por Ángela Armero
Últimamente están muy de moda los Biopics. Me dieron la oportunidad de escribir “Alfonso, el Príncipe Maldito” . Como de algo tengo que escribir, quiero contar cómo fue mi experiencia por si alguien le interesa. No digo que lo que vaya a escribir sea verdadero, bueno o ni siquiera necesario; pero es lo que yo puedo contar.
Lo primero que aprendí en el proceso fue a respetar a los biopics que consiguen dramatizar la vida de un personaje, dotándola de significado y logrando entretener o emocionar al espectador.
Por mucho que haya seres humanos muy carismáticos y de vidas apasionantes, lo común es que las existencias vistas en perspectiva sean tediosas. Lo que suele estar lleno de significación son etapas concretas, momentos decisivos, tramos temporales más o menos acotables. Pero… las vidas contadas de principio a fin no suelen tener sentido, y la realidad “directa del bote” es casi siempre inaguantable si no es adecuadamente manipulada. Grandes vidas muchas veces se ven coronadas por finales mediocres o accidentales, y por ejemplo, un accidente sin haber sido previamente sembrado, se convertiría según el código del buen guionista en un temido deus ex machina.
En el caso de Alfonso, su muerte en un accidente de esquí era conocida por todo el público potencial. En caso contrario, todo el mundo pensaría que es un final malísimo y anticlimático.
La teoría nos cuenta que la base de la narrativa audiovisual más convencional se basa casi siempre en progresiones argumentales, cadenas de acciones y consecuencias, en plantearle al protagonista una escalada de conflictos cada vez mayor hasta el final.
Sin embargo, la vida real no tiene sentido, y puede haber progresiones lógicas del mismo modo que pueden producirse mil acciones que no dan fruto, que se pierden en la vida de cada uno. Pero al tiempo, a la hora de contar las vidas de personajes que existieron en realidad, hay que buscar relaciones entre hechos, causas y efectos; puede que existieran, o puede que sean cosecha nuestra. Lo que a mí me sirvió fue encontrar la línea de puntos que uniera unos hechos con otros, asociar unas ideas con otras para que parezcan seguir una causa-efecto. Lo que intenté en mi caso fue dar una apariencia lógica a hechos que no lo son, o cuya dinámica en la realidad no está documentada o que se ignora. A veces se trata de convertir la casualidad en causalidad.
En mi caso, supe gracias a los libros y al documentalista David Botello que la infancia del Duque de Cádiz fue solitaria, que fue dando tumbos por varios internados, y que hasta que se casó con la nieta de Franco no llegó a construir su propio hogar (que se rompería muy poco después). Ser fiel a la realidad en este caso (ir mostrando los diferentes lugares en el que vivió) es un rollo para la producción, casi engorroso para la historia si no fuera porque servía para expresar lo importante que era para él tener un hogar, es decir, la vida familiar que nunca había tenido. Si este personaje no hubiera tenido un profundo anhelo de tener una familia como la que no tuvo en su niñez, el desfile de los lugares en los que vivió sería despreciado por coñazo y por caro. Es decir, esa conexión existe porque sirve para contar un determinado y fundamental deseo del prota. Por eso algo anecdótico se convierte en una herramienta para contar algo fundamental.
Descrito bella y acertadamente por Ana Sanz Magallón en su libro “Cuéntalo bien”:
“ Cuando convertimos a una persona en personaje, seleccionamos algunos rasgos de su personalidad y los achacamos a unas causas. Cuando narramos la vida de una persona, buscamos también una unidad dramática: un solo objetivo o una sola necesidad o “gran problema” a lo largo de toda su vida que consideramos más interesante. Naturalmente que es una manipulación de la realidad, pero sin esa manipulación nos encontraríamos con una ristra de momentos significativos que no guardan conexión unos con otros.”
Por otro lado, hay una gran ventaja en los hechos reales. Muchas veces a la hora de escribir un guión enteramente ficticio damos con situaciones que nos encantan, pero tardamos muy poco en darnos cuenta de que es ilógico, de que interviene demasiado el azar, de que nadie se lo va a creer. Por fortuna, en el género basado en hechos reales se encuentra una pequeña coartada para eso, siempre y cuando esas cosas bizarras o extrañas hayan ocurrido en realidad. El espectador levanta un poco el pie del freno con la realidad y hay que aprovecharse. ¿Cómo? En mi experiencia, siempre que he podido insertar escenas reales, o incluso diálogos textuales, me ha sido de gran utilidad. Cuando he encontrado algún documento retratando diálogos y comportamientos concretos de los personajes reales, he intentado usarlos a toda costa.
La anécdota de “Un whisky para el príncipe” está recogida en varios libros.
¿Cómo explicar que la inserción de escenas inverosímiles o peculiares contribuyan a mejorar nuestro biopic o film basado en hechos reales? Yo diría que la realidad destila un aroma a realidad. Dicho de otro modo: ante una excusa rara que alguien aduce para no ir a trabajar o faltar a un compromiso es frecuente pensar “es tan raro que tiene que ser verdad”.
¿Acaso no es raro que Franco eligiera a Juan Carlos I sabiendo que su primo era mucho más adepto al régimen? ¿Acaso no es raro que no cambiara de opinión cuando el candidato más conservador se casó con su nieta? Pues sí, es raro de narices. Pero todos sabemos que ocurrió.
Por supuesto hay otro ángulo muy delicado, que es el de recrear personalidades famosas, personas vivas y de gran trascendencia social. Se puede imitar a esa persona y que pueda resultar cómico. Decidir deliberadamente no imitarla y ser también objeto de críticas por ello. Retratar su personalidad de forma positiva y quedar como un pelota. Hacerlo contrario y pecar de sensacionalista o amoral. Es casi imposible acertar, y aunque hay que ser respetuoso y no pasarse a la hora de inventar, el criterio que debe primar es que la historia va primero, y que tenemos que tomarnos unas cuantas licencias, a veces con más gracia que otras. Quedar bien con todos… es imposible.
Dicho todo esto, tampoco conviene olvidar que un buen biopic o peli basada en hechos reales requiere un extenso proceso de documentación y que pretender recrear un mundo que existió “por las buenas” es una temeridad que suele salir mal. Y esto hay que echarle bastante tiempo, pero lo mismo les pasa a aquellos que hacen una épica serie de romanos o de forenses.
Después de haberme visto en esta experiencia, yo que siempre he sido una descreída de la realidad, me he dado cuenta de que es una fuente exquisita para hallar miles de personajes, situaciones e historias muy “trabajadas” (por un demiurgo muy aplicado) y muy “profundas”, mucho más logradas que las que desde luego yo podría crear.
Y además, por si fuera poco, la realidad es gratis. Un filón al alcance de todos.
Jo. Si ya lo dije en su día. Superbien escrito.
A mí “Alfonso…” me encantó. Porque era todo muy creíble. Los escenarios, la personalidad de cada uno, los diálogos, pero sobre todo, el hilado de los acontecimientos. Cómo se va desarrollando todo, la naturalidad con la que se cuenta una anécdota y en la escena siguiente un momento importante.
La miniserie de Felipe y Leticia no la vi, ni la de Cayetana, así que no puedo opinar. Sin embargo, por toda la repercusión que tuvo la de los Príncipes por su falta de seriedad (eso dicen) me atrevo a decir que no se pueden comparar. Creo que intentaron hacer una peli romántica con algún toque de drama, pero al ser una historia medianamente conocida por todos, les quedó algo almibarado y por tanto, irreal. De ahí la burla y la consideración de “parodia”. No sé si se detuvieron demasiado en los detalles, si fueron demasiado minuciosos o por el contrario hicieron un resumen con puntos clave-conocidos, pero lo que sí he leido es que el tono de la serie distaba de ser el de una peli documental. Creo que al ser una historia tan reciente (y sobre todo popular), ha tenido mucha más repercusión y es posible que se haya exagerado. Puede que en unos años, la siguiente generación que no lo ha vivido la vea de otro modo.
Por otro lado, el pretender que los personajes se pareciesen tanto a los originales creo que ha jugado en su contra. En mi opinión hubiese sido más oportuno una similitud en las personalidades que en la apariencia física (una mezcla de lo que se conoce por el público y la realidad).
En fin. No sé si el actor se parece físicamente a Alfonso (ni algunos otros actores a sus personajes, excepto quizá la actriz que hizo de “Carmencita”, que sí se daba cierto aire), pero es narrativamente creíble. Supongo que lo que cuenta, además del talento del actor (porque Amaya, queridaaaaaa…), es que la personalidad del personaje y los diálogos sean sólidos y creíbles. Y eso “Alfonso…” lo tiene.
Te lo dije y te lo repito, para mí, un 10.
¿Un 10? Por favor, un poco de pudor.
Me alegro de que estas tv-movies basadas en personajes reales sin ningún interés generen trabajo. Pero, maldita sea, ¿cuándo una cadena apostará por un proyecto cuyo gancho no sea el atractivo mediático del biopic-zado, sino su odisea personal?…
Si al menos se volvieran un poco locas y tocaran otros géneros… Las pequeñas infantas en una peli infantil tipo El peque se va de marcha; Marichalar y su ictus en una de superación personal contra las adversidades; el otro Marichalar, el vividor, en una en plan Náufrago…
Sin duda, con la que más disfrutaría sería con una nueva versión de “La noche del cazador” protagonizada por el Rey… y no haría falta que solo saliera a cazar osos.
Gracias, Ángela, por eso de “bella y acertadamente”…
Como últimamente ando dándole muchas vueltas al tema de los biopics, para complementar tu post me permito autolinkearme: http://anasanzmagallon.com/story-editor/biopics-y-motivacion-del-personaje.
Un saludo de una fiel lectora…
Ángela, si te digo la verdad yo me propuese verla porque había leído por aquí que eras la guionista, y he de reconocer que me entretuvo lo suficiente como para estar pendiente al día siguiente de la segunda parte (la ví cuando la repusieron), cosa rara porque soy algo desustanciada, y muy rara poque no cojo el Hola más que en la peluquería y me suelo saltar las páginas de los borbones en general (aunque confienso que ultimamente me detengo ante el desparpajo de los kilos de la Bordiu enfundados en modelos imposibles, que también me hace gracia, por eso, lo pasota que es).
Sin embargo, al hilo de lo que comentas, razonable por supuesto, creo que, además existe un gran “pero” en el mundo de los biopics y biografías en general, que es la tendencia a mostrar la cara amable, a ajustarse más a las luces que a las sombras de los biografíados, a reforzar la imagen que del personaje ya existe (Juan Carlos bonachón, Sofia correctísima, Letizia enamorada, Felipe, ni idea porque no sé ni siquiera que imagen tengo de él). Claro, que imagino que no debe ser fácil casi nunca, y menos en este caso en concreto, meterse sin acabar pareciendo un especial de Sálvame, por lo que creo que el resultado general de la serie fue resultón, pero bueno, quizá demasiado plano. Aunque ya te digo, me la vi enterita.
Tras su crítica a la Duquesa, ¿qué le ha parecido a Hastiado El Duque?
Pienso que un creativo se arriesga mucho más y obtiene menor reconocimiento del público al reconstruir parte de la vida de un personaje de la vida real, que al construir una ficción de otro tipo, que, sin duda estará inspirada en una situación real, en una época e incluso en unos acontecimientos reales, pero que no se personalizan en la vida de nadie.
Al igual que el formato de Gran Hermano, como producto de entretenimiento se utiliza como pretexto para mostrar lo aparentemente real del reality show, este tipo de biopic utiliza como pretexto algunos hechos reales que han sucedido en la vida de un personaje, para ofrecer un producto de entretenimiento que aporte aparentemente cierto valor realista.
Es cierto que la realidad o la vida de ciertos personajes mediáticos es un filón al alcance de todos e independientemente de la ficción que se construya sobre ellos, la simple curiosidad del espectador por la vida de ese personaje le permite a la cadena apostar por este producto, con cierta garantía de éxito. El planteamiento es eficaz, pero a mi juicio, poco honesto. Se diría que para la cadena, “la ficción” que construyen los creativos es lo de menos. La ficción es sólo la excusa para el debate que se genera antes y después sobre la vida del personaje, con los cotillas habituales, los detractores de turno y los defensores acérrimos del personaje. “Felipe y Leticia” es la mejor prueba de ello. Al margen de las críticas a la ficción, para la cadena, simplemente por tratarse de ellos fue todo un éxito y punto.
Sobre “Alfonso, el principe maldito” vi solo la primera parte, Angela. Por circunstancias (no por pocas ganas) no pude verla completa. Hasta donde vi, me pareció bien construída, sabiendo pulsar el sentimiento y lo emotivo y bastante fiel a la personalidad de los personajes, sobre todo de Carmen Martinez Bordiu, que no sale muy bien parada. Para ella no pasan los años. Sigue siendo la misma cabeza de chorlito, que siempre ha hecho lo que le ha venido en gana.
“La Duquesa”, basada en las dos autobiografías autorizadas de Cayetana, si que la vi completa. Y ciertamente me pareció desaprovechada e insuficiente, porque la vida privilegiada de esta mujer, inteligente donde las haya, daría para una serie más completa. Aquí se buscó resaltar “la tragedia” vivida por Cayetana, en contraposición a los privilegios que ha disfrutado siempre gracias a su estatus y en contraposición también a esos aspectos ridículos, que la han convertido muchas veces en esperpento mediático y comidilla de los programas de corazón. Qué le vamos a hacer, algún precio hay que pagar también por se Grande de España.
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