David Muñoz
Una de las conclusiones a las que he llegado después de tutorizar la escritura de decenas de proyectos, es que la mayor parte de las veces cuando un guión no acaba de funcionar suele ser porque no se han respondido bien las primeras preguntas que hay que hacerse al empezar a dar forma a una historia. Entre ellas: ¿Qué quiere mi protagonista? ¿Para qué? ¿Qué significa para él conseguirlo o no? ¿Lo que ocurre le cambia o no? ¿Y si le cambia, de qué manera? ¿Qué está en juego?
Aclaro que por “no funcionar”, entiendo que no nos engancha, que no establecemos ese vínculo empático con los personajes que necesitamos para emocionarnos con la historia que protagonizan, ya sea porque lo que pasa no tiene el suficiente interés o porque no nos resulta creíble. El guionista lanza la caña al río pero el cebo no nos atrae y los pececillos no picamos.
Precisamente porque creo que lo más importante es lo más básico, el libro sobre escritura de guión que suelo recomendar en clase es “Cuéntalo bien”, de la analista Ana Sanz-Magallón. Siempre les digo a mis alumnos que si entienden de verdad e interiorizan (o sea, sabiendo aplicarlas a sus historias) las cosas que explica Ana en su libro, les resultará más fácil empezar a escribir un guión con cierta garantía de poder acabar una primera versión legible. Y “Cuéntalo bien” puede leerse en dos o tres horas. No hace falta estudiar el tocho de McKee, ni pretender tener en cuenta todo lo que explica antes de empezar a escribir. Repito: lo verdaderamente importante suele ser lo más básico.
De entre lo “básico” quizá lo más importante es saber qué quiere tu personaje, qué es lo que le pone en marcha. O sea, su objetivo. Porque ese es el motor emocional del relato.
Después, hay que tener claro a qué se enfrenta el protagonista para tratar de conseguir lo que quiere. ¿Qué tipo de conflicto desarrolla la historia? ¿Es con su entorno o con él mismo? ¿Es externo o interno? ¿O las dos cosas a la vez?
Además, debe haber algo en juego que sea importante para el personaje.
Una manera de descubrir si es así o no es preguntarte: “¿Qué pasa si el personaje no consigue lo que quiere?”. Si resulta que la respuesta es “nada”, o algo que no le afecta a él directamente, mal vamos. Cuanto más le importe su objetivo al personaje, más nos importará a nosotros. Da igual lo que sea. Vale desde comprar un juguete como en “Un padre en apuros” a destruir un ejército alienígena, como en “Independence Day”, por poner dos ejemplos muy extremos.
Tampoco conviene olvidar que la trama es lo que sucede cuando el personaje se pone en marcha en pos de su objetivo, y que la peripecia surge del intento de superar los obstáculos que el antagonista pone en su camino (antagonista que no tiene porque ser necesariamente una persona, puede ser una circunstancia). Por tanto, separar trama y personajes es absurdo. Un cambio en un personaje suele requerir un cambio en la trama, y viceversa. Son partes inseparables del guión.
Un buen ejemplo de lo que ocurre cuando se decide escribir una película de planteamiento más o menos convencional sin tener en cuenta estos preceptos básicos es la última película de los hermanos Wachowski: “Jupiter Ascending”, que como sabréis ha sido un fracaso monumental. Ha hecho muy poco dinero en su estreno en salas y en general parece que ha gustado poco. Salvo alguna crítica más o menos entusiasta, como ésta de Ain´t It Cool News, se ha llevado más palos que otra cosa.
Pero que haya hecho una mala taquilla es irrelevante de cara a valorar su guión. Hay demasiadas películas que recaudan fortunas con guiones horrorosos (como la saga “Transformers”) como para pensar que el guión es el único factor que determina el éxito o el fracaso de un “blockbuster”. Las películas caen bien o mal por razones que se me escapan.
Lo que sí me parece interesante de cara a sacar alguna conclusión que podamos aplicar a nuestro propio trabajo es entender por qué la película no funciona dramáticamente, por qué no ha colado ni entre los fans de los Wachowski. Fans como yo.
Y creo que la respuesta tiene que ver con lo mal que están respondidas esas preguntas básicas de las que he hablado un poco más arriba.
Ah, que quede claro: no escribo esto para demostrar que soy más listo que los Wachowski. He visto no sé cuantas veces sus dos primeras películas: “Bound” y “Matrix”, disfruté con “Reloaded” y “Revolutions” por lo locas y ambiciosas que eran y pese a lo criticables que puedan ser sus guiones. Y también me encanta “Cloud Atlas”. De modo que cuando fui a ver “Jupiter Ascending” lo hice deseando disfrutar. Pero no pudo ser. Fijaos si soy fan suyo que durante unos días intenté convencerme a mí mismo de que la película que se ha estrenado no puede haber sido la que escribieron los Wachowkis, que debió ser mutilada en montaje por algún ejecutivo desaprensivo. Pero por desgracia, por más que he buceado en Internet intentando descubrir pruebas que demostraran mi teoría, no he conseguido encontrarlas. Lo único que he leído al respeto es que los hermanos escribieron una especie de biblia de 300 páginas explicando cómo funciona el mundo de la historia. Quizá les pasó como a Neill Blomkamp, que en esta entrevista reconoce que pasó mucho más tiempo creando el mundo de “Elysium” que solucionando sus problemas narrativos y que claro, la cagó. Porque una película no es una visita guiada por un mundo, no es un parque temático, por muy fascinante que nos parezca. En una película lo que más importa es su motor emocional. Lo más básico. Eso primero en lo que hay que pensar.
En “Jupiter Ascending”, la protagonista, Jupiter Jones (Mila Kunis; en un casting poco acertado) es una chica que se dedica a limpiar casas en Chicago. Es de origen ruso y su familia son una pandilla de impresentables. Todo lo que se cuenta de ellos en la primera media hora nos lleva a odiarles. Por ejemplo, una subtrama importante es que un primo suyo acompaña a Jupiter a vender sus óvulos a una clínica para conseguir dinero rápido. Finalmente, la venta no se lleva a cabo, pero al personaje le coges manía igual.
La película se abre con una secuencia en Rusia protagonizada por los padres de la protagonista en la que vemos morir a su padre asesinado por unos matones y a Jupiter nacer en alta mar en el barco en el que su madre llegó a Estados Unidos de forma ilegal. Y dato importante (o que lo parece): el padre de Jupiter era aficionado a la astronomía (o astrónomo, ya no lo recuerdo) y tenía un telescopio. De hecho, el dinero que quería conseguir Jupiter vendiendo sus óvulos era para conseguir un telescopio como el de su padre.
Entonces, tras una serie de peripecias que no voy a detallar para no estropearos del todo la película, Jupiter descubre que es genéticamente idéntica a una especie de emperatriz galáctica ya fallecida y que por tanto está destinada a gobernar todo el universo. De alguna manera cuya lógica cuesta entender, es su heredera. Solo hay un problema: los tres inmortales, malvados y retorcidos hijos de la emperatriz no están dispuestos a renunciar al poder que han logrado tras su muerte. Que sean inmortales es lo más importante. Porque para conseguir la inmortalidad, los “reyes” del cosmos cosechan planetas y “exprimen” a sus habitantes para conseguir la sustancia que les da la vida eterna. Encima, el próximo planeta que va a ser “exprimido” es la Tierra.
Y no, tampoco voy a entrar en más detalles. Solo quiero apuntar que eso sí me funciona, sobre todo como clara crítica al neoliberalismo. Por desgracia nuestro mundo se parece más al de la película de lo que nos gusta reconocer. Quizá vivimos en una distopía y no nos queremos dar cuenta.
La cuestión es que Jupiter decide confiar en un soldado manipulado genéticamente, Caine Wise (interpretado por Channing Tatum) que ha recibido de uno de los hermanos el encargo de llevarla hasta su barroca nave espacial. Como es de esperar, Caine y Jupiter se enamoran (no se sabe cómo, pero ese es otro tema) y durante el resto de la película Caine no hace otra cosa que salvar una y otra vez a Jupiter cada vez que está a punto de morir cuando alguno de los tres hermanos intenta atraparla o matarla.
Y ser salvada es lo que hace Jupiter durante 127 minutos.
Una y otra vez.
Por fin, el hermano más malo y siniestro secuestra a la familia de Jupiter para chantajearla y conseguir que ella haga lo que él quiere, y durante el enfrentamiento final el “súper” malo muere (cayendo al vacío, al estilo de los villanos de Disney), un poco por casualidad -como por otra parte se resuelve todo el clímax-, y después Caine salva otra vez in extremis a Jupiter y… fin. O casi. Porque incomprensiblemente Jupiter decide regresar a la Tierra y retomar la vida que había abandonado. Es verdad que al final se la ve volando por Chicago con su nuevo novio, pero por lo demás esencialmente Jupiter sigue siendo la misma que al principio de la película. Haber sido testigo del defenestramiento del malo no parece que haya cambiado nada ni en ella, ni en su mundo, ni en el de la película. Porque que yo recuerde, no se dice en ningún momento que los amos del cosmos hayan dejado de hacer lo que hacen, o sea: “recolectar” planetas (aunque puede que sí se comente algo; reconozco que en ese momento ya había desconectado bastante). Pero se diga o no, no se ve, no se siente.
Aunque lo que hemos visto durante más de dos horas no hubiera ocurrido, todo habría seguido siendo igual.
Eso sí, por fin Jupiter se compra un telescopio.
Durante toda la película estás esperando que Jupiter empiece a cambiar, que protagonice un arco como el de Neo en “Matrix”, que al menos el guión utilice la estructura del clásico “viaje del héroe”; pero no, Jupiter es solo una damisela en peligro esperando que su caballero la salve, cuyo única otra función en la historia consiste en escuchar como los hermanos van explicándole quienes son, qué hacen y por qué lo hacen. Es un espectador pasivo de una trama cuyo rumbo no altera casi ninguna de sus acciones. Como Indiana Jones en la primera película de su serie, pero sin gracia (además de que a Indiana no le está salvando toda la película un tío cachas).
Como decía antes, una de las cosas “básicas” que sabemos sobre las historias es que los personajes tienen que tener un objetivo claro. A los espectadores les importa tanto ese objetivo como les importa a los personajes. Hacer sentir esa importancia parte fundamental del trabajo del guionista.
Pero… ¿qué quiere Jupiter?
Pues al principio, vivir una vida mejor (sería su conflicto interno, más o menos), y después descubrir lo que está pasando, y por qué ella es importante para los extraterrestres. Y hasta ahí, la película mantiene más o menos el interés.
Luego…mmm… salvar la Tierra, que no la maten, salvar a su familia y, por fin… ¡comprarse un telescopio!
El problema es que odiamos a su familia y pensamos que estaría mejor sin ella, y que lo del telescopio está contado totalmente en serio, sin ironía alguna (“salvé al universo y me regalaron este telescopio”). A ver, seguro que ahorrando un poquillo podría haberse comprado uno, no hacía falta derrotar a un ejército de aliens para lograrlo. Y ya lo sé, no hay que tomárselo de forma literal, el telescopio es un símbolo que la vincula a su padre. Pero el padre nos queda demasiado lejos. Ya no le recordamos. Nos da igual. Recordarle al final de la película no añade nada importante a la historia. Al contrario. Entorpece. Porque además de desear que Jupiter reaccionara y tuviera un arco como el de Neo, otra cosa que queríamos los espectadores que estábamos de parte de los Wachowski era que la historia del padre significara algo, que no se tratara solamente de “atrezo” sentimental sin función narrativa; que fuera quizá un extraterrestre fugado a la Tierra, un hijo desaparecido de la reina del universo, y que esa fuera la razón por la que Jupiter compartía genes con ella. Pero no.
Ahora se me ocurre que podría haber sido interesante la historia de una chica que sueña con dejar atrás a su familia, pero que cuando sus acciones les ponen en peligro de muerte, descubre que en realidad le importan más de lo que creía. Quién sabe, a lo mejor esa fue la intención de los Wachowski, pero no es eso lo que parece que pasa.
Por otro lado, querer salvar la Tierra suena importante, pero tampoco significa mucho para los espectadores. Porque cuanto más grande es el objetivo, menos nos importa. O más bien, menos sentimos que importa. Nos afecta más que esté en peligro una persona a quien queremos que cincuenta personas que no conocemos de nada. Es así nos guste o no. Los seres humanos funcionamos de esa manera. Y menos mal, porque sino ver las noticias por las mañanas nos sumiría en un estado de depresión tal que no seríamos capaces de hacer nada más durante el resto del día.
Para explicar esto, en clase siempre pongo el ejemplo de la escena del perro de “Independence Day”. Acabamos de ver a los extraterrestres destruir ciudades enteras y lo único que hemos sentido es excitación. Nos hemos divertido. Sin embargo, poco después, un perro está a punto de morir abrasado en un túnel, pero consigue salvarse en el último momento… y aplaudimos. ¿Por qué nos importa? Pues no porque nos gusten más los perros que las personas, sino porque el perro ya no forma parte de la masa, sino que ha pasado a ser un individuo. La película nos ha contado, aunque sea brevemente, quién es, nos ha hecho establecer un vínculo emocional con él, ha hecho que nos importe (que es la estrategia habitual en las buenas películas de catástrofes, que son de las que bebe Emmerich).
Otras de esas cosas de cajón que sabemos de cómo funcionan los guiones es que en un clímax satisfactorio se resuelven los conflictos del protagonista. Pero como el destino de la Tierra nos queda demasiado grande los quince últimos minutos discurren sin emoción alguna.
Ha sido como hacer el amor sin llegar al orgasmo, pero eso sí, con muchos aspavientos.
Si cuando acaba la película, todo sigue igual, la historia nos parece una anécdota prescindible.
Y si algo son las historias son cambio, progresión, transformación. Aunque el protagonista no tenga un arco convencional.
Siguiendo con Indiana Jones, pensemos en “En busca del arca perdida”. Vale, hubiera pasado lo mismo sin Indiana, los nazis habrían encontrado el arca, etc., pero eso es algo en lo que caes tras salir del cine, porque mientras estás viendo la película, el sr. Jones no para de hacer todo lo posible por conseguir un objetivo muy bien marcado. Y no tiene un arco, pero vaya, que lo que está en juego es algo tan gordo como que los nazis se apoderen de un arma con la que podrían ganar la Segunda Guerra Mundial. De no haberles salido mal, ya veríamos que habría pasado. O sea, lo que ocurre importa. El mundo de la historia no habría seguido siendo el mismo si los nazis hubieran sido más espabilados y hubieran mantenido cerrada el arca.
Obviamente, no todas las películas deben estar escritas pensando en objetivos claros y en arcos de transformación (ni siquiera la mayoría). Ya lo he explicado aquí varias veces. Hay mucho buen cine que no encaja dentro de ninguna estructura convencional. Pero “Jupiter Ascending” es una película con vocación comercial, carne de multisala, y no debería avergonzarse de hacer bien lo que promete que va a hacer. De hecho, lo hace durante casi una hora y luego, no se sabe muy bien porqué, renuncia a ello.
Pero si juegas a la Space Opera conviene respetar las reglas del juego, a no ser que no te preocupe que el espectador se harte y abandone y acabes jugando solo.
Conviene, como decía al principio, contestar bien las preguntas básicas.
¿Quién?
¿Qué?
¿Por qué?
¿Para qué?
NOTA: Casi una semana después de haber subido esta entrada, uno de mis alumnos me ha comentado que al listar las películas de los Wachowski he olvidado “Speed Racer”. La verdad es que me gustó tan poco que a veces, como en este caso, se me olvida que existe.
“Siguiendo con Indiana Jones, pensemos en “En busca del arca perdida”. Vale, hubiera pasado lo mismo sin Indiana, los nazis habrían encontrado el arca, etc.,”
¿Seguro? Según recuerdo de la película, Belloch y los nazis están “cavando en el lugar equivocado” como dicen al unísono Indy y Sallah, así que el hecho de que Indiana Jones tenga el medallón original, lo tenga traducido, etc. hace que sepa cuál es exactamente el escondite del Arca.
Que a ver, que igual los nazis la podrían haber encontrado por casualidad, que no iban desencaminados. Pero…
Lo interesante es que precisamente por culpa de Indy los nazis encuentran el arca. Sin esfuerzo, además. Menos mal que al final se llevan su merecido.
Recuerda, si Indi tiene el medallón original es porque fue a buscar a Marion y evitó que los nazis se quedasen el medallón.
De hecho los nazis cavan en el lugar equivocado porque solo tienen la mitad de la inscripción (grabada a fuego en la mano del nazi).
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