por Carlos López
Empiezo por una confesión: cada vez me cuesta más empezar un guion. No digo imaginarlo, tener la idea, elegir qué quiero contar. Me refiero al acto físico de escribir la primera página. Mis manos están deseando corretear sobre el teclado, pero no dejo que se lancen; si se ponen muy pesadas, abro un documento aparte para que escriban a gusto, que echen su meadita y todo, como el que saca a pasear al perro. Pero la primera página permanece ahí, inmaculada, porque no quiero cagarla. No quiero empezar mal y que la idea deje de enamorarme a la vuelta de unos folios. Por eso me tomo mi tiempo para escoger la primera imagen, que sé que debería compendiar la película como un haiku visual. Y me pienso dos veces qué personaje habla primero, qué palabras son las primeras que se van a oír, cuánto tiempo van a tardar en oírse, ¿empiezo con un chorro de diálogo o elijo el silencio?
Cuidado. Si tienes miedo al folio en blanco, esta actitud de cuentista quisquilloso te puede llevar a la ruina: jamás completarás el primer folio.
Los hay que arrancan su guion con velocidad de crucero. En realidad, es lo más fácil: si has dado por buena una idea, sólo se trata de contarla. Presentas el conflicto, el detonante, vas de cabeza hasta el primer giro de la historia. Allí puede que derrapes como un Ferrari en la primera curva, que te quedes clavado de golpe ante la inmensidad del segundo acto, que vuelves la vista atrás con súbita desconfianza: ¿Seguro que llevo provisiones para cruzar ese desierto?
Entonces retrocedes y empiezas a añadir escenas al principio, datos, presentaciones, a llenar la mochila. Y eso es algo que me espanta, porque metes todo lo que puedes hasta que revientan las costuras y en posteriores revisiones ya ni te acuerdas de para qué lo metiste. No. Prefiero, si es posible, el comienzo directo y liviano. Al grano. Porque la mayor parte de los errores que uno puede cometer en el arranque de un guion tienen que ver, a mi juicio, con dos asuntos: morosidad y confusión. Tardas mucho en arrancar y no queda claro qué estás contando. Si revisas lo que llevas escrito, siempre es fácil encontrar otra manera de arrancar antes y contarlo mejor.
Lo de ser moroso al comienzo es un vicio comprensible. Al guionista le cuesta entrar en calor, sobrevuela la historia recreándose en esas criaturitas recién paridas que con tanto orgullo quiere mostrar. Espera, espera y verás, te dice, y sigue mostrando, presentando, exponiendo… todos esos verbos que tan mal casan con la acción. Te presenta un personaje y después otro; te muestra un escenario y después otro; te expone la situación de cada uno. Todo muy clarito. Y muy aburrido.
La película que empieza es como un tren en marcha al que invitas a subirse al espectador. Pero tiene que estar en marcha. Y el espectador necesita saber enseguida adónde va. Aún es pronto para saber qué le espera, pero sí que NECESITA SABER DE QUÉ VA TODO, por qué se ha montado en ese tren. Y si no se lo dices, lo supone. Cuidado.
Un director me dio un consejo: si vas a hacer reír, hazlo cuanto antes. Si retrasas el primer chiste hasta el minuto quince, sólo conseguirás que, cuando por fin se escuche, nadie sepa si puede reírse. Y si alguien se ríe espontáneamente, es posible que su vecino de butaca le mande callar. Y lo mismo sirve para el terror, el drama, la acción.
Una película nos gusta o no si cumple nuestras expectativas. Cuidado con lo que prometes, cuidado con decir que tu tren va a ir muy rápido porque nos quejaremos a la primera parada; cuidado con retrasar la aparición del protagonista porque llamaremos protagonista al primero que aparezca; cuidado con hacer reír al principio si luego vas a ponerte serio.
Esas expectativas comienzan incluso antes de la primera página del guion, porque el espectador, por regla general, tiene una idea de qué va a ver antes de entrar en el cine. Hay guionistas que juegan con eso, que generan tensión retrasando la aparición de lo que todos están esperando. Otras veces no se puede luchar contra una campaña de comunicación desastrosa: todavía están bajo medicación los padres que llevaron a sus hijos pequeños a ver South Park.
Está claro: si yo pago por ver Guerra Mundial Z, espero ver zombis en cascada; y si pago por ver Capitán Phillips quiero barcos y somalíes armados y chungos. Las dos películas dan lo que prometen, sí, pero las dos coinciden en algo que para mí sigue siendo desconcertante: un arranque meloso e innecesario, una escena familiar del protagonista que pretende dejarnos muy clarito lo buena persona que es antes de arrojarlo a los leones. Vale que cuando comience el tercer acto nos vendrá bien saber que es un hombre normal para valorar como heroico su comportamiento. Pero aquí se les fue la mano.
El trailer de Guerra Mundial Z empieza con la segunda escena de la película. Es perfecta. Brad Pitt con su familia dentro del coche, camino del colegio. Y empiezan a suceder cosas inesperadas, in crescendo, hasta convertir lo cotidiano en imposible. Ya vemos que es un padre estupendo, podrían estar escuchando la radio si se quiere que las noticias avancen algo que nos interese, qué mejor lugar para contar esa burbuja familiar que va a romperse que el interior de la cabina del coche. Pues no. Hay una escena antes. Un desayuno familiar, delante de la tele, lleno de tópicos, de esas de acábate la leche que no llegamos, en la que salen imágenes de telediarios (que también podrían haberse puesto a pelo en los créditos) y surge ese momento que no sé si fue idea de guionista o petición de ejecutivo (pasaron tantas cosas con la escritura y el montaje de esta película que no sé a quién preguntarle). Ese momento en el que la niña le pregunta a su padre: ¿por qué dejaste tu trabajo, papá? Y Brad Pitt se acaricia la perilla al tiempo que responde: para estar con vosotros, cariño.
¿Necesitamos saberlo? ¿Necesitamos saberlo ahí? Yo creo que no. Todo eso es prescindible y estático. Eso es un tren anclado en la estación. Un comienzo ochentero.
El Tom Hanks de Capitán Phillips tiene algo en común con el Brad Pitt de Guerra Mundial Z: los dos toman café en una jarrita, con ese gesto tan manido de presentador de late show llevándose la jarra a la boca en mitad de una frase. En el caso de Tom Hanks, además, lleva impresa en la jarra una foto de su familia. Para que no se nos olvide que, ante todo, es un padre de familia. Que obsesión. ¿Es que a estas alturas vamos a desconfiar de Tom Hanks? ¿Cómo se nos va a olvidar que es un padre ejemplar si la película empieza con una escena igual de absurda e inútil que la de Guerra Mundial Z, en la que el capitán va en coche hasta el aeropuerto con su mujer, preguntándose qué clase de mundo van a dejar a su hijos? ¿No era suficiente con verle subir al barco, con verle intercambiar mails con su mujer una vez a bordo? Hanks, que hace una interpretación superlativa, no necesita tantas alfombras para entrar en la película. Su personaje es humano como pocos he visto en pantalla grande: trasmite miedo y responsabilidad en el mismo rictus, somos cómplices de él cuando miente a los secuestradores y admiramos su coraje porque nunca deja de parecernos una persona normal.
Alguien consideró que había que añadir un comienzo. Una presentación. Eso también es un comienzo ochentero. Sí, porque entonces quizá aceptábamos esos arranques. Hace treinta años, con toda seguridad, Gravity habría empezado en la casa de Sandra Bullock, y a Clooney lo conoceríamos en la base, el día del despegue. Entonces era lo habitual, dejar para el final del primer acto la entrada en otro mundo. Hoy queremos entrar en otro mundo cuanto antes, somos espectadores curtidos, si nos muestran tantas cartas averiguamos demasiado sobre el juego, vemos el cartón, no nos creemos nada. Y nos aburrimos. Y eso sí que no. El mayor pecado que uno puede cometer es aburrir al principio de una película. Eso es imperdonable.
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De Capitán Phillips y otras películas que cuentan casos reales hablaré mañana en LOS MARTES DE DAMA de la Cineteca. Lo he titulado “FICCIÓN BASADA EN HECHOS REALES. GUÍA PARA PELEARSE CON LA VERDAD”. Porque cada vez hay más películas basadas en hechos reales, ¿o sólo me lo parece a mí? Me dicen que ya se ha apuntado bastante gente. Aún estás a tiempo de apuntarte aquí. Te espero mañana.
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Ayer vi Capitan Phillips – Guerra Mundial Z no la tengo tan fresca – y realmente la escena del coche, camino del aeropuerto, canta La Traviatta. Discursiva, explicativa, innecesaria. ¡Qué guapo habrías estado callado, Tom! Una mirada, un silencio, un apriétame-la-mano-un-segundo si me apuras, habría sobrado para describir esa desazón de los que se separan sin estar muy seguros de que el esfuerzo merezca la pena. A pesar de todo, la primera media hora es de lo mejor de la película, en mi opinión. (Spoiler) Desde el momento en que los somalíes se apoderan del barco la cosa empieza a decaer; cuando Phillips se mete incomprensiblemente en el Yellow Submarine, la película pide un buen editor a gritos, para deshacerse del minutaje innecesario que empieza a florecer. El final tiene de todo: es bochornosamente propagandístico, emocionante y sentimental. Como dice Manuel Piñón en Cinemanía, es como si hubieran despedido a Ken Loach a mitad de película y contratado a Tony Scott (RIP) para acabarla.
Gracias, Jose Manuel. Coincido prácticamente en todo contigo. (SPOILER) Los veinte minutos largos que cuentan cómo consiguen los piratas abordar el carguero son antológicos, conjuga planos aéreos con primeros planos y cuenta los dos puntos de vista con tensión. Al final le sobra mucho, sí, aunque Hanks está inmenso, ya lo digo arriba.
El viernes escribía yo un post para Guionistas VLC y coincidía en dos aspectos con Carlos: La ficción es como un tren y cuidado con lo que prometes.
Por lo demás, totalmente de acuerdo con el tema de los arranques de película. Yo cuando escribo un inicio de un guión, me quito la careta de guionista y me pongo la de director, da una visión interesante de los primeros minutos, más visual.
En Compañeros hacíamos una cosa: escaletábamos todo el capítulo, y después quitábamos todo el acto 1, arrancando la historia en el punto de giro. Casi siempre funcionaba mejor. Eso sí, teníamos que reestructurar el resto.
Gracias, Manuel. Sí, cuando leí el tuyo me quedé un poco a cuadros, pero en realidad es lo lógico: contamos lo mismo porque esto “es así”. Y eso que dices de amputar el primer acto te juro que lo he hecho al menos un par de veces, ¡y funcionó! A eso le llamo yo “quitar las muletas”, todo aquello que ha necesitado el guionista para entrar en la historia. No siempre se puede quitar, pero siempre miro el giro del final del primer acto de reojo, no puedo evitar preguntarme: ¿y si empezamos aquí? Si dudo sólo un minuto en la respuesta, el primer acto acabará en el cesto.
Hola,
me ha gustado mucho el post y como detectas esos momentos de ‘desidia’ descriptiva, sin embargo, como espectador estoy totalmente a favor de que la primera secuencia de una película sea meramente introductoria o redundante si quieres, por una cuestión de percepción y gradual concentración en los datos o hechos que se nos narra.
En los primeros minutos de una película, uno aún está pendiente de acomodar el culo en la butaca, doblar el abrigo para que no moleste o pensando en el infumable trailer del making of de Mary Poppins. O como no, llega un grupo tarde y toda la fila de delante se levanta para dejar paso.
La mente se aclimata al lenguaje, la narración y sí, aunque ya estamos en la película, en mi experiencia, apenas retengo información relevante en la primera secuencia. Esas veces que las películas adelantan algo antes de los créditos, o comienzan con el final de otra aventura creo que son recursos que se han ido desarrollando para favorecer el interés progresivo hacia lo verdaderamente importante.
No hay nada que me dé más coraje que en el final de una película (o durante el desarrollo) alguien mencione un dato o sea vital un objeto que apareció fugazmente en los primeros minutos de la peli. Si consigo relacionar lo que la película me pide, el recuerdo de esa pieza clave es bastante confuso. Todo, porque apareció demasiado pronto en pantalla.
Yo estoy por lo general a favor de esas secuencias inanes, que son puro calentamiento y que en el fondo sólo están preparando al espectador para escuchar el disparo de salida. En el desarrollo las olvido.
Por cierto, he visto hoy ‘Capitán Phillips’ y cuando vi a Hanks en el aeropuerto creí haber perdido el detalle de la taza, claro al comienzo. Pero no, era más adelante. :)
Saludos.
Gracias, Jesús. Entiendo lo que dices, pero no lo tengo tan claro. Precisamente en los comienzos de la película, cuando el público está aterrizando, es cuando puedes “colar” las primeras piedras de lo que vas a construir. Además, bajo ese aparente despiste, yo creo que al principio el espectador está deseando “comprar” algo y lo que le ofreces se le graba a fuego. No me refiero a datos que, como dices, son una molestia al principio.
En realidad, de lo que más me quejo es de que la presentación del protagonista sea estática o discursiva; pero lo hago porque creo que es mucho más eficaz presentarlo en marcha.
Hola y gracias por el post, Carlos.
Me he cuestionado “cienes” de veces si poner o no una escena discursiva/explicativa/representativa en el primer acto. Precisamente era un desayuno de los de “acabate la leche…” Reconozco que me chirriaba y estaba tan disconforme que parecía como si a cada apretar de tecla le siguiera un tufillo insostenible. Pero reconozco también que no se como resolver la papeleta de otro modo…
Recuerdo haber leído en algún sitio que “la gente no va al cine a ver cocinas. Si quieres contarnos tu historia empieza cuanto antes” Pero creo que esa consigna es valida solo a veces. Hay películas (ochenteras, si) cuyo primer acto lo es todo.
Por otro lado me puedo desprender de una escena inicial familiar en “Buried”, pero no me imagino “El resplandor” con Jack Torrance en el hotel con su familia desde el minuto uno.
Si piensas en ello, hay gente que los primeros minutos no le interesa mucho pensar en lo que esta viendo porque viene de resolver otras historias mentales ( llámese comprar la entrada de cine, o pelearse con su jefe por teléfono ) Y no es hasta que han pasado unos minutos cuando se aclimata.
Hay una variante, si me apuras, muy recurrente en el cine de terror y acción en la que los primeros minutos son dedicados a un susto o escena trepidante respectivamente. Después de esta viene la cocina y el desayuno…
Gracias.
Gracias por tu comentario. Como digo en otro comentario, cada caso es diferente, claro. Pero si te parece que los primeros minutos no cuentan, mejor que pongamos un rótulo de “enseguida empezamos”, porque un minuto rodado y montado y sonorizado de película es muy caro. Fuera de bromas, casi siempre es mejor arrancar en marcha, lo cual no quiere decir frenético, trepidante ni mareando al espectador. En el ejemplo que pones, Jack Torrance y su mujer viajan hacia el hotel, que es un personaje en sí mismo: una manera de empezar en marcha.
Ciertamente, es muy difícil establecer reglas fijas en escritura de guión o en cualquier otra disciplina creativa. Respecto al tipo de escenas “acábate la leche” (denominación patentable, por cierto), no me atrevería yo a condenarlas automáticamente. El comienzo de una película es un momento muy especial por una sencilla razón: la paciencia, el aguante, la condescendencia del espectador están intactas. Es como los cien días de un gobierno entrante: se aceptan cosas que a mediados del segundo acto serían abominables. Entre ellas, los elementos discursivos, el situar la acción, las explicaciones sobre contextos históricos, etc… siempre que no canten, que al guionista no se le vea el truco, que el espectador no se dé cuenta de que le están metiendo información como quién ceba a una oca para que salga rico foie…
Depende del caso, obviamente. Y depende, sobre todo, de si la escena está bien escrita/dirigida/interpretada o no. Lo malo es que cuando escribes el guion no sabes qué va a ocurrir ni nadie te dice qué es lo mejor. Por eso sueles ponerte en lo peor. ¿Sabes por qué es patentable lo de acábate la leche? Porque el guionista, consciente de que todo debería estar en marcha, no suele escribir una escena de cocina en la que alguien se levanta y empieza tranquilamente a desayunar. Es el comienzo de la jornada, pero ya llegan tarde. Está pidiendo perdón. A veces es necesario, como tantas y tantas escenas en las que tienes que dar información. Pero como actitud ante la pantalla en blanco, es peligrosa: si das por hecho que tienes permiso para empezar muy pausado, es probable que jamás te fuerces a pensar qué otra manera de empezar en marcha es posible. Porque siempre será más difícil de escribir. Gracias de nuevo, Jose Manuel.
Lo encontré. Copio y pego un extracto de un decálogo sobre como se debe escribir un guión. Me parece muy correcto…
“”Tienes 10 páginas para impresionar a tu público.
A diferencia de un libro, donde el lector puede parar y seguir más tarde, las películas son una marcha forzada de dos horas. Preparar bien tu historia es crucial. Piensa en tu película favorita. ¿Qué pasa en los primeros 10 minutos? Se nos presenta el personaje principal, y descubrimos de qué va a ir la historia. Los lectores de guiones siempre se quejan de que en la mayoría de los guiones que leen, los primeras cinco páginas pertenecen a un tipo que se está afeitando, o una mujer que va de compras. ¿A quién le importa?. Como dijo Samuel Goldwyn hace mucho, “La gente no va al cine a ver la cocina de otra gente”. Métenos en tu historia rápidamente.””
Gracias por la cita. Me gusta lo de las cocinas.
Total y absoluta opinión personal, con los pies por delante, claro:
Cada guión es de su padre y de su madre, y puede haber hijos para todos los gustos (o disgustos), yo, personalmente, si en los 10 primeros minutos no me coges por el pecho ya no me coges luego. Salvando obviamente las excepciones necesarias.
Imaginaos un inicio de “Salvar al Soldado Ryan” en el que los 10 primeros minutos no sean épicos, pues adiós muy buenas. Y así con otras muchas. Y podías empezar esa película con nuestro amigo Tom en casa tomando el desayuno, pero no, el cómo es en su casa ya te lo cuentan luego, que hay tiempo, y sin tener que mostrarlo, para eso tenemos sus magníficos registros y para eso tenemos los impactantes escenarios bélicos, donde cuentes lo que cuentes, con un centenar de casas derribadas a tus pies, siempre emociona.
Es más, si no empiezas “Mejor Imposible” con el perro meándose en el ascensor, por mí, no empieces. Antes de empezar la película ya sabes que va a ser una película de humor (el tono de la película también va en su banda sonora), y en menos de 5 minutos tienes detallado el personaje principal, por una meada en un ascensor de un caniche. En fin, genialidades. Si esa película empezase con su aún desconocida amada tomándose un café con unas Marbú Dorada, pues no.
Otro ejemplo, aunque este es más tranquilo, es “Los Otros”. En los 10 primeros minutos tienes el tono de la película más que entonado, de hecho, la primera frase que se escucha, te cuenta la película. Una frase. Al final de ella, si te acuerdas de la maldita frase, dirás: ¡ME LA HAS COLADO!
PD: Magnífica entrada, Carlos.
PD2: Sinceramente, si algún día escribo un guión, no va a estar pensado para que la gente aún se esté sentando en las butacas, o pensando en el que está tosiendo delante. Yo quiero que os sentéis antes de que empiece, y que no os pongáis a pensar si os habéis dejado el butano abierto.
Gracias, Alessio. Para un guionista, la única actitud posible es considerar valiosísimo e imprescindible cada minnuto de película que propone en guion. Eso no quiere decir que ese minuto sea frenético, como digo, por supuesto que un plano largo en silencio puede ser mucho más significativo que una persecución. Pero no puede ser nunca una pausa. Y menos un prólogo vacío.
Coincido contigo Carlos. De hecho, un silencio bien aprovechado, es una genialidad, y muy necesaria sobretodo en el cine más común de hoy, donde el ritmo frenético es ya exagerado.
Magnífico post y magníficos comentarios. Voy a borrar unas cuantas líneas que tenía escritas del guión que tengo entre manos sólo por leeros.
Gracias.
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