Juanjo Ramírez Mascaró nació en Sevilla, creció en Fuerteventura y probablemente morirá en Madrid. Engañó a gente con más talento que él para rodar un largo con cacahuetes, escribió sketches para los vascos (o para youtube, o algo así), un thriller y unas cuantas cosas más, la más importante de ellas: Beber cerveza.
A estas alturas todos conocéis – más o menos – la historia de El señor de los anillos. Es algo que le tenemos que agradecer al bueno de Peter Jackson.
No obstante, hay una parte de esa historia que la gente ignora, a menos que se trate de gente con mucho interés en la mitología de Tolkien, o con una vida social lamentable.
Sucedió hace muchísimo tiempo. Miles de años antes de que naciesen Bilbo, Frodo y Vigo Mortensen. En aquellos días, los dioses (Tolkien los llamaba “valar”) aún se interesaban por nuestro bienestar. Por eso les jodía que un cabroncete llamado Sauron se dedicase a fabricar ejércitos de orcos para hacenos la vida imposible.
Sauron era un espíritu maiar. En el universo de Tolkien – para que nos entendamos – un maiar es algo así como un semidiós. Por eso los dioses llegaron a la conclusión de que la mejor manera de intentar derrocar a Sauron era enviar a otros cinco semidioses a luchar contra él. Esos cinco elegidos se infiltrarían en nuestro mundo adoptando la apariencia de ancianos barbudos, y se les conocería como “los cinco magos”. Su única misión consistiría… pues en eso… en cargarse al hijoputa de Sauron.
Era una misión difícil, así que los “semidioses” elegidos tenían que ser la crème de la crème, los putos amos. Cuatro de ellos, en efecto, eran los mejores candidatos. Entonces llegó Manwë (que en la mitología de Tolkien es algo así como Zeus) y se empeñó en que el quinto mago fuese un semidiós llamado Olorin.
Olorin no quería aceptar la misión:
– ¡¿Yo?! ¿¡Uno de los cinco magos, yo!? Coño, Manwë… yo no soy tan crack como los otros cuatro. Me considero débil y… a ver cómo te lo digo… ¡¡le tengo muchísimo miedo a Sauron!!
Y Manwë, el Zeus de Tolkien, le respondió algo así:
– Ya sé que temes a Sauron. Por eso mismo quiero que seas tú.
Olorin aceptó la misión. Se fue a la Tierra Media con los otros cuatro.
El más poderoso de esos cinco magos (un tal Saruman) subestimó a Sauron y terminó corrompido por él, esclavizado. Los otros tres subestimaron el peligro y la importancia de la misión. Perdieron el norte. Se dedicaron a otras cosas.
El pobre Olorin fue el único que cumplió con su deber. En la Tierra Media le conocieron por muchos nombres. Los elfos lo apodaban Mithrandir…
… y los hombres le llamaban Gandalf…
Gracias al terror que le inspiraba Sauron, nunca subestimó a su enemigo, ni subestimó su misión. Fue el único de los cinco que luchó contra Sauron hasta el final.
Me gusta tener muy presente esa historia cuando trabajo, porque los guionistas padecemos la enfermedad de creernos más listos que nadie, y eso nos lleva a subestimar muchísimas cosas. Somos expertos en minusvalorar a Sauron.
Se me ocurren, como mínimo, cuatro cosas que un escritor jamás debería subestimar y que, a pesar de ello, todos subestimamos de cuando en cuando:
Subestimamos lo “amateur”.
Y al hacerlo nos perdemos nuevos enfoques, nuevas perspectivas, muchísimas oportunidades de evolucionar.
Nos cuesta tomar en serio un guión que no esté escrito en formato profesional. Miramos por encima del hombro cualquier tipografía que no sea courier, cualquier diálogo que no esté centrado, cualquier trama en la que los actos no estén estructurados como a nosotros nos han enseñado, cualquier frase demasiado explicativa, cualquier acotación innecesaria.
Nos pasamos la vida proclamando a los cuatro vientos que en lo nuestro no hay reglas, que simplemente hay algunas pautas orientativas y etcétera, etcétera y más etcétera. En el fondo no nos lo creemos ni nosotros. Cuando algo no cumple con ciertos parámetros nos ponemos muy nerviosos y nos defendemos adoptando ese elitismo tan propio del gremio.
Somos una profesión que rinde culto a normas sagradas por una cuestión de pura inseguridad. Por pura crisis de identidad, incluso. Tenemos miedo de no ser una profesión de verdad.
Y nos asusta la blancura del folio. Por eso lo llenamos de señales de tráfico.
El trabajo de un novato, ¿funcionará peor que el de un profesional? ¡Probablemente! Normas aparte, ejercer el oficio aporta esa experiencia necesaria para contar mejor las cosas, nos ayuda a resolver las situaciones con más elegancia. ¡Eso nadie lo discute!
En ese caso, ¿merece la pena desdeñar lo amateur? ¡Yo no lo creo! Esa clase de trabajos, precisamente gracias a su inobservancia de las “normas sagradas”, puede albergar una frescura que muchas veces no está al alcance de lo profesional. Aunque su ejecución nos parezca cutre o torpe, ahí podemos encontrar ideas salvajes, no domesticadas… que conduzcan a senderos inexplorados.
Existe, en mi opinión, otra razón de peso para prestar atención a lo amateur: Muchas veces esa gente que empieza – o que no ha tenido ocasión de contaminarse con toda la basura que se cuece en nuestro mundillo – vuelca un cariño y una ilusión enormes en lo que hace. Exponernos a algo realizado con esa actitud es como reencontrarnos con esa ilusión y esa inocencia que también poseíamos nosotros cuando empezábamos en esto. A veces es conveniente ese recordatorio. Recoger algunos tesoros que se nos han ido cayendo por el camino. Redescubrir qué era lo que más nos gustaba de este oficio, antes de que nos pusieran la correa.
¿Por qué no dejarnos contagiar por todo eso? ¡Imaginadlo! La ilusión ingenua del que empieza combinada con la experiencia del que lleva años entrenándose. ¡Mi cocktail favorito!
La otra alternativa es terminar como tres de los magos de Tolkien, que perdieron el norte. Olvidaron la naturaleza de su misión y se dedicaron a asuntos que no importaban a nadie. Por eso casi nadie los conoce.
Subestimamos los formatos de éxito.
Los escritores – quizá los guionistas en mayor medida – estamos demasiado acostumbrados a diseccionar a la gente y a la sociedad en que vivimos. Es parte de nuestro trabajo. Pero tiene efectos secundarios: Nos volvemos demasiado cínicos. Somos los críticos más despiadados del mundo. A ello hay que sumarle esa tendencia natural a creernos más listos y más especiales porque “no nos gustan las mismas cosas que a casi todo el mundo”.
El guionista que ensalza la serie más minoritaria de la HBO es el mismo que desprecia Sálvame y Gran Hermano. El escritor que presume de su pasión por Tolstoi es el mismo que desprecia el último bestseller de Crepúsculo y la última “autoayuda” de Paulo Coelho.
Grave error, en mi opinión.
Cuando un producto interesa a demasiada gente, siempre existen razones para ello. La gente no es tan tonta. Quizá te resulte más cómodo pensar lo contrario: que la gente es imbécil y ésa es la única causa por la que consume los contenidos que a ti no te gustan. Esa comodidad le encanta a Sauron. Es la telaraña que usa para atrapar a muchas de sus víctimas.
A mí me gusta leer algún bestseller de vez en cuando. Un Michael Crichton, un Código Da Vinci. No son el tipo de literatura que más me llena, pero oye: Esas novelas, además de entretener, son una auténtica lección sobre cómo manipular al lector, cómo engancharle, cómo secuestrar su atención o a qué temas apelar para tocarles la fibra.
Formatos como Sálvame o Gran Hermano no me motivan en absoluto, pero me esfuerzo en no subestimarlos, en intentar adivinar las razones de su éxito. ¿Por qué fascinan tanto a la gente? ¿Qué busca el público en ellos que no encuentra en otros lados? Resuelve ese enigma y sabrás qué temas utilizar para apelar a las emociones de la gente, o cómo construir un personaje que caiga bien o mal a tu audiencia.
Mi abuela era catedrática de griego, y estaba enganchadísima a los culebrones. Según ella, todos los conflictos que se narraban en los culebrones se correspondían con arquetipos de los mitos griegos. Analizad las tramas de los culebrones. Os ayudará a saber qué símbolos ejercen más poder en el inconsciente colectivo.
¿Que no os gusta Física o Química? Da igual. Analizadla. Intentad ver por qué funciona, y por qué ha marcado a una generación. ¿Que A tres metros sobre el cielo no es vuestro tipo de peli? Da igual. No cometáis el error de despreciarla. Ésa es al menos mi opinión.
La prepotencia es peligrosa. Recordad al mago Saruman. Se consideraba superior a su enemigo, y eso lo convirtió en esclavo.
Subestimamos al público.
Este concepto estaba implícito en el apartado anterior, pero me gustaría insistir un poco más en él, porque lo considero importante. Así que repito, repito, repito:
LA GENTE NO ES TONTA.
O al menos no es tan tonta como creemos. De hecho, son más exigentes de lo que suponemos. El hecho de que la mayoría del público no tenga formación audiovisual no significa que no sepa apreciar – a su manera – todas esas cosas a las que nosotros sabemos poner nombre. Llevan toda su vida viendo películas y series.
Un par de ejemplos de mi entorno más cercano:
Mi hermana – que no se dedica al audiovisual – evidenció los problemillas de estructura de Kill Bill primera parte, al decir que: “Me empecé a mosquear, porque la peli tenía pinta de ir a terminarse y la tía aún no se había vengado de casi nadie.”
Mi madre manifiesta su descontento cuando el primer acto de una peli se alarga demasiado, con la siguiente frase: “O matan a alguien o me voy.”
Y aunque casi nadie conozca el concepto del deus ex machina, casi todos exclaman indignados en más de una ocasión: “¡Venga hombre! ¡Eso se lo han sacado de la manga!”
El público se merece que lo tratemos con cariño, y con mucho respeto. Su mirada es más inocente que la nuestra, pero no es una mirada ciega. El mago Gandalf se interesó muchísimo por las criaturas más humildes y sencillas de la Tierra Media: Los hobbits. En lugar de ignorarlos como casi todo el mundo, se dedicó a aprender sus costumbres y se hizo amigo de unos cuantos.
Tiene gracia: Finalmente fueron tres hobbits quiénes consiguieron destruir a Sauron.
Ya por último:
Nos subestimamos a nosotros mismos.
Así de paradójicos somos los que nos dedicamos a esto de la escritura. Estamos todo el tiempo creyéndonos más listos que nadie, pero en el fondo somos los bichos más inseguros del planeta.
Por eso necesitamos tantas reglas. Por eso, aunque a veces no nos demos cuenta, renunciamos a nuestra propia voz para contentar al director o al productor de turno, como el perro al que le ordenan correr detrás de la pelotita. Por eso tenemos esa tendencia a minusvalorar nuestro trabajo, a malvenderlo o incluso a regalarlo.
Bueno… no hay razón para alarmarse. A lo mejor subestimarnos un poquito nos ayuda a no subestimar el resto de las cosas. Pensad de nuevo en El señor de los anillos. Los personajes que salvaron el mundo eran expertos en subestimarse. Frodo, Sam, el propio Gandalf. ¿Cómo lo consiguieron ellos? ¿Cómo derrotaron al señor oscuro si dudaban de sí mismos y de su propia fuerza? Pues tomando decisiones descabelladas, de ésas que no tienen lógica aparente pero que, de repente, se te infiltran en el corazón y en las entrañas y te obligan a cometer estupideces.
No se comportaban siempre así. No iban por ahí haciendo de la imprudencia su modus operandi. Pero en los momentos clave de la historia son sus corazones los que hablan por ellos y los impulsan a aceptar una misión suicida, a perdonarle la vida a una criatura que intenta matarlos, a saltar a un río aunque no sepan nadar.
Quizá sea ésa la brújula. Aprender a reconocer esos momentos clave, y esa necesidad irrefrenable de hacer estupideces y entregarnos a ellas, sin saber exactamente lo que nos espera, pero intuyendo – vete a saber por qué – que existe un buen motivo. Ya lo escribió el propio Tolkien: “Ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.”
Muy buen artículo. Y la frase de tu madre, genial. Gracias por la reflexión
¡Muchas gracias!
Estoy de acuerdo con lo que expresa el artículo, sólo veo un problema: lo de El Señor de los Anillos, no ocurrió en realidad.
¡Gracias! Yo creo que las grandes obras de la narrativa manejan arquetipos poderosos. En cierto sentido, yo diría que se trata de cuestiones eternas. Siempre han ocurrido y siempre ocurrirán aunque (desgraciadamente) no existan las elfas.
Sí, obviamente, lo que quiero decir es que en la realidad un planteamiento tan razonable como el que expones se puede ir al traste por variables absurdas como que por ejemplo a Sam le cayera una roca encima y lo matara, para la ficción sería una puta mierda, pero en la realidad podría ocurrir, y en ese caso la resolución no hubiese sido tan feliz (para Frodo es vital la amistad de Sam, aunque intentara alejarse, lo necesitaba).
De todas formas estoy completamente de acuerdo con lo que expones, creo que se puede aprender mucho de lo “malo”, y es que cuando una ficción es buena y funciona, todo encaja y se da por hecho, es fácil perder de vista por qué funciona y limitarnos a copiar, a veces de manera inconsciente. Incluso Jorge Javier Vázquez y su ‘Sálvame’ me merecen una cierta admiración.
En cualquier caso me ha gustado mucho el artículo, me ha hecho reflexionar, y reconozco que no conocía la historia de Gandalf, pese a haber leído dos veces el libro.
Eso de que “LA GENTE NO ES TONTA”. En “Men in Black” el personaje de Tommy Lee Jones dice que las personas, individualmente, no son tontas. Pero la masa sí. Y en la historia real (no en la literatura) hay muchos ejemplos de ello, de la masa tonta o tontísima.
Y en cuanto a “El Señor de los Anillos”; creo que precisamente son un buen ejemplo (más o menos, la verdad…) de “deus ex machina” con ese final donde de repente Gollum salta a morderle el dedo a Frodo y etc. etc. etc.
Entiendo lo que dices. No obstante, de una manera “un tanto sui generis”, ese final está sembrado desde el primer libro. Frodo desea matar a Gollum, y Gandalf le dice al hobbit que nadie tiene derecho a decidir sobre la vida o la muerte de otra criatura, y añade que él intuye que Gollum debe “cumplir su papel” entes de que termine toda esa historia.
Lo de “la gente no es tonta pero la masa sí” lo he leído atribuido tanto a Hitler como a Napoleón. Y al paso que vamos, dentro de poco aparecerá en Facebook atribuido a Pérez Reverte.
Señores bloguionistas, ¡qué buen fichaje! Me ha encantado el post.
¡Gracias, Ana, por la parte que me toca!
Como no soy un gran fan de la saga de Tolkien, la primera parte del post se me ha hecho casi insuperable. Confieso que le he dado a la ruedecita pero… ¡menos mal que he continuado leyendo! Subestimar al público es, para mí, uno de los grandes pecados de nuestro cine. El otro es el exceso de intelectualización, que creo también está insinuado en este muy interesante post. En España, el guionista – pero no solo él; también el director, los actores y hasta los eléctricos – está atacado por el síndrome del artista. Se enfrenta a su trabajo con la angustiosa necesidad de hacer algo culturalmente trascendente. Piensa como un crítico de cine, anteponiendo el espíritu a la carne, el análisis a la acción, lo consciente a lo que debería ser inconsciente, la presumible huella que su obra va a dejar en la cultura hispánica… a la obra misma, que se convierte en un producto afectado, al que se le ven las intenciones.
También es justo reconocer que, en los últimos tiempos, ha aparecido gente con nuevas ideas y nuevos planteamientos. Rodrigo Cortés, Bayona… han cogido el testigo de Amenábar y parecen ser una parte importante del futuro de nuestro cine.
Siento haberte aburrido con tanto Tolkien. Me alegro que te haya gustado el resto del artículo. Creo que cada vez hay más gente en nuestro audiovisual con la actitud adecuada. Sin pasta para hacer todo lo que desearía, pero claro… ¡no se puede tener todo!
Estoy de acuerdo en parte -o en una gran parte- en lo que se refiere a no menospreciar obras de éxito popular. Pero el problema es que hay veces en que lo que triunfa es lo peor de lo peor. A mi, que soy lector compulsivo de novelas de ese tipo, me pasó con el Código DaVinci. El problema era simplemente que estaba pésimamente escrita, y aguanté 40 páginas. Y uno se mosquea cuando ha leído montones de novelas de la misma temática, mucho mas interesantes, y resulta que la que rompe todas las cifras es la peor de todas…
Yo creo que la enseñanza que hay que sacar de esas obras es que el éxito no se fundamenta en la calidad, y que hay teclas invisibles que si uno las toca, aunque sea por accidente, provocan el milagro.
Eso sí, aunque servidor es el típico listillo que disfruta un porrón con “MAd Men” o “The Wire” -aunque mas con “Justified”-, no hay mas que ver el “trailer” de “A tres metros sobre el cielo” para ver que su nivel técnico es, a todos los niveles, de campeonato. Incluído el del marketing y promoción del producto (algo de lo que el SR. Gzlez Macho debería tomar nota después del desastre a todos los niveles, en el marketing de “Miel de naranjas” ). Otra cosa es que esté dirigido a un público con otras inquietudes, pero menospreciar porque sí a productos de éxito… Otra cosa es que en los filmes, p.e. de la saga “Crepúsculo” se les ven deficiencias indignas de un film que aspira a(y consigue) los taquiillajes que hace.
Yo me lo pasé bien con “El código Da Vinci”, aunque hubiese leído sobre el mismo tema en novelas anteriores o escritas con mayor elegancia. Creo que es una novela escrita de manera “facilona” pero inteligente (yo diría que a veces confundimos los conceptos de “obra inteligente” y “obra para gente inteligente”)
No obstante, a mí también me llenan más “Mad men” o “The Wire”.
¡¡Plas, plas, plas!! De romperse las manos aplaudiendo, en serio. Me aplico el cuento completamente, aunque mi profesión no tenga nada que ver (o sí, al final se trata de que alguien se crea los cuentos que escribo…)
¡Muchas gracias, Ender!
Gran post. No hay nada peor para este trabajo que los listillos.
¡Gracias!
De acuerdo con todo. Pero soy de los que piensa que encontrar un acuerdo en los formatos de escritura es necesario, además, no son nada difíciles de adoptar, no es que sea un imposible porque los mismos programas de escritura te traen las plantillas… Mas que nada porque leer varios guiones, cada uno en un formato diferente, es mareante.
Estoy de acuerdo. Estandarizar hasta cierto punto los formatos me parece necesario o, como mínimo, útil. Eso sí: Luego es muy normal que cada productora, internamente, trabaje en el formato propio que le dé la real gana.
Un artículo fantástico. ¡Enhorabuena! A ver si consigo aplicármelo.
Muchísimas gracias.
Precioso!!!! , muy inspirador !!!! .. me jode ser un Gandalf y tener tanto miedo del triunfo y del fracaso …. pero conseguiré destruir el anillo!!!! solo puedo decir una cosa : CORRER INSENSATOS !!!!!
La clave está en ir poco a poco: Primero aprende a fumar en pipa, luego cárgate un Balrog, luego derroca a Saruman… Poquito a poquito.
Concuerdo un 666% con este artículo. Tiene entusiasmo, pragmatismo, ilusión y determinación. Felicidades.
Pingback: El miedo de Gandalf
Me ha gustado mucho. Pienso, como el autor, que en lo amateur se encuentran grandes joyas en bruto, que el público no es tontt (ni siquiera en masa) y que seguir la voz propia es lo esencial, aunque no siempre sea lo mejor para conseguir pasta. Porque el arte poco tiene que ver con la pasta. “Ésa es al menos mi opinión”.
Lo meneo ;)
“El amateur tiene una ventaja sobre el profesional: puede bandonar la prudencia. Puede revelar verdades inútiles y emitir teorías extravagantes.” Graham Greene.
“No conozco la clave del éxito, pero se que la clave del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo.” Woody Allen.
“Al público, cuando se le muestra las nubes por segunda vez, espera ver entre ellas un aeroplano”.
Billy Wilder.
“Los guionistas somos unos egomaníacos con baja autoestima.” Peter Hanson.
Bienvenido, Juanjo, buenísimo post, es tan verdad todo lo que dices que me sonrojo al leerlo. La mezcla de todo eso compone un perfil de guionista medio memo, como somos todos, capaz de despreciar a los demás por las noches y a sí mismo por las mañanas. Lo peor, esa pose obligada que lleva a mirar al público por encima del hombro y a todo lo amateur como algo que queda a la espalda. Me recuerda aquello que contaba Woody Allen, más o menos así: hay gente que decide ser artista y lo primero que hace es cortarse la oreja, como Van Gogh. No, para ser artista hay que olvidar las poses y mirarlo todo de frente, al público y a tu espejo. No sé a cuál de los dos es más difícil sostenerle la mirada.
¡Cielos! ¡Entro aquí como todos los días a ver qué hay de nuevo y resulta que hay más comentarios en esta entrada!
Muchísimas gracias, Carlos. Un honor viniendo de ti. Creo que la frase de Peter Hanson que ha mencionado Samuel más arriba nos define un poco. Supongo que lo creativo suele nacer de la paradoja. Yo mismo, aunque trate de no subestimar tantos asuntos, también caigo en la trampa. Por eso me paso todo el post usando términos como “intento” o “hago un esfuerzo por”.
Genial post Juanjo, enhorabuena, y gracias por compartirlo.
Me he sentido muy identificado en muchos puntos… Anoche mismo, zapeando, me topé con “La voz”. Y como no había nada más, o por lo que fuese, me puse a ver el programa… y el jodío me enganchó. Una parte de mí luchaba, juzgándome por “gustarme” semejante melodrama, pero hubo un momento en el que me dije, ¡qué leches! si me está gustando es por algo. Hoy, leyéndote, he analizado someramente los ingredientes que contenía el programa y que hicieron que “conectase” con él, a bote pronto: el suspense y la sorpresa por ver quién del jurado se giraba, el morbo de ver qué pasaba si ninguno lo hacía, la emoción de algunas canciones, etc…
Así que sí, a cambiar el chip, menos quejas, menos críticas, y más curiosidad sana.
Lo dicho, gracias por compartir el post.
¡Por cierto! Has hecho que me entren ganas de volver a leer el Silmarillion.
¡Muchas gracias, Silvestre! Brindemos por la curiosidad sana. Yo no he visto aún nada de “La Voz”, pero me sucedió algo similar con “Tu cara me suena”, y con otras muchas cosas. Y por no hablar de decenas y decenas de “bestsellers”.
– Hola, me llamo Juanjo.
– Hola Juanjooooo…
– Confieso que me he leído “Los juegos del hambre”…
Desde la foto de Gandalf ya me tenías ganado, y creo que no es al único jeje, muy interesante el post, incluso para mí, que aún no soy nadie en ese mundillo.
Jamás dejará de sorprenderme que a un guionista no le llame la atención Gran Hermano. Otra cosa es la moral, la ética, la mierda que rodea al programa.
Pero ver personas de perfiles muy marcados, encerrados en una casa con el mismo objetivo de ganar un dinero, teniendo que “caer bien” sin saber nadie muy bien cómo, a Dios (el espectador) para que no lo mate, me parece y me ha parecido siempre tan sublime que a mi lo que me cuesta es entender el motivo de que a alguien no le llame la atención. A alguien que le interesa el comportamiento humano lo lógico es que de entrada le llame algo la atención.
Otra cosa es que te parezca ético o moralmente aceptable.
Creo que el problema es no saber diferenciar las cosas, y ante el miedo, automentirse.
Hace unos años, los inventores del reality show creyeron haber encontrado la panacea para acabar con la angustia creativa del artista, invitándole amablemente a dedicarse a otro oficio. ¿Qué mejor representación de la realidad que la realidad misma? Muchos pensaron que la ficción había muerto y las televisiones se lanzaron a producir masivamente estos programas que las audiencias consumían con avidez. Sin embargo, como ocurre siempre, no existen soluciones sencillas a problemas complejos. No toda realidad tiene la cualidad de estimular las sensaciones y las reflexiones que enriquecen la vida de las personas. La realidad es también aburrida, tosca y vulgar. Si, además, es traspasada por el objetivo de una cámara de televisión, queda anulada en su espontaneidad y deja de ser propiamente “real”. Gran Hermano, el producto más evolucionado de la televisión basura, es un ejemplo perfecto de esta tendencia. Ninguno de sus protagonistas se comporta ya con un mínimo de naturalidad y todos viven obsesionados con las cámaras que les observan. Les han convertido en actores 24 horas al día y, como esta profesión no es la suya, la ejecutan pésimamente. Paradójicamente, el reality show ha vuelto sus pasos hacia la ficción, aunque sea ficción basura, con malos actores y guiones inexistentes. Al final se llega a la conclusión de que no hay nada como una mentira bien contada – una película, un libro, una obra de teatro – que nos haga olvidar la mentira misma. La televisión basura nace de la presunta verdad pero acaba engendrando la gran mentira. Y ésta no hay quien se la crea.
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