Por Juanjo Ramírez Mascaró.
Fotos: Héctor Beltrán Gimeno.
¿Qué es spam? Preguntas mientras clavas en mi pupila tu pupila azul.
Spam soy yo.
La semana pasada me convertí en una máquina de fabricar spam. Presenté una novelita corta con una editorial maravillosa y me tocó inflingir esas mismas torturas que yo mismo padezco habitualmente en mi muro de Facebook y en mi TL de Twitter.
Se me da muy mal eso de “espamear”, y cuanta más dosis de autobombo implica, peor lo paso. Da pudor. Hablo con otros escritores y compruebo que les sucede algo parecido.
El caso es que en la presentación del pasado jueves el compañero bloguionista Héctor Beltrán nos hizo el favorazo de inmortalizar el evento con su cámara, para que pudiésemos usar las fotos en este blog.
Lo cierto es que no tenía ni idea de qué hacer con esas fotos. No me sentía cómodo haciendo autopromo de la novela en Bloguionistas. Hablar sobre mi novela no aportaría nada a un blog sobre guión. Es una novela clásica, de las de anteayer. Un cuentecillo de hadas. Pero las fotos de Héctor quedaron muy bonitas, muy de cuento de hadas también. Pedían a gritos: ¡Úsanos!
Tras darle un par de vueltas al asunto decidí aprovechar esta oportunidad para reflexionar sobre el concepto de spam en sí mismo. El término fue popularizado por los Monty Python en su mítico Flying Circus pero tiene su origen en unas latas de jamón de mala calidad que enviaban a los soldados durante la Segunda Guerra Mundial. En las etiquetas figuraba la palabra SPAM, que era una abreviatura de “spiced ham”.
Si llevas esas latas al Tercer Mundo es probable que las vean con muy buenos ojos, pero aquellos soldados debían estar hasta los mismísimos de ellas y las consideraban comida basura. En la era de internet se recuperó el término para designar a los correos basura y actualmente, en esta era de las redes sociales, lo usamos también para definir los intentos de promoción de nuestros conocidos y amigos.
¿Cómo hemos llegado a esto?
De repente vivimos en un mundo en el que la gente que apreciamos nos informa sobre las cosas interesantes que está haciendo y nosotros les llamamos “basura”.
Creatividad = Basura.
Iniciativa = Basura.
Creo que es un tema interesante para los guionistas: Nos hemos formado para contar historias de la mejor manera posible y a pesar de ello no sabemos contar la historia de que tenemos una buena historia que contar. Por si fuera poco, nos encontramos de repente con uno de los obstáculos más temidos: Un público a la defensiva. Un espectador al que le dices que tienes algo que ofrecer y el simple hecho de ser informado sobre ello es ya una molestia para él.
Ya no vemos a colegas a nuestro alrededor, sino a vendedores de enciclopedias.
¿Estoy exagerando? Sí. Estoy exagerando, pero creo que todos – yo el primero – sentimos esa pereza inconfesable cada vez que otro de nuestros contactos nos invita a un evento; cada vez que nos pide que veamos su corto, compremos su libro, asistamos a su microteatro.
Es inevitable, pero es triste.
En otros tiempos el hecho de que alguien consiguiese escribir y distribuir un libro o una peli era motivo de celebración, pero ahora todos escribimos libros, todos hacemos pelis, todos tenemos derecho a nuestros quince minutos de gloria en la Escalera de Jacob o en el Artistic Metropol. Esto me lleva a mi primera reflexión, quizá la más evidente:
SOMOS DEMASIADOS.
Supongo que la mayoría de los problemas de este mundo se deben a lo mismo. Somos demasiados. Nuestro planeta viaja con exceso de equipaje. Sobramos. Dentro de este mundillo del “artisteo” ocurre lo mismo. Cada vez somos más. Las nuevas tecnologías han democratizado el cine y bla, bla, bla. Internet le ha dado voz a mucha gente que antes necesitaba gastarse una pasta para hacer llegar su mensaje. Ahora pueden hacerlo gratis y probar si suena la flauta. El Youtube, los blogs, el Twitter… son el nuevo “sueño americano”. Nos permiten comprobar con una mezcla de alegría y desolación que no sólo hay demasiada gente, sino que hay demasiada gente que es MUY BUENA en lo que hace. Internet ha demostrado que la humanidad escondía más talento del que podíamos imaginar.
Hace años, cuando estrenamos Gritos en el Pasillo, muchos nos dijeron que la peli era tan rara que seguro que gustaba en Japón. Nos reunimos con una persona que trabajaba allí y nos contó cómo estaba el tema por aquellos lares: Los japoneses estaban sometidos a tal cantidad de información que se saturaban. Eran muy selectivos con lo que consumían e ignoraban la mayor parte de los mensajes, casi en defensa propia. Un consumidor japonés, al menos en aquellos días, solía tener una especie de “camello de información”. Alguien que se había ganado su confianza y que le suministraba buen material. Si tu peli o tu “lo que sea” no les llegaba a través de su “camello” lo más probable es que no le hiciesen ni caso.
Han pasado casi diez años desde aquello y en este tiempo nuestro mundo occidental se ha empezado a convertir en algo parecido a aquel retrato de Japón que nos hicieron. Confieso que yo ignoro casi todas las invitaciones a eventos que recibo. No lo hago con mala intención. Es como si una parte de mi cerebro las descartase por inercia, un mecanismo de autodefensa similar al de nuestros amigos nipones. En ocasiones me entero de que amigos míos han sacado libro o han estrenado obra de teatro. Me da pena no haber asistido a sus saraos.
– ¡Por qué no avisas!
– ¡Te envié el evento de Facebook!
Lo compruebo y es cierto: Estaba invitado al evento, pero mi piloto automático lo había esquivado con gran habilidad. Esto me lleva a otra reflexión:
¿CUÁNTO HAY QUE INSISTIR?
Si se trata de vuestra obra y no de la mía… POCO. Insistid poco. Os lo suplico con todo mi egoísmo.
¡Que no, que es broma!
Pero no del todo.
Yo intento insistir lo menos posible, pero a lo mejor mi definición de “lo menos posible” es lo que el receptor de los mensajes definiría como: “Ya está otra vez el pesao éste dando la brasa”. Pesado o no, al final la repetición resulta insuficiente. Siempre me llegan un par de “¡Por qué no avisas!” y unos cuántos “Es que me he enterado tarde”. En algunos casos puede tratarse de excusas, en otros la respuesta es bastante más sencilla y bastante menos retorcida: La gente no se pasa todo el día mirando tu puto Facebook y leyendo tu puto Twitter. Incluso es posible que los propios algoritmos de las redes sociales hagan que seas más visible para unas personas que para otras, según vuestro nivel de interacción. ¿Qué implica eso? Que para que tu noticia llegue a ciertas personas por primera vez, habrás tenido que espamear a muchas otras hasta la extenuación, hasta el aburrimiento… o hasta provocar que prefieran bloquearte.
Otra opción es el “ataque directo” con mensajes privados o comentarios personalizados, pero algunos receptores pueden considerarlo invasivo y para nosotros será una inversión de tiempo y energía que no siempre nos podremos permitir.
¿Qué nivel de repetición es asumible? ¿Hasta dónde podemos – o debemos – dar la brasa? ¿Dónde está el término medio? Habrá que preguntárselo a los comunity manager… sin demasiada esperanza de que sepan darnos una respuesta clara. Yo, por lo pronto, me estoy planteando ofrecer una compensación extra cada vez que tenga que repetir mi mensaje. No sé… acompañarla cada vez de un chiste distinto, una imagen bonita, una información útil sobre cualquier otra cosa. Que el recordatorio de que estreno película o libro vaya siempre acompañado de un pequeño regalo.
O a lo mejor no, o sí, o tampoco.
Las redes sociales son tan nuevas que esto del comunity management está un poco en pañales.
Pasemos a la siguiente reflexión:
LOS CROWDFUNDING SON LAS NUEVAS BODAS.
Creo que la mayor parte de los crowdfundings que llaman a mi puerta pidiendo limosna parten de un error de concepto: Se hacen contando con la posibilidad de sacarle el dinero a amigos y conocidos. Lo mismo sucede cuando promocionamos nuestros libros y nuestras pelis lowcost. Contamos con esa baza: Los colegas lo comprarán, los colegas vendrán a vernos, los colegas pagarán la entrada. Y es cierto que se agradece muchísimo que amigos y conocidos apoyen tu trabajo de esa manera, pero creo que no aspirábamos a eso cuando decidimos convertirnos en escritores.
Al final ese circo acaba convirtiéndose en una especie de chantaje emocional. “No compraste mi novela.” “No pusiste dinero en mi crowdfunding.” Se trata de una actitud que no entiendo. No tenemos ningún derecho a reprocharle a nadie que no se gaste dinero en nosotros. Ya lo decíamos al principio: Somos demasiados. Si tuviésemos que dedicar pasta y tiempo a todas las cosas que hacen nuestros conocidos viviríamos esclavizados y arruinados. A mí incluso me da apuro ver a amigos y conocidos pagando por mi trabajo. No sirvo para eso. Una parte de mí siempre se considerará indigno de ello. Por supuesto que agradezco hasta la saciedad que esas personas que conozco compren mis cosas, pero nunca les miraré con malos ojos si no lo hacen, y siempre aspiraré a que esas obras lleguen también – y sobre todo – a personas que no conozco de nada.
En el caso concreto de los crowdfundings y las preventas la cosa es especialmente flagrante: Estás pidiéndole a la gente que pague por una cosa que todavía no está hecha. Para que algo así funcione tienes que ofrecer algo que la gente desee DE VERDAD. La motivación de un financiador de crowdfunding debería ser siempre “Quiero pagar por esto porque quiero que exista, y mi dinero lo hará posible.” Para provocar eso en la gente hay que proponer una idea que sea lo suficientemente interesante en sí misma… o ser un creador cuya reputación o cuyo trabajo anterior sirvan de garantía o aval. Si a mí me piden diez euros para que John McTiernan pueda volver a hacer otra peli, les doy veinte. O imaginad que en su día os hubiesen propuesto un crowdfunding para que Billy Wilder pudiera rodar una película al margen de los estudios y las aseguradoras.
Hay ejemplos parecidos a ésos pero REALES. Siempre me gusta sacar a colación el caso de Ron Gilbert y Tim Schafer, creadores del mítico Monkey Island. En 2012 hicieron un crowdfunding para poder regresar al mundo de las aventuras gráficas después de tanto tiempo. Recaudaron 400.000 dólares en ocho horas. Algo similar ocurrió con la peli de Veronica Mars.
Conclusión: Si quieres que el público confíe en ti, tendrás que ganarte su confianza paso a paso, obra a obra, peldaño a peldaño. Puede que nadie se hubiese tomado en serio el arte abstracto de Picasso si antes de eso no se hubiese pasado años demostrando lo bueno que era haciendo pintura figurativa.
¿Quieres el camino rápido? ¿Quieres llamar la atención con una idea tan rompedora que se venda por sí sola, al margen de tu reputación? No seré yo quien intente impedírtelo. De hecho, es probable que te aplauda, pero eso me lleva a una última reflexión:
¿HAY QUE ESFORZARSE TANTO EN SER DIFERENTE?
Ya que hablamos de espamear y dar la brasa, permitid que lo repita una vez más: Somos demasiados, y hacemos demasiado ruido. En un intento de destacar entre la multitud intentamos proponer cosas cada vez más raras, cada vez más rompedoras. Estamos en un buen momento para ello, porque la tecnología avanza a más velocidad de la que podemos asimilar y eso nos sumerge en una especie de “Salvaje Oeste” en el que todavía quedan muchas vetas de oro que descubrir.
Si os soy sincero, las posibilidades de experimentación que ofrecen los nuevos formatos me parecen tan apasionantes que el hecho de innovar simplemente como estrategia de marketing para diferenciar tu producto me parece incluso frívolo.
Yo propongo que innovemos porque nos gusta jugar y nos están ofreciendo un montón de juguetes nuevos.
De hecho, me entristecería muchísimo que la necesidad de innovar estrepitosamente se convirtiese en histeria colectiva, en “quién da más”, en podemos ser más marcianos y rompedores todavía. Yo espero que se sigan haciendo y vendiendo pelis, novelas y series como las de toda la vida. Espero que todas las novedades que encontremos en el Salvaje Oeste sirvan para enriquecer esos formatos clásicos que el tiempo aún no ha conseguido extinguir. Porque esos formatos clásicos nos funcionan muy bien, y nos seguirán funcionando durante mucho más tiempo. Porque tras ellos hay muchos siglos de narradores experimentando y aprendiendo cuáles son las mejores maneras de contar las cosas.
Coincido 100% con el tema del crowdfounding. Y cada vez que a alguien de fuera de un medio creativo le dices que necesitas dinero para tal proyecto te preguntan ¿y conoces verkami, o fondeadora (o cualquier plataforma de crowdfounding)?
Siempre he pensado que es una forma de pedirle dinero a los amigos y familiares, quizá también alguna forma de quitarte de encima a algún amigo o familiar molesto jajaja, pero eso te condena como creador a hacer un único crowdfounding o perder amistades con el segundo. Me hacen gracia esos crowdfoundings de cortometrajes de directores que nadie conoce y que como recompensa ofrecen un póster firmado por el director y los actores (ok, a lo mejor yo te conozco pero ¿qué te hace pensar que puedo querer ese póster?)
Sólo hoy he decidido lanzar un crowdfounding y lo haré en breve ¡¡LLEGA AQUÍ MI MOMENTO SPAM!! Y no es para un corto, es para una novela gráfica para ello el dibujante y yo estamos regalando el primer capítulo en FB pero por delante nos quedan 2 años de duro trabajo (es lo que tiene trabajar en papel con acuarelas y tinta china y no con una tableta). Esperamos generar suficiente expectativa para que los lectores quieran conocer el final de la historia y que nos de dinero gente a la que no conocemos de nada. Es arriesgado pero lo vamos a intentar.
Si queréis conocer RENACIMIENTO este es el link: https://www.facebook.com/RenacimientoComicBook?fref=ts
Saludos y suerte con la novela, Juanjo, ésta sí la quiero firmada así que espero poder verte si algún día caigo por Madrid.
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Fantástico texto.
Al igual que el compañero Martín Roman, estoy muy de acuerdo con lo que señalas del crowdfunding.
Reconozco que fui uno de eso directores de cortometrajes que tuvieron que recurrir a uno para financiar parte de su proyecto (sólo parte, porque esa es otra, yo gasté más de lo que pudo invertir cualquiera de mis amigos, sólo faltaría). La cosa salió muy bien y desde entonces he estado muy atento a los crowdfundings de amigos y demás.
Me molestan mucho los crowdfundings perezosos, los que no pretenden llegar más allá del grupo de amigos o familiares. No creo que el nuestro fuera ejemplar, pero nos propusimos emular y estudiar los proyectos norteamericanos de Kickstarter con un claro objetivo: conseguir que el proyecto interesase a gente desconocida. Es cierto que muchos familiares y amigos invirtieron (a los que les estaré eternamente agradecido, del mismo modo que jamás se me ocurriría pensar mal del que no pudo/quiso aportar), pero conseguimos salir en prensa (incluso en un telediario nacional), nos trabajamos muchísimo las recompensas (a través de marcas y patrocinadores que aportaron recompensas suculentas como series en DVD, ropa, suscripciones a revistas, etc.) y conseguimos que gente desconocida invirtiera pasta (también fuera de España, a última hora un tipo francés al que jamás he llegado a conocer invirtió 500 euros). Se basa, en definitiva, en trabajar para conseguir eso que dices de “respaldar un proyecto que el público quiere que exista”.
Bien trabajado, un proyecto de crowdfunding puede servir, además, para llegar a más gente si haces ruido (nosotros conseguimos una coproducción gracias a ello).
Por otro lado, también creo que aplicado a nuestra industria, un crowdfunding honesto sólo es útil en cortos o en proyectos pequeños. Y siempre como un complemento, no como la forma de financiación única. Para proyectos mayores o convencionales en los que haya intereses económicos o industriales, no tiene sentido (además de ser algo utópico aquí en España).
¡Un saludo!
Y sí, lo del guión firmado por el director o una visita al rodaje como recompensas es mucha risa.
Reblogueó esto en LUIS FRANCISCO PÉREZy comentado:
Juanjo Ramírez Mascaró vuelve a la carga con un post maravilloso sobre spam, crowdfunding, y otras cosas del querer.
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Sí que son bonitas esas fotos, seáis quien seáis los que salís en ellas. Y sobre todo tus meditaciones son para enmarcar, lo digo con sincera admiración y también un poco de estupor. Gracias!
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