DIRECTORES TELEVISIVOS

Por Natxo López

No sé si ustedes han tenido la suerte de poder disfrutar de Grupo 7”, en mi opinión uno de los mejores filmes que nos ha dado el cine español en los últimos años. Con el añadido, además, de que es cine de género y comercial, lo que viene de perlas en estos tiempos de tantas dificultades.

“Grupo 7” es un paso más en la brillante carrera de Alberto Rodríguez, un director que no ha obtenido todavía, en mi opinión, todo el reconocimiento que se merece. Pero le llegará.

Conocí a Alberto en el rodaje de “Hispania”, serie que yo escribía y en la que él dirigió algunos capítulos. Cuando un director de cine se pasa a la tele, casi siempre surgen los mismos temores: ¿será capaz de adaptarse al ritmo televisivo, de rodar diez páginas al día, de dirigir actores sin ensayos previos…? La televisión exige a un director rapidez, inmediatez, capacidad de tomar decisiones sin pararse a pensar. Incluso virtudes más terrenales como mera energía física y un buen estado de salud en general. Un director acostumbrado a ritmos cinematográficos no siempre saldrá victorioso trabajando en una serie, aunque a cambio pueda aportar valores visuales que, también hay que decirlo, escasean más entre directores exclusivamente televisivos.

Cualquier duda que pudiera tener sobre Alberto Rodríguez quedó disipada la primera vez que vi una escena de “Hispania” rodada por él. En menos de diez segundos comprendí que era un buen director. En un minuto me di cuenta de que era un grandísimo director. La escena en cuestión estaba escrita así:

Era una escena de una sola página, que iniciaba el tercer capítulo de la primera temporada. Se trata de un sueño al principio camuflado que nos servía para explicar al espectador por qué el personaje de Héctor no traicionaba a sus compañeros revelando la ubicación de su escondite; era tan sencillo como que no quería que mataran a su hermano, pero esto era algo que no podía verbalizar con ningún otro personaje.

Y aquí la escena tal y como quedó rodada:

Muchos de los alumnos a los que he enseñado algo de guión recordarán una obviedad que suelo decirles en las clases sobre diálogo, que viene a decir algo así como que, a la hora de dialogar, lo único que tenemos que hacer es “contar lo que hay que contar”. Es decir, utilizar nuestros recursos como guionista (las acciones, el subtexto, la información, los argumentos, las contraréplicas, la situación…) para narrar de la mejor manera posible aquello que hemos decidido previamente que tiene que acontecer en la escena. Parece muy sencillo, pero no siempre lo es.

Lo mismo, de manera muy genérica, se puede aplicar a la dirección. Un director debe “contar lo que hay que contar”. Un buen director consigue, además, que la escena “crezca”. Alberto aquí no sólo comprendió perfectamente cuál era el sustrato dramático de la secuencia, sino que supo poner su talento como director al servicio de la historia, logrando con sus recursos (puesta en escena, realización, interpretación de los actores, música, edición, tempo…) que aquello que sucede, “suceda bien”, que se entienda y que, además, tenga fuerza. (Alberto contaba aquí, eso sí, con un estupendo equipo técnico, además de con la inestimable colaboración de Lluis Homar y Pau Derqui, dos actores enormes, impecables, absolutamente profesionales).

Hablo de esto porque no siempre ocurre así. A menudo se encuentra uno con directores a los que la historia que están contando no les importa demasiado, y que lo que quieren es “brillar”, “dejar su huella”, “hacerse una moviola”, o bien terminar rápido la jornada sin demasiados sobresaltos ni marrones. Es algo más habitual en televisión, donde, todo hay que decirlo, la calidad de los guiones y de los proyectos no siempre está a la altura que debería, por utilizar un eufemismo. Eso lleva a algunos directores a plantearse que, ya que lo que están rodando es muy malo, se pueden permitir hacer –permítanme expresarlo en pocas palabras- lo que les salga de la polla.

A todos en esta industria nos ha tocado trabajar en producciones que no nos entusiasmaban, o que directamente nos parecían lamentables. Pero como profesionales nuestro deber es esforzarnos para que, dentro de nuestras posibilidades y capacidad de decisión, el resultado sea lo más correcto y exitoso posible. A veces se consigue elevar un poco el nivel si se tienen ganas de buscar resquicios, créanme.

Hay muchos directores como Alberto; brillantes, trabajadores, talentosos y profesionales. Pero también los hay vagos, mediocres, reinonas del plató, gritones histéricos, acomplejados, cuasianalfabetos y muchos incapaces de leer y comprender un texto medianamente complejo.

Estos últimos son los más peligrosos. No hay nada peor que un director que no comprende lo que se tiene que contar, o que no tiene interés en contarlo. Un director debe averiguar de qué va la escena, qué es lo que pasa, qué es lo importante, qué es lo que no se te puede pasar por alto en el plató. Si no es capaz de averiguarlo leyendo -muchas veces porque no está bien escrito, otras porque no está bien leído- debe indagar, preguntar, escarbar hasta que conozca cada recoveco narrativo y emocional de la historia y los personajes. No pueden quedarle dudas, a pesar de que debe cuestionárselo todo. Y, sobre todo, un director de una serie debe ser muy, muy, currante.

Siempre he considerado que uno de los aspectos a mejorar en el sistema de trabajo de las series españolas tiene que ver con la relación entre directores y guionistas. Esa relación es con frecuencia inexistente o muy endeble. A veces se limita a encuentros frugales en la máquina de los sandwiches. “Eh, ¿cómo va el capi?”. “Bien. ¿Y vostros cuándo tendréis el próximo”. “Pronto…”. A menudo esa relación está vertebrada a través de productores ejecutivos que ni dirigen ni escriben, y que poco pueden aportar al entendimiento mutuo. Y es fundamental que directores y guionistas se conozcan, que colaboren, que se pregunten y propongan mutuamente, incluso que se lleven bien, a ser posible. “¿Qué es lo que quieres contar en esta secuencia exactamente?”. “¿Por qué dice esto este personaje?”. “¿Cómo podríamos escribir esto para que el rodaje no se complique en exceso?”. “¿Crees que tal actor accederá a hacer algo como lo que estamos planteando?”.

Ese tipo de cuestiones deberían estar a la orden del día, pero tristemente no son habituales. Muy al contrario, son frecuentes las críticas cruzadas entre departamentos que, en teoría, deberían trabajar en una piña. Los visionados de los premásteres se convierten a veces en peligrosos encuentros de dagas voladoras. “Es que lo has planteado mal”. “¡Y tú más!”. A diario colegas guionistas me cuentan que algún director estrella ha rodado algo que no tiene nada que ver con lo que estaba escrito.Y también hablo con directores que se quejan de lo mal escritos que están muchos de los guiones que tienen que rodar. Normalmente, todos tienen razón.

No pretendo echar la culpa sólo al gremio de la dirección, ojo, los guionistas somos a veces como para cogernos con pinzas. De la misma manera que un buen director tiene que saber algo de escritura, un buen guionista tiene que conocer mínimamente cómo son los procesos, posibilidades y dificultades que envuelven un rodaje. Incluso conocer físicamente el plató. He visto a menudo escenas escritas que uno sabe que provocarán el cabreo inmediato de cualquier equipo de dirección y/o de producción. Muchas veces, escritas incluso por los propios productores ejecutivos.

El mejor antídoto, como casi siempre en estos oficios, pasa por la comunicación, el diálogo y el trabajo en equipo, en lugar de las salas separadas o el despotismo unipersonal (tan presente en esta industria). Hay que escuchar y hay que ser flexible y trabajar a favor de obra, porque levantar una serie es un proceso muy complejo y exigente. Y, para ello, hay que establecer mecanismos de trabajo que faciliten esa comunicación. Es tan sencillo como marcar reuniones periódicas entre guión y dirección, previstas en el calendario, previas al rodaje de cada capítulo, en las que pongan en la palestra todas las cuestiones, y todas las discusiones, que sea necesario dirimir.

Hacia el final del mismo capítulo de “Hispania” del que os hablaba arriba, se planteaba una nueva secuencia en la que Héctor comparecía ante el pretor Galba. Esta vez no era un sueño, sino una situación real. Al principio de la escena el guión decía, sencillamente:

“HÉCTOR, vigilado por dos CENTURIONES, espera en la tienda. La situación es semejante a la del sueño del principio.”

Una vez más, Alberto comprendió esa propuesta que se establecía en guión, y la hizo suya. La escena debía recordar a la original, siendo distinta. Pero no sólo eso. Alberto fue consciente de algo que no estaba explicitado en el guión:

Lo importante aquí es que Galba, por primera vez, escucha el nombre de Viriato. Es un momento importante de la historia, aunque los personajes no lo saben. Es la primera ocasión, después de tres capítulos, en la que alguien nombra en presencia de Galba al que va a ser su gran enemigo futuro. Eso, en guión, está marcado sólo por la frugal acotación “(Momento tenso)”, pero sí está mucho más remarcado en la pantalla, especialmente a través del tempo y la interpretación.

El director es consciente, también, de que para Héctor la pregunta “¿Dónde está su escondite?” resulta violenta, difícil, áspera. Él anhela la recompensa que obtendrá con la traición, pero al mismo tiempo no desea que muera su hermano. Por eso no revela el escondite real, sino el lugar donde estará Viriato a solas. Aquí es donde cobra sentido la verdadera utilidad de la primera secuencia, que nos justifica el sentido de esta respuesta.

Pero, sobre todo, es un momento importante para el personaje, para Héctor, un momento de peligro, de sufrimiento, un segundo de duda y emociones contradictorias que condensa, seguramente mejor que cualquier otro en toda la serie, la complejidad de uno de sus personajes menos maniqueos.

Es cierto que “Hispania” no es ningún jeroglífico inextricable, nada que ver con las procelosas sutilezas de “Mad Men” o las oscuras disquisiciones de “Juego de Trono”. Y algunos podréis pensar, justamente, que tampoco son unas escenas tan difíciles de comprender. Tan sólo se trata de un par de ejemplos. Pero os puedo asegurar que en los años de profesión que llevo encima he visto a una buena cantidad de directores ansiosos, diletantes o pasotas estropear secuencias muchísimo más obvias que, sencillamente, no habían sido capaces de comprender.

Son cosas hasta cierto punto entendibles si tenemos en cuenta esa velocidad, esa falta de tiempo de la que adolece un rodaje televisivo y que apenas permite preparar, ensayar o rectificar. Una urgencia caótica y despiadada que hace todavía más meritorio el trabajo de los directores solventes y eficaces como Alberto, que seguramente tuvo muy poco tiempo y muy pocos medios para rodar estas escenas. Y sin embargo, funcionan. Y de eso se trata.

Me alegra profundamente su éxito con “Grupo 7”. Estoy convencido de que vendrán muchos más. Ojalá cada vez haya más directores como él. También en televisión, sí. Por qué no.

13 comentarios en «DIRECTORES TELEVISIVOS»

  1. Mira que soy poco dado a comentar… y mucho menos en esta página en la cual suelo estar de acuerdo con lo que dicen los autores y casi siempre apenas podría aportar nada más que un asentimiento general o un “tienes razón… de nuevo”. No obstante esta vez sí siento la necesidad de incidir en el talento de Alberto Rodríguez y dejar claro que, efectivamente, es con profesionales como él tras la cámara como se logran, poco a poco, escenas más efectivas y complejas, series no tan ancladas en esa simpleza emocional y escénica tan reconocible por desgracia en los productos menos “maduros” de nuestra televisión. Eso sí, te aseguro, Natxo, que esa imagen del director de cine que trabaja en condiciones menos duras y con más reposo que el de televisión mucho me temo que hace un tiempo que está dejando de corresponderse con la realidad. Ahora mismo ya apenas tiene sentido el tradicional recelo al cineasta que empezaba a dirigir series basado en la duda de si podría o no adaptarse a la obligada rapidez del medio y la necesidad de resolver (tirar p’alante) sin enfrascarse en florituras creativas. Recuerdo que no hace tanto se les miraba un poco como a señoritos del audiovisual y puede que sí, vale, algo de verdad si hubiera. Pero las cosas han cambiado. Y, por desgracia, no porque ahora las series se pueden grabar en mejores condiciones sino porque el cine ha ido a peor. Hoy el ritmo de un rodaje de cine no es, en líneas generales, ni un ápice más tranquilo u holgado que uno de tele, y el estado de alerta del director medio de películas (los pocos que logran hacerlo, claro) no se diferencia demasiado del que tienen que afrontar los que hacen capítulos de series. Tampoco quiero elevar a la categoría de héroes a los que, pese a tantas estrecheces, logran hacer bien su trabajo, pero sí que creo necesario un cierto reconocimiento y comprensión hacia ellos (de ahí lo oportuno de la mención a Alberto), ya que, ahora sí, las están pasando igual de canutas que los guionistas cuando se quejan de que deben entregar escenas complicadas en apenas una hora, con dos personajes, uno de ellos mudo, en una habitación sin ventanas, con una mesa coja y un sombrero cordobés. El casco de obrero ya lo llevamos todos. Caen pedruscos. A correr…

    1. Saludos, Antonio.

      Totalmente de acuerdo. De hecho creo que empieza a ser bastante absurda entre esa diferenciación entre profesionales “de tele” y “de cine”. Cada vez es más frecuente -como es el caso de Alberto, o el tuyo propio- encontrarse con directores que alternan sin ningún problema los dos medios, y que saben adaptarse a las dificultades, inconvenientes y ventajas de cada uno de ellos.

  2. Este post tendrían que leerlo los directivos y productores ejecutivos de todas las cadenas y productoras. Pero claro, igual temen que si se organizan esas reuniones entre directores y guionistas, se descubra que hay mucha gente que sobra entre medias.

  3. Mientras nadie salga con la tontería de que llevan uniforme imperial y no republicano o porqué hablan todos el mismo idioma… cada vez lamento más no haber podido ver “Grupo 7”

  4. Primero, de salto de eje nada. A repasar los apuntes, el Katz o el Arijon… Segundo, aunque lo tuviera no significaría ningún descredito al director, siempre que la escena “funcionase”. Hace años, décadas, que el salto de eje no significa nada y resulta asumible y, a veces, hasta imperceptible, dentro de un tipo de puesta en escena que favorezca un visionado fluido y sin extrañezas. El M.R.I no sólo nunca fue sagrado sino que más bien se ha quedado ya como la prueba del algodón para pardillos del audiovisual. Ya no sólo es que Rosellini te colara saltos de eje en los años 50 y te quedases tan a gusto, sino que hoy en día hasta en “Caballo de guerra” de Spielberg, si no tienes mejores cosas a que atender, se pueden captar como poco una veintena de ellos. Eso por no hablar de que cualquier nuevo montaje de Thelma Schoonmaker contiene al menos una manera original y nunca vista antes de saltarse el eje. Tercero, en definitiva, tan tontería sería lo de los uniformes o el idioma como resulta lo del salto de eje.

  5. Respecto a la relación de guionistas y directores, entendiendo y asumiendo lo que dices, Nacho, creo que todo está inventado. Y que aquí mucha gente no se ha dado cuenta.

    No conozco a Alberto. Pero si tú dices (y Antonio lo ratifica) que es muy bueno, para mí va a misa.

    Pero creo que:
    1) Tendemos a endulzar nuestras críticas. Yo el primero. No creo que haya muchos directores de tv buenos. Más bien son realizadores con escaso conocimiento de dirección de actores y con poca capacidad de lectura del guión, que se agranda hasta la estupidez cuando no queiren saber nada de quien lo ha escrito y con qué intenciones. Parece una carrera para saber quién es más listo. Si él o el que ha escrito el guión o diseñado la serie.

    2) Cuando citas al productor ejecutivo no te entiendo. Si el productor ejecutivo fuera guionista y creador de la serie (como se hace habitualmente fuera) escribe algo, dudo que sea para que se cabree nadie. El problema, en todo caso es cuando esa reescritura viene de alguien que no es guionista o se mete en el trabajo de los demás.

    3) Creo que hablar con el director no debe suponer tener suerte o encontrarse por los pasillos o llamarle por teléfono. Una producción seria debe tener un diseño de producción en el que la lectura compartida y, sobre todo, la writer, sea de obligado cumplimiento… aunque ya sé que no suele serlo en la ficción nacional. Dicen que por las prisas. Mentira. Una writer ahorra tiempo. Más bien es porque hay egos indomables. Antonio y yo sabemos de esto porque, en este tema, hemos tenido un estupendo maestro: mi hermano Pablo.

    4) Es cierto que las limitaciones de producción han igualado cine y tv, Antonio. Pero las diferencias son importantes. Siempre tiene que haber diálogo (y tú, como yo, tanto en cine como en tv, sabemos que no suele haberlo… y que debería). pero en cine hablamos de una obra única. En televisión de 13 capítulos y tres o cuatro directores. Alguien (el productor ejecutivo, sea guionista, director o el propiop productor… pero preferentemente quien ha diseñado y creado la serie) debe hacer que los cuatro tengan una misma línea.

    Insisto. Está todo inventado. Pero algunos parece que no se quieren dar cuenta.

  6. Mientras a los directores se les enseñe que deben APROPIARSE de la película en vez de a sacar el máximo rendimiento de su equipo, no habrá solución, ni en cine ni en tv.

    Hace mucho tiempo, con la llegada del sonoro, los americanos inventaron una figura llamada “director de fotografía” con el único fin de librar al director de la parte técnica y permitirle centrarse en los actores. No es lo ideal. pero mientras se ponen las luces, se coloca el “travell”, el foquista toma sus medidas y demás bagatelas, hay tiempo de hablar con los actores… suponiendo

    1) que tengas algo que decirles

    2) Que no estés más preocupado de subirte a la chepa del dire de foto y el cámara y controlarles el encuadre o la puñetera focal.

    Un saludo.

    PD: : El peor invento de la humanidad son los monitores. Si los directores ya estaban distraídos brujuleando con la cámara lo último que necesitaban es tener un monitor para colgarse de él todo el rato y terminar de olvidarse de los actores.

  7. Javier:

    1) Por desgracia debo darte la razón. Como tú dices: “No creo que haya muchos directores de tv buenos. Más bien son realizadores con escaso conocimiento de dirección de actores y con poca capacidad de lectura del guión, que se agranda hasta la estupidez cuando no queiren saber nada de quien lo ha escrito y con qué intenciones”. Lo que pasa es que el post de Natxo se centraba en una consideración positiva (este director concreto hace bien su trabajo), una certeza (no es el único, hay otros por ahí) y una esperanza (vendrán más como él). Pero es verdad lo que apuntas, y bien que lo sabemos, por desgracia. En el gremio de directores también abunda el adocenamiento y las limitaciones expresivas, claro, cuando no la mínima cultura general necesaria para relacionarse con el contenido de los guiones de modo solvente. Pero es que si nos ponemos verdaderamente críticos deberíamos comenzar a señalar las vigas en los ojos de todos los departamentos y esto acabaría (como pasa a veces) como el rosario de la aurora. Y para una vez que pretendía ser optimista…

    2) Yo creo que la clave es preguntarse siempre e identificar lo antes posible ante qué perfil de productor ejecutivo estamos en cada proyecto. Eso me parece crucial a la hora de adelantar lo que va a suceder. ¿Es un guionista que, tras aprender lo necesario sobre producción, ha adquirido responsabilidades de productor ejecutivo? ¿Es un director de producción con gran experiencia en el control de los márgenes de beneficios y más o menos justificados “galones” creativos? ¿Es un ejecutivo del medio audiovisual acustumbrado a los despachos y cuyo conocimiento real de los procesos de producción no pasa de lo anecdótico?

    3) De acuerdo en todo también. Sólo apuntar que a veces los directores evitan el contacto con los guionistas (por lo de quedar en evidencia), a veces los productores se las arreglan para que ni coincidan ni hablen (creen que no conviene… uffff, más “líos”) y a veces, y esto sí es triste, unos y otros quieren quedar e intercambian opiniones para mejorar el producto y las agendas de ambos son tan rígidas y los ritmos de trabajo tan urgentes que resulta del todo imposible coincidir y compartir lo mínimo. Pienso en la típica serie que nace ya con el calendario tan, tan jodido que durante toda la temporada ningún departamento puede ver más allá de sus narices.

    4) Quisiera creer que cada vez hay más gente consciente de la mejora tan brutal en calidad que se obtendría con una mejor gestión de la información y unos calendarios “un poquito” más racionales. A lo mejor metidos en la cruda realidad de la producción no sirve de mucho, pero al menos los profesionales de cierta generación para acá sí que, en general, tienen claro eso. Del eterno problema del EGO como generador de conflictos inexistentes ya ni hablo. Y es que creo que, en lo que se refiere a patologías, la del entretenimiento es una de las industrias más chungas que existen, por no decir la que más. De ahí que, aceptémoslo, a veces las cosas salen mal y no tienen solución posible porque, simplemente, la mezcla humana del proyecto en cuestión resulta descabellada, tóxica, químicamente imposible. Supongo que no soy el único que cuando busca gente para un proyecto o le llaman de un sitio, lo primero que hace es informarse por ahí sobre cómo es, a nivel puramente humano, Fulanito o Menganito. Ojo, no es que crea que no se pueda trabajar bien y entenderte creativamente con un psicópata o que un cabronazo no pueda tener un talento descomunal, pero sí que a veces tener a alguien desequilibrado a bordo, y lo que es peor, descubrirlo a mitad del proceso, puede imposibibilitar del todo trabajar de manera racional. Y eso, de nuevo, unas veces pasa con los que dirigen, otras con los que escriben, otras con…

    1. De acuerdo en todo. Simplemente, remarcar la habitual ausencia de un diseño de producción. O lo que es lo mismo, falta de profesionalidad. Sé de productores ejecutivos que son sencillamente los dueños de la productora que se desviven por su producto (con uno, paradójicamente y cuando tengo por él más admiración que críticas, he tenido reciencemente una educada polémica). Pero sé de otros que en créditos, en vez de “productores ejecutivos” debería poner “dueño del cortijo”. No controlan, no saben, pactan con la cadena o ceden todo ante ella estrpeando su propio producto… Y, como no saben, piensan a la antigua: “el director es el artista”. A veces, encuentran a alguien que verdaderamente lo es y salen bien adelante. Pero como no hay muchos, estamos como estamos.

      Respecto a los guionistas, decir que, en general, se ha peleado muy poco por defender su papel como producción ejecutiva. Entre otras cosas, porque es un trabajo de la hostia. Y lees y ves cosas que parece que trabajar en una serie es “lo que hay”, “hay que tragar”, “¿para qué discutir?”. ESo por no hablar de la formación: SI UN DIRECTOR DEBE SABER DE GUIÓN Y DE DIRECCIÓN DE ACTORES PARA LLEVAR EL CONTROL, EL GUIONISTA NO DEBE SABER MENOS DE ACTORES Y DE DIRECCIÓN PARA EJERCER LA PRODUCCIÓN EJECUTIVA. Y eso no se aprende de un día para otro. Ni escribiendo guiones en los que no se pone ni acotaciones ni intenciones ni se coreografían los movimientos de los personajes. Y mi experiencia en este sentido, con respecto a la profesión, es bastante triste, la verdad.

      Por cierto, esto lo escribe alguien que NO QUIERE SER DIRECTOR y que respeta su oficio. Que sabe que en el plató sólo debe haber una voz y ésa es la suya. Pero antes, un productor ejecutivo debe decirle lo necesario para que esa voz no sea equivocada y siga una línea que no debe marcar (EN TV) necesariamente él.

      Tengo una anécdota reciente muy reveladora. Un excelente actor me dijo: ¿por qué no te haces director y así controlas todo? Ése es el nivel, señores. Yo le dije que cuando soy productor ejecutivo ya he llevado ese control creativo (con buenos resultados, por cierto)… Y le tuve que explicar de qué se trataba. Y era un actor veterano, eh.

      Así que, sólo queda recomendar que se vea “Showrunners” o “America in primetime”, para que la gente sepa por qué las series que nos gustan son distintas. Y descubrirán el peso de lo que es ser un productor ejecutivo. Y no el dueño del cortijo.

      No es cuestión de egos. Es cuestión de profesionalidad. Así de simple. Un escritor debe plantearse las preguntas básicas cuando cuenta una historia: ¿qué quiero contar? ¿a quién? ¿cómo? ¿por qué?

      Un productor debe hacerse las mismas en un paso siguiente: ¿cómo se puede contar esta historia que debo producir?

      Un director, lo mismo.

      Pero no, no se hace. Yo veo nuestras series y no siempre veo que se hayan hecho estas preguntas (otras sí, claro: 11M, Desaparecida, Cuéntame…).

      Como si no fueran importantes. Más que el ego, desde luego.

  8. Gracias por el debate, interesante como siempre, compañeros.

    Efectivamente, mi intención era dar un apunte de optimismo y remarcar que los mejores resultados se obtienen siempre de la colaboración y no de la imposición. El caso de Alberto me parece muy positivo.

    Siempre defenderé, también, que en la producción ejecutiva de una serie siempre debe estar el creador guionista; es el que mejor conoce su producto y el que puede guiar al resto de departamentos, y debe ser, también, la persona que sea capaz de escribir los mejores guiones de una temporada.

    Por desgracia éste no es un perfil muy habitual, y además es que en cuanto una serie se vende -y llega la promesa de futuras riquezas- empieza a generarse un movimiento brutal de gente de distintos perfiles que quiere coger las riendas y echar meadillas por aquí y por allá (así se estropean tantos buenos proyectos).

    También suele suceder que los guionistas que llegan a producción ejecutiva se ven aturullados o fascinados por la gran cantidad de trabajo relacionado con otros departamentos y acaban olvidándose de la que debería ser su preocupación fundamental: la escritura. Nada necesita más tiempo y más mimo que los guiones. En la mayoría de los casos, además, una mal entendida intención de autoría les impide delegar en gente de confianza.

    Pero bueno, en realidad cada caso es un mundo; hay tantos tipos de productores ejecutivos como de personas, y lo que suele pasar es que con frecuencia los méritos y los defectos de una serie son un reflejo de la personalidad de quienes la gobiernan.

    Gracias a todos por leer y/o opinar.

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