EL GRAN SALTO

por David Muñoz.

Decía Fernando Hugo en los comentarios de una entrada anterior:

“(..) Ahora bien, a mí se me plantea una duda: ¿cuándo evitar estos peligros de procastinación corre, al tiempo, el peligro de la precipitación? Porque saltar de una sinopsis a un guión es un salto que yo creo mortal. ¿En la escaleta, en el tratamiento?

Yo estoy sufriendo parte de estas enfermedades (perfeccionismo y revisión excesiva antes del tratamiento) pero, al tiempo, este tratamiento que reviso (revisando las tarjetas; sí, yo soy de tarjetas) me fue analizado y se me apuntó, y con razón, que tal vez me había puesto a escribir demasiado rápido.

Así que… ¿cuál es el punto medio? ¿Cómo saber si estás siendo “profesional” o “responsable” o si ya estás retrasando el siguiente paso; cómo saber si el salto y las prisas y las ganas de avanzar a lo mejor termina con un guión, que, más adelante, vas a tener que revisar desde cero (y entonces, todo se complica más)?”.

Creo que no existe una buena respuesta a ninguna de las preguntas que se plantea Fernando. Por “buena” entiendo una respuesta útil, que nos de una pauta a seguir y nos saque de dudas cuando por Ej. no sabemos si pasar del tratamiento a la primera versión dialogada.

Generalmente ese tipo de decisiones suelen tomarse de forma instintiva. Llega un momento en el que no te ves rescribiendo de nuevo la sinopsis o el tratamiento, probablemente porque ya lo has hecho muchas veces, y para no acabar odiando la historia en la que estás trabajando decides dar un paso adelante y pasar a otra fase.

Desde luego, como dice Fernando, siempre existe la posibilidad de que te estés equivocando y que la impaciencia te lleve a escribir una primera versión del guión que no valga. Y rehacer un guión siempre resulta mucho más traumático que rehacer una escaleta o un tratamiento (no sólo por el volumen de trabajo que supone, sino porque desandar lo andado siempre desmoraliza).

Sin embargo, sí que creo que hay maneras de tener un poco más claro que se está tomando la decisión correcta. O al menos la decisión menos equivocada. Porque todo lo que imaginamos es siempre susceptible de mejora o de ser abordado desde otro punto de vista, y quién sabe si cuando lleves un mes escribiendo tu guión no te darás cuenta de que por Ej. funcionaría mejor eliminando una subtrama entrera. Pero ante eso, poco o nada se puede hacer (una vez se te meta en la cabeza una idea así, no podrás ignorarla; y, por mucha pereza que te de, terminarás rescribiendo el guión de arriba abajo).

Por supuesto, todo lo que estoy diciendo sólo se aplica si estás escribiendo un guión para ti, si eres tu propio jefe. En el caso de que en lo que estés trabajando sea un encargo, la respuesta a las preguntas de Fernando es: “está listo cuando te lo diga el productor”.

Lo malo es que muchas veces los guionistas y los productores no estamos de acuerdo respecto a cuando ha llegado el momento de pasar a otra frase. Como decía antes, los elementos que componen una historia pueden combinarse de infinitas maneras. Pero por desgracia hay productores (y directores) que parecen necesitar leer todas o casi todas esas combinaciones antes de darse por satisfechos. La frase que comienza “¿Y sí…” es la muerte del guionista… y del guión. Porque esa la forma más rápida de robarle al guión toda su personalidad y de convertirlo en una criatura sosa y amorfa (como le pasa a muchos guiones de “blockbusters” hollywoodenses). A los guiones les ocurre como a los personajes de las películas: los definen sus virtudes, pero también sus defectos. Intentar eliminar estos últimos es obligarles a renunciar a su individualidad, a todo lo que les hace especiales.

Volviendo a las preguntas que se hacía Fernando, que ya digo que solo se aplican a los guiones que escribimos por nuestra cuenta, estas son las cosas que se me ocurren para estar algo más seguro de que cuando se da un paso adelante en la escritura de un guión, se está avanzando realmente y no “huyendo hacia adelante”, posponiendo enfrentarse a problemas graves de los que más tarde o más temprano no se podrá seguir huyendo:

Deja de leer tu documento durante una semana. Luego, léelo de nuevo. Preferentemente impreso (es algo misterioso, pero siempre ocurre, después de leer cien veces en la pantalla de tu ordenador un documento, lo imprimes y ves cosas –errores, sobre todo- que hasta ese momento no habías detectado). Y, si es posible, no lo leas en tu casa sino en un bar, o por la calle, paseando. Se trata de hacer lo posible por tratar de ponerte en el lugar de un posible lector de tu obra, de dejar de ser “tú” durante media hora.

Entonces, hazte las siguientes preguntas:

¿Se entiende la historia?

¿Fluye? O sea, ¿el argumento avanza de forma “natural”? ¿Hay una relación clara de causalidad entre los diferentes acontecimientos?

¿Cuenta lo que quiero contar? Eso, suponiendo que a esas alturas sepas lo que quieres contar (porque a veces se descubre cuando estás escribiendo el guión; ese momento en el que el proceso inconsciente que te lleva a desarrollar unos u otros temas –casi siempre los mismos escribas lo que escribas-, revela sus verdaderas intenciones).

¿Estoy escribiendo la película que quería escribir?

Para avanzar en la escritura lo más importante es saber qué película quiere hacerse. Un guión que va dando tumbos es como un personaje sin objetivo, condenado a vagar sin rumbo hasta perderse por El país de las posibilidades infinitas. Alguna vez el viaje te llevará a un lugar distinto al que esperas y aún así merecerá la pena. Pero será algo que solo ocurrirá excepcionalmente.

Sí tienes buenas respuestas a todas estas preguntas, puede que estés listo para seguir avanzando.

Pero, para asegurarte, conviene que el documento lo lea alguien más. Alguien, a poder ser, en cuyo criterio confíes. Un buen amigo además (porque hay que ser un buen amigo para ofrecerse a leer un tratamiento por Ej., con lo áridos que son…). Y por “buen” en el sentido “guionístico” entiendo alguien que no tenga interés en hacerte la pelota, pero tampoco en darte un palo porque sí. Tan poco útil resulta la opinión de alguien a quien todo lo que haces le parece maravilloso como la de un “amigo” guionista (o casi siempre más bien aspirante a guionista) que secretamente está deseando que tu guión sea un horror, normalmente para reafirmarse en su convicción de que si has logrado ganarte la vida con lo que escribes ha sido de pura chiripa. Reafirmación que de paso sube su autoestima. Porque la reflexión a la que llega es “él lo ha conseguido porque tiene más suerte que yo, no más talento o capacidad de trabajo. ¡No tengo nada que reprocharme!”.

Ojalá con tener una opinión ajena fiable supiéramos a ciencia cierta que vamos por buen camino.

Me temo que no funciona así. Como dije antes, solo es una manera de tenerlo un poco más claro. Por muy listo y honesto que sea tu amigo, la suya es sólo una opinión, nada más. Los absolutos no son aplicables a los procesos de escritura. Van cinco guionistas con la misma formación y experiencia a ver una película y cada uno sale del cine con una opinión distinta sobre ella.

Además, estar muy pendiente de las opiniones ajenas puede paralizarte. Si yo pensara en los comentarios que voy a recibir cuando subo una de mis entradas en este blog, jamás escribiría nada. La misma entrada que uno aplaude, otro la odia. Un día se critica que seas demasiado didáctico y enjundioso, y al siguiente que “desperdicies” tu tiempo escribiendo un inofensivo divertimento. ¿Conclusión? Nunca puedes agradar a todo el mundo. Así que confórmate con agradarte (o por lo menos no disgustarte demasiado) a ti mismo.

Vuelvo a lo del principio. Tienes que fiarte de tu instinto. El mismo que has usado para tomar las cientos de decisiones que comporta inventar una historia. Lo demás son solo artimañas que usamos para no sufrir el vértigo que produce saber que al final, delante de nuevo documento que hemos abierto en nuestro ordenador, estamos solos.

¿Y a qué no lo querríamos de otra manera*?

Pero de eso hablaré ya en otra entrada.

*Aunque ese amigo de confianza nos dijera que nuestra historia no funciona… ¿dejaríamos de escribirla? Pues yo diría que en el 90% de los casos la respuesta a esa pregunta sería negativa. Por algo, cuando te contratan para escribir un guión, los mejores momentos son los previos a entregar un documento a los productores, cuando sois solo tú y tu historia. Aprender a disfrutarlos debería ser una asignatura obligatoria para cualquier guionista. Es el placer de hacer las cosas a tu manera, de acertar, pero también de equivocarse, de cometer errores, pero tus errores, no los que te obligan a cometer otros. Como ponía en una camiseta que me regalaron unos alumnos hace varios años (era una frase que parece que yo les decía mucho para que no se avergonzaran de su material): “será una mierda. Pero es mierda”.

4 comentarios en «EL GRAN SALTO»

  1. Raymond Carver decía que sabía que una obra estaba terminada cuando volvía a cambiar las comas que habia cambiado por.
    En lineas generales se puede aplicar aquí. Cuando vuelves a cambiar lo que acabas de cambiar ya puedes pasar al siguiente punto.

  2. David, muchas gracias por responder a mis cuestiones. La verdad es que el caso del que hablaba era el de un guión cuyos tiempos son los que yo le pongo; es decir, que el jefe soy yo.

    Aun así, tú has expresado muy bien toda la problemática que tiene cuando es uno mismo quien se juzga y se establece los tiempos.

    Tomaré alguno de esos trucos que propones. En parte, algo ya hice. Durante unos días (no una semana entera, porque no quería perder el ritmo), dejé “respirar” lo de las tarjetas.

    Ahora, he hecho mi primera versión de Tratamiento en sucio… Esta semana lo puliré y lo contrastaré con el otro Tratamiento anterior; aquel cuyo salto, hace ya años, de las tarjetas al Tratamiento tal vez fuera muy raudo.

    Y luego, a ver a quién se lo doy a leer. El caso es que en esta ocasión me he detenido tanto en las tarjetas, detallando casi todo, que va a salir un Tratamiento que casi será una novela.

    Lo que son las ironías: ahora, si quiero que lo lea alguien (un productor o un jurado si voy a subvenciones), tendré que recortar.

    Relacionando todo esto con el post de Javier Olivares, donde se está hablando de cómo los guionistas deberían ser llamados “escritores”, yo cada día lo tengo más claro.

    No sólo “inventamos” (que eso, parece, lo hace todo el mundo), ni escribimos diálogos (otra cosa que muchos directores creen que dominan); a ver qué director o actor o productor tiene las narices de escribir 50 páginas de narración secuenciada.

    Y de nuevo, gracias David.

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