todo eso es normal. Escribir un guión de largo lleva mucho tiempo y se vive una relación muy intensa de amor/odio con la historia.
Y Coral, me alegro mucho de que te haya gustado la entrada.
Abrazos para los dos.
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