A VECES OLVIDO…

…que la vida no tiene guión.

David Muñoz

Hace unas semanas estaba viendo de nuevo la película Ratatouille cuando se me ocurrió que en la historia de la rata que quiere ser cocinera se encuentra la respuesta a la pregunta que más a menudo le hacen a cualquier profesional del guión: “¿Cómo puedo llegar a ser como tú?”.

Sí, esa que nunca sabes cómo contestar sin quedar mal.

Se formula de muchas maneras pero el transfondo siempre es el mismo. El guionista en ciernes pretende poco menos que, como hace Morpheus con Neo en Matrix, le demos una píldora de color rojo cuya ingesta le permita pasar automáticamente “al otro lado del espejo”.

Sin embargo -y seguro que ya lo he explicado en mi blog varias veces-, en el mundo real las píldoras rojas no existen (bueno, sí, pero sirven para otras cosas, ya me entendéis…) y “LA” pregunta no puede ser respondida de una manera sencilla. Especialmente porque no hay una sola respuesta válida sino cientos de miles, casi tantas como guionistas en activo, y la que a uno le vale a otro puede resultarle inútil.

El secreto es…

…que no hay secreto.

Suena a frase de manual de autoayuda, pero es cierto. Lo sé, lo sé… toca las narices un poco, como cuando un rico te dice que “el dinero no da la felicidad”. Pero me temo que no queda otra que aceptarlo.

Lo que sí hay son ciertas pautas que se repiten a menudo. Y de casi todas es posible encontrar un ejemplo en Ratatouille. Además, ese el aspecto de la historia que tiene más peso en la película. Por algo, el “tema” que parece obsesionar a su director y coguionista, Brad Bird, es precisamente cómo gestionar tu vida cuando eres “especial” y tienes algún tipo de ambición relacionada con tu talento (superpoderes en Los increíbles, habilidad para la cocina aquí). La película también habla de muchas otras cosas: las intrincadas relaciones entre arte y comercio, o entre arte y crítica, por Ej. Y  hay una historia de amor y una subtrama “inmobiliaria” con un chef malvado. Pero en esta entrada voy a hablar únicamente de la trama principal, la de la rata Remy. Además, así, si alguno no la habéis visto aún, podréis disfrutarla aunque leáis este texto.

De modo que esta es la historia de Remy. Pero salvando todas las distancias que haya que salvar, también es la mía, y la de cualquier otro guionista (o la de un pintor, un fotógrafo, un diseñador…), y puede que acabe siendo la tuya.

O no.

Porque… ¿quién eres tú? ¿Remy o Linguini? Volveré a esto al final. De momento, vamos a quedarnos solo con Remy.

Una rata feliz.

Una rata feliz.

Para intentar explicarme mejor, voy a desdoblarme. El texto en cursiva es… pongamos que mi “comentario del bloguero” al argumento de Ratatouille.

Al principio de la película, conocemos a Remy, una rata muy especial, muy distinta del resto de los miembros de su clan: tiene un olfato muy fino, es capaz de entender el lenguaje de los humanos (además, los admira porque “descubren y crean”), siente predilección por la buena comida y prefiere andar a dos patas, precisamente para no mancharse las “manos” con las que come.

Es rarita… o sea, tiene TALENTO.

El mismo que tiene casi cualquier aspirante a guionista. Es probable que la mayoría de los que estéis leyendo este artículo os hayáis pasado buena parte de vuestra infancia emborronando hojas de papel, escribiendo historias o dibujándolas. O quizá ni siquiera las habéis escrito, solo las habéis imaginado. Da igual. También me vale. Encaja dentro de mi definición de talento en la infancia o adolescencia: “predisposición o inclinación para llevar a cabo un tipo de tarea en la que el sujeto en cuestión  destaca por encima de otros de su edad”.

Pero el talento no sirve absolutamente de nada sin las otras cualidades que hacen que Remy sea especial. La ratita azul sueña con llegar a ser cocinera algún día. De hecho, no piensa en otra cosa. Está obsesionada.

Tiene una VOCACIÓN.

Aún así, Remy es consciente de que viviendo en una granja perdida en el campo es imposible que pueda hacer realidad sus sueños. Pero dado que siente verdadera PASIÓN por la cocina, eso no le ha impedido formarse todo lo que ha podido, leyendo una y otra vez el libro de cocina de la dueña de la granja, “Todo el mundo puede cocinar”, del legendario chef ya fallecido Auguste Gusteau.

Gusteau simboliza en la película  algo que yo no tuve hasta que empecé a trabajar como profesional: un maestro que reconoce tu talento y te anima a seguir adelante. A mí no me ocurrió, pero tengo muchos compañeros que recuerdan con cariño a ese profesor cuyos ánimos les ayudaron a creer en si mismos y a no rendirse . Durante el resto de la película, el fantasma de Gusteau se le aparece a Remy (cual Obi-Wan Kenobi…), aconsejándole y animándole.

Gusteau "Kenobi".

Gusteau "Kenobi".

No le ha resultado fácil, pero ahora mismo Remy sabe tanto sobre cocina como el chef más reputado.

Es una ratita TRABAJADORA.

Si fuera un guionista, a estas alturas habría escrito varios sinopsis, tres o cuatro tratamientos y algún guión. Pero sería un guionista de por Ej. un pueblo perdido del sur de España, que al vivir lejos de Madrid y Barcelona, la dos ciudades donde se produce la mayor parte de nuestro cine, piensa que no tiene ni una sola oportunidad de hacer los contactos que le permitirían vender sus historias.

Pero todo eso no le serviría para conseguir lo que más desea sin la mediación de un GOLPE DE SUERTE, que en este caso, como pasa a menudo en la vida, en principio no parece un signo de buena fortuna, sino una desgracia. Tras verse obligadas a dejar la granja y perderlo todo, las ratas huyen del campo a la ciudad y nuestra protagonista acaba quedándose sola, perdida en las alcantarillas de París…

…justo debajo de Gusteau’s, el restaurante que fue propiedad del ya fallecido chef que escribió el libro con el que Remy aprendió a cocinar.

Es UNA CASUALIDAD que cambia su vida.

Como también te la puede cambiar conseguir que un lector de una productora le pase tu guión a su jefe con un informe positivo o que un director de cine con dos películas en su haber acceda a leer los tres tratamientos y el guión que has escrito y decida comprar uno para convertirlo en su siguiente largometraje (lo que nos pasó a Antonio Trashorras y a mí con El espinazo del diablo).

Pero es  una casualidad que no le serviría de nada si no tuviera el talento necesario para sacarle provecho. La suerte siempre tiene que pillarte preparado.

Un golpe de suerte.

Un golpe de suerte.

Por supuesto, Remy consigue entrar en el restaurante (después de una larga serie de peripecias que no voy a detallar aquí), y acaba uniendo fuerzas con un recién llegado a la cocina. Se trata de Linguini, el hijo de una antigua amante de Gusteau, un chaval algo inepto que trabaja sacando la basura del restaurante. Gracias a un nuevo GOLPE DE SUERTE que a primera vista parece otra contrariedad, Remy acaba ayudando a Linguini a preparar una sopa que termina siendo un éxito al ser valorada muy positivamente por una crítico gastronómico que visita el local esa noche.

Gracias a eso, Linguini es ascendido y pasa a ser cocinero de Gusteau’s. Pero claro, no sabe cocinar. Así que cuando se ve obligado a repetir “su” éxito para conservar el trabajo, el desesperado Linguini, temiendo ser desenmascarado, convence a Remy para que siga “ayudándole”, controlando su cuerpo mientras cocina oculta en su gorro de chef. La rata ha encontrado UN ALIADO, alguien que la necesita tanto a ella como ella le necesita a él.

Digamos que por ahora Linguini es el coguionista con el que casi todos empezamos a escribir. O ese director de cortos que se interesa por tu trabajo. Y aunque en este caso es vago y algo inútil, por lo menos tiene contactos…

A los mandos.

A los mandos.

Poco a poco, Remy y Linguini van perfeccionando su peculiar forma de trabajar en equipo y el antiguo restaurante de Gusteau vuelve a convertirse en un local de moda.

Remy no para de TRABAJAR y solo piensa en crear nuevos platos.

Pero la ratita todavía tiene que enfrentarse a un problema con el que más tarde o más temprano tiene que lidiar casi cualquier creador: las expectativas de su familia (aunque también podrían ser las de su pareja o las de cualquier otro miembro de su entorno capaz de chantajearle emocionalmente). La camada a la que pertenece la rata cocinera aparece en Paris y su líder, el padre de Remy, le deja claro rápidamente a su hijo que lo que está haciendo le parece ridículo. Es una rata, no una persona, y si los seres humanos se enteraran de lo que está haciendo le matarían sin dudarlo.

Entonces, Remy se enfrenta al momento más difícil de toda su peripecia culinaria: dejarle claro a los suyos que NECESITA SEGUIR SU PROPIO CAMINO.

Y hay que hacerlo aunque de momento no ganes ni siquiera un sueldo digno y no tengas ni idea de si todo lo que estás haciendo llegará a servir algún día para algo. Pero, como dice el refrán: “quien quiera peces que se moje el culo”. Por seguir con los ejemplos personales, yo hasta los 28 años no gané un sueldo ni medio decente. Siempre me sorprende recibir mails de aspirantes a guionistas recién licenciados que se sienten unos fracasados porque con 25 años aún no viven de lo que escriben.

Claro que ese no es el único problema al que tiene que enfrentarse.

Por ejemplo, el ahora exitoso Linguini se resiste a reconocer que sin la rata no es nadie y niega su existencia, ninguneándola más que algunos directores de cine a sus guionistas.

Pero esta ratita es INASEQUIBLE AL DESALIENTO. Se entristece, pero no renuncia. Sigue trabajando esperando a que llegue el momento en el que por fin podrá demostrarle al mundo quién es realmente.

Y lo consigue gracias a que cuando el implacable crítico gastronómico Anton Ego visita el restaurante, Linguini no tiene más remedio que recurrir a Remy, devolviéndole el lugar que merece ocupar en Gusteau’s.

Por fin, Remy cocina para Ego un plato llamado “Ratatouille” que le deja totalmente enamorado…

…y a partir de ese momento queda claro que sólo él merece ocupar el puesto de chef del restaurante.

Anton Ego, conmovido.

Anton Ego, conmovido.

Esa “prueba” es un trago por el que tenemos que pasar todos en algún momento. Normalmente es el estreno de la serie o la película en la que has estado trabajando. No importa mucho que sea un éxito o un fracaso (aunque si es un éxito mucho mejor, claro) sino que el hecho de haber escrito algo que se ha convertido en imágenes quiere decir que por fin tienes algo que poner en el currículum. Sin quererlo, has pasado de ser un amateur a alguien que está dando los primeros pasos para convertirse en un profesional.

Pero que nadie espere grandes cambios repentinos. Salvo que hayas “parido” uno de esos raros éxitos de taquilla, los cambios llegan despacio, y transcurra el tiempo que transcurra, y a pesar de que más o menos consigas trabajo regularmente como guionista, es raro que alguna vez llegues a tener la sensación de que “ya lo has conseguido”. Como en la película, cocinar “Rataouille” no es el final de nada, solo un principio, el primer paso de un camino mucho más largo en el que todavía vas a tener que enfrentarte a muchos obstáculos.

Al final de la película Remy consigue todo lo que desea. Y además, todos los personajes importantes de la película pasan a ocupar el lugar que “merecen” dentro del universo de la historia.

Ya dije al principio que por si acaso no la habéis visto aún, no voy a contar más detalles sobre la trama, pero de todas esas “reubicaciones” la que más choca es la de Linguini, ya que el joven aliado de Remy acepta que no tiene talento y se conforma con seguir en el restaurante trabajando como camarero. Sin embargo esa me parece la “enseñanza” más difícil de encajar de la película. Es sencillo empatizar con la rata protagonista y querer creerse que uno tiene muchas cosas en común con Remy aunque no hayas hecho nada que indique que cuentas con algún tipo de talento, pero… ¿y si resulta que realmente no vales? ¿Qué haces entonces? ¿Te empecinas en seguir intentando demostrar lo indemostrable o abandonas?

Pues a mí me parece que lo más cuerdo es hacer como Linguini y dedicarte a algo que te permita ser feliz; algo que sencillamente se te de mejor (porque para no amargarse haciendo cualquier tipo de trabajo de vez en cuando tienes que obtener algún tipo de recompensa por ello; aunque solo sea la sensación de ir progresando en tu dominio de un oficio).

Además, la realidad a la que nos enfrentamos los que nos dedicamos a esto (y a casi cualquier otra cosa) es que nunca acabas de conseguir todo lo que quieres. El cine está saturado de historias de superación personal en las que los personajes obtienen todos y cada uno de sus objetivos. Pero a partir de cierta edad uno ya sabe que puede darse con un canto en los dientes si es que consigue hacer realidad uno o dos antes de que le llegue su hora. Cosa que tampoco está tan mal. Porque después de la apoteosis, siempre viene la decadencia. Vencer obstáculos es lo que nos mantiene en marcha. La valla siempre es mejor tenerla delante que detrás*.

“Afortunadamente”,  nosotros podemos ser héroes sin clímax,” Connors McLeod” del guión luchando eternamente en una batalla sin fin, esperando a que la nueva pelea en la que te has enzarzado te permita lograr “el premio” por fin.

No es una mala manera de verlo, me parece.

Y no ser una “Remy” del guión no significa no poder serlo en otro campo. Todos somos “Linguinis” en unos aspectos de nuestras vidas y “Remys” en otros.

Mientras tanto, las películas nos permiten disfrutar de forma vicaria de esos finales que nos niega la vida. Y a veces también nos enseñan cosas.

En este caso, que hace falta talento, capacidad de trabajo, suerte y constancia para conseguir ganarse la vida escribiendo. Y que en la vida todo es impredecible**. No basta con querer algo para lograrlo, pero si no lo deseas realmente y no pones todo y más de tu parte para obtenerlo, no vas a conseguirlo jamás.

Y que el queso y las fresas combinan de maravilla.

Eso sí que conviene no olvidarlo.

Esta imagen no ilustra nada, simplemente me encanta.

Esta imagen no ilustra nada, simplemente me encanta.

*Esto es algo que el cine, con su marrullera estructura de tres actos, obvia una y salvo en casos excepcionales como El señor de los anillos (o algunas películas de Kubrick, el rey de los cuatro actos). Porque normalmente tiende a olvidarse que la estructura arquetípica del viaje del héroe no termina con el triunfo del protagonista sino con su regreso a casa, transformado en otro por culpa de las peripecias que ha vivido, casi siempre destrozado, hecho un “desgraciao”, tarado sin remedio psíquica y físicamente, un deshecho humano que ya no puede disfrutar de todo aquello por lo que ha estado luchando. Su única escapatoria suele ser la muerte (real o simbólica, como la de Frodo, el rey Arturo o Neo).

**Hace poco he visto un estupendo documental sobre la historia de los Monty Python y su historia también tiene mucho que ver con la de Remy o, ahora que lo pienso, los cómicos de La hora Chanante (ahora Muchachada Nui): un grupo de amigos raretes y con talento, locos por la comedia, se conocen, empiezan a trabajar juntos porque les apetece y cuando su trabajo llama la atención y surge la oportunidad de hacer nada menos que un programa de televisión, la aprovechan. De hecho, me ha llamado la atención viendo el documental de los Python que todos están de acuerdo en que lo que les pasó fue algo muy inusual que hubiera sido muy difícil que hubiera ocurrido en cualquier otro momento. No fue precisamente normal que la BBC decidiera pagarles 13 programas a un grupo de cómicos prácticamente desconocidos (solo John Cleese era ya una cara más o menos popular por entonces), dejándoles además hacer prácticamente lo que les daba la gana. Y sin embargo eso fue también lo que les ocurrió a los “Chanantes” cuando llegaron a Paramount. Salvando todas las distancias que haya que salvar entre la BBC y un canal de televisión por satélite, claro. Aunque también cuando los Python se formaron, la mayoría de ellos, salvo Terry Gilliam creo, tenían cierta experiencia escribiendo televisión o al menos actuando, mientras que Joaquín Reyes y compañía no habían hecho más de unos cuantos cortos. Lo importante es que ambos son fenómenos únicos y creo que irrepetibles, imposibles de prefabricar. La única lección que puede extraerse de ellos, y me parece que de también lo que he escrito en la entrada, es que no hay reglas ni fórmulas probadas que garanticen nada de nada. Cada uno tiene que encontrar su propio camino. Da miedete, pero…

35 comentarios en «A VECES OLVIDO…»

  1. Deja un poco sabor amargo en la boca este post, principalmente porque la pregunta de “¿soy Remy o soy Linguini?” es muy complicada de responder. Conozco muchos (pero muchos, ¿eh?) casos de personas que están completamente convencidas de escribir bien. No es cierto, ni remotamente, pero ellos lo creen, a veces hasta han conseguido publicar alguna cosa. Casos de obras espantosas en las que el autor, que también es amigo, te dice con ojos desesperados: ¿no hay NADA que salvar? y tú no tienes corazón para decirle que no y que pruebe con la música a ver, o te dices que quién coño te has creído que eres para juzgar obras de otros así y si te piensas que tu palabra es ley, etc etc.

    Pero no me tengo que ir a “los otros”: ¿cómo sé que lo que YO escribo no es mierda caliente? Termino esta obra de teatro o este guión y siento que he hecho un buen trabajo pero… los amigos te quieren y aunque te hagan críticas siempre dejan el mensaje subyacente de “es muy chulo, está muy bien, cómo mola”. Los que tienen algún tipo de interés te dan palmaditas. El que te hace una crítica feroz es rápidamente metido en el cajón de los “cabrones envidiosos desalmados ponga-aquí-su-adjetivo-hijoputesco”.

    Y finalmente… ¿Cómo aceptar, si llega el caso, que eres Linguini? ¿Que lo que sueñas con hacer no puedes hacerlo porque no vales un duro? Con otras cosas se ve tan rápidamente… canto como si golpeasen a un gato con una raqueta de tenis, cuando dibujo parece que alguien ha vomitado un lápiz sobre el papel, la última vez que intenté bailar me disloqué un codo. Bastaron dos minutos de mi infancia-adolescencia para tener BIEN claro que esas cosas no eran lo mío. Pero escribir, ah, eso es otra cosa. Eso, como entrenar al Madrid, “lo sabemos hacer todos”. ¿Cómo encajar que, no, de eso nada, eso tampoco lo haces bien?

    Saludos.

    1. Yo nunca sé si lo que escribo no es “una mierda caliente”. De verdad. Pero como siguen pagándome por hacerlo y yo lo disfruto mucho… pues ahí sigo. Al final se trata de que alguien quiera comer el plato que has cocinado… que le emocione tanto como a Ego comer Ratatouille… aunque a veces no entiendas porqué. Con las obras ajenas disfrutamos del resultado, con las propias, del proceso, creo. Con el tiempo, siempre nos gustaría que todo fuera mejor.

  2. Pianista en un Burdel

    Debes de escribir MUY BIEN, Fanshawe, para ir regalando posts excelentes como este comentario, en vez de publicarlos en tu blog.

  3. Últimamente han escrito otros Bloguionistas sobre “el síndrome OT” o la obsesión por llegar y besar el santo. Y tengo la sensación de que cuando se habla de “el talento” en audiovisual en realidad muchos están hablando de “el triunfo”. Tienes que hacer tu película, tienes que hacer TU PRIMERA película, y antes de los 30; o serás un looser.

    Lo malo es que esa máxima no viene siempre del facebook de un guru o del tío que te quiere vender un curso. En mi Master, un director-productor con prestigio nos dijo hace poco menos de un año lo siguiente: “luchad por vuestro talento y entre tanto trabajad de lo que sea, taxistas, camareros, guionistas de televisión…” Si gente de la industria ve así la profesión del guionista-no-artista, a ver cómo te cargas el estereotipo de la estrella emergente, del “descubrimiento”.

  4. Pues yo lanzo una pregunta para crear debate:

    ¿Porque Linguini no toma clases de Remy?

    Me dirán que tiene que tener olfato y gusto para ser un gran cocinero, pero nadie le pide ser un gran cocinero: solo ser UN cocinero y no un camarero. Nadie le pide renunciar por completo a su vocación. Del mismo modo que nadie debería plantearse ser guionista para ser el mejor guionista del mundo, y frustrarse porque siempre los habrá mejores. Si uno encuentra satisfacción en la cocina no tiene porque creer que su aspiración es llegar a ser el chef del que el restaurante lleva el nombre, a veces es igual de satisfactorio ser el pinche y seguir rodeado de fogones, porque eso es lo que te gusta: estar en la cocina.

    Adjudiquen si quieren este comentario a mi visión ciega de juventud con frustrantes aspiraciones, una forma de autojustificarme; que, probablemente, tengan razón.

    Por cierto, es mi película favorita de Pixar.

    1. Permítame recoger el lanzamiento.

      Linguini, en este caso, dice David Muñoz que es algo vago. Hay (habemos) otros linguinis que, una vez asumida nuestra condición, nos dedicamos precisamente a eso, a ser buenos pinches, y a disfrutar con ello (y si se puede, pasar de pinches a ayudantes de cocina).

      Pero hay algo en el discurso de las aspiraciones y el talento (y-sólo-talento) que hace que muchos linguinis no asuman que son linguinis, pero tampoco trabajen para ser remys. Asumir la linguinidad es un trago, vaya, pero es muchísimo más sano que pasarse la vida sintiéndose un diamante en bruto, un incomprendido, o un talento desperdiciado al que la Envida Cósmica ha condenado al silencio.

    2. Henrique: Es que yo no digo que ser Linguini sea mejor que ser Remy. Lo importante es no amargarse queriendo ser lo que no se puede ser. Y como digo en mi entrada, no sólo es cuestión de talento, sino también de entrega y de trabajo. Y ahí sí que es muy importante el temperamento de cada cuál. Desgraciadamente, dando clases muchas veces me entristece ver que gente con talento nunca va a hacer nada porque no son capaces de echarle las suficientes horas al guión que están escribiendo. Y en esto lo importante no es ser el más talentoso ni el más listo, sino hacer el trabajo; sin eso eres solo un listillo de bar.

    3. Pero a echarle horas y trabajo también se aprende, se lo digo yo: también hay que tener la suficiente humildad para reconocer que te has tocado las narices a dos manos toda tu vida, asumir las consecuencias y ponerse al tema.

    4. Me va a perdonar el idealismo, pero considero que si alguien no hace todo el esfuerzo posible en favor de lo que considera su vocación es que a lo mejor no es su vocación.

      Lo que más asusta es pensar que si pese al esfuerzo, sigues siendo un Linguini.

      Hay una frase de Herzog, en su recién publicado “Conquista de lo inútil”, diario del rodaje de “Fitzcarraldo”, que me parece muy interesante: tras tres años tratando de terminar la película, vuelve de la selva sin haber podido rodar casi nada; entonces los productores le plantean volver a rodar todo de cero, pero solo si se encuentra motivado; y el contesta algo así como (cito de memoria): “si no quisiese pasar por este calvario, sería un hombre sin sueños”.

  5. Aclaro una cosa: lo normal es dudar de tu talento. Si no eres un grillado, es raro que siempre estés a la altura de tus expectativas. Y dado que no manejamos saberes “objetivos”, es habitual tener la sospecha de que en realidad no eres todo lo bueno que querrías o deberías ser. Todos los guionistas pasan por momentos en los que se sienten unos farsantes a los que en cualquier momento van a descubrir. En realidad, los egos más desmesurados se encuentran en gente que no ha hecho nada de nada, y por tanto no ha tenido ocasión de confrontar su talento (o su falta de él) con el mundo real.
    Y en el mundo real, los “Linguini” casi nunca aceptan que a lo mejor están perdiendo el tiempo, que si después de diez años no han vendido un solo guión a lo mejor es por algo. Pero también, están en su derecho. Quien sabe, puede que acaben consiguiéndolo tarde o temprano. Eso es algo que debe valorar cada uno. No es un tema fácil.

  6. Verónica Fernández

    Hoy he cogido un taxi en Barcelona. He tenido una conversación bastante divertida y atípica con él. Muy cerca de la estación, me ha mirado por el retrovisor y me ha espetado un : “¿y usted a qué se dedica?” . “Guionista” le he dicho, suplicando que se conformara con el titular y no me pidiera explicarlo. “Ya me había dado cuenta de que usted era especial”. No ha dado tiempo a más. Supongo que un día con los índices de vanidad bajo mínimos le hubiera abofeteado con dos sonoros besos de abuela. Hoy, le he dejado una buena propina.

    Me he montado en el Ave y he conectado el ordenador al iphone. Pocas cosas me gustan más que la tecnología. Mi amiga Ángela Armero, exalumna y compañera de trabajo, ha recomendado este post en facebook. Y yo que soy muy obediente y que tengo el gusto de conocer a David desde el año pasado me he puesto a leerlo con el vaivén del tren.

    Audaz, inteligente y emotivo, este post ha remover melancólicamente toda mi historia. Soy esa rata, soriana, que se vino a Madrid con la ilusión de deslumbrar a algún Ego que reconociera en su escritura algo especial. Puedo decir que soy una afortunada, que desde que decidí a los seis años que lo mío era escribir (porque había ganado un concurso de cuentos y me habían colmado de regalos) no he hecho otra cosa que encontrar las baldosas amarillas.

    Y son esas baldosas las que a veces se muestran esquivas para muchos aspirantes a guionistas. Se me parte el alma, año tras año, cuando me despido de mis alumnos de la Ecam. Siempre pienso quién de ellos conseguirá su sueño y cual de ellos podrá ser feliz sin conseguirlo. Llevo ya muchos años dando clase y sin querer hago mis propias quinielas: éste encontrará enseguida las baldosas, éste no, éste no lo sé… También os puedo contar la satisfacción que tengo cuando me encuentro al cabo de los años con algún alumno que está ya instalado en la profesión y que me recuerda alguna cosa que aprendió de mí. Siento la responsabilidad de enseñar, lo que me enseñaron y de ayudar a obtener la primera oportunidad, porque a mí también me la dieron. A veces se puede, otras veces no se puede ayudar. Siempre te queda la espina de si hubieras dado una palmada en el momento adecuado a alguno de ellos de los que tiraron la toalla, quizás no la hubieran tirado.

    En fin. Creo que ser guionista es una forma de ver la vida, como lo es ser broker. La diferencia es que nosotros no especulamos con las ilusiones de la gente, simplemente nos convertimos en portavoces de sus deseos.

    En resumen, el taxista y el post me han hecho sentirme una rata especial. Ahora entiendo por qué me gusta tanto el queso.

  7. Misael Páez-Sanroque

    Hace poco releí una entrevista al famoso entrenador de tenis Pat Echegaray, chileno, que ha entrenado a los mejores tenistas de la historia: a base de disciplina, trabajo y esfuerzo.

    Sin embargo, Echegaray no podía más que sonreír satisfecho al comentar que los tenistas que más les fascinaban son “los que no pueden evitar ser buenos.”

    Es decir, aquellos que han nacido para llevar una raqueta en la mano.

    Pero poco a poco, la idea de que “hay gente que ha nacido para” se desvanece, y no creo que sea porque no existen esos diamantes en bruto. Es porque SIEMPRE hay alguien dispuesto a mear en tu tapia. Tenga razón o no.

    Ya sea un amigo, un profesor, un director… El guión perfecto no existe. O nadie lo admite.

    Asi que, ¿Por qué plantearse si eres Remy o Linguini? ¿Acaso existe el caso real de algún “Remy”?

    El mundo del cine está más lleno de Linguinis que de Remys (¿Amenábar? ¿Sánchez-Arévalo?)

    1. Cuidado… ¡que Remy no es el “Amenábar” de la cocina! Al final de la película es una ratita que se gana la vida con un restaurante pequeñín y modesto. Vamos, ¡como la mayoría de los guionistas! Entre los que me encuentro. Digamos que soy Remy, no estoy forrado, no se me rifan los directores, pero me gano la vida con ello. Me parece bastante. Linguini no sabe cocinar/escribir. No estoy hablando de dinero ni de éxito.

  8. Pingback: Ratatouille o como seguir adelante con tu vocación

  9. Verónica, eres mi ratita preferida. Yo dando clases también percibo que mucha gente de profesiones más o menos creativas (publicitarios, periodistas…) piensan en escribir guiones como en su plan B, como si se pudiera desenchufar de un sector y enchufar en otro. A corto plazo, es una idea bastante descabellada, aunque a medio largo plazo puede tener sentido si se invierte mucho trabajo. Y estoy con David en que los milagros se producen, pero te tienen que pillar con el cajón lleno de proyectos. Yo en mis inicios tuve dos situaciones de “suerte milagrosa” y ninguno de los dos han fructificado (hasta el momento) pero me permitieron meter la cabeza. Que no es poco.

  10. Bah, todo esto no es más que un cínico ejercicio de ocultación. Sabemos que existen las píldoras rojas y que las teneis guardadas a buen recaudo.

  11. Muchas veces nos marcamos como dentro de lo probable, la necesidad, lo real, lo cercano. Y por ende se tiende a asociar en la improbabilidad, lo innecesario, lo irreal, lo descartable. Bajo mi punto de vista esta dicotomía no es positiva. Esto supone trazar unos limites psicológicos que pueden ser condicionantes perjudiciales. Siempre he entendido el fracaso como algo en el fondo positivo, un mal de peaje obligatorio y un encuentro inevitable en el camino. A mitad de camino. Y la ilusión como el combustible necesario para hacer carburar la máquina durante todo éste. Lo que precisamente te sirve para mantenerte en marcha, cuando casi inevitablemente te topes con el fracaso. La percepción del fracaso, dista mucho en el significado que cada persona le da. Cuanto mejor comprendas que éste debe ser algo mucho más substancial que un simple obstáculo, más cerca estarás del éxito (lo del éxito sería otro debate). Pienso que dentro de ese aforismo casi folclórico de “el que la sigue, la consigue”, hay encerrado una parte de razón. Evidentemente existe gente que no tiene el sentido común necesario para darse cuenta de su propia capacidad, de unas aptitudes como en cualquier otro ámbito necesarias, pero dando por hecho unos mínimos, entiendo que esto de “valer” para algo, va mucho más allá de una impresión, e incluso de la opinión razonada que genere una época entera.

  12. Bueno, el tono general de estos artículos, lamentoso y tristón, me recuerda a mi época de opositor donde la pregunta recurrente era ¿cómo puedo sacar de una =(6% vez la =(6% oposición?.
    La respuesta creo que puede ser extrapolable. El secreto es una mezcla de aptitudes (digamos talento) y trabajo. Voy a arriesgarme, ya digo hablando de lo que conseguí en tiempos en la administración pública (je, je): Para sacar el number one, digamos compitiendo con 4000 personitas, se precisa el tope de talento y el tope de trabajo. La nota final la compone el talento, al 40%, y el trabajo, al 60% de la nota. Pero hay un par de pequeños trucos. Esforzandote a tope en el trabajo sólo vas a conseguir el 40%. Para conseguir el 20% restante (el secreto del éxito) necesitas contrastar, limar defectos y perfeccionar técnicas: necesitas trabajar en equipo (obviamente con gente de tu nivel o más).

    La otra pregunta clave ¿tengo yo talento?, también la puedo contestar de forma objetiva: pilla una camarucha y a hacer tus cortos. Si vas viendo que progresas, que los últimos van quedando medio decentes, que los primeros, con todos sus errores, te siguen haciendo gracia, iras bien encaminado. Si todo te parece un charco de pobredumbre quizá debas dedicarte a algo más útil para la humanidad, como por ejemplo dedicar tus momentos de ocio al WorldofWarcraft.

    Y ya está. Pues no. El otro truco de opositor es preparar lo que te va a caer. La gente es muy masoca, dedica semanas y meses de su vida a preparar temarios “intuidos” propios o susurrados por algún “poor” como el mismo. En fin esta es la pega que mayor veo al asunto, si realmente sabes lo que quieres y quieres lo que sabes: ¿ves series de televisión?, ¿los anuncios de detergente son divertidisimos?, ¿hay alguna peli interesante que no cuente con hombres lobos, explosiones, extraterrestres?, ¿podrías hacerla?, ¿podrías vendersela en este país?.

    Resumiendo para mi las preguntas (bastante más optimistas) son estas: ¿qué quiero hacer?, ¿dónde me pueden dar paletadas de pasta por ello?.

    Y siempre nos quedará el WorldofWarcraft.

  13. Fui alumno de Verónica, compañero de Ángela, y sigo en esto gracias en parte a lo que aprendí de ellas, y haciendo a veces de Remy, y otras de Linguini, según tocaba.
    Leyendo posts como este uno se siente orgulloso por dedicarse a lo mismo que todos vosotros, David. Muchas gracias.

  14. Creo que fue Woody Allen quien dijo que hay algunos que tienen tantas ganas de ser artistas que se olvidan de pintar cuadros y directamente se cortan una oreja para parecerse Van Gogh.
    Hablar del talento es muy difícil, es algo abstracto que ven lis demás pero que para uno mismo, es cierto, resulta difícil de reconocer. A veces pienso que es una utopia mas y que , como la felicidad, para merecerlo tienes que trabajartelo todos los días.
    Algunas consideraciones:
    1. Tener talento no asegura el éxito. Véase el propio Van Gogh. Es más, en esta profesión también hay gente sin talento que tuvieron suerte y usaron algún otro mérito para instalarse y no parar de escribir, producir o dirigir.
    2. Como dices, David, los más talentosos suelen dudar a diario de su propio talento, porque este oficio es un examen continuo. Reconocerse a uno mismo que tienes talento es andar sobrado de autoestima, nada más.
    3. Para alguien que quiere entrar en la profesión, no le recomiendo que ponga en cuestión su talento, ni tampoco que escriba UN guión y se queje de que nadie le reconozca se genialidad. Si de verdad te gusta esto, escribe y no pares de intentarlo. Encontrar todo eso (maestro, compañeros, golpe de suerte) solo es posible si no paras. Si además de eso, vas y tienes talento, puede que hagas algo recordable.

    Un post muy sabio. Gracias, David. Y gracias a los demás que han comentado, una de las cosas que mas me gustan de este oficio es todo lo que aprendes de tus compañeros.
    Ah, y cuánto me gusta Ratatouille.

  15. Pues a mi me tocó los huevos que un amargao como Ego establezca el baremo de lo que está bien y mal, y acabemos midiendo los méritos de Remy en función de cuánto consiga agradarle… Que sí, que al final se ablanda y tal, rollo Ciudadano Kane, pero es un gilipollas y va de sobrao por la vida.

    En cualquier caso, merecería la pena ver la peli sólo para disfrutar después de un post como este. Un saludo.

    1. Ya, pero oiga, es que esto es así: ese es el golpe de suerte que dice el post. Puedes ser enormemente talentoso, escribir como los ángeles, pero si ninguno de tus trabajos le interesa nunca a nadie (que ya sería mala pata), acabas como Kennedy Toole o, con suerte, dedicándote a otra cosa. Pero la cuestión no creo que sea tanto esa como que, para que llegue el golpe de suerte, te tienen que pillar con una considerable cantidad de material escrito.

    2. Lo maravilloso del personaje de Ego es que es un hombre que ha perdido el interés en su trabajo y que solo la excelencia le devuelve el recuerdo del verdadero origen de su vocación: lo que le gustaba comer siendo un niño. Es un personaje magnífico porque construye el clímax de la película como una reflexión sobre el arte y el papel de la crítica con respecto a este, pero también como una confesión, un reconocer que sus prejuicios le habían cegado, que no sabía tanto como pensaba, un reconocer que estaba errado.

      Es uno de los mejores personajes que he visto en mi vida.

    3. Pianista en un Burdel

      “a mi me tocó los huevos que un amargao como Ego establezca el baremo de lo que está bien y mal, y acabemos midiendo los méritos de Remy en función de cuánto consiga agradarle”

      Es muy comprensible que le moleste. Pero no es un problema de la película, sino de LA VIDA REAL. Entre el trabajo del artista y el disfrute del público siempre hay filtros, y suelen ser prepotentes como Ego. Estúpidos que, conscientes de su eco social, de su capacidad para encumbrar o arruinar, llegan a creerse más importantes que las obras que critican, cuando lo cierto es que viven de ellas.

      Con esto no quiero decir que TODOS los críticos sean como Ego. Sólo nueve de cada diez.

  16. Pingback: Taller Literario » Blog Archive » Ratatouille

  17. Caro David, como siempre agradecida por todo lo inspirador y buena onda que eres.
    Un Post bellísimo, en IV Actos y con excelentes parábolas! Voy a incluir tu máxima en mi libro manuscrito de citaciones: “La suerte siempre tiene que pillarte preparado”.

  18. Creo que la idea central del post se puede resumir como en el coro de la cancion de los Rolling Stones “You can’t always get what you want, but if you try, you can get what you need”

    Tienes razon es dificil aceptar el que no tienes talento, aunque saber [y aceptar] que no lo tienes es una gran ventaja por que los que siempre ganan en la vida son los que saben jugar con las cartas que le han tocado.

    Por cierto un sensacional post, me ha entrado ganas de volver a ver Ratatouille x]

  19. Yo tengo una fórmula para calcular quién podrá vivir de esta profesión (o de cualquier otra profesión “artística”) y quién no. Como tú bien dices es una suma de talento, trabajo y suerte. La fórmula es así:

    ta + tr + su = (o mayor)100

    Lo jodido es que por cada una de las variables sólo puedes conseguir 40 puntos como máximo. O sea que necesitas puntuar en las tres para llegar o pasar de 100. Hay gente que suma mucho en talento y menos en trabajo o en suerte, o al revés, gente con menos talento pero que trabaja mucho y tiene un gran golpe de suerte… Hay varias combinaciones, pero siempre necesitas puntos en todas ellas. Si no, no llegas.

  20. Pingback: Álex Hernández-Puertas : Ratatouille

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