Por Natxo López
Cuando tenía unos 16 años participé en la organización de las “fiestas colegiales” de mi colegio, un evento anual en el que los alumnos de los últimos cursos se juntaban para montar actuaciones teatrales, musicales, concursos y festividades varias… Un grupo de colegas que tocaban distintos instrumentos decidieron organizar un pequeño concierto de rock. Tenían dos guitarras eléctricas, un bajo, teclista y batería. Sólo les faltaba un cantante. Y me propusieron a mí hacerlo. Yo no había cantado delante de ningún tipo de público en mi vida, pero siempre he sido muy de apuntarme a un bombardeo y dije que SÍ. A lo loco.
Teníamos que prepararnos cuatro o cinco canciones. Elegimos temas de Guns´n Roses, Queen, AC/DC… Sí, tal y como estáis pensando, todos ellos muy FÁCILES DE CANTAR. Tras dos o tres ensayos rápidos (porque un exceso de ensayos puede matar la creatividad), allí nos plantamos dispuestos a emular a nuestros ídolos del rock delante de los alumnos del colegio, no más de dos mil chavales en esas edades en las que eres tan comprensivo con los demás.
No recuerdo casi nada del concierto, aparte de que no salió tan bien como habíamos imaginado en nuestra cabeza. Lo que sí recuerdo es que cuando terminamos, yo descendí tranquilamente del escenario y, sin que nadie me viera -espero-, me escondí debajo de una pila de abrigos que la gente había amontonado detrás del escenario. Y permanecí allí sumergido durante una media hora. Efectivamente: con 16 años me escondí debajo de un montón de abrigos para ahuyentar dentro de lo posible la sensación de bochorno que me invadía.
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En mis primeros años de universidad solía escribir pequeños relatos que a veces enviaba a concursos. Nunca ganaba ninguno, seguramente porque los miembros de los distintos jurados no tenían la categoría suficiente como para comprender la complejidad de mi prosa. Pero yo seguía insistiendo, tenía diskettes enteros llenos de pequeñas historias transgresoras e incisivas a la altura del mejor Chandler. Como yo quería que alguien las leyera para que mi talento recibiera el reconocimiento que merecía, tuve una revelación y decidí autopublicarme.
Empecé a fotocopiar los escritos a doble página y los grapaba por el medio para crear un pequeño fancine que titulé “Historias del Desconcierto”. Y se lo vendía a mis amigos por 200 pesetas. Sí, se lo vendía a mis amigos. Por 200 pesetas. Y algunos de ellos me los compraban. Doy por hecho que la lástima no tenía nada que ver en ello.
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Mis escarceos con la música no quedaron ahí. Además de unas tímidas pero briosas aproximaciones al universo de los cantautores, durante unos años formé parte de un coro de música folk-religiosa. Junto con dos compañeros (que hoy siguen siendo mis mejores amigos), decidimos montar un grupo por nuestra cuenta. Un grupo de música “A Capella”. Buscamos dos miembros más y empezamos a ensayar temas “Doo Wop” y a hacer arreglos vocales. Sí, en ese plan de los típicos negros cantando alrededor de un cubo con una hoguera encendida. Decidimos llamarnos “Harlem” (el nombre fue propuesta mía). Yo intentaba evitar ser el solista, aunque a veces me tocaba. Y otras veces me responsabilizaba de hacer los falsetes o los ruiditos de batería con la boca. Nos fue relativamente bien, hicimos algunos conciertos en bares e incluso fuimos invitados a algunos conocidos programas radiofónicos nacionales. Nos hicimos insparables. Estuvimos a punto de grabar un disco. Discutimos. Nos separamos. No grabamos disco. En aquella época, mi aspecto era éste:
Sí, llevaba tirantes. Y sí, creo que no hace falta ahondar mucho más en el asunto.
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Hace unos diez años me ofrecieron trabajo en un programa que se llamaba “¡Uau!”. No, no se trata del programa de Santi Millán en Cuatro, sino de uno anterior que consistía básicamente en emitir concursos de habilidad de perros, de esos en los que tienen que saltar y correr y agacharse y dirblar siguiendo un circuito cerrado. ¿Que por qué necesitaban guionistas? Porque cada cinco minutos, entre carrera y carrera, se intercalaban breves sketches en los que se mostraba a dos o tres perros sobre un sofá que hacían chistes. Sí, oíamos sus voces “en off” haciendo chistes sobre las carreras que acabábamos de ver, en plan “ese acaba de meter la pata”. “Ya te digo, qué vida más perra”. Pues así me casqué más de 200 chistes a lo largo de dos temporadas, después de visionar horas y horas de imágenes de distintos perros sobre sofás, con el fin de encontrar los momentos en los que hacían algún gesto divertido que pudiera considerarse “acting gracioso”.
También escribí, algún tiempo después, para otra productora, un piloto de encargo sobre los trabajadores de un Acuario, cuya trama principal contaba que un delfín se ponía muy enfermo y todos temían por su vida… hasta que descubrían que no estaba enfermo, sino triste. Gracias a dios, al final conseguían salvarlo buscándole a una delfina guapa. El piloto, de hecho, llegó a rodarse -en el Oceanografic de Valencia, cómo no- y a presentarse en algunas cadenas.
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¿Por qué les cuento todo esto? Porque son algunas de las cosas que he hecho en mi vida que más vergüencica me provocan cuando echo la vista atrás, junto con algunos guiones y textos que he escrito y que por suerte nadie podrá leer nunca. Pero en realidad no es una vergüenza mala. En la mayoría de los casos -excepto quizá en el de la montaña de abrigos- se trata de un pundonor a posteriori, fruto del paso de los años y del cambio de perspectiva. Las cosas, vistas con distancia, pueden resultarnos aterradoramente infantiles, pueriles e hirientes para nuestra sensibilidad adulta. Pero, al mismo tiempo, todas esas indignidades forman parte de nuestro bagaje personal y de nuestra formación como profesionales. Todas, incluso las más idiotas o fallidas.
Cualquier chavalín o chavalina que quiera dedicarse a un oficio como el de la escritura de guiones debe asumir que tiene que empezar por algún sitio. Y lo normal -a no ser que uno sea un Mozart del Final Draft- es que uno empiece por escribir mierda, por malcopiar, por equivocarse mucho, por narrar desde el egocentrismo y el desconocimiento o desprecio de las normas más elementales de la lógica narrativa. No conozco a nadie que haya escrito un primer guión brillante. Pero sí conozco a muchos -incluido yo mismo- que, en el momento de escribirlo, estaban convencidos de haber creado una obra maestra.
No pasa nada, forma parte del proceso. Sin esa locura e inconsciencia de los primeros años en los que se forma un creador, nadie se atrevería nunca a intentar nada, porque es imposible aguantar la comparación con los genios consagrados. Hay que quitarse el miedo a no gustar o a fracasar. Hay que lanzarse a la arena y hay que hacerlo aunque uno no tenga ni puta idea de cómo enfrentarse a los leones de la mediocridad. Sólo así se aprende, se mejora, se supera uno a sí mismo.
Como muchos de los comentarios de este blog han dejado claro, algunas de las preguntas que nos llegan al consultorio de Bloguionistas por parte de jóvenes aspirantes adolecen de un exceso de osadía mezclado con una dosis fuerte de arrogancia y con un evidente desconocimiento del oficio. Pero no creo que sea para tanto. Lejos de provocarme ningún tipo de enojo, me resulta algo muy reconocible y lógico. Hay que esforzarse por ser comprensivo con la gente que está empezando, porque sus errores, sus primeros pasos torpes, casi siempre tienen más que ver con la juventud y la inexperiencia que con la falta de talento.
Y lo creo, sobre todo, porque yo fui uno de ellos. Y de los peores. Y, en cierto modo, uno siempre lo sigue siendo. Igual que lo han sido cualquiera de los mejores guionistas, escritores, músicos, artistas o creadores de cualquier condición a los que ustedes admiren. Todos empezaron por la mierda. Pero, por suerte, algunos de ellos sacaron la cabeza de entre la mugre y acabaron llegando a algún sitio interesante. Lo importante no es dónde empiezas, sino el proceso que haces, el camino que recorres. Incluso más que el lugar al que te diriges (¿La fama? ¿La riqueza? ¿Qué debería importar eso cuando tienes la fortuna de haber elegido un oficio que te apasiona?).
Hay que asumirlo. Si nos dedicamos a estos menesteres, vamos a pasar lacha de la buena. Rememoraremos experiencias embarazosas, releeremos viejos textos vergonzosos y nos descubriremos en fotos antiguas haciendo el canelo, creyéndonos los reyes del mambo cuando no éramos más que los tíos más cutres, borrachos, ridículos y malvestidos del karaoke.
Pero, a fin de cuentas, eso es lo bonito, ¿no? Ya saben, todo lo de la oruga y la mariposa y el patito feo y esas cosas. ¿No es un proceso maravilloso? Pues sí, lo es.
Venga, ¿quién se atreve a contar sus mejores vergüenzas?
Entrada muy necesaria, aunque lo que cuentas más que ridículo, me parece entrañable, sobre todo lo del principio… Y sí, creo que hay que ser generoso con la gente joven porque no hay generaciones mejores o peores, sino cagadas comunes y pecados de juventud…
En mi caso, me costó años autoproclamarme guionista porque consideraba que sólo sería tal si entraba a trabajar en una serie, pero nunca surgió la posibilidad, las veces que hice una prueba de guión, nunca me pillaron: o no di con el tono necesario en la prueba, o las hice muy largas las escenas, o no gustaron los diálogos, o no tuve suerte, o lo que sea… El caso es que me dije que no era excusa para seguir escribiendo. Luego, con el tiempo, he ganado algún que otro concurso (tan mal no escribiría), algunas historias mías han sido seleccionadas en cursos, talleres o becas, he realizado cortos con premios, escritos unos cuantos largometrajes (sin producirse, pero escritos al fin y al cabo), hecho algún encargo, pero al mismo tiempo he viajado mucho (cuando trabajaba en televisión, que tenía dinero), tenido muchas experiencias vitales (fundamental) y currado en muchos trabajos alimenticios para sobrevivir… De estos trabajos viene mi ridículo que quiero contar: durante años trabajé en producción de cine y series de televisión, algunas famosas (aunque mi obsesión era seguir intentando trabajar como guionista), por lo que conocí guionistas que trabajan en ellas, alguno con bastante nombre… el caso es que, tras dejar la producción en series para centrarme en intentar encontrar mi camino, tuve distintos trabajos para sobrevivir, uno de ellos vendiendo merchandising en el Circo del Sol… Allí, nos teníamos que vestir de forma ridícula (un gorro enorme, nariz de payaso, etc) e ir dando gritos entre la gente para vender dvd del show, programas, cds… todo muy gringo. Mi momento de vergüencica ajena fue cuando entre la multitud vi a un reputado guionista al que conocí en una serie; además, él sabía que me fui para intentar buscar suerte en esto de contar historias. Traté de evitarle, pero la corriente de gente me llevó hasta donde se encontraba… estas cosas tienen que pasar, el destino es así de juguetón, por lo que me reconoció tras el enorme sombrero y la nariz roja, a pesar de que yo trataba de ocultarme. Me preguntó cómo me iba, si seguía en el sector, etc. Salí como pude del apuro, le dije que seguía escribiendo, pero era obvio que si me veía así era porque tenía que vivir de otras cosas. Imagino que él no le dio importancia (eso espero), pero yo me sentí fatal, ridículo, mi autoestima se fue por el retrete, me sentí un auténtico gilipollas…De hecho, me topé en esos meses con más gente de mi etapa televisiva, y todos me vieron con el gorro y nariz de marras… Luego, con el tiempo, creo que eso (y otras cosas igual de ridículas) me han hecho mejor guionista, escritor y narrador… y sigo peleando igual por contar historias… Además, el gorro me sentaba bien, ¡¡¡qué coño!!!
Perdón por el rollo… uno de mis pecados…
“La vergüencica” primer capítulo de la biografía “YO, RAMERA DE LA ATENCIÓN”. Te escribiré el prólogo, claro.
Yo fui TUNO… supera eso.
Pero matizo. Fui tuno “parchero”, es decir, de restaurante… todo un profesional atracando a padres de comulgandas, e invitados a bodas en franco estado etílico. Nada de tuno de facultad, con novatadas y eso. Íbamos a degüello a por el dinero.
Hay fotos, pero voy a quemarlas ahora mismo.
No hay peros que valgan… ERAS TUNOOOO!! Shame on you jajjaja Ten huevos y pon una foto
Yo escribí con 14 años un guión titulado “Warman: El Hombre de los Pistoloncios”… y pensaba que podría rodarlo si hacía una maqueta de cartón de la casa donde vivía para poder reventarla. Todo era ridículo salvo el hecho de que LO ACABÉ. Eso es algo que me acompaña cada vez que desconfío de mi capacidad de terminar un guión, si con esa edad pude, hoy también.
Javier Ruiz de Arcaute, deja de robarme mi nombre : )
16 años y un verano sin amigos: una novelaca estilo Tom Clancy / Michael Crichton que todavía conservo, con sus 600 páginas bien buenas de delirio tecnológico, incursiones del ejército, conspiraciones de grandes corporaciones y persecuciones helicóptero vs 4×4.
Lo peor no es éso, sino que después comencé OTRA, que tenía que ser la primera de una saga sobre el Fin del Mundo, donde aparecía una especie de reencarnación de la Atlántida. Aquí ya la broma no me duró más de 10 capítulos.
Por supuesto, ninguna de las dos ni escaleta ni ostias en vinagre: página uno, tal, y p’alante.
En fin… otro día si éso hablo de mis cortos.
Una de las veces que más vergüencica he pasado, fue cuando decidí decir en mi casa que quería dedicarme al cine. Fue como salir del armario. Yo ya era ingeniero técnico de teleco y era tan idiota que empecé la superior de electrónica. Me fui de erasmus para acabarla y debo de ser el único que no aprobó ninguna. En fallas volví a Valencia para decirles a mis padres: 1) que me dejaba la carrera. 2) que me volvía a Italia 4 meses más para acabar el erasmus y al menos aprender Italiano bien.. (en este momento no sé como mi padre no me dio una hostia porque más morro no se podía tener); y 3) que me iba a apuntar en junio al máster de guion de la FIA-UIMP. Tenía 23 años, ya era mayorcito pero el corazón me iba a mil. Sorprendentemente mis padres aceptaron, y más sorprendente fue que me admitieran en el máster porque en la vida había escrito nada. Ni relatos, ni guiones, ni na de na. Había hecho solo cortos gore con mis colegas sin guion escrito… Ironías de la vida me escogieron entre los 24 alumnos de mi promoción, entre las 90 solicitudes, justamente porque era ingeniero y les extrañaba mi pasión por el cine. Me vieron exótico…
Una más de vergüencica. Desde los 14 que me quería dedicar al cine, desde que vi “Blanco humano” de John Woo (sí… la de Van Damme…). Solo lo comenté una vez a un compañero cuando empezaba el máster, y por la cara que puso supe que mejor obviar el origen verdadero y pasar a los siguientes referente: Hitchcock y Woody Allen. Desde entonces me fue mejor, hasta hoy que por fin me veo con fuerzas para contaros la verdad.
Esto es como alcohólicos anónimos…
¿Uno de esos cortos con los que hacías tus pinitos era por casualidad “Su nombre era Lulú”? : )
No, no. Se titulaban “El ataque del piquituerto” y “Pikituerto’s brother”. Calité. 5 estrellas. Deberían estar en Youtube para que todo el mundo los apreciara y alabara… eso sí que sería vergüencica!!
Javier, el de “Su nombre era Lulú” lo rodé yo de adolescente, con otro amigo. Y sí, es una de mis (muchas) vergüencicas…
Ah, me confundí de Juanjo entonces… Si no estoy equivocado de nuevo, que creo que no, el amigo con el que lo hiciste era Alby Ojeda. Él fue compañero mío en el ciclo de Audiovisuales en Las Palmas. Por eso preguntaba. A ver si eras tú el mismo Juanjo… : ) Y ya que estamos con las vergüencicas, en el corto de Alby “La cosa del laboratorio”, que seguramente llegaste a ver, el protagonista era yo… ; )
Lo de colgaros en Youtube a lo mejor es demasiado hardcore… pero estaría bien quedar un día varios guionistas y que cada uno lleve un corto teenageer bajo el brazo y el bocata bajo el otro. Velada inolvidable. Alex Montoya en una conferencia puso algunos de sus primeros cortos y la verdad es que se pasa muy bien con los audiocomentarios en vivo (además en alguno salía de actor).
¡Cielos, Javier! Recuerdo ese corto de Alby. ¡Ya sé quién eres! Y eso me trae otro recuerdo: “El barco en la guagua”.
Tocayo: Lo peor es que los míos (o algunos) están en Youtube (no porque los haya subido yo). ¡Pero sería genial esa quedada!
Estoy conversando con un actor (un actor conocido), en un café en Madrid. He escrito un guión de corto con el que estoy muy ilusionado (nunca llegaría a rodarse). También estoy muy ilusionado con el actor que tengo enfrente. Cuando escribía el guión en mi Las Palmas natal siempre lo imaginé a él como protagonista. Ahora lo tengo delante. Dios mío. La perfección. Estoy nervioso. Maldita sea. Pero la reunión sale bien. Estupendo. Nos despedimos el actor y yo. Si consigo levantar el proyecto él encarnará a mi protagonista. ¡Toma! Con el ego por las nubes y más allá hago una llamada perdida a mi mejor amigo para contarle. No me lo coge, pero enseguida mi teléfono suena “¡José!” -le grito con supina arrogancia- “¡Tengo a……..en el bote!” Pero no es José. No, no. Es él. Es el actor. Al reconocer su voz entro en pánico, ¿y qué creéis que hago? Exacto. Le cuelgo inmediatamente. Y cuando me vuelve a llamar balbuceo una lamentable serie de frases inconexas sin sentido, a modo de disculpa.
Por suerte la cosa se quedó en anécdota. El actor, que era muy buen tipo, no se lo tomó a mal.
Pena que no pudiéramos levantar aquella historia.
En una ocasion en la universidad estaba vestido con el ajuar de la reina del aniversario (tiara, baston y banda en el pecho) ademas de una mascara de luchador y unos zapatos enormes de esos rellenos de esponja pero a nadie le parecio raro ya que me consideraban raro desde antes, creo que por eso mismo no recuerdo haber tenido uno de esos momentos tan vergonzosos
Volviendo a la utilidad del tema creo que los movimientos de superacion personal y del desarrollo del potencial humano son un problema en el mundo creativo ya que establecen una postura de “Estas bien simplemente por intentarlo”, un lema de este medio deberia ser “Si estas empezando entonces tu trabajo es una mierda y si alguien te dice lo contrario recuerdalo para desconfiar de su opinion” eso al menos disminuiria el miedo al ridiculo
Entrada muy necesaria para jóvenes aspirantes acojonadillos entre los que me incluyo. Gracias!
Joder, qué bueno está esto. Iba a colocar tímidamente alguna metedura de pata de las mías pero no puedo. Al lado vuestro soy un nenazo de pecho. Qué coj…nes tenéis. Cuánto valor. Son casi las 6 de la mañana y es mi hora preferida de tranquulidad, y aunque no podéis verme, acabo de tirar un trapo al suelo (está muy frío, joder) y os estoy haciendo una merecida reverencia. ¡Dios os salve, guionistas!
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