Querido Pat:
Viniste a verme mientras tallaba una figurilla en madera y me dijiste: “¿Por qué no me haces algo?”
Te pregunté qué querías y respondiste: “Una caja”
“¿Para qué?”
“Para poner cosas en ella.”
“¿Qué cosas?”
“Todo lo que tengas”, dijiste.
Bien, aquí tienes la caja que querías. He puesto en ella casi todo lo que yo tenía, y todavía no está llena. Hay en ella dolor y excitación, sentimientos, buenos y malos y malos pensamientos y buenos pensamientos… el placer del constructor, algo de desesperación y el gozo indescriptible de la creación.
Y, por encima de todo, la gratitud y el afecto que siento por ti.
Y todavía la caja no está colmada.
Steinbeck. “Al Este del Edén”
Confieso que estaba desesperada hace unas horas porque había escrito un post que se titulaba “¿Con quién debe casarse un guionista?” sin saber que mi admirado David Muñoz iba a publicar ayer mismo uno sobre más o menos el mismo tema. Estas cosas pasan, así que ni corta, ni perezosa, me he lanzado a buscar algo interesante o útil que contar y he mandado mis consejos para tener una vida marital saludable a la papelera. Y he buscado y he encontrado varias cosas sobre las que quería hablar pero ninguna me empujaba a escribir de una manera impetuosa. He mirado al cielo y he debido lanzar una plegaria inconsciente porque he tenido una respuesta inmediata y como fabricada por algún dios del Olimpo. Un director de cine con el que estoy trabajando en varios proyectos me enviaba este fragmento de “Al Este del Edén” con el que me he atrevido a empezar esta entrada. La primera sensación que he tenido al leer el texto es la que quiero transmitiros.
Leedla de nuevo. ¿Cuando habla de hacer cajas, no está hablando de hacer guiones? Llevo ya algunos años siendo guionista y cada vez que me encargan un guión o cada vez que yo empiezo esa aventura por mi cuenta, siento el mismo pánico y la misma sensación de placidez. Sé hacer guiones, mejor o peor, pero sé hacer guiones, como el protagonista del texto sabe hacer cajas de madera. Si trabajara en una fábrica de calcetines no creo que sintiera lo mismo. Lo digo sin ningún mal rollo, me encantan los calcetines y no quiero subestimar a los que se dedican a hacer calcetines. Pero los calcetines, no son cajas de madera que tengamos que colmar de cosas. Los guiones sí. En principio un guión no es nada: una idea de un productor, un contrato en el que sólo se especifica que vas a realizar un número de ellos y que cedes todos los derechos de explotación comercial, una ilusión, un sueño, una página de una moleskine, una conversación en un café o simplemente una sensación al leer una noticia. Los guionistas sabemos hacer cajas, sabemos elegir la madera, cuadrar las esquinas, lijar las superficies, anclar los herrajes y otras muchas cosas muy útiles que se llaman técnica. Lo que no cuentan los libros, ni muchos profesores (alguno sí, todo hay que decirlo), es que las cajas no sirven para nada si no las llenamos de cosas. Un recipiente para tener identidad tiene que contener algo y nuestros guiones si sólo se quedan en la superficie, no serán otra cosa que cajas vacías.
¿De qué llenamos nuestras cajas? No creo que un calcetín salga peor un día que otro, con las máquinas sofisticadísimas que existen en la producción textil el ánimo del operador creo que tiene que ver poco con la factura. En cambio, los guionistas no tenemos esas preciosísimas máquinas que nos hagan las cajas y si un día estamos tristes, todo lo que se nos ocurre es triste y si estamos contentos, nos salen los chistes solos. La materia que utilizamos para construir nuestras historias no es otra cosa que nosotros mismos. A las reuniones de tramas nos llevamos a toda la familia en forma de anécdotas, cuando afrontamos una trama de amor se nos revuelven las tripas al recordar lo poco o lo mucho que nos quisieron. ¿Quién no ha nombrado con el apellido de su enemigo del colegio al peor personaje de la serie? ¿Y quién no ha querido hacer tal o cual cosa por ideología, por convencimiento, porque el tema en cuestión atentaba contra sus principios? Somos profesionales y si tenemos un día malo intentamos que nuestra caja no se colme de malos pensamientos, pero no siempre es posible. ¡Cuántas veces habremos repetido a nuestra pareja que tras una discusión no es fácil ponerse a escribir, porque lo nuestro no es hacer churros o calcetines!
Queriendo o no, nos vamos dejando la vida en lo que escribimos. A veces, muchas veces, a nuestro pesar. Cuando alguien ve algo escrito por mí y me dice que sabía que era mío porque tengo un estilo propio, yo pienso que sabe que es mío porque me repetí, porque al final los personajes hablan como yo, porque reconoce más que mis virtudes, mis defectos. La inteligencia y el sentido del humor como el dinero no se pueden ocultar. Si los tenemos, nos salen a borbotones entre las líneas de diálogo de nuestros personajes y si no los tenemos, no hay manera de ocultar la estulticia. Se aprende a hacer cajas, yo enseño a hacerlas en varios lugares, pero lo que no puedo enseñar es a derramarse en la escritura, a no tener miedo de ser descubierto por los demás en ella.
Cuando se salta de un proyecto a otro, cuando ya se llevan varios años escribiendo, cuando hacer guiones se convierte en nuestro modus vivendi, corremos el peligro de dejar de preguntarnos estas cosas. A veces la rutina, las prisas, las presiones, las ganas de acabar para poder cobrar y otras muchas cosas de la vida cotidiana no nos dejan pensar en si esas cajas que hemos hecho podrían estar más llenas. Yo creo que nunca debemos dejar de ser exigentes con nosotros mismos. No hablo de las notas de los productores o de las cadenas que pocas veces tienen que ver con llenar más la caja y casi siempre (o muchas veces) tienden a querer vaciarlas un poco. En realidad sólo quiero decir que no dejemos que las cajas estén medio vacías, cuando pueden estar mucho más llenas. Y cuando digo eso de “derramarse en la escritura” tampoco me entendáis mal. No quiero crear sentido sólo con nuestras finitas y acotadas vidas. “Derramarse en la escritura” es proyectar sueños, aprender cosas cada día, saber que todo puede ser mejor y que no hay que conformarse con lo primero que nuestro ingenio suelte, que la autocomplacencia es nuestra peor enemiga.
Me voy a detener un momento en el final del texto de Steinbeck: “Y todavía la caja no está colmada”. No existe el guión perfecto, no existe la caja colmada. Siempre hay un personaje que podría estar más redondo, una secuencia que podría funcionar mejor, un diálogo desacertado que parece que nadie escuchó antes de ser estrenada la película o un lugar común que no supimos dotar de un significado nuevo. Hay que saber parar, hay que detenerse en un momento y no reescribir más. Hay un peligro enorme con las reescrituras eternas y es que a veces, en vez de llenar más la caja, la empezamos a vaciar. Hacer un guión mejor tampoco es directamente proporcional al número de versiones. ¡Si así fuera, tendríamos todos la receta del éxito! Y nadie, afortunadamente, la tiene.
Y hablando de cajas y por una asociación muy elemental se me ocurrió pensar en Pandora, esa chica curiosa, cual guionista, que rompe una prohibición y echa un vistazo dentro del cofrecito. Cualquiera de nosotros hubiera hecho lo mismo que ella, porque sin curiosidad, sin romper moldes de vez en cuando, ¿quién se puede considerar guionista? Tenemos una cosa buena con respecto a la pobre Pandora y es que no llenamos el mundo de tempestades si nos atrevemos a abrir un guión escrito hace años. La Tierra puede estar tranquila, que nuestros viejos guiones polvorientos son sólo ofensivos para nosotros mismos. ¿No os habéis horrorizado al releer algo vuestro escrito hace tiempo? Yo sí y mucho. ¿Cómo algo que me parecía maravilloso es a todas luces una patochada del tamaño de un piano? Nosotros cambiamos y nuestros guiones que permanecen guardados en nuestros cajones cibernéticos se mantienen iguales al momento en el que los escribimos. Si alguna vez, tenéis la osadía de abrir uno de esos proyectos que hace miles de años que escribistéis, sabed que tras toda esa maleza de cosas que ahora nos horrorizan, habrá algo de nuestro talento, por pequeño que sea, que se ocultaba tras nuestra inexperiencia, porque si alguna vez nos gustó esa historia será por algo.
Nosotros no somos maestros artesanos de la madera, que me perdonen los del gremio de carpinteros, ebanistas y expertos en marquetería, nosotros somos magos y hacemos aparecer cosas de la nada y llenamos sombreros, con palomas y pantallas de cine y de tv ,con sueños.
Verónica Fernández
Como nadie comenta nada, diré que muy bonico.
Y nada cursi…
Qué bien que se te adelantó David. No es que no me interesen tus reflexiones sobre la cuadratura del círculo en la que a veces se convierte la vida conyugal de un guionista, pero la metáfora me ha encantado.
También hay quien hace cajas estupendas para encerrarse en ellas y no ser descubierto, pero nunca nos emocionarán tanto como los que las fabrican, como tú, para compartir lo que tienen.
Que vivan los valientes.
Gracias a Huérfano, Igor y Mariano por vuestros comentarios. Después de escribir este post, en vez de ver guiones encima de mi mesa de trabajo, solo veo cajas.
Todo eso de las cajitas está muy bien pero, ¿con quién debe casarse un guionista?
Kohonera, escribiré el post contestando a otra pregunta en algún momento. Un saludo.
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