por Carlos López
Reales o inventadas, las historias pertenecen a un tiempo y a un lugar. Los relatos que nos gustan desprenden olor y sabor, algo único que los mantiene pegados a tierra. La tragedia de Puerto Hurraco, por poner un ejemplo, es universal y al mismo tiempo no podía haber sucedido en otro lugar. Si la ficción pretende ser veraz, sus personajes deberían gozar de algo parecido a una denominación de origen, porque el lugar al que pertenecen determina cómo piensan, sienten, actúan y hablan. Nada me provoca más rechazo que los guiones que no transcurren en ninguna parte o, peor aún, los que suceden en el planeta cine: aquel donde todas las personas son guapas, aparcan sin problemas, dicen en voz alta lo que piensan, no paran de soltar réplicas brillantes… y parlotean un idioma tan correcto que no se parece a ninguno real.
No se trata de reproducir como una grabadora el habla particular de una región, ni la jerga diaria de jóvenes barriobajeros. Queda tan ridículo cuando los guionistas nos convertimos en imitadores, tan artificial cuando inundamos los parlamentos de muletillas, tan zarzuelero si pretendemos ser coloquiales a base de especiar cada frase con la expresión que creemos en boga. No. El naturalismo es una meta imposible, incluso indeseable. Graba una conversación en el metro, transcríbela y verás que fatigosa y falta de sustancia es el habla real. La escritura de diálogos está sujeta a una convención, es un artefacto inventado por el guionista, con su regla de estilo particular. Puedes hacer, si te place, que unos analfabetos se expresen en verso (ya lo hicieron los clásicos) o que unos paletos discutan sobre García Márquez (como sucedía en Doctor en Alaska).
Pero algo habrá que hacer cuando queremos convencer al espectador de que nuestros personajes existen, que han nacido en alguna parte y que, por tanto, hablan como personas. Cuando el asunto surgió en mitad de una clase, los alumnos se lanzaron a un debate en el que cada uno necesitaba una respuesta: en todos los guiones que estaban escribiendo se mezclaban personajes de diversos países o regiones. ¿Cómo hacerlos hablar? ¿Cómo consignar el diálogo hablado en otro idioma? ¿Y el acento? ¿El acento de una región se refleja en los diálogos? ¿El guionista debe saber idiomas y dialectos, conocer localismos, jergas y argots profesionales?
Que no cunda el pánico. Lo difícil, lo importante, es definir qué dice y qué calla el personaje. Una vez eso esté claro siempre podrá echarse mano de un traductor, un asesor, un adaptador que perfile el trabajo, incluso el propio actor vendrá a completarlo. En ocasiones, lo reconozco, dialogar una escena de idiomas cruzados se hace tan cuesta arriba que nos paraliza: después de tanto trabajo de documentación para conocer el detalle cotidiano de un lugar o una época, toda verosimilitud se viene abajo en los primeros intentos de hacer hablar a los personajes.
EL ACENTO FINGIDO
Cada vez es más habitual que en nuestras historias coincidan personajes que hablan en idiomas diferentes. Una cuestión, me diréis, que no supone problema alguno. Ahí tenemos Inglourious Basterds, en inglés, francés y alemán: cada uno habla lo suyo y todos tan contentos. ¿O no?
En la escritura del guion, que podéis consultar aquí, el autor se toma sus libertades. Unas veces (como en la brillante y excesiva secuencia de apertura) el diálogo está escrito en el idioma que corresponde, sin más anotación. Otras, como en el segmento del cine parisino, Tarantino indica expresamente que “EL DIÁLOGO SE HABLARÁ EN FRANCÉS, SUBTITULADO EN INGLÉS” y, a continuación, los diálogos aparecen en inglés. Ya habrá quien lo traduzca, se supone, al traductor le corresponde lidiar con el asunto para que los personajes hablen como franceses. ¿Problema resuelto? ¿Eso es todo?
No estoy nada seguro. Y sé de lo que hablo. El primer guion de largometraje que escribí transcurría por completo en Nicaragua y, salvo un personaje español, el resto eran cubanos y nicaragüenses. Y en el primero que vendí, un grupo de españoles viajaba a la Alemania nazi. En ambos, los malentendidos, el chapurreo y las oportunidades perdidas o cambiadas por culpa de que unos personajes desconocían el idioma de otros era pieza fundamental de muchas escenas. No se trataba de una simple cuestión de traducción.
Añadamos otro problema: supongo que a Tarantino nadie le discute que en su película se hablen varios idiomas y que aparezcan subtítulos. Supongo. Para casi todos los demás mortales, y más si trabajas para televisión, la inclusión de rótulos es mal recibida. Es veneno, dicen, como si fueran a salirle granos al espectador, no le gusta leer, dicen, huye de los letreritos.
No ven problema en que ese espectador se haga un lío mayúsculo cuando lo ofrecen la versión doblada. Aquellas escenas en las que, en la versión original, un personaje habla en castellano, al ser dobladas hacen aparecer al hispanohablante como un idiota al que nadie entiende. Los chistes de Sofía Vergara con su personaje colombiano de Modern Family pierden la mitad de su discutible gracia cuando todos los personajes hablan español (algo que ha sucedido también en House, en The Wire y muchas más, como pone de relieve esta entrada de blog).
Pero subtítulos, no. Así que te ves obligado a tomar decisiones. A veces absurdas. En la serie de HBO House of Saddam el dictador iraquí habla con su hijo… en inglés. Para que el público lo entienda. Eso sí, para añadir un toque de verdad es un inglés con acento árabe. Y cuando el hombre se enrabieta no puede evitar que los insultos se le escapen en lengua materna. Así es como, dicen, nos resulta creíble:
Algo parecido viví hace un par de años en el rodaje de la miniserie 11-M. De manera equivalente al ejemplo anterior, los personajes árabes hablaban entre ellos en castellano. Y para que parecieran árabes, con acento árabe. Pero sucedía que los actores, casi todos nacidos en Marruecos, llevaban años viviendo en nuestro país, así que entre toma y toma les oías hablar con acento castizo, o catalán, alguno con un marcado deje madrileño. En cuanto se ordenaba acción, todos empezaban a hablar como moritos de chiste. Los diálogos se reescribían para que mal hablasen el castellano. Eso es lo creíble, dicen. Tan ridículo al natural que a veces había que parar: nos daba la risa.
EL ACENTO IMAGINADO
Si la acción del guion transcurre en una época en la que no existen documentos sonoros, escribimos los diálogos a sordas, basados quizá en cartas o testimonios, con vigilancia obligada para no cometer anacronismos… y de nuevo la conveniencia de que al espectador (que sabe incluso menos que tú de la época) aquello le parezca creíble. ¿Qué le parece creíble al espectador medio de una hipotética conversación entre dos cortesanos del siglo XV? A juzgar por lo que solemos ofrecerle los guionistas, lo más creíble es que los personajes hablen con circunloquios, no importa la catadura del personaje, todos son amigos del retruécano, como si la frase ampulosa fuera obligatoria en tiempos pretéritos.
Hay que inventarse ese lenguaje, claro. Tanto si es esa época como si se trata de hace sólo cien años. Siempre habrá a quien tus diálogos le parezcan un sacrilegio, alguno presumirá de que él sí que sabe, por encima incluso de historiadores, cómo hablaba hace siglos la gente de a pie.
La referencia fundamental es, claro, Yo Claudio. No importa los años que pasen, que el brillo de la imagen nos recuerde su edad: sigue siendo un monumento. Y en lo que respecta a los diálogos –teatrales en el mejor sentido de la palabra– dan buena idea de lo que uno debería hacer. Lo que viene llamándose drama.
¿O es más creíble que los hagamos hablar en latín, hebreo y arameo, como hizo Mel Gibson en La pasión de Cristo?
Y en el extremo contrario, ¿qué le importa la credibilidad a los que hacen hablar a los esclavos romanos como eastenders? Esta comedia imposible de romanos que parecen macarras está arrasando al otro lado del Canal:
EL ACENTO IMITADO
Quizá los casos anteriores parezcan excepcionales. Está bien: estamos escribiendo un guion que transcurre en 2013 y en el que todos los personajes viven en el mismo barrio. Aquí suele manifestarse nuestra especialidad: personajes que no tienen acento, que hablan como si no pertenecieran a ninguna parte. En esto tiene su parte de culpa la imposición del doblaje –y un toque centralista, para qué engañarnos– que normalizó para nuestros oídos el habla de la ficción. El caso es que no solo nos molestan los subtítulos, también dicen que los acentos molestan a nuestro público, que lo sacan de la historia, que quitan gravedad al personaje, que el toque local espanta a los que sean de otra parte.
He trabajado con presentadores que enfermaban para que en la grabación no asomase un seseo inoportuno. Andaluces, gallegos o catalanes esforzados en parecer de una imaginaria Castilla, portadores de lo que aún hoy seguimos considerando el habla normal de un español medio. Meryl Streep o Leonardo di Caprio se trabajan un acento diferente para cada película. Porque no se habla igual en Atlanta que en Seattle, en Vermont que en Albuquerque. Por no recordar la contraposición entre el habla británica y el habla yanqui, un lugar común en cualquier serie o película dialogada en inglés.
Aquí, salvo excepciones, es algo que dejamos para secundarios: la gente del lugar, la chacha, el gracioso, el camarero o la anciana que gruñe. Eso queda bien aderezado con el acento correspondiente, dicen. Los protagonistas, no, nunca. Y no me refiero únicamente al acento, no estoy hablando de interpretación. La sintaxis es una seña de identidad del personaje, revela su forma de pensar. En esto deberíamos ser inflexibles. No escribamos películas dobladas. Escribamos personajes con denominación de origen.
Esto era parte del meollo cómico del éxito francés Bienvenidos al Norte, en el que el protagonista era destinado a una región en la que todos le parecían marcianos. Y supongo que ese contraste en la forma de hablar seguirá siendo algo fundamental en la adaptación española que en un par de meses empieza a rodarse: el andaluz que se instala en Euskadi. Nos reiremos. Cómo es posible que no lo hayamos hecho antes.
LA BATALLA DE LA ZETA
Para que no pensemos que este es un asunto de ahora, les remito a un curioso episodio de los primeros tiempos del cine sonoro sobre el que alguien, alguna vez, debería hacer una película. Y si la hace, por favor, dejadme que sea yo quien la escriba. El título lo dice casi todo: La batalla de la zeta.
Con la implantación del sonido en las proyecciones, la mejor manera de que las películas de Hollywood viajasen por el mundo era rodar versiones en diferentes idiomas, en las que cambiaban todos los actores menos la estrella, que se las apañaba para repetir el diálogo chapurreando lo que hiciera falta. A veces también se sustituía al protagonista, con resultados notables, como ocurrió con el cordobés Carlos Villarías, del que dicen que daba más miedo que el mismísimo Bela Lugosi encarnando al conde Drácula en el clásico que todos conocemos.
Las dobles versiones dieron trabajo en Hollywood a una troupe de actores y escritores españoles y también, claro, mexicanos, cubanos y argentinos. Al cabo de unos meses, se montó una trifulca entre todos ellos, porque cada uno reivindicaba su forma de hablar como la genuina. Vale, decían, hay que adaptar el guion al español. Pero, ¿de qué español hablamos cuando hablamos de español? La tormenta acabó por marear a Irving Thalberg, y a Edgar Neville le tocó convencerle para que contratase al dramaturgo Gregorio Martínez Sierra, aterrizado en Los Ángeles para ejercer de juez entre las partes.
Y en eso, llegó el doblaje. Todos a casa.
LEJOS DE CASA
Hace casi un año que un compañero, Martín Román, partió ligero de equipaje hacia México, D.F., con un show reel que mostrar y todas las ganas del mundo. Eso, y una pizca de buena fortuna, le trajo a su mesa el contrato para escribir un guion de largometraje. Había un pequeño problema: la acción sucedía en México, claro, y los personajes hablan un idioma que es el nuestro y al mismo tiempo es otro. Supongo que Martín se sintió como un soldado de trinchera en su personal batalla de la zeta, poniendo en boca de sus personajes expresiones que él mismo acababa de aprender.
¿Cómo hacer en un caso así? No es difícil de imaginar, puro sentido común, pero hay que ponerse en la piel de Martín, sentado ante la pantalla en blanco:
“Desde que llegué a DF, aunque sin perder el acento, he intentado interiorizar y utilizar las expresiones que se usan por aquí. Cuando me encargaron mi primer guión expliqué a mis productores que no me veía cualificado para dialogar en “mexicano”, llevaba poco tiempo en el país y sentía que las expresiones sí cambiaban “un buen” (así se dice “mucho” por aquí). Me dijeron que no me preocupara, que dialogara y luego con el director los adaptaría al habla mexicana. Cuando tuve la segunda versión del guión les pedí a algunos de mis compañeros de clase de actuación que me ayudaran con una lectura en voz alta. A mí me servía para escuchar el ritmo de los diálogos, descubrir qué estaba españolizado y ver si mis gags me funcionaban y a ellos, en su mayoría en sus primeros veinte, para tomar contacto con un guión de cine. Aceptaron, hicimos la lectura y me fueron señalando errores como el uso de vosotros en lugar de ustedes y algún tiempo verbal. En el guión que empiezo a escribir ahora volveré a aplicar la fórmula.”
Reconozco que este tipo de gimnasia verbal me resulta estimulante. Señalar en el mapa la forma de hablar de un personaje es un reto más que añadir a los habituales del guionista. Quizá los de mi generación estemos curados de espanto en la mezcla de acentos por los doblajes portorriqueños perpetrados durante años por Disney o aquellas disonantes charlas entre los ratones Pixie y Dixie: uno hablaba como un mexicano y el otro, como un cubano; y el disparate se completaba con la aparición del gato Jinks, con un exagerado acento sevillano, perseguidor de la pareja al grito de marditos roedore. Y al poco insistía: odio a muerte a los roedore. Vale.
[twitter-follow screen_name=’clopezguionista’]
Estupendo texto, Carlos. Lo que comentas de hablar en español con acento es ya casi un lugar común de series como 24. Inglés con acento checheno. Inglés con acento árabe. Inglés con acento ruso. Dennis Hopper con acento centroeuropeo. Son las cosas que nos zampamos cuando nos gusta una serie o una peli, pero que siempre sacan un poco y nos hacen ver el cartón. ¡Y qué difícil es reproducir el habla de un país en el que se habla español sin ser España! Todo un reto.
Gracias.
Gracias, Ángela. Los fieles a la versión original estamos acostumbrados a escuchar un extenso abanico de acentos. En nuestras series y películas, la cosa es más bien monótona. Ya nos vale.
Lo de Bienvenidos al Norte versión española es Peli? Creo que también hicieron la versión italiana puede ser?
La de críticas que hubo a la serie Bandolera por ambientar la historia en un pueblo inventado llamado Arazana situado en una Andalucía en la que nadie hablaba con acento andaluz!! Como bien dices los protagonistas no pero los secundarios ya sí hablaban con su acento, como los bandoleros Juan Caballero o El Chato y a medida que avanzó la serie aparecieron más andaluces con su acento… Y lo mismo es casualidad o es que algo cambia pero se agradece que a Paco Tous no le hagan quitarse su acento sevillano en las series en las que sale…
Si veis cualquier telenovela latinoamericana, también tienen un “acento latino neutro” que vale menos para el cono sur para el resto de países…
Sería muy divertido lo de la peli sobre la batalla de la zeta xD!!!
Gracias, aspirante. De “Bienvenidos al Norte” se hizo una versión en Italia que también se estrenó aquí. Lo curioso es que allí invirtieron el viaje y se llamó “Bienvenidos al Sur“. Como también fue un exitazo, el año pasado hicieron una segunda parte, esta vez en la otra dirección, con lo que también se llamó “Bienvenidos al Norte“. La versión española es una película, sí, el rodaje es inminente por lo que supongo que oirás hablar de ella. Director y guionistas son de lo más solvente, ojalá sea divertida.
Lo del “acento latino neutro” de las telenovelas es un invento demoníaco. Ya puestos, que hablen en esperanto. ¿Alguien se acuerda del esperanto, aquel idioma de laboratorio con un poquito de cada uno, llamado a hermanar a los pueblos? Os juro que estuve en un festival de esperantistas, aquello fue peor que una convención de trekkies, da para otro post.
Pues estaré al tanto de la peli a ver quienes la hacen tanto delante como detrás de las cámaras. Ojalá se muy divertida y arrastre a la gente al cine.
Esperanto madre mía qué locurón!
Gracias por contestar!!!
El acento neutro no me molesta si la acción se desarrolla en un lugar no específico. Ahora bien, si canta mucho cuando todos sabemos que la película o serie se supone que está rodada en Asturias, como La torre de Suso o Doctor Mateo y sólo dos personajes tiene acento.
En ese sentido me gusta las series británicas en las que puedes encontrar series donde está presente el acento escocés (Hammis Macbeth o Shetland) de las Midlands (WPC 56) o la mezcla de acentos que puedes encontrar en Londres (Whitechapel).
Es algo natural. Cuando hablamos de un acento no estamos hablando de vestirlos con el traje regional, sino de una parte más del personaje. Aquí el doblaje nos acostumbró a que John Wayne y Burt Lancaster hablasen igual.
Gracias por la cita, amigo. Gran artículo.
Gracias a ti, claro. Un tiempectito más en el DF y te haremos falta como asesores para volver a dialogar en castellano de acá. Abrazos.
Buen post. Completamente de acuerdo con lo de escribir personajes con denominación de origen… en la medida de lo posible, claro.
Es cierto que podría haber más diversidad, aunque se me ocurre que la culpa no es tanto del doblaje como de la Academia esa que se encarga de fijar, dar brillo y esplendor… ¡Odio a muerte a esos malditos roedores!
Por cierto, ¿cómo que no podemos saber cómo hablaban en el siglo XV?… ¡Prueba a releer La Celestina y ya me cuentas, Isabel!
Se me ocurren un par de paridas más, pero superan el ámbito de los comentarios y hoy hace una tarde demasiado bonita para pasarla de cara a la pantalla.
Gracias, tonipauan. El asunto no es que no se pueda averiguar cómo hablaban en otro siglo, sino si eso le parece creíble al espectador. En “Isabel”, por poner un ejemplo cercano, han suavizado expresiones para que los diálogos no sonaran demasiado arcaicos para el oído actual. Esto complica las cosas, porque dejan la pelota en el tejado del guionista, no del historiador.
¿Y qué opináis de Tom Cruise haciendo de conspirador alemán contra Hitler en Valkiria… hablando en perfecto inglés americano? Un ejemplo reciente de una larguísima tradición hollywoodiense. Respecto a este tema de los idiomas, los norteamericanos han mostrado siempre una falta de sentido del ridículo casi total. A mí déjame tres cuartas partes del mercado mundial y luego llámame tonto. O lo que te apetezca.
Como ejemplo contrario citar “Más allá de la vida” de Clint Eastwood, en la que una parte importante del metraje se hablaba en francés. Sorprendentemente, en la versión española, esta parte no fue doblada (o al menos eso creo recordar)
Buenos ejemplos, José Manuel. Y el propio Tom Cruise ha perpretado algunos engendros culturales, como el de Night and Day, que se rodó aquí, lo poco que les habría costado documentarse.
Pese a todo, la fidelidad al idioma no es lo primordial (no sé si contradigo lo escrito arriba). Me crié con películas como “La gran evasión”, donde todos hablan en inglés y a todos los oía doblados. Está basada en un hecho real, y no sé si la hubieran estropeado de ponerse tiquismiquis a la hora de hacerles hablar como en la realidad debieron hacer para entenderse. En fin, creo que no hay una receta para todo. Una vez más.
Estupendo post, Carlos, gracias.
Y estupendo consejo el de no escribir peliculas dobladas. Al hilo de esto, es curioso un caso en el que creo identificar que una mala traducción se ha acabado convirtiendo en una casi legítima transcripción realista. Las primeras películas de Tarantino, que tanto nos gustaron e impactaron, estaban plagadas de “fuck” por todas partes, casi de cada cinco palabras tres son “fuck”. En la versión española se traducían como “el jodido tal”, “la jodida cual”, etc. Y los guionistas noveles, y no sólo los noveles, empezaron a llenar sus pelis de jodidas peleas, jodidas pistolas y jodido todo. (Si yo lo hubuiera traducido habría usado quizás “puta pistola”, que se aproxima al tono sexual-ordinario y sí suena español, no sé). El caso es que después de tantos doblajes y tantos guiones inspirados en las pelis americanas y no en la vida, los chavales que hoy en día quieren ir de malotes utilizan jodido/a muy a menudo (los malotes de verdad, sospecho que no).
Y con esto te lanzo un tema, a ti que eres como los grandes delanteros que rematan a la escuadra hasta un melón: la vida que imita al cine. ¿Qué dices a eso, Carlos? Y no pienso solo en los diálogos, sino también en los andares, en la forma de fumar, en el lenguaje gestual, y hasta en las relaciones sexuales (las que han tenido parejas de edades muy distintas saben que no se comportan igual los tíos formados ya en la cultura del vídeo porno que los de generaciones anteriore, formasdfoen la imagene ido del tema.
Vale!
Gracias, Jelen. Nada de melón, esto es un temazo y tienes toda la razón. Siempre que hablamos de que alguien imita una película es porque un taradito se ha puesto la capa de Superman para tirarse desde la azotea. O un asesino se viste de Bane y dispara contra un patio de butacas. Esta guía de usos sociales y sexuales, de comportamientos importados de películas da para mucho. En los diálogos, es verdad que se parte de horrorosas traducciones. Afortunadamente, a nadie le dio por hablar como en “Dinastía” o “Falcon Crest”, en las que un personaje entraba por la puerta y decía aquello de “Vengo a disculparme por mi comportamiento de anoche”. O yendo más atrás, creo que nadie se acostumbró al “Se los dije” que soltaban en Superagente 86. Más atrás aún, recuerdo que me quedé de piedra cuando me enteré de que la prenda que llamamos rebeca se llama así por la película de Hitchcock… Y podríamos seguir.
Lo que me parece más inquietante es lo que hayamos podido aprender viendo las películas porno. Que vale, que se aprende, claro que sí, pero que en general reproducen un esquema de roles (allá va el viejo topo) digamos premachista. Jodido Nacho Vidal.
Habrá que seguir el asunto. No te prometo nada, pero si lo pegamos a las películas del siglo XXI es una auténtica propuesta de post.
Exacto, Carlos, a eso me refería: en el porno determinadas posturas absurdas solo se justifican para que haya un tiro de cámara, y en la vida privada resultan ridículamente distantes.
En la misma línea, pero más públicamente, cuántas cosas habremos hecho y haremos aún solo porque las vemos en las pelis, pero en realidad a casi nadie le convencen. Las explicaciones ideológicas del cine ya han hablado en exceso de los sistemas de valores y hábitos de consumo que nos cuelan las películas, pero me gustaría que buceáramos por debajo de las grandes ideologías, a los pequeños detalles que nos definen mucho más.
No sé si me explico: mis hermanos en verano, cuando éramos pequeños, caminaban con los pulgares en los bolsillos del pantalón, las piernas ligeramente arqueadas, los codos hacia adelante, como los vaqueros de los spaghetti western que ponían en el cine del pueblo.
Otra: dicen que los mafiosos italianos, gente de pueblo, bruta y sin sofisticación alguna, acabaron imitando los rituales y tópicos de las películas americanas.
Y hablando de machismo: en la generación de nuestros padres, y yo creo que aún pervive, al menos en Madrid, se extendió el empleo de la voz “macho”, como apelativo cariñoso, lo que después vino a ser “tronco”, “tío”, y hoy quizás “loco”, “máquina” o “crack”. Pues alucina, Carlos, macho, ¿sabes de dónde viene eso? De las películas mejicanas de Jorge Negrete que hicieron furor en la España de posguerra. (Summers hizo una peli: “Me hace falta un bigote”).
Pues ahora vete a la página del diccionario de la Real Academia (DRAE) y mira lo que pone en la voz “Rebeca”… Sí, en el apartado de información etimológica, la Real Academia cita al mismísimo Alfred Hitchcock…
Al que no cita, pero debería, es a Garci, en la segunda acepción de la expresión “asignatura pendiente”, aquella que va más allá del mero ámbito académico, que yo no dudo que viene de ahí.
Bueno, ya vale de frikadas. No, una más: ¿alguien ha dicho alguna vez, si no es por el influjo de una película doblada, “lo siento de veras”?
Que Dios te dé salud, y otros hablen de las cosas serias.
Lo tienes tan claro que deberías escribírtelo. Es un temaco. James Dean imitó a los adolescentes, y la siguiente generación le imitó a él. ¿Has visto en Los Soprano que el personaje de Steve Van Zandt se sabe El Padrino de memoria y le piden que lo recite? Y no sé si sabes que este asunto obsesionaba a José Luis Borau, que incluso tiene un libro (Palabras de cine, aquí lo tienes) en el que recopila frases hechas que han salido de películas.
En un post anterior (este, vete directamente al punto 4) hablé de las relaciones de ida y vuelta con la realidad. Alguna conozco de primera mano: cuando haces una película basada en personajes reales, entras a formar parte de esa vida que retratas, la distorsionas.
El run-run de fondo: Nosotros, tan empeñados en que nuestras peliculas parezcan trozos de vida y la gente quiere que su vida parezca una película.
Este artículo me ha recordado la discusiones sobre la cuestión de los idiomas en la serie “Hispania” en el blog de Natxo López, (entonces Guionista hastiado) o las que se produjeron en otros similares a cuenta de “Águila Roja” Lo que no deja de ser curioso es la ferocidad con que se llega a criticar una u otra decisión, dándo por errónea, y producto de la desidia y/o ignoracia de los guionista el tomar la postura que no le guste al espectador de turno.
Por ejemplo, es tan incorrecto históricamente que personajes del siglo de Oro hablen en español del siglo XXI (Águila Roja) como en un español actual pero salpicado de algunas expresiones y giros de la época para ambientar (“Alatriste”) o simplemente hablen de manera teatral (yo Claudio, Toledo).
Pero muchos acusan poco menos que de vagos y analfabetos a los guionistas de la serie de TVE por no meter de vez en cuando algún “Vuesa Merced” o similar.
Lo mismo con “Hispania” que los había que criticaban que romanos e hispanos se entendieran perfectamente en vez de perder medio capítulo en estar traduciendo lo que decían unos y otros en no sé sabe qué idioma…que esa sería otra cuestión ¿los romanos hablando en latín y los hispanos en español, aunque ésta sea una lengua romance? ¿o mejor un idioma inventado?.
Gracias, Juan. Exactamente ese es el centro del debate: cuando le pedimos verismo al habla de una serie de época lo que en realidad le estamos pidiendo es un cliché con el que nos sintamos a gusto. Que hablen de manera que nos parezca antiguo. Como si le pidiéramos que fuera en blanco y negro (lo cual también es absurdo, pero el pasado parece más antiguo en blanco y negro). Es una convención. Un invento. Y en ese sentido, en efecto, tan legítimo y tan anacrónico es “Aguila Roja” como “Yo, Claudio”. Y a mí, por eso lo cito, lo de Mel Gibson con “Apocalypto” y “La pasión de Cristo” me parece un ejercicio igual de saludable que una borrachera de lejía.
Los comentarios están cerrados.