Por Juanjo Ramírez Mascaró.
Empezaré citando una de mis películas favoritas de los noventa: L.A CONFIDENTIAL. Hay un momento en esa peli en el que Ex Exley, el personaje interpretado por Guy Pearce, le cuenta a Kevin Spacey/Jack Vincennes por qué decidió convertirse en policía.
Rolo Tomassi.
Si habéis visto la película probablemente recordaréis aún ese nombre. Cuando Exley termina de contar su historia, le pregunta A Jack Vincennes: “¿Y tú? ¿Por qué decidiste que querías ser poli?”
A mí se me quedó grabada la expresión desolada de Kevin Spacey mientras respondía: “Ya no me acuerdo”.
La frase suena a cliché, pero resulta conmovedora porque intuimos la verdad que hay detrás de la interpretación de Spacey… y la verdad que hay detrás de la propia frase.
Nunca me canso de decir que las cosas se convierten en tópicos a base de “ser verdad en demasiadas ocasiones”.
¿Y vosotros? ¿Recordáis por qué decidisteis ser guionistas?
Creo que es interesante hacerse esa pregunta de vez en cuando. A casi todos nos habrá pasado en más de una ocasión, incluso cuando tenemos la suerte de estar trabajando de lo nuestro: De pronto nos contemplamos a nosotros mismos y nos damos cuenta de que no somos del todo felices.
Somos unos privilegiados, sí. Porque estamos currando en lo que supuestamente nos gusta. Pero de repente nos sentimos vacíos. De repente afrontamos la jornada laboral con más pereza que ilusión. De repente sentimos que el “sistema” nos ha absorbido y nos ha convertido en engranajes de un proceso industrial, en algo así como máquinas expendedoras de guiones. Como si hubiésemos ido cediendo terreno poco a poco, concesión tras concesión… hasta convertirnos en algo que no es lo que queríamos ser, pero que es al parecer aquello con lo que nos tenemos que conformar.
Es por ello que considero importante que de vez en cuando nos hagamos la pregunta de Exley y recordemos a nuestro Rolo Tomassi. Algo similar al tótem que utiliza el prota de Origen para comprobar si está dentro de un sueño. Un barómetro, unas coordenadas de referencia que nos ayuden a comprobar hasta qué punto nos hemos desviado del camino, y si el desvío ha merecido la pena.
Hace relativamente poco hice ese proceso de reflexión. Escudriñé mi pasado para intentar responder a la pregunta de “por qué me dedico a esto”. No busqué la respuesta fácil como en otras ocasiones, sino el auténtico origen de todo.
Os invito a hacer ese ejercicio, porque al menos en mi caso los resultados fueron reveladores. De repente entraron en mi ecuación momentos del pasado que casi había olvidado.
Voy a compartir algunos de esos recuerdos, porque aunque se trate de un caso personal, me ha conducido a ciertas conclusiones generales.
Siempre he dicho que mi vocación como escritor fue bastante tardía: Entre finales de la adolescencia y principios de la edad adulta. No soy de ésos que de pequeños ya eran cinéfilos empedernidos, ni era un lector voraz, ni tenía claro que quería dedicarme a esto.
Explorando mi pasado, me he dado cuenta de que todo eso es mentira o, en el mejor de los casos, se trata de una verdad a medias.
Hace poco recordé un detalle que tenía muy difuminado en la memoria:
Cuando era muy niño, mi pasatiempo favorito era “ir a pensar”.
Mis padres me veían salir de casa:
– ¿A dónde vas? – me preguntaban.
– Me voy a pensar – les respondía.
Entonces me bajaba a la calle – en aquellos tiempos, en Fuerteventura, un niño podía estar solo en la calle sin correr peligro alguno – y los vecinos me veían correteando de un lado para otro. En mi calle había una acera con tres árboles, y yo iba corriendo de árbol en árbol, dando un par de vueltas a cada tronco. Ida y vuelta, ida y vuelta… y así durante horas.
– ¿Qué es lo que hace vuestro hijo, que se pasa el tiempo solo, corriendo de un árbol a otro? – preguntaban los vecinos, y el médico de enfrente, y el dueño de la farmacia de enfrente.
Mis padres, resignados, se encogían de hombros y respondían:
– Está pensando.
En realidad lo que yo hacía era imaginar películas. Entre carrera y carrera, de árbol en árbol, montaba en mi cabeza historias de todo tipo. Del espacio, o de piratas, o de artes marciales. Ni siquiera era yo el protagonista de dichas historias. Simplemente me gustaba imaginarlas.
A pesar de ello, en aquellos tiempos NUNCA se me pasó por la cabeza que quería dedicarme a eso. De hecho, si me hubieseis preguntado qué quería ser de mayor, habría contestado que paleontólogo (aún no entiendo por qué los demás niños no me metían palizas) Yo simplemente amaba los dinosaurios y quería descubrir dinosaurios nuevos. Había leído en algunos libros que el tipo que hacía eso se llamaba paleontólogo. En aquellos tiempos sólo leía libros de animales, de dinosaurios, de ciencias… cosas así. Prácticamente no leía ficción. De hecho, no empecé a encariñarme con la lectura propiamente dicha hasta los umbrales de la adolescencia.
Sin embargo, los ejercicios que más disfrutaba en el colegio eran los de tener que escribir un cuento o una poesía. Poesías repelentes que, gracias a Dios, ya no recuerdo.
Y a pesar de disfrutar tantísimo escribiendo esas cosas, en aquellos tiempos NUNCA se me pasó por la cabeza que quería ser escritor.
Cuando me convencieron de que ser paleontólogo era una locura, decidí que de mayor quería ser biólogo. Si no podía descubrir dinosaurios muertos nuevos, a lo mejor podía descubrir animales vivos nuevos. Más tarde, ya en el instituto, decidí que quería estudiar Astrofísica (con la secreta esperanza de encontrar vida extraterrestre). Vengo de una familia de científicos, y en mi cabeza no cabía la idea de dedicarme a algo que no tuviese que ver con la Ciencia. Aún recuerdo una frase de mis padres, algo así como: “Si te gustan los animales no estudies Biología, porque entonces los únicos animales que vas a ver serán los alumnos a los que darás clase. Si te gustan los animales, estudia pa notario, y te compras un zoo.” La frase encerraba cierta sabiduría, pero supongo que lo que yo quería en realidad no era tener cosas, sino descubrirlas. Pasarían bastantes años antes de que advirtiese que existía algo más fácil que descubrir dinosaurios, bichos o alienígenas:
Imaginarlos.
Ya en la adolescencia tuve la suerte de confluir con otros inadaptados como yo. Con mis amigos del instituto fundé un club con un nombre muy naif: El horrible clan de los cadáveres poéticos. Nos dedicábamos a escribir poemas y relatos. Luego compartíamos nuestras creaciones los unos con los otros, en el recreo, e inexplicablemente seguían sin darnos palizas, quizá porque también nos dedicábamos a jugar al rol, y gracias a ello se corrió el rumor de que éramos peligrosos y hacíamos ritos satánicos.
Y a pesar de todo eso, a ninguno de nosotros se le pasó por la cabeza que quería ganarse la vida escribiendo.
De hecho, “jugar el rol” suele ser un indicativo de que te gusta contar historias sin que se te pase por la cabeza que eso puede ser una salida profesional.
Está bien, voy al grano: ¿Cuándo tuve claro que quería dedicarme al audiovisual? Pues a los 16 ó 17 años, ya en tercero de BUP, cuando una profesora de inglés nos encargó entregar el trabajo de fin de curso en video en vez de por escrito. En pocos meses di un volantazo que me desvió de una hipotética licenciatura en Astrofísica (que en mis mejores sueños culminaba conmigo trabajando en el observatorio de La Palma) y empecé a investigar qué había que hacer para dedicarse a las películas. En aquellos tiempos, en mi cabeza ni siquiera cabía la idea de que uno pudiese estudiar para eso.
¿Fue ése el momento en que decidí que quería ser guionista?
NO.
Cuando empecé la carrera de Comunicación Audiovisual quería ser director. Porque casi todos llegábamos a la facultad queriendo ser directores. Fue ya en segundo de carrera cuando me di cuenta de que lo que más me gustaba, lo que más vivo me hacía sentir… era la escritura.
¿Fue ése el momento en que decidí que quería ser guionista?
NO.
Cuando estudias una cosa siguiendo planes estrictos esa cosa termina asqueándote. Lo que me nacía era alejarme todo lo posible del audiovisual. Yo quería escribir novelas. Me puse a escribir novelas como un loco. Dedicaba a ello la mayor parte de mi tiempo libre. Entre 1999 y 2003 debí escribir más de diez novelas. Casi todas ellas las tengo encerradas en un cajón por pura vergüenza ajena (ajena porque las escribió un Juanjo que ya no soy yo)
Entonces, ¿cuándo decidí que quería ser guionista?
La respuesta es:
NUNCA.
De un modo u otro, me vino dado.
Lo primero que hice al terminar la carrera fue regresar a Fuerteventura. Mi intención era alejarme de Madrid, trabajar en cualquier cosa que no tuviese relación con el audiovisual y seguir escribiendo las novelas en mi tiempo libre. Me puse a trabajar en la asesoría de mi padre, ordenando facturas, pasando asientos de contabilidad… El ambiente en la asesoría era magnífico, el trabajo era relativamente sencillo. Por las tardes me dedicaba a escribir mis novelas o daba cursos de cine en institutos con mi amigo Alby Ojeda.
Al poco tiempo, el propio Alby me propuso retomar Gritos en el Pasillo, un proyecto de largometraje que desarrollé en mi último año de carrera y dejé inacabado. Yo acepté de cabeza, porque quería escaparme de ese trabajo de facturas y contabilidad. No era un mal trabajo, estaba a gusto con mis compañeros… pero necesitaba salir de allí porque sentía que no tenía nada que aportar. En ese trabajo, por mucho que me esmerase, jamás podría ser el mejor Juanjo que podría – y querría – ofrecer. No porque el trabajo fuese mejor o peor, sino porque yo no estaba hecho para ello.
Por eso “me dejé liar” para dirigir la peli: un proyecto que yo mismo había creado pero que apasionaba a otros bastante más que a mí. La dirigí por puro escapismo.
Nos costó cuatro duros años sacar la peli adelante, pero nos abrió suficientes puertas para ir enganchando otros trabajillos, otros proyectos.
Lo de las novelas nunca salió bien. No tuve suerte con eso, o no supe venderlas de la manera adecuada o en los lugares adecuados. O tal vez las novelas eran inadecuadas.
Me centré en mi “carrera de guionista” porque, gracias a Gritos en el Pasillo, se me abrían más oportunidades en el audiovisual que en la literatura. Y dentro del audiovisual, lo más parecido a la literatura era escribir guiones.
Desde entonces todo ha consistido en una especie de inercia; una cinta transportadora que le arrastra a uno hacia el siguiente punto del itinerario.
Me he especializado en sketches porque el primer sitio en el que me contrataron era un programa de sketches, y contar con esa experiencia y esa línea en el currículum aumenta las probabilidades de que luego te sigan contratando en otros programas similares. Me encanta escribir sketches, pero no es algo que yo haya elegido realmente.
Me han llamado de cuando en cuando para escribir en pelis o series de animación porque mi primer largo era de animación (o pseudo-animación) y eso genera un precedente, una etiqueta.
El ser humano en general – y el español en particular – es muy de poner etiquetas. Cada etiqueta que te cae encima condiciona tu vida de un modo u otro.
Y es entonces cuando pienso en eso: En las etiquetas. Y luego recuerdo a aquel niño que “salía a pensar”, correteando de árbol en árbol, imaginando historias sin sentir sobre su espalda el peso de etiqueta alguna. Sé que suena a topicazo e incluso a argucia barata y rastrera, pero aquel niño no era escritor, ni guionista, ni director de cine. No tenía que encajar en ningún molde. Ese niño sólo sabía que le gustaba imaginar historias. O a lo mejor ni siquiera lo sabía, simplemente lo hacía porque hacerlo era su naturaleza.
No voy a entrar en el sempiterno debate de si está bien o mal que el “arte” esté sujeto a reglas. Está bien y mal al mismo tiempo, y nadie sabe qué porcentaje hay de bondad y de maldad. Es probable que las reglas sean inherentes a la propia creación. Es probable que esas reglas estén ahí incluso antes de que nosotros las imaginemos. Son un tipo de reglas que le surgen al creador de manera espontánea.
Pero existen otras reglas que a lo mejor sí son impuestas. Impuestas por un sistema que intenta industrializar y mercantilizar el arte, y con él, industrializar también nuestra necesidad sagrada de estructurar en cuentos lo que sabemos, lo que anhelamos, lo que tememos.
Cuando el niño que sólo quiere imaginar historias decide que quiere ser escritor, inicia un lento proceso en el que se automutila para encajar en lo que se considera “ser escritor”. Cuando decide ser guionista, se limita todavía más para encajar en esa etiqueta. Cuanto más te defines, más te limitas.
Hemos creado un sistema (llámese capitalista, llámese equis) en el que “encajar” tiene más importancia que “ser”. No sé si eso es bueno o malo. Sinceramente, no lo sé.
Lo que sí sé es que, por mucha pasión que ponga en mis trabajos actuales, el niño que “salía a pensar” y el adolescente que compartía sus historias en el recreo tenían el triple de iniciativa y el cuádruple de ilusión que el adulto que se gana la vida explotando dicha vocación y adaptándola a necesidades casi industriales.
De un tiempo a esta parte me he propuesto el ejercicio de rememorar la actitud del niño que salía a pensar. Es un consuelo de cara al futuro. Cuando algunos auguran el final del cine tal y como lo conocemos, a mí me da igual, porque me recuerdo a mí mismo que yo en realidad no quiero ser guionista, ni literato, ni director de cine. Yo quiero crear historias, de cualquier manera y en cualquier formato. Eso es algo tan universal, tan arraigado al tuétano de lo que significa ser humano, que sobrevivirá a los siglos, a los formatos y a cualquier tipo de etiqueta.
Y cuando lleguen esos momentos en que uno se siente más “máquina expendedora de guiones” que guionista, cuando lleguen esos momentos en que uno se siente atrapado en su propia vida y empieza a planear su fuga poco a poco, como el prota de Cadena Perpetua, cuando uno sale del trabajo con el runrun de que debería sembrar proyectos propios pero se siente agotado porque lleva todo el día escribiendo para otros… una posible vía de escape está ahí, en darte cuenta de que lo que te hace sentir vivo no es necesariamente escribir guiones, ni novelas, sino contar historias. Y hay muchas formas de contar historias. Por ejemplo: Si te pagan por escribir series o películas, puedes probar a escribir videojuegos en tu tiempo libre (yo lo he hecho, y resulta liberador volcar tu imaginación en un formato cuyas reglas desconoces) O si te pagan por escribir comedia, cambia de chip en tu tiempo libre imaginando dramones… ¡yo qué sé!
Ya para finalizar, comparto otras dos conclusiones a las que llego reflexionando sobre todo esto:
1- Conozco mucha gente que “no sabe lo que quiere ser” por la sencilla razón de que no existe aún ninguna etiqueta que lo delimite. Quizá vivimos en una sociedad que nos ha deshumanizado, y en la que importa más QUÉ quieres ser que QUIÉN quieres ser. Algunos tenemos la suerte de haber encontrado etiquetas que “más o menos” encajan con lo que deseamos. Otras personas, sin embargo, no encajan en ninguna etiqueta: están obligadas a elegir entre una vida de frustración, de vacuidad… o inventar una etiqueta nueva. Cada profesión existente tuvo que ser inventada por alguien, en algún momento. Alguien que tenía cierta pasión más allá de las etiquetas y que en un momento dado descubrió que podía dar rienda suelta a esa pasión solventando las necesidades de alguien. Y como el mundo muta y las civilizaciones mutan, siempre surgen necesidades nuevas. ¡Si conocéis a gente que no está cómoda en ninguna etiqueta existente, animadla a que se deje llevar, a que no se obsesione con encajar!
2- Por último: Si dais clases en colegios e institutos o conocéis a alguien que lo haga: ¡Por favor, encargad a los niños hacer trabajos en video! Seguro que salen mínimo un par de cineastas de cada aula.
Me ha encantado el post, Juanjo. Una buena lectura para empezar el día.
Muchísimas gracias, Paquero.
Genial reflexión. Yo, como estudiante de audiovisuales, me siento un poco identificada porque tampoco fui nunca una super cinéfila ni quería dedicarme al cine, simplemente imaginaba cosas desde pequeña. Y una cosa que me resulta muy curiosa y que he ido viendo con el tiempo es que todos los que tenemos inquietudes de este tipo, y nos gusta crear historias, hemos empezado con los concursos de relatos cortos de los colegios e institutos. Así que espero que se sigan haciendo siempre!
Otra cosa que me parece interesante es el “cómo llegué a ser guionista”. Voy a cursos de guión y esa pregunta siempre nos la hacemos, y el guionista X responde: bueno, yo en realidad estudié *insertar aquí carrera que no tiene nada que ver con el cine* y luego estuve trabando en *insertar aquí trabajo que no tiene nada que ver con el cine* y luego pues por casualidades o por cosas de la vida pues terminé aquí y es lo que yo quería pero ni lo sabía.
Por un lado bien, porque qué guay que terminaste haciendo lo que te molaba sin buscarlo. Y por otro lado, no tan bien, porque entonces no hay respuesta a la pregunta ¿qué tengo que hacer para ser guionista? ¿vale todo, y al mismo tiempo nada? (qué putadilla) nos venden desde el instituto que conseguir algo sin tener objetivos es un poco complicao, y que ir a la deriva no suele dar muchos frutos… pero es que a veces sí, y claro, a las casualidades no te puedes agarrar, pero parece que a veces es estar en el momento adecuado, en el lugar adecuado… y eso sí, que te pillen con las manos en la masa, vamos, que aunque trabajaras en una asesoría, nunca dejabas de contar historias. Y seguramente ahí esté la clave.
Creo que al final me he ido por las ramas un poco… pero dicho queda jajaja
Gracias, Celia. A mí me parece maravilloso que se pueda llegar a ser guionista por tantas vías distintas. A lo mejor también ocurre porque se trata de una profesión relativamente reciente. En otros tiempos los periodistas lo eran sin que existiese una carrera de periodismo o una formación estándar para ello. Y en la antigüedad, los grandes padres de la Ciencia, la Ingeniería, etc… no eran científicos, ni arquitectos, ni ingenieros… porque quizá aún no se habían consolidado esas etiquetas.
Me ha encantado esta entrada, Juanjo.
Yo, de momento, no soy guionista, aunque aspiro a ello. Y recuerdo perfectamente cuándo decidí que quería serlo. Cumplí 7 años, vi la película ‘Los Cazafantasmas’, en los títulos de crédito me fijé en un “written by” y le pregunté a mi madre por qué las películas se escribían. Me contó por encima lo que era ser un guionista y entonces entendí por qué en los tebeos de Mortadelo y Filemón aparecía eso de “GUIÓN e ilustraciones de F. Ibáñez”.
Todo lo que me gustaba en el mundo partía de un guion.
Pero no tenía ni idea de cómo se escribía un guion. Así que escribía narraciones tipo novela pero diferenciando mucho lo que era la parte de diálogo, o dibujaba cómics que imitaban mini películas (títulos de crédito incluídos).
Tiempo después me compré un libro que desentrañaba los entresijos de escribir guiones de cómic de la mano de autores como Mark Waid, Grant Morrison, Garth Ennis, Kurt Busiek o Neil Gaiman. Había ejemplos de guiones, así que me imaginé que escribir para cine y tele sería parecido, pero sin indicar páginas ni viñetas.
Empecé a escribir mis cosas, adaptaba novelas y cómics que me gustaban, o me inventaba secuelas de mis películas favoritas y mis episodios de series preferidas.
Y no he parado desde entonces. A ver qué pasa…
Gracias, y duro con ello. “Los Cazafantasmas” es sin duda un comienzo envidiable. ¡Un camino que empieza con esa peli tiene que ser un buen camino!
Me identifico absolutamente en todo (con la salvedad de que decidí ser guionista a los 15 y me he mantenido hasta ahora), especialmente con ese niño que “sale a pensar” xD. Hace poco empecé a escribir una novela y la gente me dice “¿Pero tú no querías ser guionista?” y les respondo eso mismo “Lo único que quiero es crear historias, me da igual el formato”. Creo que es importante matizar ese detalle porque, como tú dices, no limita tanto la creatividad. Excelente artículo, sin duda. (Por cierto, soy de los que vio ‘Gritos en el pasillo’ cuando salió y me descargué el guión de ‘Reptiles del Espacio Exterior’, debo ser como un fan tuyo xD)
¡Mil gracias, Michel! ¡Cielos, “Reptiles del espacio exterior”! Al final nunca se convirtió el película, pero se hizo el piloto de la webserie: https://www.youtube.com/watch?v=crkwMS_wssc
¡Mucha suerte y mucho ánimo, en cualquier formato!
Qué bien escribes, wey!
Me siento muy identificado con muchas cosas que cuentas, quizá sea algo generacional (acabo de ver que eres 20 días mayor que yo). En mi infancia no era tan solitario y yo lo que quería ser de pequeño era inventor, como Q en 007 o Jeff Goldblum en La Mosca o Data en Los Goonies, esa aspiración la combinaba con otra faceta artística que consistía en reunir, junto a mis vecinos de mi edad, a mis abuelos, tíos, padres y los padres de los vecinos para cobrarles un duro y hacer una representación improvisada (casi siempre historias de súper héroes). Con la adolescencia llegó la timidez y la sensación de no encajar. Iba con mi grupo de amigos al videoclub y mientras ellos alquilaban pelis de Van Damme yo alquilaba El Teniente Corrupto y ahí nos separábamos…
Yo quise estudiar Historia pero suspendí COU y una amiga me dijo que iba a estudiar Comunicación Audiovisual ¿qué es eso?, pregunté, me explicó que servía para estudiar en cinte, tele y radio. Me quedé pensando que eso me gustaba. Pero no me llegó la nota de corte y tuve que empezar Humanidades pensando en cambiarme luego a la otra carrera.
En ese tiempo tomé un taller de vídeo en la universidad, un taller de cámara de cine, pero la revelación llegó con un taller de guión. En 3º de BUP había ganado un premio por un cuento pero ahora descubría que me lo pasaba muy bien haciendo eso y que quería ser guionista. Quise esa etiqueta y acabé abandonando la carrera y dedicándome a estudiar guión y trabajar en ello.
Luego quise saber cómo se enfrenta un director a un guión así que dirigí un corto. Para alguien tímido (como yo en esa época aunque ya se me pasó) encontrarse con un equipo de 20 personas que están pendientes de lo que decides es estresante pero a la vez muy estimulante. El corto nunca vio la luz porque no se pudo terminar, fue en Súper 8 y se perdió parte de material. Pero tenía un par de cositas de las que estoy muy orgulloso. Me lo pasé tan bien como escribiendo así que decidí que también sería director.
Pasaron muchos años y emigré a México donde estudié actuación para mejorar mi dirección de actores. Disfruté tanto en estos talleres que como actor he participado en dos cortos, Microteatro y dos largos (en uno con papel coprotagónico) así que ya hace cosa de dos años que también decidí ser actor y sigo formándome, además he aprendido mucho como guionista y ha modificado mi forma de escribir.
Ahora me preguntan qué soy y quiero decir cuentista porque como tú me gusta contar historias en el formato que sea y desde la posición que sea (escritor, director o actor y también me gusta hacer asistencia de dirección). Pero creo que para ser justo con el niño que fui y su aspiración creo que sí me convertí en inventor, aunque sea un inventor de historias.
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