por Ángela Armero
Como la primera obra de teatro que he escrito está a punto de estrenarse, quería escribir algo sobre mi experiencia. Pero he pensado que el post sería mucho más interesante si conseguía que opinaran dos amigas a quienes admiro mucho: Verónica Fernández y Bárbara Alpuente.
Hoy mismo he visto el cartel que el Centro Dramático Nacional ha hecho para promocionar mi obra “Serena Apocalipsis”, que se estrenará en junio en el Teatro Valle Inclán de Madrid. Mi nombre estaba debajo del título en letras grandes. Ni qué decir tiene que mi vanidad se estaba regocijando ante tal visión. He sentido que el destino me premiaba después de haber sufrido un bochorno considerable hace unos meses en los créditos de una película en la que participé. Pero hay más. Os puedo decir que no escribo teatro para que mi nombre sea el primero, el más grande y el más vistoso del cartel. Escribo teatro porque es el lugar donde empecé y el lugar al que siempre quiero volver. Me pasa lo mismo con mi pueblo. Vinuesa me encanta, nací allí, me pasé todos los veranos de mi infancia y de mi adolescencia y disfruto cada vez que me escapo a pasar unos días lejos del mundanal ruido. Pero no viviría allí. Como no podría ser solo dramaturga. Los sinuosos caminos del cine y de la televisión me llenan, me vuelven loca a ratos y otros ratos me crean una presión con la que he conseguido convivir bastante bien. Así que escribir teatro, como Vinuesa, se convierte en un acto de placer difícil de explicar, pero limitado en mi vida profesional. En los dos sitios me permito pensar lo que me da la gana, me permito reflexionar, me permito crear mundos que sólo necesitan de la palabra para levantarse.
Lo efímero del hecho teatral me fascina. Que cada día la función sea distinta aunque tenga el mismo texto, que una obra se pueda representar en varios idiomas, en diferentes lugares, en grupos de teatro aficionado, en residencias de ancianos o en teatros nacionales… me produce un vértigo delicioso. Escribes una obra y nunca muere, alguien la rescatará en fotocopias de alguna estantería y la representará cuando todos hayamos muerto. ¿Os imagináis que de cada guión de cine se pudieran hacer ene películas con diferentes actores, en diferentes lenguas a lo largo del tiempo? Las películas tienen la magia de lo inmutable. Podemos ver “Casablanca” hoy con una copia remasterizada casi mejor que cuando se estrenó en los cines. El guión sigue ahí, impertérrito.
Las obras dramáticas tienen otra responsabilidad con respecto al tiempo, tienen que ser susceptibles de poder ser representadas siempre que alguien lo pretenda. No quiero decir que al escribir una obra de teatro esté pensando en la campesina polaca que la representará en su parroquia en la navidad del 2020, no me entendáis mal. Lo que quiero decir es que el teatro excede la contemporaneidad. Fijaos cómo se sigue representando Lope, Calderón, Valle y tantos otros, por no hablar de Sófocles, Eurípides, Esquilo o el propio Shakespeare.
Y hay otra cosa que no es un tema baladí. Escribo un proyecto de televisión y si una televisión no lo quiere, muere en el escritorio de mi portátil o en el mejor de los casos en el escritorio del portátil de un productor que me pagó el desarrollo. Escribo una película y si no convenzo a un director y a una productora para encontrar financiación, me muero yo también de pena en el escritorio de mi portátil con los fósiles de todos los proyectos que no han salido y que no saldrán nunca. Escribo una obra de teatro y puedo montarla, mejor o peor, con más o menos dinero, en una sala alternativa, en un teatro potente o en el garaje de mi abuela, con un director prestigioso o con aquel chico de la facultad que lideraba muy bien nuestro grupo de teatro. Y con cuatro telas negras y dos actores tengo el gustazo de ver mi obra representada.
Estuve un año hasta que conseguí escribir una pieza de Microteatro (paradójicamente) Desarrollar una idea en quince minutos tiene su complicación, y más si intentas, como en este caso, que no se quede en un mero sketch sin fondo ninguno (a mí a pretensiones no me gana nadie) Una vez conseguido, o eso creo, saqué dos conclusiones interesantes:
La primera, escribir teatro no es escribir televisión. Esto, que parece una obviedad, lo fui descubriendo a medida que asistía a los ensayos. Algunos chistes que funcionaban casi de forma automática en pantalla, fallaban en la representación. Y otros, que incluyó el director Natxo López y que, probablemente, en televisión no se habrían apreciado, funcionaban como un tiro en directo.
El teatro tiene un lenguaje propio que no se aprende en una primera experiencia. A mí, claramente, me falta hábito para manejarlo con soltura.
La segunda, cada representación es única. El público forma parte de la obra y de su implicación depende el “éxito” o el “fracaso” de tu trabajo. Los actores (Cecilia Solaguren, Carlos Santos y Ricardo Reguera) recibían directamente las reacciones de los asistentes y, aunque la mayoría de las veces la comedia consiguió las carcajadas perseguidas, otras se presentaban allí unos cuantos sin ninguna intención de reírse (los muy cabrones), convirtiendo la función en una situación bastante tensa. Tensa para mí, claro, los actores llevaban con bastante más ligereza este supuesto fracaso.
Microteatro ha sido la experiencia profesional más satisfactoria que he tenido en años: La relación con actores y director, a la que no suelo tener acceso en televisión, la emoción de asistir como testigo directo a lo que provoca un guión tuyo en otras personas y, sobre todo, sin que esto tenga nada que ver con el oficio de guionista, comprobar la cantidad de gente que habéis hecho el esfuerzo de venir a vernos.
Gracias a todos.
Esto no tiene pinta de quedarse aquí.
ÁNGELA ARMERO
Casi todo en esta vida se hace por amor o por dinero.
“Lola, una comedia solidaria” es algo que escribí por lo primero. Mi amiga Alba Alonso, una estupenda actriz con la que ya he trabajado, me hizo una sugerencia. “¿Qué te parecería escribir una obra para mi madre (Pilar Bayona, también actriz) y para mí?” Durante algunos meses la idea estuvo rebotando en mi cabeza, como una bola de pinball, hasta que me di cuenta de que era una estupenda idea. Rara vez se tiene la ocasión de tener a una madre y una hija en el mismo escenario, y trabajar con personas queridas e importantes para ti hace que lo que escribas surja de un lugar imprescindible cuando no hay dinero de por medio: la confianza.
Es la primera vez que escribo teatro pero me ha gustado mucho la experiencia. Como no tenía ni idea de cómo abordar el asunto, me senté y lo hice, que es la mejor forma de perderle el miedo y poner el motor en marcha, siempre hay tiempo para reescribir, pensar, cambiar… Aún sin saber nada confieso que las limitaciones (pocos personajes, pocos decorados, pocos elementos, más cautela con el tiempo que en los guiones de cine o televisión…) espolearon bastante mi creatividad. Después de una primera versión, como creo que es muy razonable hacer, lo pasé a dos lectores de confianza y gracias a sus consejos acabé llegando a una versión definitiva, que por supuesto ha tenido retoques en los ensayos de la obra. Pero desde luego la libertad a la hora de escribir ha sido algo que me ha hecho sentir muy bien, especialmente si se compara con la cantidad de vueltas que dan los guiones de cine o de televisión, vueltas por varias personas, vueltas por dilatados espacios de tiempo (meses, años), tantas vueltas que a veces parecemos alquimistas o perfumistas en vez de narradores.
Lo que se le puede pedir a los proyectos personales es que te diviertan, y en ese sentido, Lola me funcionó desde el minuto uno.
Rápidamente se incorporó el director, Nacho Marraco, responsable de la obra “Eleuterio, historia de un hombre libre”, que casualmente había visto meses atrás y me encantó. Por si fuera poco, otra incorporación al reparto terminó de convertir la obra en una rareza escénica: Alberto Alonso, el padre de Alba, se convierte en el tercer protagonista (aunque no interpreta a su padre, sino a un amigo de su madre en la ficción.) Y después aparecieron personas maravillosas, como Yolanda Eyama, Beatriz Pérez Rioja, Daniel Dicenta o Lola Herrera, que va a vestir a Pilar Bayona con la ropa de su tienda. Y, para terminar de redondear la atmósfera familiar, mi madre, la artista Rosa Biadiu, diseñó el cartel.
Pero lo que más me ha gustado de todo esto ha sido ver los ensayos. Es el instante decisivo, el momento maravilloso, el primer premio, quizá el más íntimo y asombroso: ver cómo tus personajes cobran vida. Para mi no hay una sensación igual.
Creo que el teatro ofrece esa oportunidad a los guionistas. No hace falta esperar para rodar, no hace falta pulirse los ahorros o pedir pasta a los amigos, convencer a las mesas de ejecutivos, alquilar un montón de trastos, llevar un camión enorme ni contratar figurantes vestidos de romanos. Busca un grupo de gente con la que te guste estar, preferiblemente que sean profesionales, y hazlo como siempre se ha hecho. Ya verás qué bien. Por supuesto, no es algo que sea razonable hacer por dinero.
“Serena Apocalipsis” se estrenará el 12 de junio en el Teatro Valle Inclán (Centro Dramático Nacional), en Madrid.
“El Negociador” se representó en Microteatro (Madrid) del 3 de abril al 20 de abril y en la antigua cárcel de Segovia los días 3 y 4 de mayo, dentro de una selección de las seis mejores obras de Microteatro del año.
“Lola, una comedia solidaria”, se representará los sábados de junio en Garaje Lumière (Madrid). Las entradas en Atrápalo, aquí.
Qué lujo, poder leeros aquí a las tres. Y coincidiendo en algo poco habitual en este blog: trasmitirnos una buena experiencia. Yo también, como Verónica, me crié en el teatro. Cuando llegó el momento de mi primer estreno de cine, los veía a todos nerviosos, sufriendo durante la proyección y expectantes ante cuál iba a ser la reacción del público. A mí me pillaba curado de espanto. No sabéis lo que es de verdad un estreno, les decía. En el cine siempre se proyecta la misma copia, en todas las sesiones. En el teatro puede pasar cualquier cosa. De hecho, siempre pasa algo, en cada función, algo catastrófico o algo irrelevante, pero no estás seguro nunca, se puede caer el decorado, que alguien se quede en blanco o se salte tres páginas, que no entre la música o se funda un foco. Eso es lo normal.
Y eso es lo que crea gusanillo. Mucha mierda a las tres.
Muchas gracias Carlos. Para lujo leerte a ti. Un beso.
Me ha encantado vuestro post. Yo también empecé en el teatro desde el lado de la interpretación y después de muchas clases, de muchas obras y de experiencias maravillosas, me surgió la estupenda posibilidad de poder compaginar mi trabajo como actriz con el trabajo de guionista dentro de un estupendo equipo. Al principio no podía evitar llamar a las secuencias, escenas, y escribir diálogos de media página como si se tratase (salvando las distancias claro) de un monólogo de esos autores que me emocionaban tanto. Gracias al trabajo diario junto a un equipo de primera, pude aprender el oficio a pie de obra, aprender a escaletar y a dialogar, a analizar guiones y proyectos, a redactar biblias, a construir personajes desde “el otro lado”. Y se produjo el milagro, el primer día que vi en televisión a un actor decir unos diálogos escritos por mi. Fue mágico. Me emocioné como si fuera yo la que estuviera interpretando ese papel, mi alegría fue tan grande como si oyera esas palabras por primera vez, sorprendiéndome con los acontecimientos del capítulo como si no supiera cómo iba a terminar.
Tras siete años compaginando ambos mundos, ahora en los ensayos de teatro llamo a las escenas, secuencias, y me muero de ganas de, como vosotras, escribir mi primera obra de teatro. Los lenguajes del guión, de la interpretación y del teatro son muy diferentes, pero en los tres ámbitos estamos haciendo lo mismo, contar una historia.
Ojalá pronto me atreva a meterme en faena. Hay un camino que especialmente me encantaría explorar. El de escribir en la sala de ensayos y no sola en mi casa, a partir de improvisaciones de actores con conflictos sugeridos sobre un tema dado. Las experiencias que he visto surgidas de procesos de investigación parecidos han dado frutos llenos de vida y libertad creativa. Gracias por vuestra inspiración.
Mi felicitación a mi hija Ángela que va de estreno y a sus amigas que también, todas ellas recuperadoras del arte escénico, tan abandonado en nuestro país.
Muchas gracias por compartir esa experiencia, Victoria, desde el otro lado.
Padre: gracias por tu apoyo.
Siempre me he preguntado por qué los guionistas no intentan escribir teatro. Vale, es muy distinto escribir para cine o televisión que para el teatro. Pero también es muy parecido. Y creo que a los autores de teatro les falta a menudo la conciencia de estar contando una historia, de estructurarla, de no aburrir nunca al espectador, cosas que los guionistas siempre tienen en cuenta y que si las pusieran al servicio de una idea teatral serían muy, muy agradecidas.
Además, como dice Angela, tu corazoncito de autor se siente muy recompensado por el reconocimiento que un autor de teatro tiene, aunque estrene en la sala más alternativa de la ciudad.
Y todavía otra cosa que haría merecer el intento: el dinero. Habitualmente el teatro no da dinero o da miseria pero, creedme, cuando una cosa en teatro te va bien comercialmente el autor recibe una cantidad enormemente superior a la que puede recibir por cualquier guión de una película de éxito en este país. Mucho más.
Por todo ello creo que es una buena idea que cuando pensemos en nuevos proyectos, también pensemos en el teatro, que siempre está necesitado de textos, especialmente el teatro comercial.
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