Juan Medina (@jeancite) es doctor en comunicación, licenciado en periodismo, tiene un máster en guión de ficción, un postgrado de experto en género y otro máster en comunicación política que no viene al caso.
De un tiempo a esta parte parece que se han puesto de moda las series sobre mujeres que persiguen a asesinos de mujeres. Para mí, el paradigma es El Silencio de los Corderos. Mucha gente se sorprende cuando les digo que es una película feminista. «¡Pero si es un policiaco!» dicen, como si una cosa estuviera reñida con la otra. Es un policiaco feminista, o mejor dicho, un policiaco sobre la feminidad: una mujer que trata de desarrollarse en un mundo tremendamente masculino, un asesino cuya máxima aspiración es convertirse en mujer, y la mayor parte del metraje rodado en cámara subjetiva. Cuestión de perspectivas. El caso es que me parece un excelente punto de referencia para todo lo que se está haciendo actualmente en el género y con el género —valga la redundancia—. De pronto parece estar de moda en el panorama catódico el policiaco «de mujeres», si es que puede llamarse así y, por chocante que parezca, casi se perfila como una punta de lanza de lo que algunos han empezado a llamar «nuevo feminismo», ahora que el término clásico parece que se ha convertido en una etiqueta peyorativa para algunos.
La tradición del séptimo arte heredó del realismo decimonónico algo más que el montaje en continuidad. También se trajo consigo algunos temas que, aunque sorprenda, se han mantenido con mayor o menor vigencia en los cánones cinematográficos desde los tiempos de Griffith. Entre ellos, sin menosprecio de los demás, está el asunto de la mujer o, más bien, de la representación de la mujer. Por concretar, básicamente en el periodo clásico ha existido una dicotomía en lo referente a la representación femenina: o bien se tendía hacia el arquetipo imposible de la madre-virgen, o bien se tiraba por el súcubo infernal —o sirena, o sibila, o hechicera…— que seduce y corrompe al hombre protagonista. Las historias con mayor trascendencia trataban precisamente de la inversión de los roles, con mujeres bien-criadas que se «perdían» en brazos de la lujuria como herencia directa de una época donde el mayor pecado de una mujer protagonista era el adulterio —Madame Bovary, Ana Karenina, La Regenta…— La dualidad llega a nuestros días. Piensen en la época que piensen, piensen en el género que piensen podrán encontrarla. Jessica Alba de stripper virginal en Sin City; Scarlet Johansson seduciendo a hombres para drenarlos en Under the skin.
Esta dinámica, no obstante, parece empezar a cambiar a partir del noir. En cierta forma, aunque las femmes fatales se ubican claramente en un lado del espectro, a partir de los cincuenta de pronto las secundarias empiezan a ganar un nuevo protagonismo —como proyección de los miedos-anhelos masculinos—. Las mujeres comienzan a ser independientes, emancipadas, y a ocupar espacios que tradicionalmente han estado copados por los varones. No es raro que sea precisamente el género policiaco donde paulatinamente la mujer vaya ganando notoriedad por ser algo más que víctima o villana. Por ser protagonista. Clarice Starling llegó en el 91. Después vinieron Fargo y todas las demás.
El panorama televisivo quizá se adelantó un poco a la dinámica. En los ochenta, mientras Jessica (Miss Marple) Fletcher ayudaba a la policía a resolver crímenes, Laura Holt las pasaba canutas para conseguir clientes como detective privado hasta que se puso un nombre masculino: Remington Steele. De pronto el hombre se había convertido en secundario y pasado a ocupar un rol de partenaire —«hombre florero», según lo han definido en algún otro sitio—, al tiempo que ella se vestía con gabardina y sombrero a lo Humphrey Bogart. ¿Sería la precursora de esta moda tan actual?
Basta encender la televisión para comprobar que el panorama reciente de series policíacas está plagado de mujeres fuertes, de parejas y de tensión sexual no resuelta. Incluso en aquellas que siguen protagonizadas por hombres, la secundaria femenina adquiere un rol casi de co-protagonista en producciones que llevan todavía el nombre de él: Castle, El Mentalista… Ya no sorprende que haya ficciones de este tipo protagonizadas, de hecho, por mujeres. Mujeres en el rol de policía, de autoridad, de investigador… y que no tengan que disfrazarse de Bogart para construir su personaje. ¿O sí?
Siempre he pensado que cuando un personaje femenino puede intercambiarse por uno masculino sin reescribir ni una coma es que hay algo que se está haciendo mal —lo siento, Ripley—. Una cosa es la representación igualitaria y otra muy distinta es que se tenga que poner nombre femenino a personajes masculinos —seguramente al leer esto estén pensando en Glen Close—, o construir personajes femeninos que, sencillamente, siguen teniendo algún tipo de «gabardina» que los exculpa o los resguarda bajo un halo de irrealidad. En el policiaco actual abundan las mujeres con problemas, bien la bipolaridad de Carrie Mathison (Homeland) o el asperger que comparten Temperance Brennan (Bones) o Sonya Cross (The Bridge) o la marginación que sufre Veronica Mars y que las convierte en la práctica en fríos y metódicos «replicantes» como lo son todas —todas, digo— las mujeres de Blade Runner.
La cuestión, no obstante, está evolucionando a marchas forzadas. Piensen en The Killing, con claras alusiones a El Silencio… desde la secuencia inicial hasta el hecho de tener al mismísimo Jonathan Demme dirigiendo algunos episodios; piensen en The Fall, con una inversión total de los roles de género en el que la mujer lleva la sartén por el mango en todos los ámbitos sociales; o en Top of the lake, con una visión al tiempo particular y social del mismo tema que las anteriores: mujeres que investigan asesinatos de mujeres. La aproximación de estos dramas policiacos, además de suponer una perspectiva más profunda de todos los personajes y estar más y más cerca del paradigma de los corderos, introducen matices. Se empieza a hablar otro lenguaje. El nuevo feminismo, supongo.
Pero, ¿es necesario? Quiero decir, ¿pasa algo por no hacerlo así? De hecho, la tan aclamada True Detective es parca en la representación femenina, circunscrita únicamente a víctimas, madres, hijas y prostitutas-amantes, y no por eso deja de ser una de las propuestas más potentes de la presente década. ¿Hay que ser feminista —o «nuevofeminista»— para escribir un policiaco de calidad? Obviamente no. Pero el caso es que, desde mi perspectiva de mero espectador-crítico, debo decir que es de agradecer.
Porque, al fin y al cabo, el policiaco de serial-killer se sostiene sobre una triste realidad: la violencia del hombre contra la mujer. Piénsenlo: la inmensa mayoría de las víctimas de todo policiaco que se precie son ellas, y los asesinos pues ya se pueden imaginar. Diversos autores y autoras —sobre todo autoras, de hecho— han determinado en sus estudios e investigaciones que los motivos profundos de la violencia contra las mujeres no radican en cuestiones genéticas ni sexuales ni son consecuencia de ningún tipo de trastorno mental; tampoco están en la marginalidad, las drogas ni la clase social. Parece que una gran mayoría de los autores están de acuerdo en decir que la clave del asunto está en la cuestión de la dominación; de la prepotencia masculina y la sumisión femenina; de cierto acervo viril compartido socialmente según el cual la mujer es una pertenencia, un apéndice del varón, «solaz del reposo del guerrero» que decía Nietzsche. ¿Y acaso no es así en el policiaco?
Si volvemos a True Detective —por citar un ejemplo exitoso actual— encontramos que, en efecto, todas las mujeres y su rol está íntimamente marcado como «complemento directo» de un sujeto masculino: bien son víctimas matadas por un hombre; esposas de un hombre, hijas de un hombre o amantes de un hombre. Objetos. Cuerpos. El feminicidio no es más que el Macguffin de la trama. Tanto es así que la víctima de la matanza ni siquiera tiene cara: no es una mujer, son todas, es cualquiera, qué más da. Y True Detective no es un caso aislado, ya saben. Al fin y al cabo los iconos de nuestra generación son Tony Soprano, Don Draper y Walter White.
¿Qué hay de malo en que la mujer tome cartas en el asunto? Mujeres siendo sujeto de una historia, bien persiguiendo a un asesino de mujeres o bien haciendo frente a la muerte, ya sea propia o cercana. ¿No aporta acaso más realismo, más verdad y más trasfondo a cualquier historia que se construya, de hecho, sobre la violencia contra las mujeres? ¿No se contribuye en cierta forma a despojar el rol femenino de esa idea de apéndice? En The Killing, además de tener como protagonista a una mujer realista, se detienen a explorar las emociones y el trasfondo de la víctima —y de la madre de la víctima—. Claro que, todo sea dicho, The Killing es una serie escrita por mujeres y ha sido cancelada tres veces. ¿Tendrá algo que ver?
La cosa es que el tema parece que no es tan sencillo como pudiera resultar. Uno de los guionistas que vienen cada año al máster en el que trabajo en Salamanca repite lo mismo cada curso en algún momento, cuando los alumnos —y alumnas, ojo— presentan sus proyectos de guión: «tratemos de evitar el machista que todos llevamos dentro». De algún modo, el acervo nos mueve por sus aguas cenagosas sin que podamos escapar. Matrix nos posee. La búsqueda de referentes termina hundiéndose en el tópico mil veces visto y leído, quizá porque no hay otros o los que hay no están terminando de cuajar.
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El problema de la narrativa feminista es su falta de simetría. La incapacidad manifiesta que muestra de ponerse en otras situaciones que no reflejen las problemáticas propiamente femeninas. Se habla por ejemplo de las mujeres amantes compañeras prostitutas víctimas en True Detective y se reivindica su papel como persona y como personaje más allá de un mero apendice de una historia masculina. En el otro extremo, The Killing cuenta la historia tomando como centro la vida y el trabajo de una mujer. La situación se invierte, en este caso los hombres maridos compañeros víctimas se convierten en apéndices en esa historia. Y sin embargo, no se escuchan sus voces, nadie difiende su entidad más allá de ser secundarios en esa historia.
Ahí radica la complejidad de la situación masculina. Para el hombre solo existen dos posibilidades: ser protagonista o ser olvidado. Es la desechabilidad masculina, el todo o nada, saltar sin red de seguridad. El hombre suele ser protagonista con mayor frecuencia porque arriesga más. Pero arriesga más porque tiene menos que perder, no hay lugar para los perdedores ni para los secundarios, nadie habla por ellos, nadie les ofrece cobijo. Nadie escribe un artículo recordando la entidad como personajes de los maridos compañeros y víctimas masculinos en The Killing.
Entiendo la complejidad que menciona, aunque quizá The Killing no sea el ejemplo más adecuado. En mi opinión, la serie sí aborda la problemática de los secundarios masculinos —aunque por razones de espacio y tema las he obviado en el post—.
Recordemos el caso del padre de la víctima, que tiene que bregar con el asesinato de su hija, la sed de venganza, el temor a volver a su pasado como matón del mafioso local, ser el único sustento económico de su familia y, durante la serie, además convertirse en el único pilar cuando (ojo, spoiler) la madre los abandona temporalmente. O el caso del candidato a la alcaldía, que está en la tesitura de ser sospechoso de asesinato por no poder admitir, ante las consecuencias electorales, (otro spoiler, cuidado) que la noche del crimen estaba en otro lugar tratando de suicidarse porque anda sumido en una profunda depresión desde que murió su esposa. O el caso del profesor de la escuela, que ve su carrera inmediatamente truncada en el momento en que se cierne sobre él la sospecha de que ha podido cometer el crimen.
En cualquier caso, sí es cierto que en muchas ocasiones estos personajes «perdedores y secundarios» también se merecerían un post dedicado a ellos. Muchas gracias por comentar.
“¿Qué hay de malo en que la mujer tome cartas en el asunto?”, se pregunta el autor.
“Nada, obviamente”, respondo yo. Y me asombro de que ni siquiera se plantee la cuestión sobre la bondad o maldad del hecho.
El hombre ha venido siendo el protagonista preponderante de la narrativa occidental, pero también de buena parte de la oriental, porque los hechos de los que esa narrativa, dramaturgia e incluso poética ha venido hablando estaban protagonizados, activa y emocionalmente, por los hombres: la guerra, la conquista, la muerte, el honor, la política, la justicia, el asesinato y también el amor, la familia, la educación, la salud, la ciencia. Un reflejo del rol que cada uno de los sexos ha venido ocupando en la Historia, en definitiva.
Las pocas protagonistas femeninas me parece que lo han sido por haber ejercido, precisamente, roles entendidos como masculinos (reinas, guerreras) o por poner el peligro el rol de un hombre.
Esto, afortunamente, se ha ido corrigiendo a lo largo del siglo XX y creo que se ha ido reflejando, al mismo ritmo, en la narrativa. En efecto, la mujer policía aparece en los 80 pero también empieza a aparecer en los campos de batalla no sólo como enfermera o secretaria sino como soldado, y como abogada y como juez y como médico y como jefe de estado. Así que empieza a protagonizar las historias que vemos en el cine y en la TV.
Historias protagonizadas por hombres e historias protagonizadas por mujeres. ¿Hay que elegir? No, claro. ¿Historias en las que la mujer solo es víctima, vírgen o puta, trofeo y reposo del guerrero? Claro, por qué no. ¿Historias en las que sucede todo lo contrario, en las que el hombre no pinta apenas nada? También existen, luego hay que contarlas, cosa que no ha sucedido tanto hasta ahora. Está bien equilibrar la cuestión, me parece.
Y en hacerlo sin ponerle nombre femenino a un personaje masculino. Contando historias, creo que es más importante el cómo pasan las cosas que el qué cosas pasan. Y la mayor parte de los detectives masculinos tienen la competición como motor de su acción: compiten intelectual o físicamente con el asesino. Las mujeres parece que tiene otra motivación: la protección, el cuidado, las víctimas. Mientras que el hombre se fija en el asesino, la mujer se fija en la víctima. Otras mujeres, sí. Pero también niños. Y niñas. En “The Killing” siempre se busca a un asesino de niñas. La muerte o desaparición de un niño es el detonante en “Broadchurch”, en “The guilty”, en “The happy valley” el secuestro de una quinceañera.
Dicho esto, me parece que hay un cambio muy reseñable en las últimas heroínas respecto a aquellas primeras mujeres policía que, además de hacer el mismo trabajo que sus compañeros masculinos, eran una perfectas madres. De hecho, parecía como que a esas mujeres se les daba permiso para “jugar a cosas de chicos” sólo si primero habían terminado sus “tareas de mujer”.
La protagonista de “The Killing” es una pésima madre y una magnífica policía (en el original danés es incluso una pésima hija y como madre mucho más incapaz que la americana). Las protagonistas de “The Fall” y “Bron (El Puente)” tienen serias carencias en sus habilidades sociales, algo que se ha considerado siempre como algo muy femenino. Y lo mejor de todo es que no quieren corregirlo. Quizás ese sea el matiz que nos acerca al “nuevo feminismo”, si es que eso existe.
Estoy de acuerdo en lo sustancial del comentario, no obstante cabría un matiz: el hombre no ha sido siempre el protagonista preponderante de la narrativa occidental. En la antigüedad clásica, cuando paradójicamente la mujer tenía formalmente menos representación y presencia, abundan las obras donde ellas son protagonista.
Pensemos por ejemplo el caso de mito de Démeter (Ceres), que paralizó las estaciones mientras surcó el mundo para encontrar a su hija; o los mitos relacionados con Artemisa (Diana), diosa dedicada a algo actualmente «masculino» como la caza; o la propia Atenea (Minerva) que era diosa de la guerra, como Ares, con la diferencia de que ella representaba la guerra estratégica mientras que él optaba por la vertiente caótica y vengativa. En las tragedias que nos han llegado abundan las mujeres protagonistas, a menudo con tramas de venganza: «Antígona», «Electra», «Medea», «Andrómaca», «Hécuba», «Ifigenia», «Helena»… En «Las Troyanas» Eurípides le cuenta a los griegos el asedio de Troya mostrándolos como los villanos, poniendo la voz en las mujeres víctimas de la contienda.
En algún momento perdido a lo largo de la literatura universal la mujer pasó de ser protagonista a circunscribirse en los planteamientos que conocemos hoy. Es cierto que la tendencia comienza a cambiar, aunque nos encontramos de frente con el resto de barreras sociales y culturales: deportistas femeninas cuyos logros no tienen más cabida en los telediarios que el peinado del Cristiano Ronaldo; artistas musicales que compiten por ver quién luce mejor el tanga en los premios de la MTV…
Gracias por comentar.
Según lo escribía también pensé en los clásicos griegos como excepción a esa afirmación tan tajante. Estoy de acuerdo con tu apreciación. Quizás todo comenzó a torcerse con la llegada de las visiones judeocristiana e islámica, ambas centradas en un dios masculino.
“básicamente en el periodo clásico ha existido una dicotomía en lo referente a la representación femenina”
No me considero un experto en cine clásico, pero estoy seguro
de que el abanico de representación femenina era más amplio que eso, incluso antes de la llegada del Noir.
En el Hollywood clásico había un montón de peliculas protagonizadas por mujeres y dirigidas al público femenino.
Hitchcock decía que eran ellas las que arrastraban a los maridos
y a los novios al cine.
La mayoría de ellas eran excelentes melodramas. “Mildred Pierce” es un buen ejemplo. Pero también estaban las comedias “Screwball”. No creo que Katherine Hepburn entrase en ninguna de esas categorías que indicas cuando le daba caña a Cary Grant en “La fiera de mi niña”.
Todo eso por no mencionar a Mae West.
Por supuesto, como en todo, hay honrosas y destacables excepciones. Ahora bien, cabría, de nuevo, matizar.
Me consta que muchas de las películas protagonizadas por mujeres y dirigidas a un público femenino en el Hollywood clásico incidían en unos patrones de comportamiento muy específicos que a menudo —y, como digo, salvando las excepciones— repercutían en la dicotomía antes mencionada. La mujer díscola y atrevida que lleva al hombre al desastre frente a la puritana mojigata, dechado de virtudes. Katherine Hepburn encaja perfectamente en el primer grupo: no olvidemos que, narrado en clave de comedia, Cary Grant está prometido con el personaje que interpreta Virginia Walker hasta que aparece la joven y alocada Susan en su vida, para ponerla patas arriba. Genial obra, por otro lado.
Hitchcock, por su parte, era todo un maestro en castigar a las mujeres que «se salían del redil». Marion Crane (“Psicosis”) roba 40.000 dólares para escaparse con su novio y es brutalmente asesinada en un motel de carretera; Melanie Daniels (“Los Pájaros”) es una joven un tanto consentida que trata de seducir —ella a él— a un apuesto abogado ve como, de pronto, todos los pájaros de la ciudad parecen echarse sobre su pelo; Judy Barton (“Vértigo”) es una joven actriz que ha participado de una elaborada estratagema para cometer un asesinato por dinero, pero termina enamorándose del policía al que ha atormentado y por un traspiés precipitándose desde un campanario… En “Rebeca” tenemos las dos mujeres, la virtuosa y la malvada, que no es otra que la propia Rebeca a quien, recordemos, había asesinado su marido (Lawrence Olivier) y ocultado su cadáver cuando le confesó que estaba encinta de otro hombre. Nada de esto quita que sean obras maestras, conste; ni que el mismo director tenga estupendas películas con personajes femeninos de lo más interesantes.
En todo caso, vaya por delante que ante la generalización —quizá un tanto injusta del post— siempre caben las excepciones de fantásticas obras maestras del periodo clásico. Gracias por la aportación.
Buena reflexión.
Sobre este tema, un pequeño apunte: Hace unos meses asistí a la masterclass que impartió en Barcelona Sören Sveystrup, el creador de Forbrydelsen (The Killing). Una de las muchas cosas interesantes que nos contó fue el cómo perfiló a su protagonista. Se huyó deliberadamente de la imagen de mujer atractiva y sofisticada, tipo “Los ángeles de Charlie”, para entendernos. La actriz no es especialmente atractiva, es bajita, apenas usaba maquillaje, el vestuario era muy corriente (chándals y prendas similares). Su propósito, según nos explicó, no era solo el dar una mayor sensación de normalidad, sino también – y esto lo remarcó mucho- de vulnerabilidad.
Creo que fue una buena elección. Suponer que sólo puede ser policía una mujer fuera de lo corriente, muy vistosa y poderosa, es una forma de descalificar a la mujer normal y cotidiana. O sea, caer, por elevación, en un arquetipo machista. Afortunadamente empezamos a ver mujeres “corrientes” como grandes policías, no sólo en el noir nórdico, tambien en la BBC (Broadchurch o Happy Valley) o en las dos versiones de Fargo.
O la propia Clarice Starling, de “El Silencio de los Corderos”. Efectivamente ha habido una tendencia hacia perfilar a los personajes femeninos que viven y trabajan en ámbitos tradicionalmente masculinos como «súpermujeres». Personalmente creo que esa tendencia no se ha perdido del todo.
Por ejemplo, Temperance Brennan, protagonista de la serie “Bones”, es soltera sin hijos, tiene tres doctorados (con apenas 30 años), licencia de armas y problemas en las relaciones sociales derivados de su mente fría y analítica; vive sola y domina varias técnicas de combate cuerpo a cuerpo. Ante ella, Kathy Reichs, la antropóloga REAL en la que se basa el personaje, a sus sesenta «sólo» tiene un doctorado, un máster, es profesora en la Universidad y tiene tres hijos.
No quiero decir con esto que los personajes femeninos no puedan tener ciertos elementos que los hagan más interesantes. Al fin y al cabo Sherlock también «tiene un don». Tampoco estoy en contra de que se exponga de esta forma el trabajo que implica ese tópico ya tan antiguo de «ser mujer en un mundo de hombres». Ahora bien, considero que el simple factor de «dar voz» a los personajes femeninos, darles un trasfondo y, en definitiva, convertirlos en «sujetos» no sólo es de agradecer como espectadores sino que además enriquece cualquier propuesta del policiaco. Gracias por la aportación.
No entiendo porqué se tiene que etiquetar el cine/tv con protagonistas mujeres con el emblema de neofeminismo o feminista; simplemente, y debería empezar a resultarnos normal, se trata de que el 50% de la población está representada en el cine/tv con papales protagonistas o con tramas que no son relativas a lo masculino;
dejemos ya de etiquetar el cine hecho por mujeres como feminista etc… simplemente es cine/tv, normalicémoslo ya y apoyémoslo!!
Llama la atención cómo el término ha ido desvirtuándose hasta resultar peyorativo. Estoy de acuerdo. Al fin y al cabo las etiquetas no suelen hacerle bien a nadie. De hecho, lo ideal sería que nunca hubiera existido una «corriente feminista» como tal, porque significaría que la mujer no habría tenido que reclamar lo que, por otra parte, le corresponde en términos de igualdad con el hombre.
El problema, en mi opinión, es que venimos de una tradición cultural, artística e histórica que «invisibiliza» a la mujer en todos los ámbitos de la vida pública —salvo los eróticos—. Poca gente conoce a las pintoras impresionistas o a las escritoras románticas. En las escuelas de cine se estudia a Griffith, Porter o Méliès, pero apenas se nombra a sus coetáneas Lois Weber o Alice Guy, de la que dicen que dirigió más de 400 películas. Tan sólo Riefenstahl tiene presencia, aunque es raro el manual donde no se mencione el improbable rumor de que era amante de Hitler. Seguimos viviendo en un mundo donde la mujer tiene una presencia pública reducida a ámbitos muy concretos. Hoy mismo, cuando Mireia Belmonte ha ganado tres oros y una plata en natación y Carolina Marín se ha metido en las semifinales de un mundial del bádminton —la primera española que lo consigue— los informativos han abierto con el traspaso de Xabi Alonso y el nuevo fichaje del Barça.
No creo que esté de más destacar de vez en cuando el (buen) cine y la (buena) televisión estén hechos por mujeres. Porque tiene razón cuando dice que «debería empezar a resultarnos normal». Lo mismo así, dentro de un tiempo, logremos cambiar lo que dicen los manuales de cine.
Muchas gracias por el comentario.
Un ejemplo visto hoy en el blog de Filmin hablando sobre “Good bye Mommy”: “Aviso para navegantes, dos mujeres se han mareado en su primer pase de prensa y quien está detrás de ella no es otro que Ulrich Seidl (quien produce) y su mujer (quien dirije).”
Podrían por lo menos escribir el nombre de la mujer que no es nada menos que la directora…
“DiriJe”.
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