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ELIGIO R. MONTERO: DOS ESTILOS DE PENSAMIENTO

La psicología cognitiva habla de dos estilos básicos de pensamiento.

El analítico es el típico razonamiento sistemático, que considera las diferentes partes de un problema y sus relaciones entre ellas para, así, poco a poco y paso a paso, ir buscando una solución o extraer conclusiones.

El pensamiento heurístico tomaría el problema en conjunto y generaría una rápida solución a partir de nuestras experiencias previas, similitudes con otros problemas, analogías, etc.

Aunque en algunos test chorras o publicaciones y blogs que dicen hablar de psicología juegan a clasificar a las personas en función del tipo de pensamiento que usan, la realidad es que todos usamos ambos tipos de pensamiento en función de las circunstancias, muchas veces simultaneándolos en la resolución de diferentes partes de un mismo problema.

Por ejemplo, en una partida de ajedrez, para ver si nos compensa o no capturar una pieza del adversario, usaremos el pensamiento analítico para calcular la táctica y ver si salimos ganando o perdiendo. Algo en plan: «si le como el peón, el me come con el caballo, yo con el alfil, él con la torre, etc.» Pero, al mismo tiempo es posible que consideremos elementos más generales al ver si nos conviene o no capturar esa pieza: ¿Abre una columna para las torres? ¿Sitúa alguna de nuestras piezas en un lugar estratégicamente interesante? ¿Me ayuda a dominar el centro del tablero? Estas consideraciones de tipo estratégico serían heurísticas.

Otro ejemplo, más mundano, sería el decidir qué camino escojo para ir al trabajo. Se puede abordar desde un punto de vista analítico, sobre todo si es una de las primeras veces que vas o no conoces muy bien el lugar: Ves mapas y planos, buscas el recorrido es más corto, te preguntas qué calles tendrán menos tráfico a estas horas, o cuál te lleva por el lugar con más sitios para aparcar. Pero si conocemos muy bien la ciudad o ya tenemos experiencia, es posible que usemos heurísticos en plan «si es por la mañana por aquí, si es por la tarde por acá», «evitar siempre las rotondas», «ese cruce es peligroso», y cosas por el estilo.

Ante problemas nuevos y de cierta complejidad lógica, lo más normal es que usemos una aproximación de tipo analítico. Ante problemas más habituales o que tienen que ver con situaciones sociales, lo más normal es usar razonamientos de tipo heurístico. Y, en otras ocasiones, alternaremos o combinaremos ambos tipos de razonamientos para generar opciones o abordar diferentes facetas de un problema.

El andamiaje

Escribir un guión, un libro, un relato, es siempre un desafío, una tarea compleja y nueva en la que, por mucha experiencia que tengamos, siempre tendremos que usar todas nuestras capacidades, alternando uno y otro tipo de pensamiento. Y el analítico siempre dejará tras de sí, sin que casi nos demos cuenta, por lo menos en la primera versión, lo que yo llamo el «andamiaje», restos de los pasos que va dando el pensamiento analítico para llegar a la solución que necesitamos y que, en el fondo, es lo único que realmente importa. Y esos pasos no sólo serán conceptos, ahora superfluos, que hemos usado para llegar a la idea que buscábamos, sino que también sus conectores lógicos, preposiciones, artículos y conjunciones que flotarán sobre el texto de manera vaga e innecesaria, enturbiándolo.

También los giros, la lógica narrativa, las anticipaciones, los conflictos, los símbolos, lo que sienten los personajes, los datos de interés de la documentación que hayamos empleado, las discusiones y reflexiones que hayamos tenido… han de aparecer todas de forma natural, clara, casi casual o inevitable como parte de las acciones de los personajes y de la lógica del mundo que habitan, sin que se vea nuestra mano ni el complejo contenido y la ardua elaboración que todo eso ha tenido. Todo debe parecer natural y fluido, que son los personajes los que se mueven por sí mismos y que nuestra mano nada ha tenido que ver en ello. Hay, pues, que retirar todo ese andamiaje que ha quedado alrededor de la historia que hemos acabado construyendo.

Sé que esto suela un tanto abstracto, así que voy a poner unos cuantos ejemplos.

Un par de frases de mierda.

En una historia que he escrito, una madre les habla a sus hijos de la existencia de unas espeluznantes criaturas que se esconden en el bosque del norte del pueblo. Y decía que la niña pequeña «cada vez que salía de casa apretaba con fuerza la mano de su madre mientras miraba hacia el norte con miedo». Pues bien, ahí por lo menos se me habían quedado un par de feas piezas de andamiaje.

¿Apretaba… con fuerza? ¿Es que hay otra forma de apretar? Estaría bien matizar el verbo si el apretón fuese suave o excesivo, pero no es el caso. Y, ¿miraba hacia el norte… con miedo? Joder, acabo de dedicar páginas y páginas a construir una historia que le cause pavor a ese cría para tener que decirlo de nuevo de una forma tan burda. Esas dos piezas de andamiaje me sirvieron para construir la escena, para figurarme cada movimiento y sentimiento de la niña, pero ya no son necesarias y, al reescribir, hay que quitarlas. La frase, ahora, dirá de esa niña que «cada vez que salía de casa apretaba la mano de su madre mientras miraba hacia el norte». No es una frase genial pero, al menos, funciona mejor que en su anterior versión y, quizá, ya no sea una frase de mierda.

En otro punto de esa historia se hace una larga descripción de un hacha y de lo que el hacha significa y, entre otras cosas, en la primera versión, se decía que los antiguos forjadores de metal, seguidores de cultos chamánicos, creían que en el interior del hacha convivían dos espíritus: el del metal de su filo, que habría pertenecido a las rocas, y el de la madera de los árboles, que habría pertenecido a los árboles. Ese concepto me gusta, pero lo puse con todo el andamiaje que me había llevado hasta él. Todo ese rollo de los primitivos forjadores y sus creencias. Pero, ¿es de verdad necesario contar eso? No, sin duda que no. El concepto, lo potente, es lo de los dos espíritus. Así, al final, la frase se centra en decir exclusivamente que el hacha posee dos espíritus: el de la madera de su empuñadura y el del metal de su filo. Árbol y roca. Y ya está. ¿Para qué contar más? Lo otro sólo echaba sombra y enturbiaba lo importante.

Generalizando, al reescribir, es normal encontrarse con todo tipo de descripciones, matices, adverbios, preposiciones, conjunciones y adjetivos de sobra, que hay que eliminar sin piedad. Cuando un párrafo o frase comienza por «entonces» o «después», el 99% de las veces es andamiaje. La sucesión de los párrafos, uno tras otro, ya indica que uno es después o a continuación del otro en el tiempo.

También es bueno vigilar si nos pasamos poniendo los nombres de los protagonistas demasiadas veces, cuidar mucho los gerundios (herramienta útil al pensamiento pero que puede ser peligrosa para la escritura pues muchas veces se usa erróneamente para acciones que van a continuación una de otra y no de forma simultánea), ver si las descripciones se basan en aburridas y sosas generalidades y no en cosas concretas y con enjundia, huir del abuso de los puntos suspensivos (en los diálogos no indican pausa, pues para eso están la coma, el punto y el punto y coma, sino que su función es otra —enumeración, suspensión o indeterminación—), atender a la información que ya se da de forma visual o narrativa para no redundar con ella en el diálogo («¿Te gusta mi collar?» Suele ser una forma cutre y redundante de decir «¿Te gusta?», señalando el collar… salvo que estemos con un guión de radio, claro), no repetir información, evitar los coloquialismos vacíos, etc. Todo eso es andamiaje que hay que retirar pues «tapa la vista» de lo que realmente queremos mostrar. Y en el arte, todo lo que no suma algo nuevo e interesante, resta.

Y si de verdad me aplicase el cuento habría sacado la «y» que encabeza esta frase y me habría limitado a citar a Truman Capote con aquello de que se escribe con la pluma pero «se reescribe con el hacha».

Un par de ejemplos de cine

En «Los sobornados» de Fritz Lang, que es una obra maestra, se les colaron un par de pequeñas piezas de andamiaje en una secuencia del principio de la película. Una escena entre el protagonista y su mujer. Para contarnos lo bien que se llevan y lo felices que son, los vemos sonrientes todo el rato, cariñosos, comiendo del mismo plato, compartiendo el mismo cigarrillo… y por si todo eso no fuera necesario, ¡lo verbalizan! Sí, se lo dicen el uno al otro, lo bien que se llevan, lo mucho que se quieren y lo felices que son. Evidentemente ahí sobran unas cuantas piezas de andamiaje… menos mal que la película enseguida remonta el vuelo hacia alturas inauditas.

En «El delator», dirigida por John Ford a partir de un guión de Dudley Nichols, y protagonizada por un inmenso, en todos los sentidos, Victor MacLaglen, llegamos a una crucial escena en la que Gypo Nolan acaba de delatar a un amigo, un buscado activista del IRA, a cambio de dinero. Espera en el cuartel mientras unos soldados han ido a detener al del IRA. Ese hombre intenta huir, hay disparos y muere. Mientras, la espera es tensa. Suena el teléfono. Lo coge un soldado que, lacónicamente, informa de lo que ha pasado. En el rostro de Gypo se juntan tal cantidad de emociones que sería casi imposible describirlas. El oficial del ejército, con una mirada de desprecio, pone el dinero sobre la mesa y, con un bastón, lo acerca hasta Gypo que, tras dudar un momento, lo coge y sale.

En la escena, tal y como estaba en el guión, había bastante diálogo acerca de lo que acababa de hacer Gypo y sus sentimientos encontrados. Necesitaba desesperadamente ese dinero para irse del país con una mujer de la que está enamorado, pero las cosas se han torcido más de lo que esperaba y ese hombre que ha muerto era un buen amigo… y sabe que en cuanto el IRA lo descubra, irán a por él. Los soldados, pese a lo bien que les ha venido, lo desprecian y le compadecen. Todo eso, más o menos, salía a relucir a través de unos diálogos bastante buenos que Ford eliminó en su totalidad. ¿Por qué? Porque eran andamiaje, tanto para esta secuencia como para las anteriores y las posteriores. El espectador ya sabía todo lo que se decía, lo había visto y sentido, y muchas cosas que se anticipaban iban a ser desarrolladas luego con mucha mayor profundidad. Ford prefirió dejar a la acción sola, sin diálogo, seca, pura, pues el espectador ya conocía todo lo que necesitaba para entender a Gypo y sus terribles sentimientos. El efecto de esa escena, ese tenso silencio, esa cara sin casi expresión alguna, resulta mucho más poderoso que cualquier diálogo.

Ford, en general, era todo un maestro de retirar el andamiaje, habitualmente poco, que pudiesen dejar los excelentes guionistas con los que trabajaba. Sus retoques al guión solían consistir en eliminar: frases, planos, escenas… ir a lo esencial, a la clave.

Se suele decir que en la primera versión es bueno dejar por escrito todo lo que se nos ocurre, todo lo que nos viene a la mente. Habrá ideas malas, que eliminaremos, y, sobre todo, habrá innumerables piezas de andamiaje, algunas pequeñas como una simple preposición, y otras más grandes, frases, párrafos y escenas enteras, que deberán caer bajo esa hacha de la que Capote hablaba.

Por Eligio R. Montero.

32 comentarios en «ELIGIO R. MONTERO: DOS ESTILOS DE PENSAMIENTO»

  1. Yo sumaría a estas recomendaciones de escritura (de una versión más avanzada) el tema de los infinitivos: que no abusemos de ellos. Ni de los adverbios que acaben en “-mente”.

    Muy interesante post. Y da pie a la reflexión: ¿hasta dónde hay que “pulir” para que, al cabo, el texto no resulte demasiado minimalista? Hablo más de relatos o novelas

  2. Un post muy didáctico. Normalmente cebamos tanto nuestro texto que luego hay que someterlo a una liposucción severa, pero inicialmente siempre es mejor que haya dónde agarrar que disponer de un texto raquítico y fundamentalmente pobre. No es un buen punto de partida. Creo que la clave, como se ha dicho, es escribir todo lo que a uno se le ocurra para acto seguido destilar toda esa información por el filtro visual y diégetico a fin de obtener un producto concentrado, un comprimido de componentes narrativos, algunos visibles y otros no. O dicho de otro modo: exponer aquellas imágenes que están al servicio del interés dramático de la historia.

    Respecto al minimalismo al que refiere Fernando, me ha venido a la cabeza el nombre de Quim Monzó. Su literatura es muy visual y contingente, pero no a costa del estilo, ni mucho menos. Es extremadamente conciso, hilando finísimo, y no incluye nunca morralla. Todo tiene un porqué y una función en la historia que cuenta. Y además es el adalid del relato subversivo y el humor negro. Un genio de la visualidad. Ese ‘minimalismo’ es más atribuible a la corriente del ‘realismo sucio’ postulado por escritores como Bukowski, Carver, Richard Ford, Cheever o Kerouac. Minimización del adjetivo, traslado casi fotográfico del espacio e historias sin pretensiones artísticas. Como dijo el mismo Carver: “No a los juegos triviales; nada de trucos”. Un buen archivo bibliográfico del arte de hachar al que remitirse.

    1. Antes del realismo sucio, los autores estadounidenses de novela negra ya aplicaban lo de menos es más. Estoy pensando en Hammet, por ejemplo.

    2. Me alegro de descubrir que no estoy tan solo en esto de considerar que el canon Carver puede llevar a extremos exagerados.

      Imagino que, esto de “el arte del hacha” que mencionabas, la clave será que cada uno elija qué adjetivo es imprescindible y cuál no.

      Por otra parte, el “menos es más” siempre me ha parecido muy reductor, cuando hay toda una tradición, más barroca, más imaginativa, que también es respetable. Como todos los lectores y espectadores no somos iguales, debería haber ocasión para historias (en cine, o en literatura) “barrocas” (Fellini, se me ocurre, que es uno de mis directores preferidos, o el propio Welles) y minimalistas.

      Ni uno ni otro me da a mi que son modelos excluyentes, si bien parece que la sombra de Carver (que tal vez también tenga antecedentes en cierta literatura negra, como bien decía Kohonera; los narradores lacónicos supongo que encajan mejor con detectives o policías desencantados) sigue siendo alargada.

    3. Sí, me refería a que la elección de los adjetivos en este tipo de relatos no es arbitraria (tanto en contenido como en forma), es más bien concienzuda y creo que trata de exaltar las emociones empleando un mínimo aparato estético, evitando las intrusiones y los artificios para acercarse, aunque sea algo más, a la realidad. De ahí esa ‘crudeza’ que se le atribuye. Admiro mucho a Carver porque cuenta historias (instantes, más bien) aparentemente intrascendentes. Y la verdad es que, superficilamente, no ocurre mucho en ellas; son superficialmente intrascendentes en tanto que lo son nuestras vidas, ¿pero acaso no hay nada más trascendente que éstas? Nuestras vidas suelen ser aburridas, redundantes, sin demasiada acción (forma); sin embargo la fuerza emocional que las sustenta es MUY poderosa (contenido), igual de poderosa que lo son una vez representadas en el arte y sus infinitas variables. Por eso creo que esa sencillez de estilo es engañosa y muy muy complicada de llevar a cabo.

      El caso es que escribir guiones es, muchas veces, acogerse a ese estilo ‘minimalista’ que mencionábamos: visual y conciso. Ojo, que eso no significa ser parco en emociones, al contrario. La concisión significa explicar mucho en poco. Mucho contenido en un contenedor pequeño. Podríamos decir que el método de ‘menos es más’ tiene potencial cuando el ‘menos’ sirve al ‘más’.

      ¿no?

    4. Sé que le cito demasiado, pero qué demonios, por algo es la
      H de Hmaniaco: Hitchcock siempre decia “Lo que no
      suma, resta”.

      Respecto a Raymond Carver, deberia ser lectura obligatoria
      para todo aspirante a guionista. Sobre todo por su uso de
      metáforas visuales. Estoy recordando aquel relato en la
      que un frigorifico estropeado y toda la comida descongelada
      esparcida por la cocina ilustra una historia sobre un matrimonio
      fracasado. Genial.

    5. Por menos de 10 euros puedes conseguir uno de sus libros de relatos. Los edita Anagrama, creo recordar.

      Un día leí esto, escrito por él, que es bastante interesante:

      @http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/carver.htm

    6. Si no recuerdo mal el relato al que me refiero aparecía en
      una antología titulada “De que hablamos cuando hablamos
      de amor”.
      Yo lo encontré en una biblioteca pública.
      Es un buen lugar para empezar a buscar.

    7. Yabadabadoh, entiendo que el estilo en la escritura de guiones ha de ser (y por otros motivos, además, como el más pragmático) parco. Pero digamos que yo separo la escritura en sí de guiones, y me refiero también al estilo visual o al tono narrativo de películas. Seguramente los guiones escritos por Welles o Fellini serán escuetos, pero su traslación a imágenes denota que su aspiración no es hacia ese minimalismo.

      El minimalismo, cuando está bien hecho, es estupendo. Pero ha dado pie a una serie de autores y obras que, bajo ese estilo parco, creo yo que ocultan falta de imaginación, y una perspectiva sobre la vida muy respetable, pero que no es única: la de la intrascendencia de la vida, y lo que ella sucede.

      Como decía David Muñoz hace unos posts, cada autor tiene derecho a ofrecernos su visión del mundo. Lo que no sé es por qué tiene tanta aceptación esta tendencia (tal vez por que los autores negros afines ya nos habían acostumbrado a la parquedad y ellos fueron parte de la literatura popular antes que de la “seria”).

      Cuando un film o una novela o un relato es bueno, a mi, en concreto, me da igual si es minimalista o lo opuesto. Pero no creo que sea bueno dar a entender (en cursos y talleres literarios a veces se cae en ello) que el estilo Carver es el modelo único hacia la excelencia.

      Yo diría que, al final, son esos dos extremos sobre qué es “más artístico”, si Ford o Fellini, si Eastwood o Scorsese; es decir, si es mejor que el estilo se note o que no. En literatura, imagino que los opuestos (en relatos) serían Carver contra Cortázar (o Borges).

      Yo, lo siento, admito ambos caminos, pero sin duda, a mí me atrae más (y siento que hay más mérito, pero esto es personal) en Cortázar que en Carver. Pero para eso hay muchos tipos de lectores y de espectadores.

    8. Ah, y si para el que quiera, recomiendo a Chéjov, posible precedente (no sé si bien entendido) de Carver, y que, para mi gusto, es mucho más humano.

      Y siguiendo con las “C”, Cheever.

    9. Señor Hugo, leyendo sus largos post entiendo perfectamente
      que no le guste el minimalismo.

      Aun asi, lo bueno, si breve, dos veces bueno.

    10. A mi me cuesta separar una cosa de la otra. Pienso que lo que se traslada en imágenes son justamente las palabras que hilvanan el guión, y es la elección de éstas lo que definirá la mayor o menor fuerza visual de la película. Aunque si te refieres a una interpretación personal del guión literario por parte del director, claro, un petardo puede convertirse en fuegos artificiales.

      Y me duele ver que asocias la parquedad con la falta de imaginación : ) no lo creo para nada. Me gusta pensar que en una película se valora más el contenido que la forma, y es en el primero por dónde se va gran parte del esfuerzo creativo. Obviamente, creer que eso es así me convertiría en un ingenuo de campeonato. No es así, muy a mi pesar, y es una opinión muy personal. Pero en todo caso ambas posibilidades son igual de plausibles, y decir que la parquedad de estos autores se debe a su falta de imaginación es un poco injusto para ellos, además de una manera poco sutil de tomar partido a favor de las formas y exaltar su validez como medidor de lo que es y no es original o imaginativo en esto de escribir historias : ) me conformo con que hayas dado tu beneplácito a la alternativa ‘admitiendo’ ambos caminos.

    11. Bueno, no es que asocie la parquedad con la falta de imaginación; creo que a veces, sólo a veces, la parquedad oculta lo segundo. Pero igualmente que seguro un estilo muy floreado puede ocultar un contenido vacío. Los extremos siempre son negativos.

      Yo creo que la forma y el contenido no deberían separarse, y que si ambas se apoyan llega la perfección.

      Hombre, claro que tomo partido; pero no digo que mi opinión sea ley, sino que me tiran más un tipo de obras que otras. Por eso decía que era eso, mi visión personal. Aunque sólo sea por ir a la contra de esa tendencia mayoritaria en favor de la parquedad. Y ya digo, admito cualquier vía; pero que “admitir” no implica un deje despectivo, que conste. Ya digo que Chejov me gusta mucho. Otro debate sería hablar de si Carver realmente fue el autor de sus cuentos, que ahora sabemos que se los “pulía” (a base de hacha) su editor.

      Y en cuanto a lo que dice Hmaniaco: hay ejemplos de buena literatura en cualquier distancia. Que no le oigan los defensores del Quijote, de Guerra y Paz, de Crimen y Castigo, de Dickens, de James, de Dublineses, de… Bueno, de mucha parte de la literatura, vaya.

  3. Buenos días. Muy interesante su post. En la mayoría de películas y libros no sólo dejan el andamiaje, nos enseñan las grúas, las hormigoneras, las listas de embarque y entrega y, por si acaso no nos ha quedado claro, nos lo terminan relatando, no sea que no lo entendamos. En el otro extremo están los que usan el hacha a modo de Dogma literario. En éstas no es que no haya andamiaje, es que no hay historia y si no lo entiendes es que no eres lo suficientemente cool.
    Aparte de la formación y del dominio del lenguaje, supongo que el limite hasta dónde pulir, está en el buen gusto, en el talento de quien las construye.

    A veces elegimos un camino sólo por el placer de caminar u, otro, porque llevamos tacones y nos duele el meñique derecho, ¿sería un pensamiento herístico? Jajaja . Un saludo.

  4. Buen post, Eligio. Se agradece una exposición tan clara sobre la alternancia de los dos tipos de pensamiento que solemos utilizar.Y también es bastante certero lo del andamiaje. Un simple texto siempre necesita revisarse y eliminar aquellas partes sobrantes que no aportan nada o que pueden resultar ambiguas para el lector, siempre que la intención no sea precisamente la de ser ambiguo con un determinado propósito que sirva al conjunto. Me ha hecho gracia la manera de exponer la eliminación de conjunciones, preposiciones, adjetivos y demás. Por ejemplo, el “pero” a veces es una forma de invalidar sin piedad lo que precede.
    Creo que a todo autor, cineasta o creador para realizar correctamente esta labor de eliminar el andamiaje, no debería ser impaciente, porque ese proceso de revisión no se hace de un día para otro. Lo lógico es esperar un tiempo prudencial para coseguir un resultado óptimo. Lo que hoy hemos escrito y dado el visto bueno, no es garantía de que vaya a serlo mañana. Ese momento de revisión en el que se enciende la bombilla y uno piensa para sí, ahora está perfecto, creo que no le sobra ni le falta nada. Y no tendrá que coincidir necesariamente con la opinión de los demás, pero a uno le dará esa seguridad necesaria para presentarlo al público. Supongo que esto tiene que ver con que algunos cineastas o genios de la creación se ganen la fama de estirados y de soberbios.

    Por último, sólo quería señalar la gran ventaja adaptativa para el hombre que supone el pensamiento heurístico en la solución de ciertos problemas cotidianos, creativos y sociales. Aplicar un pensamiento analítico sería costoso en tiempo y esfuerzo, a la par que complicado. Posiblemente, sería una forma más segura de dar con la solución correcta, con menos margen de error, pero el pensamiento está a nuestro servicio y siempre trata de optimizar los recursos que disponemos de una forma eficiente. Precisamente, el hecho de que a uno de golpe se le encienda la bombilla es fruto de un pensamiento más heurístico, aunque se alternen los dos tipos.

  5. Se me adelantaron mencionando a Chejov, sus cuentos cortos son increiblemente conscisos y tienen la capacidad de poner al lector en ambiente con unas cuantas frases, la base de ello es hablarle a un espectador inteligente, uno capaz de entender lo que se dice y no uno al que deba explicarsele todo, esa es una forma de narrar que funciona muy bien en los medios graficos; permite que el realizador se olvide de andar desglosando el contexto y se enfoque al impacto visual y narrativo

    Despues de un tiempo rondando la blogosfera puedo decir que el microcuento permte ejercitar la capacidad de construir desde un punto de vsta que se explique solo, hay por ahi muy buenos ejemplos pero me da flojera busc… quiero decir que es mas provechoso si los buscan ustedes mismos, pero de Chejov es muy corto y muy bueno “El camaleon”

    Genial, he dejado un consejo en Bloguionistas, me siento niño grande

  6. Gracias por los comentarios (soy Eligio, por cierto, lo de “elperejil” es mi nick) y, curiosamente, han salido a colación dos de mis escritores favoritos. Chejov y Cheever (por algo le llaman el “Chejov de los suburbios”), dos grandes maestros de la prosa limpia y profunda. De los mejores escritores para aprender a escribir con su ejemplo.

    De microrelatos os dejo aquí uno de Leonard Michaels del que ya hablé en mi blog una vez:

    La Mano

    «Abofeteé a mi hijo pequeño. Mi cólera era terrible. Como la justicia. Entonces advertí que no sentía la mano. Le dije: “Mira, quiero explicarte las complejidades”. Le hablé con seriedad y cuidado sobre todo lo de los padres. Cuando terminé me preguntó si quería que me perdonase. Le dije que sí. Me dijo que no. Como triunfos de la baraja.»

  7. Demasiado micro en el comentario anterior. A ver si ahora:

    “Un día la ciudad desapareció. De cara al desierto y con los pies hundidos en la arena, todos comprendieron que durante treinta largos años habían estado viviendo en un espejismo.”

  8. Puse unos links para hablar del editor de Craver, que era el que le impuso ese estilo minimalista, pero no ha aparecido el mensaje.

    Ahí dejo el tema, bastante curioso, por cierto.

    1. Hola, Javier. Has hecho bien en decirlo. El comentario había sido rechazado por el sistema antispam del blog, supongo que por llevar muchos links, precisamente.
      Ya está publicado.

  9. Esto… Sólo quería rectificar… Donde decía “Dublineses”, quería decir “Ulises”. Es decir, me confundí de obra; Dublineses es un relato (uno bastante bueno) pero yo hablaba de una novela “larga”, como es Ulises.

    Pero vamos, que obras buenas las hay de todas las clases, y eso es lo bueno, la variedad.

    En cuanto a lo mencionado por Olivares, no sé si será el mismo link, pero ya que estamos ahí va uno que lo resume: http://www.aviondepapel.tv/2010/10/el-editor-que-encumbro-a-raymond-carver-minimizando-su-literatura/

    Ahora queda la tarea de tener ambas versiones de sus relatos, y ver cómo escribía realmente Carver, y si es mejor su estilo que el de Gordon Lish, que era su editor.

    1. En La Vanguardia leí un artículo maravilloso sobre el tema (La Vangiardia y ABC tienen las secciones de cultura mejores de este país con diferencia).

      Se comparaban párrafos y te aseguro que Carver, antes de ser editado, parecía un culebrón: cada movimiento, cada sensación del personaje… llevado a un paroxismo descriptivo, en algunas ocasiones.

      Lo curioso es que cuando Carver se quitó de encima a Lish, como ya había tenido éxito, siguió escribiendo… ¡¡¡a la manera de Lish!!!

      Es una historia maravillosa como pocas en relación a quién es el verdadero autor de una obra.

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