REAGAN, ROLDÁN Y LOS VAMPIROS

David Muñoz

Desarrollando ideas apuntadas en entradas anteriores.

1. Ronald Reagan y la bomba.

Hace poco hablé aquí de mis dudas respecto a sí la ficción audiovisual es capaz de modificar o no la realidad, o al menos de afectar su evolución de alguna manera. Y justo la semana pasada leí un artículo bastante interesante en la revista de cine inglesa Empire en la que se comenta uno de los casos en los que sí que una película contribuyó a cambiar el rumbo de la historia.

El texto se titula “Cómo Ronald Reagan aprendió a empezar a preocuparse y dejó de amar la bomba” (una broma con el título original de la película de Kubrick ¿Teléfono rojo? volamos hacia Moscú) y explica que el presidente de Estados Unidos (y ex actor) Ronald Reagan cambió de opinión respecto a las armas atómicas tras ver la película para televisión de Nicholas Meyer El día después, en la que se cuenta lo que ocurriría tras un holocausto nuclear desde el punto de vista de los habitantes de un pequeño pueblo de Kansas.

El hongo de las pesadillas de mi infancia.

Hasta ese momento, Reagan estaba convencido de que la humanidad podría sobrevivir a un conflicto nuclear, y, más exactamente, de que Norteamérica sobreviviría e incluso terminaría por hacerse con el control del planeta tras la derrota definitiva de los soviéticos. De hecho, su actitud belicosa en ese tema fue uno de los factores que contribuyeron de forma decisiva a su victoria electoral. Pero tras ver la película, Reagan decidió que las armas nucleares nunca debían llegar a usarse. En su diario escribió que El día después le había dejado “muy deprimido”. Y en un discurso posterior dijo que su sueño era “ver el día en que las armas nucleares serán eliminadas de la faz de la Tierra”. Tan radical fue su cambió de actitud que incluso llegó a comentarle a uno de los miembros de su gabinete que quizá lo que debería hacer era proponerle a Andropov, el líder soviético, “eliminar todas las armas nucleares”.

Tal y como se cuenta en el artículo de Empire, muchos historiadores sostienen que de no haber ablandado Reagan su actitud con la Rusia comunista por miedo a que se produjera el apocalipsis nuclear que describía la película de Meyer, ralentizando así la carrera armamentística, la Perestroika nunca habría llegado a producirse porque los miembros del partido no le hubieran permitido a Gorbachov comenzar sus reformas.

Así que, por una vez, una película cambió el mundo.

Dos páginas del artículo

2. Propaganda.

El primer tomo de la serie

Más “conexiones” casuales.

Mientras pensaba en el viaje del héroe, las (enormes) diferencias entre los cantares de gesta y los cuentos populares (un tema muy interesante que sugirieron varios lectores en los comentarios y que me gustaría desarrollar aquí alguna vez), leí el segundo tomo de la serie de cómics The Unwritten. Para los que no la conozcáis, la serie, publicada en Estados Unidos por Vertigo y en España por Planeta De Agostini, está escrita por Mike Carey e ilustrada habitualmente por Peter Gross. Su protagonista es Tommy Taylor, el hijo de un escritor de una serie de novelas juveniles que recuerdan mucho a las de Harry Potter. En ella se cuentan las aventuras de un joven mago que también se llama… Tommy Taylor. Y puede que el “Tommy” real y el imaginario sean el mismo. Pero todo eso no nos importa mucho de cara a lo que quiero comentar hoy.

El caso es que en una escena se habla de El Cantar de Roldán, un poema épico escrito a finales del siglo XI (se trata de la obra literaria francesa conocida más antigua) que ha influido poderosamente sobre muchas otras historias que han venido después.

Las páginas de la escena que nos interesan son estas:

Para los que no leáis inglés, el protagonista, Tommy, cuenta que nadie conoce el hecho real en el que se inspiró El Cantar de Roldán (además, este pudo o no haber ocurrido). Lo único que se conoce es la historia. Y según él, el cantar era una muestra de “marketing viral” medieval, propaganda diseñada para inspirar sentimientos antimusulmanes allí donde fuera cantada. De hecho fue una de las razones por las que varios reyes franceses llevaron a sus ejércitos a España para intentar conseguir que fuera cristiana de nuevo. Bueno, una de las razones “reales” no, pero desde luego sí una de las que aducían delante de sus súbditos. El sacrificio final de Roldán (su sacrificio heroico a lo personaje Frank Miller) se convirtió en un referente y una inspiración para todos aquellos que estaban dispuestos a dar su vida por la cristiandad.

E, investigando lo poco que he podido sobre el tema, lo cierto es que el razonamiento de Carey/Taylor resulta muy convincente.

Lo que me estoy preguntando es… ¿cuántos “cantares” nos estaremos tragando ahora sin darnos cuenta de que son ficciones interesadas y no descripciones de la realidad?

Más sobre este tema, aquí (aunque no estoy de acuerdo con que The Hurt Locker sea propaganda, me parecen interesantes las opiniones a las que se hace referencia en la entrada que linkeo).

3. Te queda grande.

La semana pasada hablé de lo difícil que resulta explicar en un guión de forma que no “canten” las reglas que rigen el mundo dónde transcurre una historia. Y hace unos días, viendo la película Daybreakers, caí en otro problema que afecta muy a menudo a los guiones que requieren este tipo de explicaciones. Se da cuando el guionista se enamora del mundo que ha creado y olvida que para que el espectador se sienta satisfecho mientras ve una película no vale con llevar a cabo una especie de visita guiada de ese mundo, por muy fascinante que sea, sino que hay que contarle una historia. Y las historias normalmente le ocurren a alguien que persigue un objetivo con la suficiente intensidad como para que el espectador se sienta identificado con su búsqueda  (y da igual que el objetivo sea “positivo” o “negativo”, que el protagonista sea Henry Hill, que siempre quiso ser un gangster, o Luke Skywalker, que lo único que deseaba era contribuir a la derrota del imperio).

Daybreakers transcurre en el año 2019. Una plaga ha transformado a la mayor parte de la humanidad en vampiros. Hay tantos que el principal problema al que se enfrenta la civilización vampira es que están a punto de quedarse sin humanos de los que alimentarse, lo que significaría su extinción. El protagonista es Edward Dalton (Ethan Hawke), un científico vampiro buenazo, que trata de crear una sangre sintética capaz de permitir tanto la supervivencia de los vampiros como la de la raza humana.

Y aunque la película es más o menos entretenida, en vez de un largo con una narrativa convencional yo habría preferido que sus guionistas y directores, los hermanos Spierig, hubieran rodado un falso documental al estilo de la primera mitad de District 9.

El metro de los vampiros.

Cada vez que se explicaba algo sobre cómo viven los chupasangres del futuro y la manera en que funciona su sociedad nocturna, me interesaba la película. Pero todo lo que le ocurre al protagonista y sus compañeros de aventuras me daba exactamente lo mismo.

Reflexionando sobre ello, recordé algo que me explicó una vez un tutor en un taller de guión: los objetivos demasiado ambiciosos suelen quedarles  grandes a casi todos los personajes. Resulta más fácil interesarse por un pobre hombre que lo único que desea es recuperar la bicicleta que le han robado, como Antonio Ricci en Ladrón de bicicletas, que de Dalton y su investigación en la que está en juego el futuro de las especies humana y  vampira. Puede que la excepción sean las biografías de personajes reales tipo Ghandi, en las que aún así, los guionistas suelen hacer lo que pueden para transformar esos objetivos megalómanos en objetivos un poco más asequibles y cercanos (igual que una vez caen en sus manos los robots, Luke Skywalker se centra en rescatar a la princesa Leia, de la que se ha enamorado instantáneamente nada más ver su holograma). Y aunque sospecho que los Spierig eran muy conscientes del problema que tenían y por eso no hacen más que intentar meter con calzador subtramas emocionales (el hermano de Dalton se convierte en su enemigo; se enamora porque sí de una humana con la que no llega a cruzar más de veinte frases; confía ciegamente en el personaje que interpreta Willem Dafoe sin que haya razones para ello), ninguna resulta creíble ni tiene el suficiente peso como para que te importe. Cada vez que se dedican unos minutos a una de esas subtramas, yo en lo único que pensaba era que lo que me apetecía era ver a uno de los vampiros que han mutado en bestias por culpa de la falta de sangre, o que me explicaran algo más sobre esos niños vampiro de la calle que aparecen por ahí de vez en cuando. Como las escenas de diálogos en una película porno, todo lo que no fuera parte del “documental”, me sobraba.

1 comentario en «REAGAN, ROLDÁN Y LOS VAMPIROS»

  1. Totalmente de acuerdo con la valoración de “Daybreakers” (que también vi hace poco). Un escenario buenísimo para unos personajes que no captaron mi interés en ningún momento.

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