por Carlos López
Durante mi último único viaje a Nueva York, hace unos meses, me escapé en solitario para echar un ojo a las novedades editoriales sobre guión. Entré en una conocida librería, subí la escalera mecánica, pregunté por el departamento de cine y televisión y…
No me lo podía creer. Un pasillo rebosante de libros de todos los tamaños y colores. Todos ofrecían la receta para escribir un guión. Allí estaban los secretos al descubierto, impresos y repetidos, listos para llevar. ¿He dicho cientos? De vuelta a casa, traté de comprobarlo: si tecleas screenwriting en la página de búsqueda de la librería, te encuentras con esto. Más de dos mil ochocientos títulos. Si me da un arrebato navideño y los compro todos para traerlos a España, podría regalar uno diferente a cada aspirante a guionista.
Yo contaba con media hora libre, así que lo primero fue asumir que sólo me daría tiempo a consultar una pequeña proporción de aquel ingente corpus. ¿Cuál escoger? Allí estaban sus chillonas portadas, con letras grandes y títulos chirriantes, como si los libros se dieran codazos entre ellos y me estuvieran pidiendo a voces elígeme a mí. Yo, qué os voy a contar, me sentía exactamente como Guillermo Brown cuando entra en la pastelería: los quería todos y no sabía decidirme por uno solo. Casi todos prometían trucos, secretos, claves, consejos, decálogos, cómo triunfar sin esfuerzo, qué contar y por dónde empezar a contarlo. En ese momento de capricho me dio por buscar justo el título que faltaba, quizá el más necesario a la vista de la demanda: Cómo escribir un libro de guión, que debería llevar incorporado un apéndice imprescindible, y cómo conseguir que destaque en el escaparate.
Aparte de algunos guiones de películas de culto o de recopilatorios de entrevistas con guionistas, y aunque también podías encontrar sesudos y voluminosos tratados, la verdad es que la mayoría se ofrecían como libros de autoayuda, ya desde el título y la grafía de la portada parecían decirte: yo sé cuál es tu problema y te lo voy a solucionar en dos patadas, no importa lo tonto o vago que seas ni lo lejos que vivas, tú también puedes triunfar con sólo comprarme. No dudo que más de uno de aquellos títulos pueda serle de utilidad a quien lo lea, incluso a mí mismo, pero me estomaga ese tono de teletienda, esa mentira repetida del triunfo al alcance de tu mano. Comprobé que muchos de ellos repetían las mismas recomendaciones, el propio índice los delataba. Normal. Siempre lo he pensado: quizá el arte de escribir guiones sea inabarcable, pero la ciencia que lo estudia no da para tanto. Imparto clase desde hace muchos años y de lo único que estoy seguro es de que no puedes enseñar a escribir. Y sin embargo, es algo que se puede aprender: sobre todo si tienes la paciencia y la humildad necesarias para mirarte a ti mismo y a lo que escribes.
De pronto, me saltaron a los ojos varios títulos que se salían de la norma. Que en lugar de presumir de saber la fórmula, hablaban de errores, de guiones que apestan, de cómo NO escribir un guión. Esto sí es un filón inagotable, me dije. Quizá no estemos tan seguros de cómo se escribe un guión bueno, pero cada día leemos varios guiones malos, los guiones apestosos son la norma. Cada día nos enfrentamos ante nuestra propia página y cada día comprobamos el horror. El horror.
Sí. Todos cometemos errores, vamos experimentando, borrando, corrigiendo, destrozando sobre el teclado lo que en la cabeza sonaba a gloria bendita. Aprendemos así, a base de equivocarnos. Aprendemos de los errores.
La mayoría de los guiones malos que salen de nuestra impresora contienen errores de bulto: qué historia estás contando, quién la cuenta, de qué habla y a quién. Preguntas que, aunque parezca mentira, a menudo siguen sin tener respuesta cuando estás a punto de rematar la primera versión.
Obviemos las grandes cuestiones: supongamos que tenemos algo que contar, incluso que sabemos por qué hay que contarlo. No un aroma, una intuición, un titular de periódico, una anécdota de barrio. No. Es el germen de un guión. Bien. Nos sentamos y lo escribimos (supongo que también se puede escribir de pie, yo conozco a alguien que lo hace, encargó una mesa de trabajo a la altura del pecho, él asegura que hace siglos se escribía así). Le ponemos fin, dejamos pasar una semana y volvemos a leerlo. No sé los demás, yo cuando releo mi propio trabajo no puedo creer que siempre cometa los mismos errores. Los mismos de siempre. Son los errores del CIEF: El Catálogo Incompleto de Errores Frecuentes. Seguro estoy de que alguno de estos ejemplos os suena familiar:
EL PRÓLOGO INTERMINABLE
Me propongo arrancar con la historia en marcha. Casi nunca lo consigo: páginas y páginas de farragosas presentaciones, personajes que conocemos al comienzo de su jornada, que se levantan, saludan, nos abren su nevera, nos cuentan con quién viven y en qué trabajan antes de que realmente les ocurra nada de nada. En un guión opté por la solución más drástica, la más dolorosa: amputar definitivamente las cincuenta primeras páginas. Al convertir la cincuenta y una en la primera, aquello ganó en intensidad, ya te digo, el arranque cobró un aspecto deliciosamente desordenado: las cosas pasaban sin que supiéramos por qué ni quiénes eran los que las hacían. Cada frase que decían era la punta de un iceberg. Despertaban tu curiosidad. Bingo.
LA ILUMINACIÓN REPENTINA
Pese a lo anterior, y como dice el brillante David S. Goyer en este artículo, lo más fácil es escribir el primer acto. Cualquier idea contiene gasolina suficiente para llegar a toda máquina hasta el minuto treinta. Los grandes problemas vienen después, claro. El desierto del segundo acto es tan largo, tan árido, que suelo llegar al minuto sesenta casi deshidratado, a menudo he perdido el norte y me temo que a la mitad de los lectores o espectadores también. Entonces me entra el agobio y sucede: el personaje toma conciencia repentina de todo. Una hora insistiendo en sus defectos, que queden bien claritos, que se note que son la causa de sus males… y de golpe, un tropiezo, una confidencia o una discusión se convierte en el momento de la revelación. Vale que necesitamos al prota así de dispuesto para el tercer acto, pero esta caída del caballo siempre me parece infantil. A veces llego a pensar que es imposible hacerlo bien.
EL ODIOSO CHIMPÓN
¿Dónde acaba una secuencia? ¿Por qué no me atrevo a dejarla en mitad de una discusión? Esa dichosa manía de envolverla en papel de regalo, de abrocharla hasta el último botón. Se acaba la conversación, un personaje amaga con el mutis… y siempre tiene que volverse en el último segundo para rematar con un chimpón. Casi todas las secuencias terminan así: chimpón. Si a eso añadimos que casi todas comienzan con un balbuceo, con alguien que entra o con un silencio incómodo —profusamente descrito en acotaciones de cinco líneas—, me queda un guión con una partitura más cansina que un politono de Philip Glass.
TODOS HABLAN
Trato de escribir sujetando los diálogos. Que nadie diga lo que se ve, que nadie cuente lo que ha pasado ni tampoco lo que va a pasar. Las reglas de oro. Ya. Es inútil. Nunca se te quita del todo el miedo a que no te entiendan. Todos hablan como cotorras, dicen lo que piensan y opinan sobre lo que piensa el de enfrente. Y casi siempre, en secuencias de dos personajes. Lo fácil. Cuando reescribo, me afano en quitar las líneas de diálogo prescindibles… y me quedo con un escuálido diez por ciento. Claro, tanto hablar, tanto hablar, y el guión termina por ser un collar de bisutería, una cuenta detrás de otra y todas juntas no valen nada. ¿Qué tal un respiro, un punto y aparte? ¿Por qué se me olvidó seguir al personaje, pararme con él, respirar? ¿Por qué voy de escenario en escenario, tengo vocación de vendedor de pisos?
EL MOMENTO DABADÁ
Empleo cuarenta páginas para contar dos semanas. A continuación, necesito contar que pasan unos meses en los que los personajes se acostumbran a su nueva vida y no parezco dispuesto a pensar una elipsis —las dos palabra mágicas: pensar, elipsis—, me da vértigo saltar en el tiempo, me avergüenza un rótulo. ¿Qué hacer? Ya está: una secuencia de montaje, la música ya-se-verá, siempre quedan tan bonitas. Para mí es fácil, encadeno unos cuantos desayunos, alguien que acelera al cruzar un paso de cebra, alguien que retira el libro cuando el otro se ha quedado dormido, el soplido que apaga las velas de la tarta, un momento de risa floja compartida… y por supuesto un atardecer, eso no puede faltar, si es con playa mejor que mejor. Odio las secuencias de montaje. Cada vez que veo una, doy por hecho que el guionista salió a tomar café.
¿POR QUÉ SE MIRA AL ESPEJO?
Otro momento de renuncia. Convencido de que no ha quedado claro que el protagonista sufre por dentro, cerrada la posibilidad de que lo diga en voz alta y ante el miedo a que todo parezca superficial… se mira al espejo. Amigo mío, qué profundidad, qué intensidad, qué drama. ¡Se está mirando! Ha de ser algo imprevisto, se da con su cara mientras se seca las manos en el lavabo, o se queda inmóvil cuando se ve a solas en el ascensor. Y se mira largamente, que nadie lo dude: a este le pasa algo. Ah, y si no hay espejo, también vale una ventana. Que no haga nada, tan sólo que mire, como quien ve llover.
LAS MADRES QUE HABLAN COMO MADRES
A menudo me saca los colores de la vergüenza el actor que junta sus cuatro secuencias y me las planta delante para demostrar mi racanería: tan pocas frases y hay varias repetidas. Eh, eh, bastante tenía yo con perfilar los personajes principales, no puedo estar en todo. Los que apenas salen se quedaron en borrador y, lo que es peor, de puro funcionales son un cliché vacío de contenido. Las madres preocupadas porque su hijo no come, los policías malencarados que exigen el informe sobre su mesa, los maîtres dicharacheros al ofrecer el menú, la vecina anciana que se cruza en la escalera, el profesor que acaba su clase en cuanto empieza la secuencia, el médico que ha hecho lo que ha podido… Ni uno se sale de lo previsto.
¿DÓNDE ESTÁ WALLY?
Todos estos errores pueden suelen convivir dentro del mismo guión. Y no es que tenga el día pesimista, pero son muchas las posibilidades de que la reescritura estropee una buena escena. Es lo más sorprendente de la escritura, que los errores son infinitos. Si os atrevéis, ayudadme a engordar el CIEC, o al menos añadid alguna equivocación de cosecha propia. Puede que entre todos completemos este pasaje del terror, que luego releeremos autoengañándonos, pensando que esto les pasa a los demás, pero no a mí.
Amor de padre: qué sería de nosotros sin nuestros errores. Y además, qué narices, quién quiere el guión perfecto, para qué sirve si es que existe alguno. A cualquiera de nosotros nos enseñan el guión de una obra maestra el día antes de comenzar el rodaje y lo llenamos de lápiz rojo. Si nuestra ciencia es la del ensayo y el error, la única manera de que sigamos aprendiendo es que continuemos cometiendo errores. Y como cita aquí John August, leer guiones malos es una práctica saludable y necesaria. Una buena forma de aprender. Porque en los guiones malos de los demás descubrimos los tropiezos con mucha más facilidad que en los propios.
Y además, claro que sí, ver que los demás escriben mal le da a uno mucha confianza.
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Brilliant.
Yo añadiría al personaje triste que coje, sin motivo aparente, la fotografía de su mujer muerta para que todos los espectadores recuerden la causa de su sufrimiento.
Cerrar una secuencia, o mejor aún, una película, con un paneo hacia el cielo, donde el fundido a blanco nos evoca algo místico y etéreo que justifica todo (el truño) contado hasta el momento.
Gracias por las contribuciones. ¡Animense!
Otra: el personaje en crisis que hace listas en las que escribe las cosas que va a hacer.
El personaje en crisis que se compra/alquila un deportivo… rojo y le pisa a tope por la ciudad.
Yo preferiría un camión de seis ejes y arramblar con todo lo que se me ponga por delante, o ir en el deportivo pisando huevos y organizando un atasco de tres pares.
De acuerdo con Mariano: brillante. Y ameno. Una que me gusta, equivalente al momento espejo o ventana, es el protagonista, solo y tristón, viajando en transporte público.
Otro equivalente al momento espejo, ventana y transporte público: el prota solo y hundido en la barra de un bar y si de fondo hay un cantautor depresivo mucho mejor…
Parecido: nuestro personaje apura la bebida y se queda mirando el fondo del vaso, mientras traga haciendo una mueca.
Estaría bien que, por una vez, descubriera que el vaso tiene mugre en el fondo y se liase a guantazos con el camarero, por guarro, y porque alguien tiene que pagar los platos rotos.
Feliz!! Los hago toooodos!! Soy Guionistaaaa!! Por fin me he dado cuenta…soy guionista!! Gràcias!! ;-p. Bromas a parte, me ha parecido un post genial…va de cabeza a la impresora…..;-D. Un saludo y suerte!!
Dos personajes que llevan años sin verse, y que dialogan de esta manera:
-Cuánto tiempo.
-Sí, 10 años, 3 meses y 14 días, ¿no?
– Los personajes secundarios totalmente anodinos
que solamente sirven para escuchar al protagonista.
Por ejemplo, la amiga de la chica en las comedias
románticas.
– Las discusiones entre personajes en las que uno de
ellos da una explicación pseudopsicológica del
comportamiento del otro:
“En realidad quieres estar conmigo. Lo que pasa es que
tienes miedo. Hasta ahora sólo has tenido relaciones
intrascendentes. Pero lo que hay entre nosotros es algo
real. Lo nuestro podría funcionar. Lo sabes.
Y eso te asusta. Te asusta mucho…”
La gran pregunta es: ¿por qué estos errores de GUION salen en la PELICULA ACABADA?
Cometer esos errores en la primera fase de creación de una película es hasta normal, pero ¿como es posible que sigan ahí hasta el montaje final? ¿De quien es la responsabilidad? ¿Es que nadie se da cuenta? Tienen miedo a decirlo? Nadie sabe nada?
Desde luego, seguro que no es culpa del guionista (a no ser que sea también el director o el productor) que esta acostumbrado (demasiado?) a que cualquiera le cambie su trabajo y seguro que estaría dispuesto a corregir cualquier cosa.
Entonces, ¿qué falla en el sistema?
Gran pregunta. Y como todas las grandes preguntas, sin respuesta. Desde luego, nadie quiere hacerlo mal. Es decir, nadie sabe que son errores. Al menos, no en el guión, ni en las lecturas, ni en la preparación ni el rodaje. En ese camino, a veces el director está increíblemente solo y nadie le va a decir que se está equivocando. Muchos directores tienen un miedo exagerado (pero comprensible) a que las cosas no queden claras, a que no se entienda. Ese miedo provoca muchas tonterías, subrayados vergonzosos, chapuzas en las elipsis, obviedad en los diálogos. También le pasa al guionista: nadie puede asegurar que una escena va a funcionar cuando se ponga en pie. Todo son tentativas. Acierto y error. Y cuando está rodado y montado, aún esperas a ver cómo reacciona el público. Porque incluso tus amigos ven la película y no te dicen nada.
Si un director se da cuenta de un error con la película montada (lo normal es que se dé cuenta de muchos, créeme), a menudo tiene las manos atadas: es mejor dejar la secuencia aunque sea con error; o si quita todo lo que salió mal, el largometraje se convertiría en un cortísimometraje. A casi nadie le dejan hacer retakes.
En fin, no quiero defender a nadie. Pero este es el asunto: ¿cómo sabemos cuándo nos estamos equivocando?
INT. CAFETERÍA. NOCHE
Dos jóvenes están sentados junto a la ventana. La gente pasa en el exterior.
Él: Son los errores del CIEF.
Ella: ¿Los qué?
Él: El Catálogo Incompleto de Errores Frecuentes.
Ella mira su reflejo en el cristal de la cafetería durante unos instantes. Se hace un silencio.
Él: ¿Estás bien?
Ella no responde.
Él: ¡Hola!
Ella: (reaccionando) Perdona.
Él: ¿Te encuentras bien?
Ella: Pensaba en todos los errores que he cometido con ese guión que mandé está mañana a la productora.
Ella saca una fotografía de una mujer.
Ella: Todo lo escribí por ella.
Él: Seguro que está muy orgullosa de ti, esté donde esté. ¿Cuanto hace ya?
Ella: ¿De qué?
Él: Ya sabes… de su muerte.
Ella: Diez años, tres meses y catorce días.
Los dos guardan silencio. Ella vuelve a mirar su reflejo en el cristal. Comienza a llover y las gotas resbalan por la cristalera.
Ella: se que no me has llamado únicamente para cenar y decirme que mi guión es una mierda.
Él: Cierto. Llevo mucho tiempo con ganas de decirte que en realidad quieres estar conmigo. Lo que pasa es que
tienes miedo. Hasta ahora sólo has tenido relaciones
intrascendentes. Pero lo que hay entre nosotros es algo
real. Lo nuestro podría funcionar. Lo sabes.
Y eso te asusta. Te asusta mucho…
Cuando Ella está apunto de responderle, le suena el teléfono. Lo coge de la mesa.
Ella: Perdona… ¿sí?… si soy yo…. Sí… mañana por la mañana. Perfecto. Muchas gracias.
Cuelga y se queda mirando el teléfono un instante sin decir nada.
Él: ¿Quién era?
Ella: Los de la productora. Me quieren comprar el guión. Lo van a hacer. Que me pase mañana para firmar el contrato. Quieren rodar este año.
Él gira su cabeza y mira su reflejo en el empapado cristal durante un largo largo tiempo.
¡No he parado de reir en un buen rato! Claro, solo se entiende si eres tan compulsivo de leerte hasta la última tilde.
Perdón… se me ha ido la cabeza. Es que son tantos los errores. Que razón tienes. Genial Post. ;)
Jajaja… son buenísimas todas. Me siento muy identificado con espejo, secuencia de montaje y, sobre todo, con “todos hablan (todo el rato)”.
El momento en el que él se acerca a ella
en la cafeteria y le pregunta:
– ¿te importa si me siento aqui?
y ella responde:
– este es un pais libre.
Vaya, ya sabia yo que se me olvidaba algo. Jajaja gran frase jajaja
Su contraparte seria el anciano de ideologia anticuada y militante que despotrica contra todos llamandolos comunistas/nazis/hippies/lo-que-sea y que sirve para que los personajes salgan corriendo hacia la siguiente locacion
Igualmente puede ser una persona defendiendo su casa o valores de un ataque imaginario
Como archienemigo de los montajes musicales (y sí, como todos, he caído), echo en falta una crucial variante del momento dabadá: las fotos que resumen lo que sucede después, traslación happy del intertítulo final de las películas basadas en hechos reales. Y puestos a desenlaces “hasta aquí hemos llegado”, el concierto / baile / chorongo-familiar-todos-somos-felices; no importa si nuera y suegro se detestaban, están bailando, ergo mañana fijo que se invitan mutuamente a comer sin ánimo de envenenarse… Argh.
Y puestos a decir, los offs majetes para presentar al protagonista: “Este soy yo. Mi cuarto. La corchera con fotos de mis amigos. Mi madre: a veces es un poco pesada, pero la quiero…”. Y la variante reflexiva: “De pequeño pensaba que”, “mi padre siempre decía que en este mundo hay de tó y a tó hay quien gane…”, “siempre me he preguntado por qué los perros sí llegan pero nosotros…”. Resumiendo, la mayoría de los offs.
“No me siento orgulloso de ello… pero sucedió”
Utilizar el título como alusión o justificación de algo importante, cuando todos sabemos que posteriormente nos lo cambiaran a buen seguro
-¿ME ESTÁS DICIENDO que esas… cosas… son muertos vivientes?
-Sí, tío. Zombies. COMO EN LAS PELÍCULAS.
Regreso de trabajar recluido en una de esas salas para guionistas sin ventanas (para que no nos distraigamos, que pensemos que el mundo exterior es la pizarra de vileda) y veo gratamente que nos encanta fustigarnos. Buenísimos comentarios, compruebo que el catálogo siempre será incompleto. Gracias a todos.
Igual que yo, habéis unido en vuestras respuestas dos tipos de errores repetidos. Por un lado, los lugares comunes, los clichés gastados de los que echa mano el guionista perezoso, o quien cree que usarlos le concede a sus folios categoría de guión. Aquí entran esos super 8 familiares al principio de la peli, con mamá tapando el objetivo; o esos que entran cada uno por una puerta del mismo taxi; o ese contador de la bomba que siempre se para cuando falta un segundo; o ese enfermo cuya tos en el segundo acto presagia su muerte segura en el tercero…
Hay muchos ejemplos. Muchas páginas en la web con listados de tópicos muy divertidos, como este artículo o este curioso vídeo.
Todos hemos caído en alguno. El qué esté libre de pecado, que tire su iPhone.
Los jodidos nos son esos. Los realmente jodidos son los problemas narrativos. Las imposibles secuencias donde hay que colar información. Los secundarios con un arco escaso y plano. Los personajes que hablan igual, todos igual que el guionista. Esos sí son problemas jodidos. Sobre todo, porque a veces no eres capaz de detectarlos.
En Shaun of the Dead hacían coña con eso:
-Any zombies out there?
-Don’t say that.
-What?
-That.
-What?
-That, the zed word. Don’t say it.
-Why not?
-Because it’s ridiculous.
“… No puedes enseñar a escribir. Y sin embargo, es algo que se puede aprender… ” Me quedo con esta reflexión, estudio Letras y he comprobado que es verdad lo que decís, nadie puede darnos una fórmula para escribir, sean guiones o novelas, pero siempre habrá alguien de quien aprender y que aporte algo positivo a nuestro trabajo.
Los lugares comunes y las frases hechas comenzaron como estrategias geniales y novedosas… hasta que todo el mundo empezó a copiarlas ad nauseam. Estoy seguro que al público le pareció muy reveladora la primera vez que vieron un protagonista mirándose al espejo, el problema es la décima o centécima vez. Quien repite estas escenas se expone como novato simplemente porque resulta obvio que no ha mirado suficientes pelis ni leído suficientes libros o guiones.
Vaya, se nos olvidaba uno de los más importantes!!!!
El malo muerto que resucita!!!!
Buen post. Yo añadiría:
-En los conflictos que surgen entre tríos amorosos, la solución radica en que, al menos, alguno de los tres personajes muera.
-Es muy probable que un secundario que nos cae bien muera, sobre todo si la película trata un asunto serio.
-Dos personas que acaben de conocerse y estén practicando sexo, SIEMPRE llegarán al clímax a la vez.
Más que cierto, sobre todo en películas digamos mainstream. Ya se sabe que el cine es ese lugar donde los polvos son rápidos pero maravillosos y si vas en coche a cualquier parte, aparcas en la misma puerta sin problema. :)
Vamos a ver. Yo soy un novato en esto del guión -llevo sigiendo el blog desde hace unas semanas, no me he atrevido a comentar- y estuve en un taller de cortos. Me tocó escribir una parte del guión -es sobre un “speed-dating”- y lo tuve que hacer rápido porque eran pocos días de taller. Al final rodamos, y me felicitaron por ello.
Entonces me dije: “creo que puedo aprovechar la capacidad que tengo de escribir y reescribir guiones, ojalá no sea una moda pasajera” (soy de esos que se lo cogen con una cosa, y tarde o temprano la cambian por otra, necesito ser fiel a una cosa). Así que escribí un corto romántico, y le dí agilidad a la historia. Me salió la “madre demasiado madre”, el encuentro casual, etc. No era muy bueno, y tardé unos dos meses en hacer el guión, incluso la parte técnica con los planos y demás.
Un bonito día descubrí cierto libro llamado “El Guión” de McKee y mejoré mi técnica (no voy a decir qué he escrito, no vaya a ser que alguien me lo plagie), y a la vez, por obligación, me puse a ver mucho cine español, junto a otras de otros países y las que tenía.Leía y veía a las películas de otra manera para comprender la estructura cinematográfica, junto a la idiosincrasia nacional de nuestro cine; e intentar superarla con mis pequeñas historias.
Aprendí tres cosas: que es un trabajo largo y laborioso y que nunca hay que desesperarse, aunque siempre hay que ser reservado en la tarea; que hay que empezar con cosas sencillas y no simplonas; y como dijo Frank Capra: “que en el cine no hay reglas, solo pecados, y el mayor de ellos es el aburrimiento”.
Gracias por tu respuesta, Travis, a mí me parece que esa es la única actitud posible. Parece que a ti también se te ha contagiado el virus, hay que asumirlo y tomarse el tratamiento a conciencia. Estudiar el trabajo de otros, revisar películas de toda clase (españolas también, sobre todo, manejan parámetros industriales y personajes cercanos a los tuyos), no parar de preguntarse. Y sobre la sencillez, creo que no hay nada más difícil que conseguir que algo sea sencillo. Y que ese es el objetivo al escribir un guión, que no se vea el artificio, aunque lo tenga.
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