Por Daniel Castro
Hace dos lunes escribía sobre lo difícil que me había resultado preparar mi charla para el Hotel Kafka. Intentaba contar dos cosas a los alumnos: una, que se animaran a escribir historias que tuvieran que ver con sus vidas y, dos, que intentaran rodar, aprovechando que los medios técnicos actuales lo facilitan enormemente.
Pero no encontraba la manera de relacionar las dos ideas. Una tenía que ver con la escritura, la otra, con las menudencias de la autoproducción más precaria.
Como casi siempre, la solución fue sencilla y de sentido común.
Las dos cosas son casi la misma:
Escribir algo realista lo convierte en fácil de rodar. Y, rodar algo con pocos medios lo convierte, casi obligatoriamente, en algo realista.
A no ser que lo que uno quiera reproducir en una película sea aquél apocalíptico viaje que hizo al Amazonas en el que una tribu autóctona intentó devorarle y sólo consiguió huir fabricando un helicóptero con troncos de palmeras, el resto de las cosas que uno vive suelen ser bastante sencillas de reproducir.
En nuestra vida suele haber pocas persecuciones en lanchas y, en cambio bastantes conversaciones en cafeterías. No solemos asesinar cruelmente a demasiada gente. En cambio, sí solemos abrazarla, hacerle el amor o llamarla por teléfono. Cosas mucho más económicas.
Es bastante fácil convencer a tu amigo excéntrico para que haga un papel de… tipo excéntrico. Es bastante probable que el dueño del bar donde llevas años yendo a tomar cañas te deje grabar y también es lógico que los objetos que necesites para una película sobre un tipo de 30 años que vive en Madrid, los tengas en tu casa, que viene a ser… la de un tipo de 30 años que vive en Madrid.
Los problemas empiezan si quieres que tu protagonista viva en un palacete de cristal, conduzca un Ferrari y haga explotar un tren de Alta Velocidad.
Marx sostenía que la infraestructura (base económica) de una sociedad determinaba su superestructura (producción intelectual, cultural, etc). Según el marxismo, “no es posible la independencia de la mente humana, del pensamiento, respecto de las condiciones materiales específicas en las cuales se está inmersa la sociedad”.
Un análisis superficial vendría a identificar el inusitado crecimiento económico de Occidente durante los últimos 30 años con un tipo de cine comercial y evasivo, ideal para que cada avance tecnológico se mostrara en todo su esplendor. Desde las primeras películas de Spielberg hasta “Avatar”, de Cameron, Occidente parece haber vivido tres décadas de frenesí, de un progreso que parecía universal e imparable.
Tal vez la actual crisis económica mundial afecte a los contenidos audiovisuales. Tal vez no.
En cualquier caso, estemos ante una decadencia del cine tal y como lo hemos conocido en los últimos 30 años o no, estemos ante un cambio en el tipo de contenidos de la ficción o no, lo que sí parece evidente es que los medios escasos deberían acompañar a historias modestas y eso, implica, en cierto modo, que éstas sean más realistas.
Nacho Vigalondo acaba de rodar una película de bajo presupuesto titulada “Extraterrestre”. Aún no la he visto pero, según las reseñas que he leído, viene a ser una comedia romántica con marcianos al fondo. ¿Alguien imagina una producción barata que fuera, al contrario, una gran película de invasión extraterrestre con leve subtrama amorosa?
Probablemente sería una gran chapuza. La escasez de dinero se nota sobre todo cuando se pretende recrear algo inexistente en el tiempo actual. No tanto cuando uno pretende grabar cómo es un piso de Malasaña en 2011. El dinero puede ser incluso contraproducente en este último caso. Uno no imagina que una película de Ken Loach pueda ser mucho más realista o mejor si un estudio (algo desquiciado) decidiera financiarla con veinte millones de dólares más.
Cuando el dinero es escaso, el director y guionista deben limitar su grado de intervención en la realidad, deben moderar sus ansias de “reconstruir”. Resultan obviamente eliminados la persecución en moto y el flashback a 1905, cuando el abuelo tomó el carguero que le llevó a Argentina.
Algunos ven en estas limitaciones grandes barreras que limitan su creatividad.
Lo son.
Pero creo que también hay en ellas grandes ventajas.
Una de ellas es la libertad que permite al director – guionista. Quienes aportan dinero a una producción permiten que el personal cobre o que se pueda utilizar cierto efecto digital especialmente caro, pero, a cambio, exigen decidir quién va a ser ese personal: quién va a protagonizar la película, cómo va a ser el final y en qué idioma se va a rodar.
Sin conocer concretamente el caso de la última película de Vigalondo, me permito aventurar que probablemente haya gozado de mucha más libertad para escribirla y rodarla que si se hubiera tratado de una historia más complicada.
Otra ventaja indirecta de la escasez económica es la de acercar lo que hacemos a lo que vivimos. Como explicaba más arriba, cierto grado de realismo deja de ser una opción y pasa a ser una obligación. La pantalla de cine deja así de ser únicamente una puerta de evasión, sino que pasa a ser también un espejo que muestra al espectador algo que se parece a él o una ventana que le permite ver otros aspectos de la realidad en la que vive.
El otro día, en el hotel Kafka, cerré la charla con una cita de Truffaut de 1957 que me parece sorprendentemente apropiada para estos tiempos de autoproducciones: “La película del mañana la intuyo más personal incluso que una novela autobiográfica. Como una confesión o como un diario íntimo. Los jóvenes cineastas se expresarán en primera persona y nos contarán cuanto les ha pasado: podrá ser la historia de su primer amor o del más reciente, su toma de postura política, una crónica de viaje, una enfermedad, un servicio militar, su boda, las pasadas vacaciones, y eso gustará porque será algo verdadero y nuevo… La película del mañana será un acto de amor.”
Y ahora, tomando las últimas palabras de esa cita, voy a correr el riesgo de ser cursi.
La clave es el amor.
Escribir es amar. Rodar es amar. Tomar fotos es amar. Mirar es amar.
Nuestro tiempo es escaso y lo sabemos. Por eso lo dedicamos a aquello que creemos que merece la pena.
Por eso escribimos sobre aquello que nos gusta o, al menos, nos interesa. Superhéroes (porque esos fueron los cómics que amamos), amor, zombies o conflictos familiares.
Asumo que la gran mayoría de las personas que se dedican a escribir o a dirigir han tenido una vida tan llena de amor por el cine, la televisión y otras obras de ficción que es imprescindible que este sentimiento se vea reflejado en su obra. Es sano y lógico que quieran mostrar en sus películas su pasión por los relatos de aventuras, de zombies o por el cine de espías de los últimos 70.
Sin embargo, y sabiendo que es un consejo que resulta desagradable a muchos jóvenes cinéfilos (era algo que no quería oír yo mismo hace diez años), les invitaría a que miraran menos al cine, menos a la tele, y más a la vida. Aunque a veces no lo parezca, hay cosas más fascinantes que un sorprendente punto de giro, un medido movimiento de cámara o un plano cuidadosamente compuesto.
La realidad no es sólo un lugar del que huir. Es el lugar en el que estamos instalados, lo queramos o no. Y estaremos aquí siempre. De la realidad podemos extraer historias apasionantes que, además, podemos contar de manera muy económica.
Pienso que un buen guionista no sólo debe amar el cine. También debe amar el mundo que le rodea. O al menos, intentarlo.
Nota de despedida
Tras este post me voy a tomar un descanso. Actualmente trabajo como guionista en “Gran Hotel” y acabo el montaje de “Ilusión” (mi pequeño largo autoproducido) en los ratos libres. Eso me deja poco tiempo para escribir posts que merezcan la pena.
Durante unos meses escribiré menos por aquí, aunque intentaré no desaparecer completamente. Espero volver pronto con mayor regularidad.
Hasta entonces, os mando a todos un saludo.
Bonito post. Aunque puntualizaría, por si alguien no lo ve claro, que no se trata de obligarse a uno mismo a ser realista, sino simplemente optimizar los recursos de los que dispones y no escribir algo que esté fuera de tu alcance. “Terminator” puede contarse sin efectos especiales: sería otra película, pero en lo esencial sería la misma historia. Y anda que “La red social” no podía haber sido una autoproducción española…
A lo mejor me paso de romántico, y sé que llegamos 30 años tarde a esta revolución, pero creo que la pequeña explosión de cine “indie” autóctono a la que estamos asistiendo (Extraterrestre, Diamond Flash, Madrid 1987, etc) es el principio de algo. Me muero por saber qué pasará dentro de un lustro. Espero que la gente se haya hartado de que otros decidan si pueden o no hacer cine y se lancen a contar historias. Está a nuestro alcance.
Saludos.
Supongo que por afinidad al tipo de cine que Daniel describe y por la complicado que parece ponerlo en práctica, este post me ha calado hondo. No sólo al cine como resultado último de un proceso creativo, sino el mismo proceso en si, que creo entender es una abstracción de la experiencia humana y de aquello que nos rodea. ¿Acaso hacer cine no se trata de eso, de un modo u otro? Pero a veces nos olvidamos de lo sencillo que es comprender ese trasvase, de la naturalidad de esa relación: cine = vida.
Creo que lo que ocurre es que hemos sido educados cinematográficamente bajo los estrictos preceptos del estereotipo y el pensamiento reduccionista de Holywood, (mediados por la condescendiente televisión); de la realidad pasada por el colador de la narrativa efectista, repleta de instrumentos y artificios que comprimen y compartimentan el espectro humano alejándonos de la sencilla y perceptiva realidad que nos envuelve. Y ese sucedáneo de la vida nos lo creemos, le damos crédito, le concedemos rango de realidad. Creo que el principal damnificado es el creador coetáneo al apogeo del cine de masas (supongo que a partir de esa ambiciosa ‘banda’ formada por spielberg, cameron, lucas, etc…) y posterior. Yo no he llegado al cuarto de siglo y creo que a los creadores de mi generación nos pesa todo el patrimonio fílmico al que hemos estado sometidos (que ha sido impositivo hasta que hemos tomado conciencia de ello). Y me refiero que nos pesa a la hora de encauzar el proceso creativo: partimos de la idea de que el cine es aquello que durante tantos años ha alimentado nuestro imaginario, e inconscientemente, cuando nos ponemos a trabajar en una idea lo hacemos desde el artificio fílmico y no desde la realidad que le da sentido. Algo tan sencillo como observar aquello que nos rodea lo convertimos (por automatismo) en un intrincada destilación de la realidad yuxtapuesta en la que el cine, como aquella representación de la realidad forjada colectivamente con los decenios, es la realidad a la que nos remitimos. Con lo cual, el esfuerzo es doble: antes de codificar la realidad, hemos de decodificar la representación de ésta. Hay que filtrar lo filtrado, y así sucesivas veces hasta dar con aquello que da sentido a nuestras vidas y en lo que nos sentimos identificados. Desde luego, es para volverse loco, y lo mejor que te puede ocurrir es que te salga espumilla por la boca tras estar horas observando por la ventana, tratando de entender esa película que nos envuelve, intentando desentrañar unas entrañas.
La clave está ahí fuera, no en nuestras cabezas. ¿no?
Para mí es tan sencillo como hacer el cine que a tí te gusta ver. Si te gusta ver dramas sociales, pseudopanfletos, cine de barrio, tasca y tiempos muertos… perfecto. Pero igual de respetable es que te guste la evasión, la aventura, que desafíen tu imaginación y por qué no, que te den un par de bandazos cual montaña rusa (por efectistas y manipuladoras que sean, ¿acaso no es la manipulación de las emociones un aspecto fundamental del arte de contar historias?)
Pero nada de lo que diga aquí puede expresar tan claramente lo que siento como una enorme película de Preston Sturges; Los viajes de Sullivan. La recomiendo para todos aquellos aspirantes a Aranoa que plagan el mundillo. Quizá tengan salvación.
Creo que Daniel trataba de explicar que a falta de perras bueno es realismo (aunque es cierto que el post ha derivado en un pequeño alegato al cine de vida, cosa que agradezco : ). Claro que manipulamos emociones, contamos historias y de eso se trata. Pero pensar que esa exaltación de las emociones es más plausible o intensa si hay explosiones, persecuciones o monstruos de ocho brazos, es falaz.
Y no sé qué manía hay en vilipendiar el cine que trata de ser más fiel a la realidad, con extrañas alusiones a lo panfletario (¿no es panfletario promover cualquier cosa, sea realismo o espectáculo o pepinos españoles?) o a Aranoa, que hace cine y por eso mismo merece mi respeto. Supongo que lo fácil es juzgar y sentenciar…
y las películas de Scorsese, Sidney Lumet, Billy Wilder, Berlanga, Kurosawa…
Lo que trataba de hacer es poner de relieve exactamente el mismo prejuicio que se tiene al cine “acomodaticio hollywoodiense” pero de signo contrario. La actitud en mi comentario hacia el “cine de vida” como lo llamas tú, es exactamente la misma actitud despectiva que tienen muchos comentarios hacia el cine de género o más o menos comercial, cuando la calidad de la película no tiene en absoluto que ver con estos factores. Tan buena es Winter’s bone como Toy Story 3. O una película de los Dardenne y otra de James Cameron. Sin embargo parece que un cine es fácil de vilipendiar y al otro le resulta más fácil esconder su mediocridad bajo epígrafes como “valor social” o “autoría”
Si ésto fuera menéame te cosería a positivos. Estoy tan de acuerdo contigo que no sé ni por dónde empezar. Parece que si la peli es de género, o simplemente comercial, hay que verla con condescendencia… cuando muchos laureados autores se han dado verdaderos batacazos al intentar hacer pelis tan “fáciles” (Ang Lee) y tengo amigos que tienen los bemoles de decir que “lo que hace Spielberg lo puede hacer cualquiera”.
Ya, entiendo. Supongo que se trata de no juzgar la calidad de las películas en base a su mayor o menor realismo, pero creo que nadie ha afirmado tal cosa. En todo caso, que en el cine de Hollywood prima el espectáculo y la productividad por encima del realismo y el compromiso con las inquietudes humanas no creo que sea un vilipendio, para nada ¿no? Si Cameron hace Avatar no es para que al salir del cine reflexionemos sobre la complejidad de las relaciones humanas, sino que busca ofrecer una experiencia visual y que flipemos en colores. No así, por ejemplo, en el cine de Ken Loach, que trata de buscar una realidad cercana y memorable (aunque artificiosa, sí, pero ese debate debería estar ya superado) y dejar un poso reflexivo en el espectador. Ambos cines son igual de plausibles, claro. Ahora bien, asumamos la condición de cada cuál: uno es espectáculo y el otro no lo es tanto. Ambos se remiten a la vida, pero uno la sobredimensiona y el otro la traslada. No pasa nada, nadie ha dicho que un cine sea más disminuido que el otro por aquello que cuenta y por cómo lo cuenta.
Si no es tan difícil, joder. La tesis es que ahora es más fácil rodar una peli. Así que, ánimo y a ello. Eso sí, como sigue siendo caro, si quieres autoproducirte, te va a ser más barato (ergo fácil) cuanto menos te alejes de tu realidad.
El problema es que damos un salto mortal que va desde esa “tu realidad” hasta no sé cine social, panfletario, de barrio, tasca y tiempos muertos. O cine-verdad, que dicen los adversarios ¿De dónde salen esas asociación?
Se puede hacer cine de género “pegaditos a la realidad”. Cine de terror como “El último exorcismo”, “REC” o “Paranormal activity”, con cámara al hombro, en un caserón perdido en el campo. Thriller como “The Disappearance of Alice Creed”: dos secuestradores, una víctima y una habitación pintada de negro y una cama. O un western como “Tres días”. Por no hablar de las comedias.
Siempre que pensamos en cine pequeño pensamos en una pareja hablando en un bar o en la cama, o en tres canis sentados en el banco de una plaza. No tiene por qué ser así.
Y criticar el cine comercial sólo porque no es introspectivo es de un infantilismo sonrojante. El gran cine, las grandes historias, también hay que contarlas. Las necesitamos, necesitamos esas historias más grandes que la vida, llenas de maravillas y de magia.
Así que, dejémonos de discusiones sobre el sexo de los ángeles y pongámonos a contar historias – sin más – con los recursos que cada uno pueda reunir.
me suscribo a todo lo dicho : )
Aplaudo de principio a fin este coment de kohonera.
“Un análisis superficial vendría a identificar el inusitado crecimiento económico de Occidente durante los últimos 30 años con un tipo de cine comercial y evasivo, ideal para que cada avance tecnológico se mostrara en todo su esplendor. Desde las primeras películas de Spielberg hasta “Avatar”, de Cameron”
El cine mismamente nació como un gran avance científico y no fueron precisamente pocas las bocas abiertas de puro asombro cuando el tren de los Lumiére se abalanzaba sobre ellos. Lo de abrir la boca para bostezar fué un invento posterior y precisamente gracias a gente como Cameron este espíritu primigenio todavía se conserva.
De todas formas hay películas “realistas” que también precisan de grandes presupuestos para asegurarse que la factura visual como poco sea impecable. (Nuevamente volvemos al cine Norteamericano que si es por el estatismo español…). ¿Acaso la alta cocina, por ejemplo, no cuida también esa parte para ganar vistosidad?
.. y una vez se les pasó el susto, el público se dedicó a otra cosa. Lo mismo que con la última de Cameron, pero es lo que pasa cuando la historia está al servicio de la pirotecnia visual y no al revés.
Se te echará de menos Dani, pero todo sea por ver pronto algo de “Ilusión” hecha realidad.
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