David Muñoz
Cada vez leo menos libros sobre teoría del guión. No hace tanto, siempre que se editaba un título nuevo lo compraba rápidamente y aunque no lo leyera completo, al menos trataba de echarle un buen vistazo. Pero últimamente muchas veces ni los hojeo.
Creo que la razón por la que he ido perdiendo interés en ellos es que al final la mayoría acaban contando cosas muy parecidas. Sigo leyendo muchas entrevistas con guionistas, y todos los blogs de guión que puedo, pero los ensayos cada vez se me hacen más cuesta arriba. Se explique cómo se explique, la realidad es que lo que hay que saber para escribir un guión se cuenta muy rápidamente, y, como ya he dicho aquí otras veces, soy de los que, ya que no cabe esperar grandes revelaciones, prefieren que le cuenten lo que hay de la forma más breve y clara posible. Por eso, es probable que algún día acabe releyendo Cuéntalo bien, pero dudo que alguna vez vaya a volver a abrir el Story de Robert McKee.
Sin embargo, dado que lo recomendaba en su blog Paul Chadwick, el creador del personaje de cómic Concrete, decidí darle una oportunidad a The Golden Theme, de Brian McDonald. Además, reunía los dos requisitos que he mencionado antes: era breve (unas 100 páginas) y según Chadwick, lo poco que contaba estaba bien contado.
Aunque yo nunca había oído hablar de él hasta ahora, parece ser que McDonald lleva un seminario ambulante de guión (al estilo McKee) y que lo ha dado en sitios como Pixar o ILM. Y tiene un libro anterior, Invisible Ink: A Practical Guide to Build Stories that Resonate, que tampoco tiene mala pinta.
Así que me animé y compré una copia de The Golden Theme en papel a través de Amazon (aunque también puede ser leído gratuitamente en la página de la editorial, Libertary Editions; en inglés en ambos casos, claro).
Y bueno, una cosa es ser breve y conciso y otra cosa es esto.
En realidad, The Golden Theme parece la transcripción de una de las conferencias sobre guión de McDonald. Son 100 páginas, sí, pero maquetadas con letra grandota y con muuuchos espacios en blanco. Sospecho que puede leerse en voz alta (obviando el prólogo y alguna digresión innecesaria) en menos de una hora. Igual que una conferencia.
Afortunadamente, lo poquito que cuenta es interesante. Y eso que no tengo muy claro que todo sea cierto. Pero bueno, al menos me ha dado que pensar, que es para lo que al final uno compra este tipo de libros: para pensar en lo mismo en lo que piensa durante la mayor parte del día (cómo se cuentan las historias, por qué, para qué…) pero desde otro punto de vista.
La tesis central del libro es que el tema más importante que pueden tratar las historias que realmente nos llegan, y el que permite que sigan significando algo para nosotros años después de haber sido creadas, es que TODOS SOMOS IGUALES.
Para McDonald es ese proceso de identificación que permite que un espectador empatice con un personaje con el que aparentemente no tiene nada que ver, el que lleva a que los seres humanos dediquemos un tiempo muy importante de nuestras vidas a consumir historias (y a muchos también, a crearlas). A través de ellas pasamos experiencias que nos ayudan a vivir mejor. Vistas así, las historias son fundamentales para nuestra supervivencia. Leyéndolas, viéndolas, aprendemos como comportarnos ante situaciones adversas sin necesidad de exponernos a un peligro real. Son verdaderos manuales de instrucciones (prácticos y/o emocionales, dependiendo del caso). Desde luego, hay historias que existen únicamente para entretener, pero según McDonald, son como la comida basura: saben bien pero no alimentan.
Lo que más me ha llamado la atención es que al parecer el asunto tiene base científica. De acuerdo a estudios recientes de neurología, en los seres humanos (y en los monos) se activan un mismo grupo de neuronas, llamadas “espejo”, tanto cuando por Ej. hacemos un movimiento como cuando vemos a otra persona hacer ese movimiento. Esas neuronas no distinguen entre el hecho real y su simulación y son la base de la empatía, gracias a la cual cuando creemos sentir lo que siente el personaje de una película, más que creerlo, estamos sintiéndolo de verdad. McDonald lo explica así: “Podemos aprender las lecciones de una historia porque, en lo que respecta a nuestros cerebros, realmente nos ha pasado a nosotros”.
McDonald también responde una pregunta que yo me he hecho muchas veces: ¿por qué asumimos todos que las historias necesitan conflictos? Su respuesta es: “Las historias necesitan conflictos porque nadie necesita saber cómo salir adelante cuando las cosas van bien. Los malos momentos son los que nos enseñan a sobrevivir tanto en la vida como en las historias (…)”.
Todo esto no quiere decir que McDonald defienda que las únicas historias válidas son aquellas que tienen claramente un fin claramente aleccionador. Para él, tan válidos son los relatos de héroes que se sacrifican por el bien común como aquellas que cuentan dramas tremebundos que acaban como el rosario de la aurora. De hecho, piensa que estas últimas tienen un fin “curativo”. Cuando nos sentimos mal puede ayudarnos más ver un drama que una comedia. Compartir el sufrimiento de otros hace que nos sintamos menos solos y logra aliviar nuestro sufrimiento. Y tampoco defiende a los héroes de una pieza. Para él, los personajes más interesantes son aquellos que se definen tanto por sus virtudes como por sus defectos o debilidades. En algunos casos dominan unos u otros, y podemos aprender de la vida de la Madre Teresa y de la de Hitler.
Para defender su tesis, McDonald utiliza a menudo ejemplos bastante rotundos (sobre todo cuando compara historias de diferentes mitologías o religiones) pero otras veces da por hecho, sin argumentarlas apenas, ideas que a mí me parecen bastante discutibles. Por Ej., sostiene que las historias fantásticas ubicadas en mundos imaginarios tienen más posibilidades de trascender que aquellas que transcurren en el mundo real (¿es que no son todos los “mundos del cine” imaginarios?), y defiende que el autor debe luchar por carecer de estilo, dejar su ego a un lado y rendirse a las necesidades de la historia. Y me parece una ingenuidad pensar que existe una manera “natural” de contar las historias ajena a las convenciones (o las maneras de hacer comunmente aceptadas) de la sociedad en la que han sido creadas. El estilo es parte de la expresión. Hasta cuando simulamos no tenerlo.
Pero creo que no son detalles demasiado importantes. Lo cierto es que McDonald en general argumenta muy bien. Además, el hecho de que sea afroamericano y que a menudo recurra a ejemplos relacionados con historias de sus antepasados esclavos, distingue a The Golden Theme de cualquier otro libro de guión.
Y, si bien he dicho por ahí arriba que no tengo muy claro que todas las tesis de McDonald sean ciertas, la verdad es que me da envidia que tenga las cosas tan claras.
Yo reconozco que me resisto a creerle. De hecho, creo que estoy “programado” para no creerle. Como buen estudiante de Bellas Artes de mi generación, tengo grabada a fuego en mi subconsciente la idea de que por Ej. en arte contemporáneo lo abstracto es superior a lo figurativo (o al menos más inteligente), que interpretar literalmente una imagen es trivializarla, que una imagen que permite esa interpretación es banal, que el verdadero arte no trata de la vida sino del propio arte, y toda una serie de ideas por el estilo. Cuidado, no digo que lo piense. Si me preguntarais qué opino al respecto os diría que todo eso me parecen estupideces. Pero igual que aún siendo agnóstico, mi educación católica condiciona mi manera de enfrentarme al mundo, esa forma de ver la creación artística está ahí acechando oculta en algún lugar de mi cerebro.
Hace tiempo que mi interés por el arte pasó a ocupar un espacio muy menor en mi vida, pero esa misma manera de pensar contamina a prácticamente todas las disciplinas creativas. En el cine, una y otra vez me encuentro con que la crítica sigue confundiendo farragoso con ambiguo y confuso con sugerente. Contar una historia con claridad, “puntúa” menos. ¡Y que a nadie se le ocurra usar una estructura tradicional, puntos de giro o crear un clímax! El equivalente fílmico del arte abstracto se ha convertido en el nuevo paradigma “molón” de la creación fílmica (aunque mal que les pese, no consigan despojarlo totalmente de carga narrativa). Lo indeterminado, lo equívoco, lo que deja “huecos” que puede rellenar el espectador es casi siempre señal de inteligencia y no de un guionista o un director inepto o perezoso.
Pero tampoco voy a extenderme más sobre este tema, especialmente cuando en este post de Vicisitud y Sordidez sobre las películas “Va y se acaba” lo explican muy bien y encima te ríes.
Y sí, sé que estoy generalizando. Además, reconozco que a mí también me gustan muchas de esas películas que se defienden en el “Cahiers…”, pero de cara a que se entienda lo que quiero contaros en tan poco espacio, creo que conviene dejar los matices a un lado.
Todo esto viene al caso de que con ese amueblamiento mental, me resisto a creer que las historias puedan o deban ser útiles para nada que vaya más allá de su propio disfrute. Sin embargo, mientras escribía este artículo me he puesto a pensar en las películas que realmente me importan (algunas de ellas: Blade Runner, Jeremiah Johnson, Ladrón de bicicletas, Taxi Driver, La guerra de las galaxias, Deliverance), y me ha sorprendido descubrir que la mayoría de ellas son buenas representantes del “Golden Theme” de McDonald. Luego, he pensado en los guiones que he escrito (rodados o no) y de nuevo me ha ocurrido lo mismo.
Quizá, como muchos guionistas, pese a que por mi condicionamiento cultural me resisto a aceptar como ciertas las palabras de McDonald, en mi día a día, en mi manera de relacionarme con las historias y en mi trabajo, sin darme cuenta me comporto como si lo fueran. Imaginamos haber escapado a nuestra herencia genética y no. Por mucho que nos creamos otra cosa, ahí están nuestras neuronas “espejo”, decidiendo por nosotros cuáles son las películas que realmente nos emocionan, que nos tocan de cerca, aunque luego nos neguemos a reconocerlo. Porque ese es otro fenómeno curioso que si bien está relacionado con todo lo anterior me gustaría desarrollar en otro texto: el desprecio que existe por la emoción y el placer como forma de conocimiento y las coartadas que nos inventamos (los “placeres culpables”) para poder disfrutar de ciertas cosas sin erosionar la imagen que queremos transmitir de nosotros mismos.
Y en esa paradoja creo que estamos atrapados todos. A un lado y otro de la pantalla.
Afroamericano es negro?
soso es estúpido?
¿Un americano de origen argelino se considera afroamericano? Ya, es por tocarlas un pokito…
Afroamericano es un concepto político bastante slapneck.
Muy interesante el post, pero ¿verdaderamente es necesario tener que elegir entre Velazquez o Warhol? ¿entre Tolstoi o Borges?… que pesadas son las disecciones, por mucho que sean necesarias.
Es el distanciamiento y no la identificación lo que distingue la lectura de una obra maestra. El distanciamiento te permite disfrutar de la inteligencia de una estructura, de un ritmo, de un dibujo de personajes. Te identificas con una obra sencilla, inferior a ti, que puedes comprender y no te plantea retos; admiras lo que te sobrepasa. Todos los grandes escritores y teóricos de la literatura han hablado sobre ello. No hay que leer sólo transcripciones de conferencias de productores de churros.
Ale, ya tienes el secreto para hacer una obra maestra. Ahora sólo tienes que escribirla.
¿Y de dónde sacas que yo solo leo “transcripciones de conferencias de productores de churros”? Madre mía, como somos algunos…
¿Es el análisis de una obra superior a la experiencia de su disfrute? ¿Es la visión racional de un aspecto superior a la visión emotiva de este?
¿No es el distanciamiento el primer sintoma de que una obra con la que quieres identificarte no te lo permite?¿No es la identificación la que argumentas cuando reconoces tu filia por determinada obra más allá de argumentos racionales? ¿Conviene mezclar churras con merinas?. Personalmente, en la granja de mi cerebro tengo de las dos clases y las mezclo y separo según me van soplando mis buenas entendederas…
No lo pudo expresar mejor, Pedro. Al margen de las formas tradicionales de aprendizaje, los grandes conocimientos teóricos sobre determinadas materias los tenemos a golpe de click. Lo realmente interesante es saber relacionarlos con inteligencia.
Como animales sociales que somos, desde que nos levantamos del barro necesitamos que nos cuentes historias alrededor de la hoguera.
Esa hoguera es un iPad, pero sin una buena historia el fuego sólo sirve para calentarse durante lo más oscuro de la noche.
Totalmente de acuerdo con que las debilidades y defectos de los héroes nos hace identificarnos con ellos. Somos humanos. La mitología griega está llena de Dioses con características humanas y humanos con capacidades de una deidad.
Necesitamos un punto de contacto para poder creer que los personajes de la historia son creíbles.
Por eso mismo en películas como Alien, Hidden o Terminator nos fascina que haya personajes invencibles. El desafío que representan a nuestra supervivencia es la mejor excusa para reafirmar lo mejor y lo peor de la condición humana.
Mientras vemos las tres películas mencionadas, en el fondo de nuestro cerebro se oye un eco que dice:
– ¿Dónde está la humanidad de esos seres poderosos?
Buscamos un resquicio en ellos para combatir nuestro miedo a la muerte.
El ser humano es maravilloso. Jodó, vaya parrafada filosofal que me ha salío…
Fantástico post, y muy inspirador
Me parece muy acertado lo que dices de “la crítica sigue confundiendo farragoso con ambiguo y confuso con sugerente”. Es algo que yo pienso muy a menudo. Parece que todo lo que suene a ambiguo o abierto es enriquecedor, incluso si es realmente porque no está bien contado. Es un gran mito actual.
Aunque de ahí a lo que se dice en el otro post, para mí lamentable, que citas de Vicisitud y Sordidez va un mundo. Eso es justo el problema opuesto, no saber apreciar lo que nop sea la construcción clásica y de manual de tramas, personajes, progesión, cierre..
Dices “me resisto a creer que las historias puedan o deban ser útiles para nada que vaya más allá de su propio disfrute”.
Creo que no se trata de que deban o no, sino que no lo pueden evitar, no lo podemos evitar. Estamos diseñados para ello. Lo que más le importa a un ser humano es lo que tiene en la mente el ser humano que se le pone enfrente.
precisamente en esta entrada me he sentido identificado con lo que dices en el párrafo que le dedicas a tu paso por Bellas Artes.
Yo también creo que todos somos iguales. En la India, donde a uno siempre le recomiendan ir al cine para vivir una experiencia interesante, descubrí que al cabo de unos minutos, y con la suficiente concentración, uno entiende perfectamente cualquier película, hablen el idioma que hablen. Creo que esto se debe a que, efectivamente, como seres humanos, reaccionamos a las emociones y a los estímulos sensoriales muy homogéneamente. Es ésa fibra la que hay que aspirar a tocar cuando se escribe, y lo demás es literatura.
Por cierto, yo también estaba muy desencantado de los libros de cine hasta que leí “Bambi vs. Godzilla” de David Mamet. Un monumento al cine. ¡Y lo compré de segunda mano en Amazón (en excelente estado) por 6 euros, gastos de envío incluidos!
¡Muchas gracias por el link al post de Paco!
Aunque no te perdiera la pista, es un bello reencuentro desde aquellos tiempos en los que me pasé alguna vez por el programa de cómics de la radio que hacías con Antonio.
Tendríamos que reencontrarnos algún día.
Hola,
Pues mira que leo vuestro blog desde hace tiempo (me lo recomendó un amigo guionista, Carlos Molinero), pero no había caído en que nos conocíamos. Pero es verdad.
Un saludo (y a ver si es verdad que coincidimos en algo).
A mí es que “sacrificarse por el bien común” ya me parece una noción terrible y malvada.
Otro libro de guión interesante y de reciente publicación: http://elinquilinoguionista.blogspot.com/2010/12/el-guionista-que-salva-al-gato.html
Manuelo: precisamente ese es otro que también he comprado recientemente porque me lo recomendó un amigo. Pero todavía no he podido leerlo. Será el siguiente.
En México el libro fue muy famoso hace un par de años. Claro, como aquí las cosas de los gringos llegan antes… Bueno, ahí en el blog de mi cuate, él (que por cierto, es español) lo cuenta con ironía. El libro sirve, y no sirve, como todo. Saludos desde México-Tenochtitlán, y felicidades su blog!
A mí me regalaron en Navidad “¡Salva al Gato!”. Lo estoy leyendo precisamente ahora. Y me está gustando. El qué y sobre todo el cómo.
Hola David,
Ya supongo que en esta linea tu afirmación no quiere ser literal:
“El equivalente fílmico del arte abstracto se ha convertido en el nuevo paradigma “molón” de la creación fílmica (aunque mal que les pese, no consigan despojarlo totalmente de carga narrativa)”
Pero quería matizar que el equivalente fílmico directo del arte abstracto es el Absolute Cinema (o Cine Abstracto), que sí que está liberado de la carga narrativa.
Encontramos autores como Oskar Fischinger,Hans Richter, Len Lye, Norman McLaren, y un largo etcetera.
Un par de ejemplos.
Fischinger:
http://www.adnstream.com/video/MeMqYagKow/Oskar-Fischinger-Studie-Nr-9-1931
Norman Mclaren:
http://www.youtube.com/watch?v=qJwfeG3Mntk
Len Lye:
Hola,
Estaba exagerando un poco. Debería haber matizado algo así tipo “el equivalente fílmico (entre el cine que se estrena en salas comerciales)”. A algunos de los autores que citas los conozco, claro, siendo de Bellas Artes. De hecho, a algunos traté de emularlos… ¡lo confieso, yo también tuve mi etapa de videoartista! Lo primero mío que se vio fue un corto videorartistero que pasaron en el Reina Sofía hace mil años como parte de un ciclo de cortos de universidades.
No sé muy bien cómo argumentarlo pero creo que esto de “las líneas horizontales” también cuenta una historia.
Bueno ahera9, supongo que a lo que te refieres es a que hay una progresión y que toda obra con una progresión en el tiempo se puede interpretar como narrativa, como podríamos hacerlo con la musica.
Pero en este caso esta progresión no tiene carga dramatica.
Suscribo totalmente la tesis central de McDonald, y me encantan también tus reacciones y cómo lo explicas, David. Este blog me inspira tanto como los mejores libros de guión y las mejores películas: conseguís que me identifique.
Me vas a perdonar el tuteo y la pedantería que voy a soltar, pero eso que describes sobre las historias Leyéndolas, viéndolas, aprendemos como comportarnos ante situaciones adversas sin necesidad de exponernos a un peligro real., ya lo dejó bastante claro y bien explicado Aristóteles en su poética, referido a la tragedia, vamos, mímesis y catarsis de toda la vida. No sé, es que cada vez que leo sobre un señor que vende libros (por lo que cuentas, peor, conferencias transcritas) redescubriendo la rueda me produce ardor de estómago. Quizás no vendría mal recordar que los clásicos están ahí por algo.
Claro que los clásicos están ahí, Farándula. Y no se imagina lo que se han nutrido de ellos disciplinas académicas como la Psicología, la sociología, la antropología…Vaya, que la filosofía se encuentra en la base de todas ellas. Poco hubieran evolucionado las sociedades de habernos quedado anclados en Aristóteles, si otros pensadores no hubieran cuestionado, adaptado o mejorado sus formulaciones teóricas. Nos cansamos de decir que en el cine siempre se están contando las mismas histórias, la diferencia está en la manera de contarlas. ¿No cree que a los escritores o ensayistas les pasa lo mismo, dándole otro enfoque u otro punto de vista? Si ya se sabe, lo que se dice inventar, no inventamos nada.
Me temo que la tesis de McDonald que nos expone David ( y que por cierto, se resiste a creer), se plantea más desde la base científica de “las neuronas espejo”, porque, para saber que “leyendo y viendo las historias aprendemos a comportarnos ante situaciones adversas sin necesidad de exponernos a un peligro real…”no es necesario ni leer a Aristóteles. La intuición y el sentido común nos revelan que es así. ¿Pero, como podemos deducir lo que los demás piensan y sienten?
Nuestras mentes son como espejos, unas de otras y sin la activación de estas neuronas espejo (aunque tengamos cierto control consciente de nuestros actos) el cine o la literatura no tendrían razón de ser. Nadie se extremecería, ni podría empatizar con la história, ni con los personajes. De hecho, en las personas autistas no existe activación de estas neuronas y por tanto, no son capaces de captar la intención mental subyacente que se esconde detrás de cada acción. Y aunque estas neuronas se hayan detectado gracias a los experimentos iniciales con primates, a diferencia de los monos, que no pueden imaginar aquello que no ven, los humanos gracias a nuestra capacidad de representación e imaginación podemos simular los estados mentales de los demás. Somos capaces de creernos cosas que sabemos que no existen. Y aunque en ocasiones, la educación y la cultura lleguen a separarnos, como viene a decir el post, nuestra herencia genética es la encargada de recordarnos, que en realidad, todos somos iguales.
Igual no me he sabido explicar. Lo que quiero decir no es que haya que leer solo a los clásicos, sino que, una vez en posesión de ciertas tablas, deberíamos leer a los clásicos antes que sus muchos refritos.
Todo lo que comentas sobre las neuronas espejo me parece muy interesante y está claro que las viejas teorías deben revisarse a la luz de los nuevos datos pero, sinceramente, dudo que cuando un guionista decide leer el libro de otro sobre su común oficio lo haga con la intención de estar a la última en neurología y psicología de la creación.
Personalmente soy muy aficionada a empaparme con todo lo que encuentro sobre el proceso de escritura (una de las razones por las que sigo este blog pese a no ser -ni pretenderlo- guionista) y en el ámbito de la literatura he visto tres tipos de libros: obras académicas (teoría literaria pura y dura), libros “de oficio” (reflexiones o consejillos de escritores consagrados sobre su particular modus operandi, tipo Stephen King en Mientras escribo) y libros pedagógicos hechos por profesores/críticos/autores más de andar por casa (generalmente con la palabra “taller” en el título, orientados al escritor novel). La Poética de Aristóteles pertenece a la primera categoría, Bloguionistas -de ser un libro- a la segunda y me da la impresión de que la conferencia que nos ocupa a la tercera.
Esta tercera clase es, en mi experiencia, la menos provechosa de todas más allá de dar acceso a los referentes de los que beben sus orientaciones. Obviamente las cosas que cuentan todos ellos se cruzan en multitud de redundancias pero, mientras las dos primeras clases se retroalimentan -el conjunto de experiencias particulares es la base para la formación de una teoría general y toda práctica mínimamente avanzada suele requerir de cierto aparato teórico previo que se confirma o refuta en la faena- la tercera clase las usa como fuente, recopilando y simplificando -que tiene su mérito y su buen trabajo- pero sin aportar nada nuevo al conjunto. Eso en el mejor de los casos, que generalmente no son tan didácticos y se limitan a ser un sacacuartos de aspirantes a escritor, equivalentes a la-die-ta-de-fi-ni-ti-va.
Para el que ya conozca las fuentes leer esas obras es tiempo perdido y producen el efecto que David Muñoz explica muy bien al final la mayoría acaban contando cosas muy parecidas. Ya digo que desconozco el librito en cuestión y a lo mejor patino que da gusto, pero, sinceramente, puestos a que me cuenten obviedades, que lo hagan así.
Quise decir “reinventando la rueda”…
Eso mismo, se “reinventa la rueda” lloviendo sobre mojado, cierto que la redundancia resulta aburrida.
Vaya, muchas gracias, David. Y espero ansiosamente ese texto sobre “el desprecio que existe por la emoción y el placer como forma de conocimiento”. Me va a gustar, seguro.
Yo también lo leí, y qué?
Gracias, muy lindos pensamientos =)
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