Y TÚ … ¿QUÉ QUIERES?

Por David Muñoz

Hace unos días, fui al cine a ver “Robot & Frank”, dirigida por Jake Schreier y con guión de  Christopher D. Ford (en España, “Un amigo para Frank”). La película parte de una idea estupenda, empieza bien y tiene una primera media hora bastante decente, pero según se va acercando el final va perdiendo fuelle y remata con un tercer acto aburrido y deslavazado que no resuelve nada de lo planteado hasta ese momento. Termina y te quedas: “¿Eso es todo? ¡No puede ser!”.

El clímax (si es que puede llamarse así) resulta totalmente insatisfactorio. Ni es gracioso, ni emocionante, ni nada de nada.

Para los que no la hayáis visto os resumo brevemente el argumento: La historia transcurre en un futuro cercano (sí, aunque en la campaña promocional se haga lo posible para que no se note, “Un amigo para Frank” es una película de ciencia ficción). Frank (Frank Langella) es un ladrón de joyas jubilado que vive solo en una casa perdida en mitad del campo. Dado que está empezando a perder la memoria –parece que tiene Alzheimer, aunque creo que nunca se dice así de claro-, su hijo, que está muy preocupado por él pero tampoco tiene ganas de llevárselo a casa a vivir con su familia, le regala un robot que cumple la triple función de enfermero/asistenta/mayordomo. Al principio, a Frank no le hace ninguna gracia tener al lado todo el día a un robot (al que se niega a poner nombre y simplemente llama “Robot”), pero cuando descubre que el regalo de su hijo es capaz de aprender a usar ganzúas, y por tanto, puede ayudarle con un par de robos que quiere llevar a cabo, se relaja y empieza a cogerle cariño. Y poco a poco, el robot, además de ser su  cómplice, se convierte en su amigo.

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El cartel español de la película es bastante feo.

Pero Frank no roba por dinero, roba por amor. Como se ha enamorado de Jennifer, la madura bibliotecaria del pueblo de al lado (Susan Sarandon), afana para ella un antiguo ejemplar de Don Quijote. Solo que en el último momento entra en razón, se da cuenta de que a ella no le iba a hacer mucha gracia su “regalo”, y no llega a dárselo. Después, roba unas joyas propiedad del caricaturesco pijo gafapasta que, tras hacerse cargo de la biblioteca, ha desterrado los libros de papel para sustituirlos por ordenadores.

Y los dos robos le salen bien gracias a la ayuda de “Robot”.

Poco después, la policía se pone tras su pista gracias a algo que no voy a detallar aquí para no terminar de estropearos la película del todo. Al mismo tiempo, Frank mete la pata con Jennifer, el apunte de historia de amor que estaban viviendo queda interrumpido, y Susan Sarandon desaparece de la historia hasta casi el final.

La policía va a la casa de Frank –que cada vez está más desmemoriado-, para buscar las joyas, y no las encuentran.  Pero hay otra “prueba” que pueden utilizar para inculpar al ladrón jubilado: las grabaciones que continuamente lleva a cabo “Robot”. Así que, pese a que no le resulta fácil hacerlo (se ha creado un vínculo entre ellos y al hacerlo va a perder a su único amigo), Frank borra la memoria de “Robot”, con lo que la policía se queda con las ganas de detenerlo.

Después, se funde a negro, y retomamos la historia unos cuantos meses después.

Ah, no, un momento. Se me olvidaba una cosa. En un giro forzadísimo que no hay quien se crea, se descubre que Jennifer es una antigua novia de Frank que se ha ido a vivir a ese pueblo para reencontrarse con él. El viejo ladrón lo descubre de casualidad cerca del final al ver una antigua foto en su despacho en la que aparecen los dos juntos. Lo que no se explica es por qué ella no le había dicho nada antes ni la razón de que se haya comportado con él de forma tan fría, tan “profesional”, durante la mayor parte de la película. Pero como es una cosa tan tonta, no vamos a tenerla en cuenta a la hora de analizar la historia.

Ahora sí. Vamos después del fundido a negro.

Frank está internado en una residencia, totalmente ido. Sin embargo, por esas cosas que tienen los Deus Ex Machina que gobiernan los finales de las malas películas, le viene un momento de lucidez y les dice a sus hijos que escondió las joyas en el jardín que “Robot” se empeñó en hacer en el patio de su casa. Es su regalo de despedida.

Y aparecen los créditos.

Así que, en teoría, la película acaba “bien”.

Frank ha seguido siendo el mismo hasta el final y encima ha conseguido lo que quería.

Aunque… ¿seguro que eso es lo que quería?

El tono de la película es de comedia buenrollista comercialota, ya sabéis, tipo “Intocable”. ¡Aunque las cosas vayan fatal, puedes seguir siendo feliz y vivir una vida plena! ¡Que importa estar paralítico o tener Alzheimer si tienes amigos! ¡Desesperarse es para pringados!

Lo malo de “Un amigo para Frank” es que los mecanismos dramáticos que se utlizan para hacer que el espectador llegue a esa conclusión no funcionan (algo que sí ocurría con “Intocable”, por mucho que a mí me repateara por falsa y facilona).

¿Quieres que los espectadores salgan contentos del cine? Pues dale al personaje no lo que quiere, sino lo que necesita. Como le pasa a Philippe en “Intocable”, que cree que lo único que necesita es que le cuiden y que le dejen tranquilo, y acaba encontrando la amistad y de paso el amor.

Pero al final de la película de Jake Schreier, esto es lo que ha conseguido Frank:

-Conservar las joyas que ha robado y regalárselas a sus hijos (aunque a ellos no les hacen falta, ya que los dos parece que están forrados).

-Borrar la memoria de su amigo robótico, gracias a lo que se libra de acabar en la cárcel (cosa que entre su edad y su enfermedad, parecía difícil que llegara a ocurrir).

-Ser internado en una residencia, que es justo lo que lleva diciendo que no quería hacer desde el comienzo de la película.

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Ahora caigo en que todo esto hubiera sido perfectamente lícito en el caso de que la película fuera un drama. Una historia de esas en las que un personaje se resiste con uñas y dientes a un destino inevitable que acaba llevándoselo por delante por mucho que luche.

Pero ese no es el tono de “Un amigo para Frank”.   

Porque el tono, el género en el que nos movemos determina las decisiones que tomamos a la hora de desarrollar una historia. Nos permite hacer unas cosas u otras.

La interpretación de Langella (que en el tramo final más que tener Alzheimer parece que se ha comido unos tripis), la puesta en escena, la música, intenta comunicarnos de forma poco sutil que estamos ante un final feliz, positivo. ¡Frank se ha salido con la suya! ¡Es motivo de celebración!

Como ocurre a menudo, cuando un guión no funciona suele ser porque no se ha meditado bien la respuesta a las preguntas básicas que hay que plantearse antes de ponerse a escribir.

Y quizá la más importante de ellas es: ¿qué quiere el personaje protagonista?

Por si acaso, aclaro que pese a lo que sostienen algunos manuales de guion, los personajes no tienen por qué querer necesariamente algo a priori, antes de que arranque la trama. No todos los protagonistas son un Luke Skywalker, con un vacío en su interior, o un trauma, o cualquiera de sus variantes. Tampoco todos tienen porque tener un arco dramático que culmine con un cambio en el personaje. En los thrillers es habitual que el protagonista sea un tipo normal, satisfecho con su vida, que no tiene ninguna gana de meterse en líos, cuyo único deseo suele ser volver a la situación de partida, y que cuando las cosas se resuelven sigue siendo como era, quizá algo más dañado y “manchado” por la vida, pero en absoluto “transformado”. Eso sí, lo que quiere siempre está claro: salir vivo y que también sobrevivan los suyos (en los thrillers es fundamental que la trama afecte de forma personal al protagonista; es lo que los diferencia de los policiacos, y de ahí tantas parejas e hijos en peligro).

También, como he dicho antes, en un melodrama el personaje puede querer seguir viviendo su vida y tener que aceptar que la enfermedad va a acabar venciendo, convirtiendo el argumento en una serie de derrotas (como en “Amor” de Haneke; aunque la del alemán también tiene un par de momentos que fuerzan una lectura feliz del final de la historia algo falsota).

En el caso de Frank, al principio quiere que no le internen en una residencia, pero ese objetivo queda desactivado cuando le llevan a “Robot” (una vez tiene al “enfermero” en casa, no hace falta que le cuide nadie más); luego parece que quiere conseguir el amor de Jennifer, pero más o menos a la mitad de la película se olvida de ella; luego se obsesiona por robar las joyas, pero no solo lo consigue sin demasiados problemas sino que logra conservarlas para regalárselas a unos hijos que no las necesitan; quiere que “Robot” conserve la memoria pero éste le convence de que más o menos le viene a dar lo mismo (es una máquina al fin y al cabo) y Frank se la borra en una escena que debería haber sido emotiva y en vez de eso es fría y desangelada; y finalmente, quiere seguir siendo él mismo (mientras la memoria se lo permita), pero una y otra vez Frank se muestra inmune a los intentos de domarle de todos los que le rodean. Solo le vence la enfermedad. No hay tensión en ese sentido.

Es obvio que un personaje puede tener “microobjetivos” dentro de una trama, y que unos sustituyan a otros (como, por usar el mismo ejemplo de nuevo, Luke en “Star Wars”: primero rescatar a Leia, luego destruir la Estrella de la Muerte), pero esos objetivos deben servir al mismo macroobjetivo (el chico de Tatooine desea ser un héroe), ese que hace que el protagonista de una historia sea quién es y que de forma tan directa está relacionado con su conflicto.

Y esto no es una regla arbitraria. Si un personaje no persigue algo, la impresión que tenemos como espectadores es que no hay nada importante en juego, que tanto pueden pasar unas cosas como otras, y al final lo mismo no da ocho que ochenta y acabamos desconectado de la historia y nos aburrimos. Que fue lo que me pasó a mí con “Un amigo para Frank”.

En realidad, la mayor parte de las reglas que leemos en los manuales de guión podrían ir agrupadas bajo el encabezamiento: “cosas que solemos hacer los guionistas para que a la gente se interese por lo que estamos contando y no se mueran de aburrimiento”.    

A falta de ese objetivo que permita articular una trama (o sea, una historia en la que exista una relación de causa y efecto entre las diferentes cosas que van pasando), los buenos momentos, los diálogos divertidos, se desperdician, se pierden. No importan. Sobre todo, no producen ningún tipo de emoción, que es de lo que se trata.

Claro que lo mismo estoy equivocado. El otro día, hablando de la película con un amigo me dijo que le había emocionado mucho. Sobre todo la escena final, cuando Frank, ya internado en la residencia, ve a un modelo de robot igual que “Robot” y le mira con cierta emoción. Para él, la historia funciona porque lo que cuenta es cómo Frank se las arregla para continuar siendo él mismo. Según mi amigo, el robo es solo la manera que tiene el ladrón jubilado de demostrar que sigue siendo quién es.

Solo que, como he explicado antes, para mí eso no está en la película. Las dos veces que roba, Frank lo hace por Jennifer. La primera vez, para seducirla, la segunda, para “vengarla”. No se está validadndo a sí mismo. Tiene un objetivo.

La película de la que habla mi amigo me parece interesante (y creo que me habría gustado; me llegan estas tramas en las que el personaje hace algo solo para demostrarse que puede hacerlo), pero no es la que vi yo.

Creo que aparte de la de mi amigo, y la melodramática, otra opción para que “Un amigo para Frank” hubiera funcionado habría sido hacer que los hijos necesitaran desesperadamente las joyas, que borrarle la memoria a “Robot” hubiera sido poco menos que un asesinato, y que ser internado en la residencia le hubiera privado a Frank de vivir una bella historia de amor con Jennifer (o de retomarla, si aceptamos el giro final de esa trama).

Hacer que todo importara. Que, como me decía siempre mi amigo el profesor Lewis Cole, “todo fuera a vida o muerte”.

Ya, ya lo sé, que fácil es arreglar las películas de los demás y que difícil escribir las propias.

Pero a mí me resulta muy útil pensar en porqué no funcionan las películas que no me llegan a convencer. A veces aprendo más de ellas que de las buenas. Quizá porque me obligan a pensar más, y, al imaginar qué habría hecho yo si me hubieran encargado una reescritura de sus guiones, empleo a fondo mis “músculos” de guionista. Mientras que con las buenas la mayor parte de las veces lo único que puedo hacer es mostrar mi admiración.

Y bueno, de paso así no me siento culpable por haber gastado nueve euros y dos horas en una película que me ha aburrido…

Bromas aparte, os aseguro que es un buen ejercicio.

Cuando veáis una película que no os gusta, pensad en por qué.

Y después, haceros las preguntas básicas:

¿Qué quiere el protagonista?

¿Quién se lo impide?

¿Qué consigue al final?

Seguro que la mayor parte de las veces los problemas del guión tienen que ver con que no se han contestado de forma convincente.

Por supuesto, esas mismas preguntas pueden ayudaros cuando estéis atascados con uno de vuestros propios guiones. Y, con un poco de suerte, las formularéis antes de que se ruede y no podáis hacer nada para cambiarlo.

8 comentarios en «Y TÚ … ¿QUÉ QUIERES?»

    1. A mí me parece que no es falsa… hasta el final, con la escena simbólica de la paloma y también con esa cosa del prólogo y el epílogo de intentar buscarle algo positivo a algo que, lo mires como lo mires, ha sido horrible. A mí me sacó de la película.

  1. Un tipo con Alzheimer y un robot al que borran la memoria. No sacar más provecho de esa analogía me parece imperdonable.

    Un robot que aprende a robar de Frank, un saber que ya solo residirá en la memoria artificial de la máquina, una especie de legado antes del olvido irremediable.. El conflicto que debería suponer para Frank borrarlo de la memoria del robot… y que se pierda como lágrimas en la lluvia. Imperdonable, de nuevo.

    Robot es el único testigo del amor por Jennifer.

    Robot es la memoria de alguien que la está perdiendo. ¿Borrarla para no ir a la cárcel o mantenerla como manera de seguir siendo? Ese es el dilema.

    Vamos, es lo que saco yo de la lectura del post, pq no he visto la película.

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  3. Estoy totalmente de acuerdo en que no siempre es necesario un arco dramático, una transformación del protagonista; en muchas ocasiones, este tiene claro lo que quiere y, tras vencer los obstáculos, lo consigue. A lo sumo, sale reforzado, pero no cambia. Lo que ocurre es que, en mi opinión, y aquí es donde quería saber la tuya, David, en ocasiones esto va acompañado de un arco dramático en alguno o algunos de los personajes secundarios, que sufren una transformación en su visión del protagonista, normalmente para reforzar el papel de “héroe”. o de “villano” del protagonista.erosnaje d

    1. Lo mejor es que, en el caso de sagas, primero el protagonista quede reforzado por los secundarios, para que luego el protagonista experimente esa transformación. En el caso de Michael Corleone en “El Padrino” se produce primero la transformación y luego sale reforzado como capo en la soledad del poder en “El Padrino II”. También Luke Skywalker es un ejemplo de personaje que describes.

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