A sus 83 años, José Sacristán sigue triunfando en el escenario con su monólogo adaptación de Delibes: “Señora de rojo sobre fondo gris”.
La novela original es una hazaña monumental. Y es cierto que la sinopsis no rompe moldes: 1975. Un pintor sumido en una crisis creativa recuerda los años de felicidad vividos junto a su mujer, fallecida tras una larga enfermedad. En esencia, no es más que el relato que un padre hace a su hija sobre la madre muerta. Una crónica de la vida sentimental de esa pareja ahora rota. Un repaso del dolor sufrido durante la cruel enfermedad que le quitó la vida.
¿Qué tiene eso de hazaña? Por un lado, Delibes consigue que el relato no se convierta en un amargo lamento. Está lleno de vitalismo y sentido del humor. Por otro, los acontecimientos en sí, las etapas de la enfermedad, son absolutamente terroríficos. Pura crueldad. Una de esas ocasiones en que la vida real teje una trama más retorcida que la que podría imaginar el guionista más sádico. Esa arriesgada combinación de humor y horror resulta muy conmovedora para el espectador, y sólo los más grandes, como Delibes, salen airosos de la mezcla.
Pero es que además la receta tiene un tercer ingrediente aún más volátil: es autoficción. Delibes relata en Señora… la enfermedad y muerte de su propia esposa. Introduce multitud de detalles de su vida real y la de sus hijos (a quienes, de hecho, pidió permiso para su publicación). Apenas se disfraza a sí mismo como Nicolás, el pintor incapaz de trabajar tras la muerte de esa mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir. Incluso el cuadro al que hace referencia el título es un retrato real.
Qué bien harían muchos autores contemporáneos de autoficción en leer esta novela y ver esta obra. Quizá se mitigaría la virulencia de esta epidemia de autoficción onanista que llevamos ya unos años sufriendo en literatura y teatro. Escribe de lo que sabes, OK. Pero escribe pensando en la emoción del público, por Dios. No en la tuya propia.
La adaptación teatral de Señora… prescinde valientemente de usar a la hija como destinataria del relato. Sacristán habla al público. El que asiste a Señora de rojo sobre fondo gris no se siente un voyeur, sino un interlocutor. Y es un acierto, porque el recurso facilita la empatía del espectador, absolutamente fundamental para pasarse una hora y media escuchando las penas de un señor solo en escena.
El texto además no tiene miedo de lo que a priori podría ser el principal escollo para convertir la novela en función de teatro: y es que sabes muy pronto que la señora se muere. No hay un punto de giro, no se intenta sorprender a nadie como si esto fuese la enésima serie de plataforma que empieza con un cadáver aparecido misteriosamente en un entorno geográfico peculiar.
Esto le costará entenderlo a muchos ejecutivos de desarrollo, pero la emoción del espectador no depende de que le sirvamos eventos de forma inesperada. Un espoiler sólo le arruina la película a los consumistas y a los amargados que van al cine a ser más listos que el guionista. El espectador de verdad, el que ve películas y obras por gusto, y no por vicio u obligación, sufre a la vez que el protagonista. ¿Y acaso no sufrimos nosotros recordando a un amor que murió? En eso consiste la identificación del espectador con el héroe. En pensar qué haría yo, qué sentiría yo si estuviera en su situación.
La brillantez con que José Sámano, José Sacristán e Inés Camiña adaptan el texto de Delibes se ve amplificada por la interpretación del propio Sacristán. No hay palabras para describir a este monstruo de la escena. A sus 83 años ejecuta un monólogo de hora y media con una soltura total. Y la cercanía que logra con el público. Y la miríada de matices e inflexiones que encuentra en el texto. Y esa voz prodigiosa, inigualable.
Pero Señora de rojo sobre fondo gris es mucho más que una obra “de reclinatorio”. No hay por qué hacer genuflexiones ante una obra sólo porque la firme uno de los más grandes novelistas españoles del siglo XX. Ni porque la interprete uno de los más grandes cómicos vivos. No. Es que se disfruta de principio a fin. Hace reír y conmoverse. Ofrece una mezcla mezcla perfecta de emoción y contexto histórico. Y es una delicia escenográfica de Arturo Martín Burgos (J’attendrai en Matadero, Nerón en Mérida, La judía de Toledo en el CDN). Y no le sobra un minuto.
Si sólo puedes ver una obra esta primavera, ve a ver Señora de rojo sobre fondo gris. Y en septiembre ve a ver Cinco horas con Mario con Lola Herrera haciendo de Carmen Sotillo. Si en el teatro hubiera sesiones dobles, ésa sería la sesión doble definitiva.
Sergio Barrejón.