por Carlos López
Te gustaría componer la tópica estampa romántica del creador en su nido, el inventor de mundos, aquel que cada día transforma sus ideas en palabras nuevas que plasma en papel. El escribidor.
Te gusta imaginarte así, fértil, elegante, libre. Pero sabes que es mentira. Para empezar, la mitad de lo que escribes no es nuevo, te pasas la jornada reescribiendo, ya ni sabes por qué número de versión te andas. Y qué vas a plasmar tú en papel, si cada vez que quieres imprimir la ley de Murphy agota los cartuchos de tinta. Ni plasmas ni escribes ni inventas. En cuanto a la estampa romántica, reconocerás que en pijama y pantuflas desmereces mucho y los días de chandal tampoco ayudan: a veces te ves reflejado en la pantalla del portátil y con ese punto taleguero del chándal te da por pensar que escribes alojado en una celda de Soto del Real. La de castigo.
Ayer era fecha de entrega y aún no has pasado del primer acto. Peor: te has lanzado a escribir sin cuadrar la escaleta, sin haber sido capaz de decidir qué sucederá en el tramo final. Decidir, ese verbo temido. Las ideas rondan por tu cabeza como los pajaritos que ve Roger Rabbit cuando le dan un martillazo. Y mientras sopesas cuál de ellas conviene atrapar, las horas se te escapan contestando correos, anidando en twitter y en facebook, aterrizando en esa página donde el azar te ha llevado a encontrar esa noticia que no puedes dejar de leer. Aquí hay una película, te dices. La excusa que nadie te ha pedido.
Vale, hay días que no. Hay días que echa fuego el teclado. La creatividad es así, no comulga con el calendario. Da igual: deberías salir de casa, respirar otro aire, conocer gente. Se escribe de lo que se vive, dentro de poco sólo podrás describir las paredes de tu cuarto.
Pero pasan los días, vas sumando secuencias y sigues ahí. Encerrado. Trabajando. Te parece una ventaja no tener que hablar con nadie. Y mientras estés al teclado eres el náufrago que abraza el madero: flotas, no sabes adónde vas, puede que acabes congelado pero, de momento, si te concentras en mirar tus manos puedes convencerte de que todo va bien.
¿Te da miedo salir de casa? Sólo abandonas tu retiro cuando te reclaman para una reunión. Porque es la vida habitual de un guionista: reescribir y reunirse. No hay más. A veces acudes al reclamo con ganas y otras, para qué negarlo, a rastras. Te reúnes con otros guionistas, con directores, con productores, con el equipo técnico, a veces con actores, puede que con lectores o ejecutivos de las cadenas. Reuniones en las que te puede tocar llevar la voz cantante, pero lo habitual es que escuches, tomes notas, discutas lo imprescindible… y te vuelvas a casa con un nuevo mandato. A reescribir. A reescribir hasta la próxima reunión.
Has pasado muchas horas en ese tipo de salas, una mesa y unas sillas, poco más, casi siempre sin ventanas, con un plasma apagado, botellitas de agua, quizá el cartel de algún éxito sepultado por el tiempo.
Hay reuniones de las que depende la supervivencia del proyecto. Algunas en las que se te adjudica la responsabilidad de convencer a un inversor, o a un candidato a director. Otras en las que no pasa nada que no estuviera previsto. Una reunión puede ser tu válvula de escape, el mercado donde se intercambian las ideas, donde crece el guion, donde se reparte el trabajo o se toma perspectiva. También puede ser un infierno, una pérdida de tiempo o el germen de un enfrentamiento.
O todo a la vez, en la misma reunión.
Cuando te sientas a una reunión, siempre recuerdas el consejo de David Mamet: busca inmediatamente quién de todos los que asisten es el tonto, el que pagará los platos rotos. Y si no lo encuentras, que no te quepa la menor duda: el tonto eres tú.
Que suele ser el ánimo con el que empiezas la reunión. Así te va.
LAS COMIDAS DE TRABAJO son las peores. Impaciente porque la conversación se centre en lo importante, no te atreves a comer por miedo a atragantarte, que más de una vez te has visto tosiendo nada más empezar a vender tu historia. No te parece correcto pedir un plato caro, entre otras cosas porque nunca estás seguro de quién va a pagar la cuenta. Un concepto muy nuestro –somos el único país de Europa que se detiene dos horas para sentarse a devorar, ¿o no?– en el que ni se come ni se trabaja. Y por supuesto, ni se te ocurra beber otra cosa que no sea agua, por mucho que a tu alrededor todo el mundo pasee el dedo por la carta de vinos: de ti se espera que hables de tu guion, o al menos un chiste bien contado, imagínate si llegado el momento te ves eufórico, con la lengua patinosa, o en el momento eres-mi-mejor-amigo. Por fortuna, la crisis está acabando con esta práctica: hoy, los productores te citan en su despacho, como debe ser, y te invitan a un café.
LAS REUNIONES CON PRODUCTORES, o con posibles financieros, te recuerdan que ésta es una profesión de examen constante, que eres un opositor obligado a superar una prueba tras otra. A ti te va a tocar vender la pescaílla, convencer a quien haga falta de que eso es una buena historia y de que, no te olvides, puede ser un buen negocio. No te hagas de rogar si has de contar la historia una y otra vez desde el principio; al contrario, aprovecha para fijar el flanco menos débil de tu discurso. Mira siempre a los ojos. Asiente cuando te hablen de presupuestos, arquea las cejas al escuchar la cifra below the line y ten a mano ejemplos recientes de éxitos y fracasos rotundos. Ah, y sobre todo, como aconsejaba William Goldman, centra tus esfuerzos en no hablar el primero. Recuérdalo y concéntrate, que no es fácil aguantarse: pase lo que pase, no seas el primero en hablar; y no pasa nada si tampoco eres el último. Esto sirve para casi cualquier tipo de reunión.
Si te reúnes con tu productor a hablar del guion, antes de nada busca la cámara oculta. Si estás seguro de que la cosa va en serio, siéntete afortunado, estás ante una rara avis, puede que especie protegida, así que trátalo con deferencia. En serio: un productor que se remanga de verdad ante un guion puede ser tu gran aliado; sabes por experiencia que lo habitual es lo contrario, que no tenga opinión, o peor, que baile según la música de cada momento. Aquellos que sueltan de entrada el consabido mantra (“lo más importante es el guion”), pero luego te pasan los informes a pelo, dejarán que tu trabajo sea pasto de las fieras en cuanto las cosas vengan mal dadas.
Si la reunión es para hablar de contrato, adopta la posición de la viejecita desmemoriada: no tienes ni idea, no entiendes, lo vas a preguntar y ya traerás respuesta. Nunca está de más recordarlo: no respondas jamás en el acto, ni el más mínimo comentario, da las gracias y llévate el contrato a casa, consulta con un abogado (aquí viene la cuña: ALMA tiene asesoría jurídica y DAMA, que es la que conozco, también; ambas, gratuitas para socios) y no te dé ningún apuro si tardas lo necesario en responder. Te meterán prisa, pero siempre vas a tardar menos que ellos en redactar el contrato. ¿Qué supone una semana más? Y por supuesto, negociar un contrato en términos razonables es una gimnasia a la que todo el mundo está acostumbrado, no sientas vergüenza en defender lo que creas conveniente. Es lo que esperan de ti.
LAS REUNIONES CON OTROS GUIONISTAS te parecen las más divertidas, claro. A veces, tan divertidas que olvidas de que os han convocado para sacar adelante el mapa de tramas. De ti depende acabar el trabajo en dos horas o seguir discutiendo cuando se haga de noche: no es necesario hablar de la serie que emitieron ayer o de eso que te han contado que sucedió en tal o cual rodaje. Apunta religiosamente todo lo que se plantee, en libreta, en ordenador, en donde sea, todas las notas te serán útiles cuando vuelvas a casa y lo que te parecía un capítulo rebosante se te antoje, de pronto, la raspa de una boquerón. Adopta la postura cómoda para pensar, aunque no serás el primero que se queda dormido mirando al techo en busca de inspiración. Si es así, procura no roncar, siempre puedes despertar a otro en tu misma situación.
Las reuniones de guion funcionan si los guionistas aportan ideas, por muy disparatadas que parezcan al ser concebidas. Contribuye sin pudor, sin miedo al ridículo, antes de que la idea fermente y se pudra. A menudo, lo mejor sale de una idea que parecía absurda. Incluso no pasaría nada porque fueras tú el que agarra el rotulador y sale a la pizarra. Eso sí, procura no colar los mismos chistes en todas las series. Y escucha a tus compañeros. Te lo diré otra vez: escucha a tus compañeros.
A veces asistes a REUNIONES DEL EQUIPO TÉCNICO, en las que siempre aprendes algo y no es raro que te avergüences: suelen leer las acotaciones de corrido, saltándose los diálogos, y leídas así las encontrarás demasiado literarias o demasiado parcas. En esas lecturas te das cuenta de que tus deseos son órdenes, de que cada departamento traduce tus líneas escritas en propuestas de trabajo y te prometes que en el próximo guion serás aún más preciso, más sugerente, más directo. Si LA REUNIÓN ES CON ACTORES, mantener el oído atento y mostrarse dispuesto a corregir serán medidas suficientes para que todos se sientan cómodos. No se te olvide nunca que el actor es frágil por naturaleza, esa fragilidad es su herramienta, por eso suele andar necesitado de explicaciones. A ti te sobran.
LAS REUNIONES CON DELEGADOS DE LA CADENA, lectores o ejecutivos, van a poner tus nervios a prueba. En algún caso, valora la oportunidad de medicación relajante preventiva. Procura hablar lo justo. Es más, repite para ti una y otra vez que no pasa nada si no hablas. No trates de parecer más inteligente ni más tonto que tus interlocutores: no cuela. No reacciones con gestos ni muecas. Busca un refugio para tus nervios, haz garabatos si quieres pero limítate a una hoja por una cara. Y trata de no dibujar la caricatura de ninguno de los presentes. No te sorprendas si alguno defiende una cosa y, a continuación, defiende la contraria: recuerda que ellos mandan y tienen la llave de la mayoría de las puertas, recuerda que a ellos, por tanto, les está prohibido exhibir dudas, recuerda también que han leído tu guion con calma y que están haciendo su trabajo. Recuerda que necesitan que tu serie o película sea un éxito para mantener su puesto. Así, recordando estas cosas, acabará cuanto antes y podrás seguir trabajando.
Sabes por experiencia que buena parte de lo expuesto es intercambiable, serviría de recordatorio para cualquier reunión. En todas, también, algo se repite de forma invariable: una vez acabada la reunión, todo el mundo da por terminado el trabajo y es ahí cuando empieza el tuyo. Todos se van con la cartera vacía y tú, con una larga lista de notas que cumplir.
Entonces, al menos, te dejan volver a tu celda. Y cumples tu condena con una extraña sensación de alivio. Regresas a la maravillosa rutina del escribidor. A pelearte con tu concentración y a racionarte las entradas a internet como si fueran bombones carísimos. Has vuelto a casa. Y te agarras al teclado, tu madero de náufrago.
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(No puedo dejar pasar un recuerdo a Elías Querejeta. Con su marcha se acaba una era, es cierto, una forma de hacer las cosas y un tipo de cine. Y algo más, porque no ha habido ningún productor igual a él, Querejeta fue un caso único y eso, que haya sido irrepetible, es uno de los muchos males de nuestra industria. En las reuniones, que es el asunto de hoy, Querejeta se las arreglaba para ejercer de protagonista y soltar su discurso, el gesto grave, casi amenazante, y el argumento siempre claro y directo. En una ocasión me tocó entrevistarlo para la revista de la Academia, y nos recibió –a José Angel Esteban y a mí– en el despacho de su productora. Al rato, harto de responder a nuestras preguntas sobre su manera de producir, se levantó y me obligó físicamente a sentarme en su sillón al tiempo que él pasaba a sentarse en el que yo ocupaba. Así, con los puestos cambiados, me invitó a ver las cosas desde el otro lado con una pregunta que es una lección de humildad cuando te enfrentas a las decisiones de otros: “Y tú, ¿cómo lo harías?”)
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Vaya rollazo pesimista y triste te has marcado. Que esa sea tu experiencia personal no significa que tengas que extenderla a los demás. Para entradas así, mejor quédate dándole otra vuelta a la enésima versión de tu guion…
Ahí, empezando el jueves con buen rollito…
Jajaja… Te juro que intento ser constructivo, pero sólo lo consigo hacia el final del post. Los comienzos son un cuervo negro. De todas formas, en las reuniones he pasado de los mejores y de los peores momentos profesionales. Hay de todo.
Los jueves son los nuevos lunes. Un abrazo.
En eso estoy, Pedro, en la enésima versión. Perdón por el rollazo, no pretendo contagiar. Si lo miras bien, no es pesimista. Al menos, yo no lo veo así.
A mí no me ha parecido tan negativo, la verdad.
Si toda esa multitud de reuniones te gustan, incluso te ilusionan, entonces estás preparado para ser productor ejecutivo, eterna asignatura pendiente. Y si ya te gustan los actores y que 80 personas te pregunten cosas sin parar, estás a un paso de la dirección.
Probablemente. Lo cual no quiere decir que sea necesario.
Desde luego
Productor ejecutivo ya lo he sido. Es apasionante y agotador. Director, no. Seguro que es apasionante y agotador.
He leído la mitad y lo he mandado a la lista de lectura para tenerlo SIEMPRE a mano. Buenísimos consejos. Gracias.
Gracias, Bompensiero. Si crees que te puede servir, ya me doy por satisfecho, para eso lo he escrito. Parece una vomitona, sí, pero son consejos. Nada más. Nada menos.
Mi reunión más memorable fue una para conocer al nuevo director del proyecto, con el que los productores habían quedado a comer en un restaurante bastante majo.
Yo creí que me estaban invitando a la comida… hasta que el productor soltó la frase: “así que, bueno, pásate por allí a la hora del café”. Los restos en los platos tenían buena pinta, eso sí.
Cuando yo empecé en esto, era habitual que te citaran a comer en un restaurante, generalmente caro, e ibas invitado. Era un desperdicio porque, con los nervios, ni comías ni nada. En el fondo, te hacían sentir que te dejaban entrar por un minuto en su mundo y así te miraban desde arriba, desde lo más alto de la carta de vinos. Ahora es bastante común que, si quedas a comer, cada uno pague su parte. Y en cualquier caso, me parece nefasto unir comida con trabajo. Personalmente, prefiero comer solo.
Interesante, eso que apuntas al final sobre Querejeta. Por lo que he estado leyendo, quizá mitificamos, y él no es el fin de una era, porque no representaba al productor medio. Vamos, que quizá fuera la excepción, y no la regla. En fin, a mí también me da por pensar en eso de fin de época, pero por otros motivos… En todo caso, habrá que esperar qué nueva raza de productores persisten y sobreviven.
En cuanto a lo de las reuniones, me apunto el consejo. Escuchar más y hablar menos.
Querejeta era muy especial, creo yo. Y con un control férreo del aspecto creativo de cada película fuera de lo habitual. Durante un tiempo, su sello era garantía de calidad. Ahora ya no se pueden financiar películas como lo hacía él, ni existe probablemente ese tipo de público y hasta han cerrado las salas que lo exhibían. ¿Fin de una época? O el principio de otra, pero vamos, que esto está cambiando en unos años de manera radical.
Muy bueno (y certero), el post.
La gran pregunta es: ¿Cómo lo haces para no hablar primero en las reuniones con productores e inversores? ¿Bebiendo agua todo el rato? :-)
Yo casi nunca lo consigo. Y meto la pata. Por eso, por experiencia, os recomiendo que no hagáis como yo y os frenéis. Alguna vez lo he intentado bebiendo agua, pero luego tengo que ir al baño constantemente y no encuentro el momento de hacerlo para no interrumpir. O sea, que peor.
Lo mejor, creo, es ir descansado y mirar a quien hable tratando de poner la mente en blanco. Así, el problema es que no sabes lo que está diciendo, pero siempre puedes preguntar a alguien a la salida.
Has traído a tus lectores, lo más cotidiano de un guionista, sin florituras ni aspavientos. Gracias.
Gracias, Alfredo. Está escrito, en efecto, desde mi mesa de trabajo, digamos que sin levantar la vista. Por eso parece teñido de soledad o angustia, aunque es la vida misma y nada más. Espero que útil para quien se sienta en mesas como la mía.
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