RETRATO DEL GUIONISTA ADOLESCENTE

por Sergio Barrejón.

Desde hace ya unos cuantos años, para mí el mes de febrero está marcado por mi cita anual con el Master de Guión de la UPSA. Empecé dando una charla de 2 horas sobre Recursos para Guionistas en Internet. Al año siguiente la amplié a 4 horas. Al otro, aparecí con Cristóbal Garrido y Álex Montoya a explicar cómo preparamos nuestros proyectos para subvención. Al siguiente, convencimos a los alumnos de que ellos preparasen un tratamiento secuenciado y una memoria para presentar a las subvenciones a creación de guiones (hoy seguramente extintas, en la línea de decidido apoyo a I+D que viene mostrando este Gobierno).

Este año la cita fue el viernes pasado. Junto al cineasta uruguayo Carlos Morelli, monté una jornada teórico-práctica de guión de cortometraje de ocho horazas. La parte teórica la impartía Morelli, proyectando y comentando una cuidadísima selección de cortometrajes, que ilustran todo tipo de planteamientos dramáticos, problemas narrativos y estrategias de guión. Mientras tanto, yo me iba reuniendo, uno a uno, con los ocho grupos de trabajo que habían formado los alumnos para trabajar. Cada uno de los grupos había escrito un guión de corto de menos de 10 páginas, y nos lo había enviado tres semanas antes de la charla. Yo los llevaba leídos y anotados, y dedicaba a cada uno una sesión de script doctoring de unos 45 minutos.

Fue intensísimo, agotador y enriquecedor. Tanto para ellos como para mí. En primer lugar, descubrí que esta promoción del master tiene un nivel estupendo. De los ocho guiones, me pareció que tres estaban prácticamente para entrar en preproducción. Es una proporción insólitamente alta. Y en todos los guiones que me parecieron menos “redondos” podía encontrar elementos destacables: un planteamiento originalísimo, una gran habilidad para poner en juego ciertos “trucos de género”… Todos tenían algo bueno.

Pero no quiero aquí glosar las virtudes de los guiones, sino hablar de sus errores. Dicen que nadie aprende en cabeza ajena. Chorradas. Si así fuera, el drama no existiría. De los errores ajenos aprendemos tanto como de los propios, o incluso más. Porque los errores ajenos no intentamos ocultarlos bajo una capa de orgullo. Y el error más común de los guiones analizados en Salamanca (y quizá el error más común de los guiones amateur en general) era éste:

LOS PROTAGONISTAS NO CONFRONTAN A SUS ANTAGONISTAS.

¿Cuántos guiones de principiantes presentan un protagonista aislado, que apenas se comunica, que asiste a los acontecimientos de la trama como un mero testigo?

Un tipo que vive encerrado en su casa, observando el mundo a través del visor de su cámara de fotos.
Un tipo que vive obsesionado por las molestias que le produce un vecino al que nunca ve.
Un tipo que asiste a una situación absolutamente insólita e intolerable, pero la acepta sin más cuando alguien se la explica de manera poética.

La consecuencia lógica de un planteamiento antidramático suele ser el otro error más común de los guiones amateur:

LA HISTORIA ACABA DE UN ZAPATAZO.

Llega la policía.
Hay una explosión.
Alguien se pega un tiro.

Curiosamente, el zapatazo ocurre justo cuando el protagonista está a punto de abordar a su antagonista, o de enfrentar activamente los obstáculos que le separan de su objetivo.

El tipo intenta hablar con la chica que le gusta. El tipo sube a cantarle las cuarenta a su vecino. El tipo deja de correr por el bosque y decide enfrentarse a sus perseguidores. El segundo acto, vaya. Ahí, de pronto, BUM. Zapatazo y final. El Titanic se hunde antes de que Jack baile con Rose.

¿Por qué es tan frecuente este error, este terminar las cosas en el momento en que se ponen interesantes? Por un lado, evidentemente, está la cuestión de que el segundo acto es la parte más difícil del guión. Un principio original y un final de zapatazo, realmente, se nos ocurren todos los días. Y es divertido. Pero el público paga por el segundo acto. El público paga por ver cómo otras personas se enfrentan a sus dilemas. (Paga por aprender en cabeza ajena.) Desengañémonos: la gente no fue a ver Titanic porque se hundiese un barco. Eso ya se veía en el making of. Fue a ver cómo demonios lograban el chico y la chica estar juntos a pesar de todos los problemas que se lo impedían. El barco se hunde cuando llevas hora y tres cuartos en el cine. Si has aguantado allí ese rato, es porque resulta emocionante ver cómo Jack y Rose se enfrentan al problemón.

Un buen primer acto te hace preguntarte “¿qué haría yo en una situación así?”. Un buen segundo acto te cuenta qué hicieron los personajes, y te mantiene en vilo preguntándote “¿y qué pasará a continuación?”. Un buen tercer acto te cuenta una conclusión lógica, pero a la vez sorprendente, derivada de los actos de los protagonistas.

El clásico guión amateur tiene un primer acto, carece de segundo acto, y en el tercer acto te ofrece una conclusión más o menos sorprendente, pero en absoluto lógica ni derivada de los actos de los protagonistas. En el clásico tercer acto amateur, lo que ocurre básicamente es que entra el guionista y se carga a un personaje, para acabar con el tedioso esfuerzo de contar una historia de manera dramática.

Decir que “uno siempre escribe sobre sí mismo” es un cliché tan sobado como el de “nadie aprende en cabeza ajena”, pero creo que aquí viene a huevo para explicar por qué los guionistas principiantes escriben este tipo de historias. Hagamos un poco de psicología barata:

El protagonista elude la confrontación porque el guionista teme la confrontación.

Hay un tipo de guionista amateur, quizá más común en las escuelas de cine, que teme a su propia profesión. Que teme el momento de abandonar ese espacio protegido de la Universidad, de la escuela, donde “tiene derecho a equivocarse”. Que teme el momento de someter sus obras al implacable juicio del público. (El guionista sabe que el público es implacable, porque él mismo es implacable cuando ejerce de público de las obras ajenas.)

Dice Mamet en su “Manifiesto” que, para que una obra de teatro tenga sentido, es fundamental que el público pague por verla. En las escuelas de cine, es el guionista el que paga por escribir. Y sus únicos jueces, los profesores, están cobrando por analizar su obra. Es un ambiente espurio. Pero comodísimo. A la hora de juzgar un guión malísimo, el más déspota de los profesores va a ser más suave que el más diplomático de los críticos.

Y los guionistas lo saben. En este sentido, hay dos tipos de autores: los que están deseando rodar algo y presentarlo en público como sea, y los que piensan que aún no están preparados, que tienen mucho que aprender. Invariablemente, los primeros escribirán cosas más interesantes que los segundos.

Con esto no pretendo menospreciar la experiencia académica. Estudiar Ciencias de la Imagen en la Complutense me sirvió de mucho. Y no diré, como Amenábar, que “aprendí más en la cafetería que en clase”. Donde realmente aprendí fue escribiendo guiones sin pedir permiso a nadie, y grabándolos, y sobre todo, montándolos sin pedir permiso a nadie.

Creo que ésa es la clave de la madurez, ¿no? No sólo en esta profesión. En la vida en general. Has madurado cuando dejas de pedir permiso a nadie para hacer las cosas. Porque hacer las cosas sin permiso significa que te responsabilizas de ellas.

Si eres guionista, y estás estudiando en una escuela o universidad, enhorabuena. Tienes la suerte de recibir los consejos de profesionales, y de aprender en cabeza ajena. Pero nada de ello servirá si no dejas de pedir permiso para hacer las cosas, y te lanzas simplemente a hacerlas. Recuerda que, mientras tú escribes cortos para tus profesores, otros HACEN cortometrajes sin pedir permiso a nadie y los presentan al público. Sólo en el Notodofilmfest se presentan cientos y cientos de cortos cada año. Unos son buenos, otros son basura. Como los trabajos de clase. Pero los trabajos de clase no llegan al público.

Y presentar tu obra al juicio público es la esencia de tu profesión. Hazlo ya. No esperes a terminar la Universidad. No digo que dejes la Universidad. Pero tampoco dejes la vida real. Haz un corto. Equivócate. Pierde dinero. Haz el ridículo. No tengas miedo al ridículo. Es parte del trabajo. Y no necesariamente la peor parte.

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12 comentarios en «RETRATO DEL GUIONISTA ADOLESCENTE»

  1. Gracias. Soy estudiante de guión del tipo 2. Creo que lo mejor es hacer lo que dices. Al diablo con todo y a escribir lo que quiero y como quiero. Le doy tantas vueltas al asunto, espero tantos permisos, tanto tanto y para nada. Abrazo desde Madrid.

  2. Justo hace unos dias comentaba con amigos la sensacion de que cierta generacion, digamos “joven” (menos de 40 por ejemplo), tiene panico al conflicto, en general. Ves como las afirmaciones se revisten de opiniones, cuando no incluso se disimulan o se ocultan tras lo politicamente correcto. Cómo cualquier juicio sobre cualquier cosa se relativiza y nada entonces se puede juzgar. Y no existe ni la bondad, ni la belleza ni la verdad porque “todo es opinable” y “todas las opiniones respetables”. Cómo esta mal visto cualquier tioo de liderazgo, que exige conviccion y por lo tanto defensa de esa conviccion y por lo tanto fuente de conflicto, etc. Si esta sensacion respondiera a una situacion real no me extraña que esta manera de entender el mundo se traslade tambien a la creación.

  3. Estoy de acuerdo contigo en la última parte de tu post.
    Creo que hay que lanzarse, hay que escribir y hay que exponerse.
    Yo llevo tres años consecutivos escribiendo cortos para el mencionado Notodofilmfest y la verdad es que, hasta ahora, me ha ido bastante bien.
    Pero esa sensación que te entra cuando ves el corto colgado y esos sudores fríos, son los que te hacen sentir que estás haciendo algo (normalmente piensas que has hecho una mierda). Y si encima luego te encuentras con que has llegado a la final o has ganado el premio, pues entonces sí que crees que vas por el buen camino.

    Con lo que no estoy tan de acuerdo, es con la exposición que has hecho de la estructura de los cortometrajes. Yo creo que no se puede diseccionar tan alegremente en actos y, menos todavía, en tres aristotélicos actos. Has hablado en términos de zapatazo; es que, justamente, creo que un corto tiene que ser un zapatazo en sí. Y más en festivales como el Notodo, donde estás encorsetado a 3:30 minutos como máximo y 30”
    El mundo del corto es ambiguo, no se puede equiparar a otros medios audiovisuales. Un corto puede durar 20 minutos o, como he dicho, 30 segundos. Pero en cualquier caso, un corto tiene que dar un zapatazo. Un corto, bajo mi punto de vista, no puede detenerse en la exposición dilatada de un conflicto y la resolución del mismo entre el protagonista y un antagonista. Yo creo que un corto tiene que contar una historia clara, contundente y, sobre todo, tiene que tener muy bien reflejadas las relaciones entre personajes. Y eso se consigue mediante diálogo, otra pieza clave en cualquier corto (y más en los de comedia, género que suele ocupar el gran grueso de los cortos que se escriben, ya seas amateur o todo un profesional consagrado).
    Si te fijas en los ganadores del gran premio del jurado del Notodo de los últimos años, son cortos zapatazos. Por algo será.

    Un saludo.

    1. Yo creo que el diálogo va asociado a la comedia pero no necesariamente al corto. Precisamente por su brevedad, el corto puede ser un excelente vehículo para contar historias sólo con imágenes, minimizando el uso del diálogo. De hecho, yo he presentado uno al Notodo en el que no hay diálogo. No hace falta.

      Es cierto que la mayor parte de los cortos consisten en un par de personajes que hablan. Es una opción, ni mejor ni peor que otra.

      Igual que el corto con sorpresa final. Es una de las modalidades de corto que existen. Pero a veces se confunde un final abrupto con un final sorprendente y no son lo mismo.

    2. Bueno, yo dije que el diálogo es una pieza clave del corto, no que sea necesario. Como dije en el anterior comentario, el mundo del cortometraje es ambiguo y cabe todo (más hoy en día).
      Y con respecto a lo de los finales, lo que comentas de la diferencia de lo abrupto y lo sorpresivo, será cuestión de la calidad de la historia si consigue ese efecto o no. Si es bueno, se conseguirá una grata sorpresa y dejará un poso en el espectador. Si no es buena, será puro artificio. Es de Perogrullo, pero es así.
      Yo al menos no concibo escribir un corto si no voy a tratar de zarandear al espectador cuando termine de verlo. Y si lo hiciera, se llamaría vídeo arte o cualquier etiqueta posmoderna que le quieras poner.

  4. Estoy de acuerdo con eso de que la mayoría de los protagonistas de lo amateur son contemplativos, asisten como pasmados a lo que les sucede sin intervenir. No son personajes que hagan sino que se limitan a padecer y, como mucho, huyen.

    Pero ese defecto no es exclusivo de los aficionados. Cortos profesionales también hay que adolecen del mismo defecto.

    Supongo que es el signo de los tiempos.

  5. Sin duda, es un post ideal para ayudar a soltar amarras a aquellos que se encuentran en esa etapa adolescente de esta u otra profesión. Una etapa por la que pasamos todos. Entiendo que un profesor debe ser un guia que permita a sus alumnos dar ese impulso para que salten a la otra orilla. Sin embargo, Sergio, me temo que la reflexión de la última parte del post no puede generalizarse a todos, sin que entrañe cierto peligro.

    Realmente es una etapa incómoda en la que afloran las inseguridades, los miedos e inquietudes que tan bien ha sabido trasmitir Arnau, en la estupenda entrevista con David Muñoz.
    Desde luego, no todos abordan esta etapa del mismo modo. Los hay osados y resolutivos, con la suficiente resistencia para estrellarse contra el público las veces que hagan falta. También los hay temerosos y precavidos, sin tanta fortaleza de espíritu, que después de lanzarse en caida libre, corren el riesgo de no levantar cabeza. Pero si algo se puede generalizar en todos ellos, al margen de como aborden la manera de estrellarse, es que no pueden tener nunca la perspectiva de un guionista maduro, con cierto bagaje y ciertos años de oficio.

    Cuando señala que hay dos tipos de autores: “los que tienen prisa por rodar algo y presentarlo al público como sea, y los que piensan que aun no están preparados y tienen mucho que aprender, Los primeros escribiran cosas más interesantes que los segundos”. No tiene que ser necesariamente así. Igual unos las llegan a escribir antes, lo que no quita que los otros las lleguen a escribir después. Parece más una cuestión de llegar antes a los sitios. Lo que si puede ocurrir es que los primeros se equivoquen más veces que los segundos, y por el cálculo de probabilidades quizás tengan la suerte de acertar en alguna de ellas, pero no será por esa progresión lógica y necesaria, que permite la transición de una etapa a otra.
    A veces, la prisas, no son buenas consejeras, y más que avanzar en nuestros proyectos, pueden dar al traste con todo.

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