Fotos de Flora González y Hugo Domínguez.
Pablo Remón es uno de los guionistas más reputados del cine español actual y, junto a su hermano Daniel, forma la pareja creativa responsable de películas como “Casual Day” o “Cinco metros cuadrados”, ambas dirigidas por Max Lemcke. Ahora, además de trabajar en otros proyectos con su hermano, ultima los detalles de su segundo cortometraje como director, “Todo un futuro juntos”, con Luis Bermejo y Julián Villagrán.
Sin embargo, la principal excusa para hablar un rato con Pablo Remón ha sido su debut teatral como autor y director con “La abducción de Luis Guzmán”. Tras estrenarse con éxito el pasado verano en el Festival Fringe de Madrid, ahora se ha reestrenado en el Teatro Lara, repitiendo el éxito en las funciones del mes de febrero. Si todavía no habéis tenido el placer de conocer a Luis Guzmán tendréis tres nuevas oportunidades los días 5, 12 y 19 de marzo. Creedme, merece la pena.
“La abducción de Luis Guzmán” es tu primera obra de teatro. Es una historia ambientada en una pequeña ciudad de provincias, con conflictos familiares, relaciones sentimentales complicadas y fondo paranormal… ¿De donde nace esta mezcla de temas tan particular?
De lo que conozco. Yo nací en Madrid pero toda mi familia viene de distintos pueblos de Aragón. La gente allí tiene una forma de ser que me parece que tiene mucho que ver con la meseta. Las cosas no se dicen, no se hablan. Hay una corriente subterránea de asuntos sin verbalizar. Esto resulta muy teatral. Tenía en mente la casa de mis abuelos, con ese tipo de muebles oscuros, antiguos, depresivos… Este tipo de espacio me parecía muy sugerente para explicar a los personajes, y también para situar el fondo paranormal de la obra.
Luis Guzmán es el presentador de un programa radiofónico “decano” de temática paranormal, un apasionado del misterio y fanático de Carl Sagan, ¿es Pablo Remón un amante de lo oculto?
No he tenido nunca un interés especial en lo paranormal. Simplemente, lo paranormal, el interés por lo oculto, me resultaba útil para mostrar que Luis vive en otro mundo distinto al que le ha tocado. Ha tenido la capacidad de construirse un mundo aparte, una burbuja, una ficción que le aísla y al mismo tiempo le protege. Eso sí puedo entenderlo.
El texto está trabajado con los actores desde su inicio. ¿Cómo fue ese proceso de creación? ¿Nacieron los personajes con ellos o partisteis de unas personalidades determinadas?
Yo siempre he querido escribir una obra de teatro, pero no quería hacerlo partiendo de una idea teórica o de una estructura demasiado rígida. Lo que tenía de inicio era la imagen de dos hermanos –aunque al principio eran tres– y un padre que está ausente. No sabemos qué le ha pasado –tampoco yo lo sabía–. Había también una mujer, que llegaba de otro sitio.
Partí de estos personajes, del espacio y de que tenía claro que quería trabajar con estos actores –Emilio Tomé, Francisco Reyes y Ana Alonso–: sin ellos, la obra no existiría. Trabajamos con improvisaciones durante todo el mes de agosto de 2012. En esa primera fase, esencial, fuimos encontrando el tono justo de los personajes, probando sus relaciones, su manera de enfrentarse, de relacionarse. Partimos de situaciones, pero también de textos breves. Y, sobre todo, de textos que creamos colectivamente los actores y yo, una manera de escribir en escena que me resultó muy interesante. En ocasiones los actores improvisaban y yo me acercaba a ellos y les daba al oído la frase que quería escuchar de su boca. Era para mí́ la mejor manera de escribir: aquella en la que puedes probar en el momento, con actores, si lo que estás escribiendo se sostiene.
Grabamos todo este proceso en audio. A partir de ahí, yo me encerré con las anotaciones, mis recuerdos del taller de improvisaciones, y los audios y, partiendo de ese magma, escribí la obra. Esto fue la segunda fase del proceso: llegar a un texto cerrado (más o menos), escrito, que se mantuviera por sí mismo. Después llegamos a unos ensayos ya más convencionales, donde los actores fueron integrando el personaje que habían encontrado al texto concreto que yo les proponía.
¿Dirías que es un proceso más costoso que el tradicional?
Puede ser, pero para este proyecto concreto yo quería trabajar así. Había un deseo de trabajar con un grupo de gente que nos conocíamos. Eso sí, existía la posibilidad de que no saliese nada.
Si no hubiese salido, ¿la hubieses escrito de otra manera? ¿Tenías un “plan B”?
No. Esto lo hemos hecho de esta manera porque hemos querido. No ha sido un encargo de nadie. Si no hubiera llegado a salir, no la habría escrito de otra manera.
Eres conocido principalmente por tu faceta de guionista de cine, ¿la vocación de autor teatral la tuviste también desde tus inicios o te ha ido viniendo a lo largo de tu carrera?
Me empecé a interesar por el teatro después del guión. Me di cuenta de que lo que más me interesaba de escribir era el desarrollo de escenas, los personajes, la manera de hablar… Los elementos más dramatúrgicos, por así decirlo. Entonces hice algún curso con gente como Juan Mayorga o José Sanchis Sinisterra, con los que aprendí mucho. Me encontré cómodo con esa aparente limitación del escenario. Después leí todo el teatro que pude; autores clásicos, pero también autores modernos de los que no había oído hablar: Suzan Lori-Parks, Martin Crimp; yo, modestamente, llevaba diez años peleando con la página en blanco, así que podía ver que lo que estaban haciendo con las palabras en pleno siglo XXI era increíble, alucinante.
Entonces, ahora que lo has probado, ¿qué ventajas, inconvenientes y principales diferencias has encontrado con la escritura de un guión de cine?
Tras trabajar como guionista, con la obra me ha pasado una cosa que me ha encantado: ha sido como volver a empezar. Me gusta mucho esa idea de permanecer “empezando” continuamente, alejado de la profesionalidad, que mal entendida puede ser lastrante. Ha sido vital para mí estar un mes encerrado con tres actores, improvisando en el salón de mi casa, por el mero placer de hacerlo. Me ha devuelto la sensación de juego que tenía cuando empecé con mi hermano Dani a inventar situaciones y personajes.
Además de escribir, también diriges tu obra, ¿por qué no decidiste delegar en alguien? ¿Tiene que ver con que hayas empezado también a dirigir tus cortos?
Tiene que ver con el método de escritura del texto que hemos hablado antes. Fue algo natural. Tal y como se desarrolló todo, hubiera sido raro meter a alguien a dirigirla.
Tras la experiencia de “La abducción de Luis Guzman”, ¿repetirás en teatro? ¿Tienes otros proyectos en marcha?
Seguro. La escritura teatral me parece muy difícil y exigente, pero al mismo tiempo muy motivante. Te das cuenta de que en el teatro la palabra manda. Al mismo tiempo, que en una época tan tecnificada unas personas se junten en el teatro para ver a unos actores fingiendo que son otros… Como diría Luis Guzmán, me parece un “momento humano” pequeño pero importante.
El año pasado ganaste el prestigioso ‘X Premio SGAE de Guion para Largometraje Julio Alejandro’ con tu hermano Daniel gracias a un proyecto titulado “Mala Cosecha”, ¿qué puedes contar de él?
“Mala Cosecha” es una historia que empezamos a escribir hace años y que sigue muy viva para nosotros: la historia de una redención, narrada en distintos tiempos y puntos de vista. Es un guion cercano al género, probablemente con el que más hemos peleado. En un momento dado la dejamos por imposible, y después volvimos a ella porque seguía resonando. El premio, que agradecemos mucho, volvió a acercarnos a esta historia, que aún no tiene director.
¿Y hay algún otro proyecto de los hermanos Remón más cerca de ver la luz?
El proyecto que está más cerca de verse es una película que (de momento) se llama “El perdido”, que va a dirigir Christophe Farnarier, con producción de Pantalla Partida, DDM Visual y Cosmographe, una productora francesa. El rodaje empieza esta primavera. Está inspirada en un suceso real: un hombre que estuvo 14 años viviendo solo en la Sierra Sur de Jaén. Una especie de Robinson moderno, que vivía en cuevas y casas abandonas, alejado de la civilización. A partir de ahí, el guion ha cambiado mucho. Es un proyecto también muy querido, porque lo arrancamos mi hermano y yo tras ver la noticia en el periódico y buscamos una productora, un director… Todo ha ido encajando de maravilla y estamos convencidos de estar con las mejores productoras y director posibles para un proyecto así.
Es una película muy pequeña, que nos atrajo en principio por temática y por ser lo contrario de lo que habíamos escrito hasta ese momento (guiones muy apoyados en el diálogo, con escenas largas). Esta película no tiene un solo diálogo, es puramente cinematográfica: un hombre y un paisaje. El guion, en consonancia, es muy abierto, más moderno; apenas una estructura con la que enfrentarnos al rodaje, que se va a llevar a cabo durante casi un año. Al final, ha quedado un guion de unas 50 páginas.
Eso pasa con ese tipo de historias; el otro día leí que “Cuando todo está perdido”, la última de J.C. Chandor y que protagoniza Robert Redford, tenía 32 páginas.
Es que tampoco tenemos que anclarnos a eso de que un guion tiene que tener 90 páginas por que sí. Una película que me gusta mucho es “Los muertos”, de Lisandro Alonso, y creo que tenía un guión de siete páginas. Al fin y al cabo, el guion es algo que sirve para hacer una película.
¿Cómo fue la documentación para escribir partiendo de una noticia así, llegasteis a conocer al protagonista real de la historia?
No. No hablamos con esta persona porque queríamos que fuese una ficción y no queríamos acercarnos tanto. Lo que sí hicimos fue ir al sitio donde tuvo lugar la historia real, aunque se va a rodar en Cataluña y Francia. Los lugares son otros y el personaje es distinto, pero el germen de lo que leímos en aquella noticia sí es el mismo.
En el año 2012 debutaste también como director con el cortometraje “Circus”, rodado en Nueva York. Ahora vuelves a la dirección con otro corto: “Todo un futuro juntos”.
Es una (especie de) historia de amor entre el director general de un banco y una joven que esta protestando delante de su casa. El corto son 15 minutos, con dos personajes –Julián Villagrán y Luis Bermejo– en una barra de bar y un plano secuencia. Se estrena este mes en el Festival de Medina del Campo y en el Festival de Málaga. Ha sido un placer contar con dos actorazos como ellos y ver cómo se prestaban a algo así, porque lo rodamos de una manera poco convencional: sin cerrar el bar, sin avisar de que estábamos rodando, sin cortar. No fue fácil, pero resulta mucho más orgánico para la interpretación, que era lo que iba buscando.
La productora del corto es Tourmalet Films, de la que mi hermano es socio; me gusta el cine que hacen y me alegra forma parte de sus proyectos. Han producido los cortos de Dani y también, entre otros, “Paradiso”, el estupendo documental que ha dirigido Omar A. Razzak, que monta y produce “Todo un futuro juntos”.
Tanto tú como tu hermano estáis empezando a dirigir vuestros propios proyectos, ¿ese paso a la dirección es algo que os pedía el cuerpo en este momento o siempre habéis tenido en mente hacerlo?
A mí no me gusta distinguir. Cuando dirijo lo hago más pensando en la experiencia y en el proyecto en particular que en el “título” de director o de guionista. De hecho, creo que cada vez esto se va diluyendo más y ahora mismo es más fácil encontrar a gente que hace de todo. A mí me encantaría saber hacer más cosas de las que sé, por eso creo que lo de dirigir es más un deseo de aprender que de decir: “ahora voy a ser director”. Cada proyecto es diferente y exige un tipo de implicación distinta. Además, al mismo tiempo que hacemos cosas propias que nos apetecen, mi hermano y yo seguimos escribiendo para otros: estamos trabajando en un nuevo guion para Max Lemcke y otro para Rafa Cortés, y yo solo tengo un proyecto muy querido para que lo dirija Lino Escalera.
¿Eres de los que piensa que la figura del guionista está maltratada?
Es cierto que, en cine, como no tenemos una industria como tal, lo que más se resiente es la parte más débil: el guion, porque es lo que está al principio, cuando todavía se está desarrollando todo. Esto nos obliga a los guionistas a convertirnos en guionistas-productores, invertir nuestro tiempo y nuestro esfuerzo si queremos sacar historias nuestras. Pero el victimismo no sirve para nada. Ahora es un momento en el que todo está cambiando y cada película que se hace es un logro absoluto. No debería ser así, pero al mismo tiempo, es una oportunidad para que los guionistas reivindiquemos nuestro papel en el panorama audiovisual, no solo como contadores de historias, sino también como cineastas.
Este tío es un crack!
Conocí a Pablo Remón hace años cuando iba a estrenarse Casual Day. Es un tipo que adora el cine y se expresa muy bien. No en vano, es profesor de la escuela de cine, entre otros. Si llego a tiempo intentaremos acercarnos a ver la obra. Se puede aprender mucho de él.
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