por Carlos López
IDEA
ESE MOMENTO de confusión entre sueño y despertar, cuando aún no estás seguro de si has tenido una idea o sólo la persigues, si es la misma de siempre o, por fin, algo original. En ese momento retrasas los compromisos, llegas tarde a todo porque puede ser la idea que estabas esperando, te obligas a no levantarte de la cama hasta darle forma, enunciado, un nombre y una línea de convicción. Y entonces, en ese momento, te vuelves a quedar dormido.
Y sabes que la idea, esa u otra, es la falsa liebre tras la que corres como un galgo de competición. Nunca consigues atraparla. Y el día que le das alcance, de golpe deja de gustarte. QUÉ OFICIO.
CAJONES
Luego vendrá ESE MOMENTO en el que, de pronto, todo te interesa. Cancelaron tu serie, prometieron llamarte pero pasan los días y no te llaman. Y tú buscas en el fondo de los cajones de tu mesa y en los de tu portátil. Recopilas historias, retomas proyectos, vuelves a ir al cine y a leer las noticias tomando notas. En cada titular ves la semilla de una historia y acumulas información que pronto se convierte en sinopsis. Empiezas a escribir tres guiones a la vez aunque sabes que difícilmente terminarás dos y es improbable que vendas uno.
En ese momento calculas cómo de deprisa han de ir las cosas para que tu cuenta bancaria registre el próximo ingreso (mandas el proyecto–te responden–te reúnes–les gusta–te lo encargan– negocias–firmas el contrato–escribes–entregas–facturas–cobras) y te das cuenta de que no llegarás vivo. Llama. Coge el teléfono y llama. Pregunta por aquel proyecto, ofrece uno nuevo, camufla tu impaciencia de entusiasmo y piensa con fuerza en la palabra dinero a ver si les llega el pensamiento por las ondas y así se apiadan de ti.
Descuelgas. Marcas. Soy yo. Hombre. Ya ves. Cómo está la cosa. Es que. Hay que. Por eso llamaba. Ya, pero es que justo ahora. No, si yo. Claro, claro. Pero pásate cuando quieras.
En ese momento ya es tarde para darte cuenta de que NO deberías haber llamado. Antes eras alguien a quien podían llamar. Ahora pasas al final de la lista. Tu llamada es una entre cien. Todos llaman. Sólo algunos son los llamados.
¿Por qué nadie nos dijo que el talento para venderse era
mucho más necesario que cualquier otro talento?
IMPOSTOR
ESE MOMENTO en el que tienes que estar a la altura de la sinopsis, vendida con pasión y entusiasmo, promesa de un deslumbrante guion que casi ni te atreves a escribir por miedo a decepcionar a todo el mundo. Vale, has traspasado la línea, les gusta tu idea y están esperando tu guion con impaciencia. En ese momento te dices, una vez más, que de esta vez no pasa, que esta vez te descubren, ésta no les engañas, sabrán que tú estás aquí de milagro y que por mucho que presumas, por muchos cursos que impartas y muchos artículos que escribas NO TIENES LA FÓRMULA. Eres un impostor. Todos los guionistas somos impostores.
En ese momento te das cuenta de que en esta profesión poco importa que lleves uno o veinte guiones a la espalda, que seas novato o vieja gloria: todos igual de indefensos ante la pantalla en blanco, que es la única verdad absoluta, con miedo a no acertar, a no gustar, a no gustarte, a no hacerlo bien, a no superar la prueba. Todos los guionistas somos estudiantes en examen constante.
Y para rebajar la presión buceas en google como si la inspiración tuviera página web. En ese momento tropiezas con algo inesperado, fuera de lo común o quizá tan común que a todos puede interesar: el posible argumento de otra historia. Aún no has terminado un guion y preferirías estar escribiendo otro. Todos los guionistas somos infieles, engañamos a nuestras ideas con otras.
¿Por qué la experiencia sirve de tan poco cuando empiezas a escribir un nuevo guion?
SUDOKU
ESE MOMENTO en el que acaba la maratoniana reunión de trabajo y todos se relajan menos tú, porque a ti te toca convertir las notas en guion. Al primer repaso te das cuenta de que hay que rehacerlo de arriba abajo, y eso que todo el mundo decía que le gustaba, que eran cuatro cambios de nada, que no te iba a costar y que por eso, claro, tendrías que tenerlo listo para el lunes. Otro fin de semana con las manos sobre el teclado.
En ese momento te parece una tarea imposible. No sólo porque no vas a llegar a tiempo sino porque no hay manera de hacer caso a todo y a todos a la vez. Tienes delante los informes de todo el mundo y, por supuesto, defienden propuestas contrarias. Quieren violencia sin sangre, amor sin sexo, intriga sin misterio. Algo potente que no moleste a nadie. Todo fácil de digerir, que el público no trabaje. A cambio, a ti te piden un sudoku que no hay manera de cuadrar, porque además acabas de enterarte de que van a suprimir personajes, que hay menos exteriores y que tienes que contar lo mismo con menos tiempo, dinero y preparación.
Maldices mientras escribes, echar la culpa a los demás inyecta creatividad, tanto límite impuesto te hace sentir menos responsable del resultado y escribes a chorro, única posibilidad, por otra parte, de acabar el guión en tres días. Te gusta: a ver si al final van a tener razón.
En ese momento descubres que los calendarios son un fuelle que actúa por libre, que a estas alturas ya deberían estar rodando y tú, ya ves, tienes entre manos la décima versión. Qué ganas tienes de terminar, de que salga en vídeo, de que la pasen por la TDT. Ya está. Se acabó.
Y entonces te entra el pánico: cuando acabes no sabes qué será lo siguiente. ¿Y si este es tu último proyecto? Tienes prisas por acabarlo y a la vez miedo a que acabe. Reconócelo: no es la situación ideal para escribir chistes.
Justo en ese momento suena el teléfono: la grabación se retrasa porque la actriz, que siempre fue la más entusiasta del proyecto, acaba de firmar por otro. Hay que reescribirlo todo.
¿Por qué escribir guiones es un bucle infinito, en el que
toda palabra impresa es siempre provisional?
BLANCO
ESE MOMENTO en el que relees lo escrito el día anterior y te das cuenta de que es mucho peor de lo que recordabas. Y tú que confiabas en que hoy, por fin, ibas a pasar de la página treinta, vas a emplear una jornada de diez horas en revisar, repensar, retocar, rehacer, reinventar, reescribir. Una jornada en RE.
En el momento del café te tomas una pausa y el zapping recala en una película mil veces vista que ahora te atrae como un imán: esa escena es exactamente la que tú estás escribiendo. Te dicen que sucede con las embarazadas, que sólo ven bombos cuando salen a pasear, pero no le encuentras ninguna gracia a la analogía. Porque esa película la han visto muchos como tú, es la prueba del delito. ¿Vas a decir que es un homenaje, un plagio consciente de fan? Venga, hombre, tú siempre lo has criticado. Pero es que cuando escribes, todas las escenas son tu escena, todas las películas hablan de ti, te sientes un loro de repetición, un cine de reposiciones. Todo está inventado. Copiamos mal lo peor de los demás. Donde otros fallaron tú te empeñas en ser el próximo. Buena suerte.
Terminas la jornada con las piernas sobre la mesa, la mirada en el techo, la mente en blanco. Lo dijiste: blanco. La palabra maldita. ¿Y si alguna vez me quedo vacío? ¿Y si llega un momento en que no se me ocurre nada y ese momento ya es para siempre?
¿Hasta cuándo seguiremos siendo capaces de inventar
algo nuevo cada día?
CRÉDITO
ESE MOMENTO en que se te ocurre pasarte por el rodaje en plan amistoso, a mostrar tu buen carácter, no vayan a decir que, además de friqui, eres un ermitaño. Te presentas sin avisar, mala idea, y cuando llegas no reconoces tu guion, ni sabes a qué mano se deben esos diálogos que los actores están interpretando con la cámara en REC. Desconcierto. Ganas de hacerte minúsculo. Quieres salir corriendo pero eres lento, enseguida te llevan al catering, te adulan, te amansan. Lo que más te duele no es que lo hagan, lo que no entiendes es por qué nadie te lo ha dicho.
Te recuerda a ese momento vivido en la oscuridad de una proyección, un pase para el equipo o puede que el mismísimo estreno. Ahora es costumbre que todos los rótulos aparezcan al final, sabes que lucen menos pero ahí quedan para siempre, así que los lees de corrido esperando a que aparezca tu nombre. Es el peor momento para una sorpresa que a veces ocurre: tu nombre aparece mal escrito; o al director le ha dado por firmar también el guion; o sales en el rodillo de agradecimientos, ahí, sepultado en una cascada de apellidos.
Bien pensado, peor si los rótulos hubieran sido al principio: habrías pasado toda la película mascando con rabia cuál va a ser tu respuesta al desaguisado. Está muy feo pegarse por un rótulo, es verdad, pero te dices que más feo es quedarse callado y dejar que te pisen. Vamos allá, valiente.
Cuando se encienden las luces ya te has convencido de que en el fondo te da igual, que lo mejor es no decir nada y que te supongan enfadado. Al llegar a casa escribes una protesta que piensas enviar con tu firma pero en nombre de toda la profesión. Un mail incendiario que guardas en la carpeta de borradores y que, meses después, arrastras a la papelera como si no fueras tú quien lo estuviera haciendo.
Algún día la pasarán por la tele. Eres un masoca y esperarás a ver el rótulo para recordar aquella indignación. Te tragas media película y cuando llega el final, la cadena corta a publicidad en cuanto sale el primer rótulo. Chasco. Ya ni indignarte puedes, ni siquiera con carácter retroactivo.
¿Por qué tenemos una relación tan extraña con
las películas y series que hemos escrito?
ROJO
En ESE MOMENTO te juraste a ti mismo que no volverías a un estreno. A los tuyos, para evitar sorpresas. A los demás, porque allí no hay sorpresas, con lo cual para qué. Los estrenos son para caras conocidas, las que pueden reconocer los fotógrafos, una definición manga ancha del concepto de famoso en la que nunca caben los guionistas. Ni falta que hace. Lo que no quiere decir que quizá podrían esforzase un poquito en darte mejores entradas que la última fila del gallinero, literalmente la última butaca de la última fila, unos cuantos estrenos te has visto desde allá arriba, ¿se creen que los guionistas no sufrimos de vértigo?
Justo en ese momento caes en la cuenta de que tu entrada no tiene punto rojo. Eso aparta la posibilidad de que todo haya sido fruto del azar, del sistema informático, de tu retraso en pedirlas. No. Hay premeditación. El punto rojo. El que tú no tienes.
A la salida, en el vestíbulo, alguien te pregunta si vas a tomar una copa. Tú respondes que mejor no, que estás cansado y mañana curras. Es verdad, pero es que no te han dado entrada para la fiesta, ni con punto rojo ni sin él. Así que vas al servicio y allí coincides con ese actor que has visto en plató pero nunca te presentaron, le has escrito páginas y páginas de diálogo pero cuando evacuáis cara a la pared no os dirigís la palabra. Miras de reojo y compruebas que en el bolsillo de su chaqueta asoma un tarjetón con un punto rojo del tamaño de una ficha de parchís. Y el actor te devuelve la mirada arqueando la ceja: yo creo que se está pensando lo que no es. Estaba mirando el punto rojo, le digo. Ya me he dado cuenta, me dice él.
De vuelta a casa, te alegras de no haber sido invitado a la fiesta: sabes positivamente que media hora después te habría arrinconado un amigo de un familiar de alguien del equipo, que copa en mano estaría contándote la historia de su vida año por año, porque eso sí que es una película.
¿Por qué formamos parte de un espectáculo
que se empeña en olvidarse de nosotros?
CRASH
ESE MOMENTO en que tu ordenador hace crash. La tragedia con mayúsculas. Ni siquiera ha llegado a encenderse, se te ha ido sin avisar, por primera vez lo miras como a un objeto sin vida. Y te sientes un idiota porque cumples a rajatabla la ley de Murphy: anoche no hiciste copia de seguridad, no lo mandaste a la nube, ni siquiera un correo a ti mismo, ni un duplicado en un pen. Nada.
En ese momento te sabes sentenciado, por eso no te extraña que en el servicio técnico te digan que no hay ninguna seguridad de que puedan recuperar los datos y de que, en cualquier caso, van a tardar una semana. ¿Una semana? Pero si el ordenador es una placa más pequeña que una tableta de chocolate, ¿cuántas cosas se pueden hacer con algo así en una semana? ¿Van a hurgar en mi privacidad, van leerse el guion y opinar sobre él? Seguro que me echan la culpa del desastre: mire usted, tío pedante, el ordenador ha hecho crash porque escribe usted cosas muy malas. Y encima le hemos visto que pidió una subvención.
Nadie te presta un ordenador, así que pasas una semana a dieta absoluta. Si estás en una producción, te acercas a la oficina a escribir en donde haga falta. Si estás en casa, pasas el mono como puedes. En ese momento te das cuenta de hasta qué punto eres un yonqui del teclado. Eres como Adrian Brody en El pianista: denme un tablón de madera y moveré mis dedos como si mecanografiase. Como no encuentras el tablón, al rato entra un amigo en casa y te pilla abriendo una lata de melocotón con el abrigo puesto. A ver cómo se lo explicas.
¿Qué ordenador tendría Shakespeare, Apple o Pc?
SUSPIRO
ESE MOMENTO en que un SMS te anuncia un share del nueve o una recaudación por copia que roza lo miserable, que da tristeza imaginarte a los espectadores desperdigados por la sala. En ese momento vuelves a ser consciente de que todo tu trabajo casi siempre desemboca en poco menos que nada, una traca que hace pum y se apaga. Meses y a veces años de dedicación para un suspiro. Y nadie sabe cómo se hace, por fortuna y por desgracia, tú menos que nadie: lo que te gusta fracasa y lo que detestas es alabado y hace caja.
Todo por un suspiro. ¿Merece la pena?
Justo en ese momento te puede dar por preguntarte si de verdad tienes talento. Si tú servías para esto o si todo se reduce a que eres un cabezota, a que te empeñas en ser algo que en realidad no eres. Eres un impostor.
En ese momento de bajón, no sabes cómo, acabas en una web en la descubres que la tesis doctoral de Sigmund Freud trataba de los testículos de anguila. Tenía veintiún añitos. El trabajo se titulaba: “Observaciones sobre la configuración y estructura fina de los órganos lobulados de anguilas descritos como testículos”. Es decir, los cojones de las anguilas, que, al parecer, existían teóricamente pero nunca habían podido ser analizados. Con el único propósito de encontrar los cojones a las anguilas, el joven Sigmund viajó a Trieste y allí, después de diseccionar cuatrocientos ejemplares, fue consciente de su fracaso. Como suena: fracaso. Una nulidad científica.

¿Superó Sigmund Freud el fracaso de no encontrar los testículos de las anguilas? (Viggo Mortensen es Freud en “Un método peligroso”)
Supongo que el joven Sigmund Freud pasaría, al menos, una mala noche. Una crisis. A punto estaría, quizá, de tirarlo todo por la borda, a la mierda, me cago en la madre que parió a las anguilas, para qué soñar, si yo no valgo para la ciencia, ya lo decía mi madre. Se acabó: abro una tienda de zapatos. O ingreso en el Ejército, que hay paga y comida.
Se echaría a dormir. Y a la mañana siguiente, en ESE MOMENTO de confusión entre sueño y despertar, cuando aún no estás seguro de si has tenido una idea o solo la persigues… el joven Sigmund se convirtió en el doctor Freud.
Merece la pena seguir porque la idea que estabas esperando
siempre está a punto de llegar.
Quién sabe para qué estás dotado, si para las anguilas o el psicoanálisis, quizá todo sea cuestión de ponerle ganas. El éxito está a la vuelta de la esquina, más cerca de lo que uno supone. El fracaso es la primera etapa del éxito. Todo este asunto –la vocación, el talento, el esfuerzo y la recompensa– será, con total seguridad, objeto de un futuro post.
Y así llegas a ESTE MOMENTO en el que caes en la cuenta de que hoy pensabas huir de tus acostumbrados posts largos como anguilas, que no querías ese tono de academia nocturna de guion sino un post simpático y ligerito. Y mira lo que te ha salido, una paja mental que ya supones que nadie leerá, o peor aún, van a decir que les gusta sin haberla leído, abundarán felicitaciones y, entre ellas, algún comentario destemplado al que responderás con rabia innecesaria. Como si las palabras fueran a cambiar el mundo.
Y entonces, pensando en Freud, EN ESTE MISMO MOMENTO te fuerzas a ser optimista y concluyes que de algo sirven las palabras. Puede que a otros no, pero a ti, de momento, el desgaste del teclado te está ahorrando una pasta en terapias.
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Pues aquí va la primera felicitación, y juro que lo he leído y que no es una paja mental: a mí me parece buenísimo.
Gracias, Ana, te creo: el guionista que escribió la entrada es un poco neurótico. El que responde los comentarios ya está más relajado. Al menos, a estas horas.
Tranquilo… “Todos nacemos locos, algunos continúan así siempre” (Samuel Beckett)
¿Por qué nadie nos dijo que el talento para venderse era
mucho más necesario que cualquier otro talento?
Bravo.
Carlos! Ya sé que no lo has escrito pa que te echemos piropos.
Me siento identificada en muchísimas de las cosas que dices, aunque mi ámbito sea la música.
Y, que lo sepas, me ha emocionado leerlo.
Yo no sé si tengo talento o no, pero cuando consigo emocionar a alguien, aunque se mi propia madre (las madres son fáciles), ya me merece la pena seguir en el oficio.
Si decides dedicarte a estudiar los testículos de las anguilas, por favor, no dejes de escribir posts de vez en cuando…
¡Gracias, Bárbara! Emocionar a alguien justifica lo que sea. Te prometo que el siguiente post será sobre músicos y guionistas, que te lo tengo prometido.
Hombre, cuando alguien lleva años viviendo de lo que se inventa puede decirse que algún talento tiene, no sé si poco o mucho y desde luego no es un talento universal, que sirve para todo y en cualquier sitio. Yo soy de los que cree que el talento sin esfuerzo es un desperdicio que no le vale a nadie para nada. ¡Un beso!
Suscribo casi todo lo expuesto, pero obre todo una cosa: la sensación de “esta vez me pillan”.
Es que un día nos van a pillar. Nos llevarán a la Audiencia Nacional y, esposados, confesaremos que llevamos años cobrando por algo que no tenemos ni la más remota idea de cómo se hace. Un abrazo.
Fantástico. Justo la clase de texto que quiero leer cuando entro aquí: el que me demuestra que no estamos solos en este mundo. Que a todos nos pasa más o menos lo mismo.
En el último estreno al que fui de algo escrito por mí, hace escasas semanas, el productor repartía tickets de copas a sus amigos mientras me miraba con una sonrisilla. Y, en fin, no es por la puta copa, es por el subtexto.
Saludos.
El subtexto nos duele solo a nosotros, Jorge, gracias. Y sí, desde luego, a veces un blog como este sirve para que cada uno compruebe que sus neurosis no son exclusivas. Aquí podéis contar vuestros castigos mentales, que se os leerá.
He leído el texto nada más levantarme, inquieto porque estaba esperando la llamada de un productor para decirme si le había gustado o no una sinopsis que le mandé hace unos días. Y es eso, la sensación de que esta vez te van a pillar. La inseguridad que te lleva a poder creerte que te digan que lo que has entregado es una obra maestra o un horror. Lo que ha escrito Carlos es una radiografía muy exacta de la psique de creo que casi cualquier guionista. Afortunadamente, hace diez minutos el productor me ha dicho que le ha gustado la sinopsis. Sigo en el juego. Me pillarán la próxima vez.
En el estreno de mi segunda peli me mandaron al segundo piso… luego vinieron a buscarme, diciendo que había sido un error. No me lo creí.
Gracias, David. Y enhorabuena porque sigas en el juego hasta la próxima. Errores como ese que cuentas nos han pasado a todos: no puede ser casualidad. Creo que a los guionistas son los primeros que nos quitan de la lista de correos con las invitaciones. Y como mucho nos envían a la planta de arriba. Es como invitarte con la boca pequeña. Que no pasa nada… salvo cuando ves a famosetes de cuarta en las primeras filas de la platea.
!Qué flipe de post! ¿Y si hacéis huelga como en EE.UU.? Joder!
Gracias, Antonio. Tenemos motivos hace años para ponernos en huelga. Alguna vez no tendremos más remedio que hacerla, digo yo, no quedará más remedio. Pero tampoco pretendía esta vez quejarme de ninguna situación laboral. Si me quejo de algo es de mis propias neuronas, que están como rebotando por las paredes en cuanto las cosas no salen como uno espera. O sea, casi siempre.
Y encima todo ello no es más que para aplazar la decisión de qué quieres ser de mayor…
Me reconozco un inmaduro absoluto. Es quizá mi mayor síntoma de madurez.
Espero algún día poder sentir todo lo que comentas en el post. De momento, me sigo dando tortazos con todo lo que escribo y mi teléfono sigue sin sonar… Kamikaze? No. Guionista (pase lo que pase).
Me parece la única actitud posible. Adelante. No pretendo desanimar a nadie, sino justo lo contrario: en esta profesión no se puede dejar de pedalear nunca; no te creas que darse tortazos con lo que escribes y que no te suene el teléfono es algo que sólo pasa cuando estás empezando y que luego, ya, deja de pasar. Es algo que va unido al oficio. Y a lo que nunca se acaba uno de acostumbrar.
La única razón por la que repetiría el master de guión es por volver a disfrutar del talento (uno de tantos que tiene) de entretener y enseñar de la vida y del guión de Carlos López. Si vale más el talento de vender que éste, planteémonos cambiarlo todo.
Gracias, Eugenia. Porque hoy hace mucho frío, si no me sonrojaría. Si supieras lo que disfruto dando clase en el Master. Por cierto, que todo esto que cuento aquí ya os lo conté allí, ¿no? Creo que me repito mucho.
Qué texto más bonito, Carlos, y qué certero.
Ese suspiro, y esos anteriores en montaje, o en el primer visionado, en el que alguien, que quería contentar al jefazo, y al señor alcalde y al señor cura, va y dice “pero ¡esto es muy light! No tiene sexo ni violencia ni conflicto”. Le haré caso a tus últimos párrafos los días de suspiros, de sms, y de silencios en el teléfono.
Gracias.
Gracias. El mayor consuelo es que el éxito es casi tan fugaz como el fracaso.
Al contrario, el fracaso es el estadio normal y natural.
Y lo peor de todo es que siempre estamos buscando un plan B, aunque somos perfectamente conscientes de que, mejor o peor, esto es lo único que sabemos hacer.
Enhorabuena por el post!
Gracias, María. Sí, Freud pudo elegir entre las anguilas y los sueños. Nosotros, ni eso.
Efectivamente, esta vez te hemos pillado: ¡¡¡Eres un puñetero genio!!!
Tremendo el post. No puede ser más real. Lo imprimiré y lo pondré en la mesilla de noche para que, cada vez que me entre el bajón, me consuele pensando que, al menos en eso, me parezco a los buenos.
Exageras, tocayo, salvo en una cosa: en el bajón nos vemos.Gracias.
Trabaja de otra cosa y dedícate a escribir por amor al arte. Haz tus cortos, largometrajes, lo que sea sin que el dinero entre en la ecuación
Sí, esa es una opción. Tampoco te libra de neurosis. Y para hacer cortos o largos o lo que sea hace falta tener dinero, la ecuación sin dinero no existe.
Yo empecé, como muchos, haciéndolo por amor al arte. Di el salto a la profesión sin imaginar que iba a estar en ella más de seis meses. Y aquí sigo, con la misma precariedad emocional de entonces, como puedes comprobar. Además de lo que tú propones, creo que tiene que existir una profesión, porque esto debería ser una industria. Quizá estemos condenados a que sólo se puedan hacer únicamente webseries (honrosísimas y algunas de gran calidad), pero el gran artefacto que se monta cuando se rueda una película o una serie es algo mágico. Y caro. Industrial. Profesional.
Otro debate, interminable, es cuál es la posición del guionista dentro de esa industria. Y a una parte de eso me estaba refiriendo.
Carlos, ENHORABUENA. Suscribo todas las palabras, estoy de acuerdo en pensamientos que ni siquiera sabía “conscientemente” que tenía. La perspectiva emocional del guionista, por fin revelada. Me ha encantado.
Gracias, Ángela. Somos unos inestables con miedo a mirar más allá de la pantalla del portátil.
¿Se creen que los guionistas no sufrimos de vértigo? Vaya pedazo de texto, Carlos. Un placer leerte.
Muchas gracias, Antonio. Sabes que el placer es que te lean.
Magnífico.
Emocionante. Es para releer de cuando en cuando.
No has dado una: ni paja mental, ni falsas felicitaciones, ni comentarios destemplados :) Enhorabuena Carlos, me has dejado clavada a la silla, pegada a la pantalla… en total empatía neurótica :)
Gracias a todos, me guardo todos vuestros adjetivos. No es falsa modestia: minutos antes de publicar este post, me preguntaba si no era demasiado down, si quizá no iba a gustar a nadie. Bueno, como dice Natalia, me he vuelto a equivocar. O no: somos un pelín neuróticos, nosotros, los amigos del teclado, nunca estamos seguros de nada.
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Qué texto tan salido de las entrañas, me encanta. No me dedico a esto (por ahora), pero intuyo cada palabra que dices como algo que siempre he sentido, y es que me pierde escribir. Y al leer estas líneas me he desmoronado y reído tan a la vez que al final seguía tan en lo alto como al principio. Porque es más que una vocación, es una necesidad que no se puede eludir. Y lo de impostores, qué grande.
Una cosa que siempre he pensado es que el guionista y director deberían ser una misma figura, es tu idea, quiero decir, es tu mente su útero, quién mejor para ‘guiar’ a aquellos que deben darle forma. No sé, me parece lo más normal.
Gracias, Lucaso. Algunos me han dicho que era un texto descorazonador, pero te juro que no era mi intención desanimar a nadie. Cuento neurosis particulares que, creo, se repiten en muchos de los que escribimos, acostumbrados a la práctica solitaria nos tememos lo peor cuando hay que enfrentarse al mundo exterior. Y como digo, si no fuera por esos momentos, quizá la cosa sería más fácil. No sé.
Discrepo en lo de guionista y director. Puede ser la misma figura o puede no serlo. Siempre están muy cerca, y mejor si piensan la misma película. Pero son profesiones diferentes.
Qué grandísimo post. Gracias.
Tengo 20 años y tengo pocas cosas claras, pero una de ellas es que quiero ser guionista. Y aprendo mucho leyéndoos. Y me ilusiono muchísimo pero a veces me da miedo, porque sé que es complicadísimo llegar, y más complicado mantenerse.
Pero llevo toda la vida escuchando que nadie te regala nada. Curraremos, y ‘fracasos’ como este que cuentas… sólo nos hacen crecer. Y pensaba que un texto así me desanimaría mucho y me acojonaría más, y me sigue dando miedo pero… me anima a seguir persiguiéndolo, creo que es lo que me gusta y creo que merecerá la pena. Dímelo tú.
Lo dicho, mil gracias por estos párrafos y los que quedan!! Aprendo muchísimo y me ilusionáis más.
Saludos desde Málaga :)
Hola, Celia. Me pillas al teclado (sí, así es la profesión, no respeta ni sábados ni fiestas, y no me estoy quejando, ¿eh?) y te diré que me has alegrado el día. Ilusión es lo que más hace falta, para la vida y para el mundo, y parece que tú la tienes a borbotones. Incluso aunque no tuvieras del todo claro que esto es algo a lo que te gustaría dedicarte, ya deberías intentarlo. Porque los años pasan y a la vuelta de la esquina estarías arrepentida de no haberlo hecho.
Es difícil, tú lo has dicho. Hace años parecía más loco que ahora, fíjate. ¿Merece la pena? Si te gusta esto (escribir, la ficción, la representación, el espectáculo, el cine, la televisión, etc) tendrás momentos chungos y grandes momentos absolutamente impagables. Y no descansarás, toda la vida intentándolo, lo cual es muy fatigoso pero te asegura que nunca dejas de aprender. Que para eso estamos.
Un abrazo.
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