Vivimos un momento único en la historia de la narrativa: nunca antes la audiencia había tenido acceso a la ficción como ahora, con múltiples pantallas de visionado. Eso supone que tenemos al público mejor entrenado en las herramientas narrativas que ha existido jamás, lo que nos pone las cosas un poquito más difíciles a los guionistas.
Los clichés atufan como nunca, los personajes prototípicos aburren mucho más, los giros sorpresa son cada vez menos sorpresa y los engranajes de las estructuras de los distintos géneros están más a la vista de lo que jamás han estado.
Juan Miguel Lamet nos decía en las clases de guion en la ECAM que Billy Wilder era el guionista ideal, todo encajaba a la perfección, sus estructuras siempre eran modélicas, lo que suponía al tiempo su mayor debilidad: lo hacía previsible y se podía anticipar todo el recorrido de la película casi desde el principio. Pues eso pasa ahora prácticamente con todas las historias.

Cartel promocional de ‘Predestination’ (2014)
También sucede con “Predestination”, (hermanos Spierig, 2014) con Ethan Hawke y que adapta un relato del escritor de ciencia ficción Robert A. Henlein. No voy a hacer spoilers, pero es una historia sobre paradojas temporales donde todo encaja y se entiende sin fisuras, pero también es previsible y, por tanto, aburrida.
Su mayor defecto es la caracterización de personajes, nunca acabas de empatizar con sus protagonistas, pero estructuralmente creo que es irreprochable. Cada pieza está en su sitio y no queda ninguna duda en el espectador. Sin embargo, es de esas historias que ya con la primera pista puedes suponer todo el recorrido.
¿Cómo evitarlo? ¿Cómo hacerlo más interesante sin que el espectador se pierda o sin mover alguna pieza para que no se sienta engañado? Vaya por delante que no tengo la respuesta, ningún productor me ha pagado por reescribir su estructura, pero sí que días más tarde encontré una posible alternativa a estas cuestiones.
En la comedia “Amor sin cita previa”, (Ben Palmer, 2015) con Lake Bell y Simon Pegg, su guionista Tess Morris plantea un inicio de enredo clásico: una mujer acude por error a una cita de dos desconocidos que han iniciado una relación por internet y, en lugar de explicar la confusión, decide hacerse pasar por ella ya que el chico le interesa.

A la izq.: Cartel promocial de ‘Amor sin cita previa’ (2015); a la dcha: la guionista de la película, Tess Morris.
En el desarrollo típico de este tipo de historias se suele mantener la mentira cada vez con mayores dificultades hasta que la situación se vuelve insostenible y estalla. Ese momento suele producirse en el tercer acto, muy cerca del final, caso de “Tootsie” o “Con faldas a lo loco”, donde, por ejemplo, el enredo de la trama de Jack Lemmon se resuelve en el último plano.
Aviso que a continuación sí que van spoilers, que no digáis que no estabais advertidos. Ahí vamos: en esta película la confusión se resuelve… ¡a los treinta minutos! Todavía nos quedan cincuenta más, casi una hora, no habíamos llegado ni a la mitad de la historia.
La premisa se desmonta apenas a la segunda complicación, cuando la protagonista que interpreta Lake Bell confiesa al ser descubierta atendiendo al chantaje de un tercer personaje que amenaza con destapar su engaño. Sin embargo, gracias a la habilidad de Morris, ambos personajes deben permanecer juntos, lo que aumenta el enredo y la diversión de una manera totalmente inesperada. El espectador ignora qué nuevo camino va a tomar a continuación.
El maletín del personaje de Pegg se pierde en uno de los bares que visitan durante su cita, dentro está una libreta importante para la chica interpretada por Lake Bell, deben encontrarlo juntos, reprochándose por el camino todo lo que cada uno ha dicho o hecho hasta ahora.
En los primeros treinta minutos ha dado tiempo de establecer la personalidad de ambos personajes, que se gustan, que podrían estar juntos, pero que existen notables diferencias entre ambos, así como enormes debilidades personales de las que cada uno es consciente en el otro.
El resto de la historia se dedica a mantenerlos juntos siendo conscientes de la mentira para explorar esas diferencias, cómo las confrontan y como cada uno se encuentra apoyando al otro en superar sus debilidades, reforzando una incipiente amistad que evoluciona en algo más.
Al final la película no deja de ser una comedia romántica y concluye como el género manda, pero el segundo y tercer acto son magníficos, y se llega al final totalmente entregado. Se convierte en única y diferente. Impredecible y, por tanto, el interés en el espectador aumenta exponencialmente.

Fotograma de ‘Amor sin cita previa’ (2015).
Según explica Morris en esta entrevista, la estructura de la historia surgió tras hacer un amplio estudio del género de la comedia romántica. Era plenamente consciente de lo que buscaba, vamos, que no fue fruto de la casualidad ni de una tarde muy inspirada. Investigación, trabajo y esfuerzo.
En estos momentos, en los que el público es el más versado que jamás ha existido, es cuando los guionistas hemos de ser más valientes que nunca, romper con las estructuras clásicas, sin dejar de conocerlas y manejarlas, y preguntarnos más que nunca: “¿y si…?”.
“¿Y si resuelvo la trama principal antes? ¿Y si intercambio a los protagonistas principales? ¿Y si el que parece el antagonista es realmente el protagonista? ¿Y si mezclo géneros? ¿Y si…?” Así hasta el infinito.
El que el público esté tan instruido también le hace estar más abierto a nuevas propuestas, más receptivo a nuevos planteamientos y horizontes. Hagámoslo, no tengamos miedo. Lancémonos a probar, es el momento. Habrá que pelearse un poco más con cadenas, plataformas o productores, pero nos íbamos a pelear igualmente. El premio final merece la pena: la satisfacción de la audiencia. Y ese es un premio al que ningún guionista puede negarse.