El vínculo imborrable entre dos personas se materializa en una tercera. Es el concepto que late bajo El abrazo, la historia de una antigua pareja que se reencuentra por casualidad para, quizás sin proponérselo, hacer balance de sus vidas e imaginar cómo habría sido su historia juntos.
Del abismo que se abre entre las incógnitas del pasado y sus cuentas por resolver nace Erling, la idea conjunta, hecha persona, del hijo que ambos quisieron tener, pero que nunca llegó a existir.
El texto lo firma la autora sueca Christina Herrström y llega inédito a España con el trabajo de los actores María Galiana, Juan Messeguer y Jean Cruz.

María Galiana, Juan Messeguer y Jean Cruz
La directora y encargada de versionar el original, Magüi Mira, tuvo en todo momento clara la intención que subyace en el libreto: “El Abrazo es un cuento de Navidad. Normalmente, los cuentos tienen una gran metáfora detrás, hay un vuelo poético tremendo. Y una inocencia, una ingenuidad.
Como todos sabemos, cuando Caperucita dice que va a visitar a su abuela y se encuentra al lobo, ella se cree que el lobo es su abuela. Aquí estamos haciendo exactamente lo mismo. Hay un personaje que solo existe en la cabeza de una pareja de antiguos amantes. A veces creen que ese personaje existe, otras veces piensan que no…
Así, entramos en un discurso muy abierto, muy excitante desde el punto de vista de la imaginación”.
Erling es el producto de un pasado común, pero también un personaje autónomo. A medida que se instala tanto en la mente de Rosa (María Galiana) como en la de Juan (Juan Messeguer), toma progresiva conciencia de sí mismo.
No solo funciona como metáfora al servicio de otros personajes, sino que experimenta la asunción de su propia existencia, comprendiendo que se mueve, respira, vive. Se descubre mientras permite que los otros dos personajes se descubran a su vez. Es el trabajo del actor Jean Cruz el que completa un personaje que rebosa ternura y fuerza.
El montaje se permite explorar la verdad de las emociones sin comprometerse enteramente con la comedia o el drama. Porque a pesar de lo peligroso que resulta elaborar una comedia dramática, dado el doble compromiso que se adquiere con el espectador, la obra alcanza algo genuino y natural, respira un aire propio al margen de clasificaciones.
“Las etiquetas son formas de orientar al espectador. Sin embargo, este trabajo es muy difícil de calificar. ¿Es una comedia? No. ¿Es un drama? No. ¿Es un melodrama? En absoluto. La idea aquí es crear un caleidoscopio. Sumar colores y más colores, para al final, crear una impronta”.

Magüi Mira
Tampoco es casual el título. Alude, por un lado, a las connotaciones que ha adquirido el contacto físico durante el último año, para establecer un sutil diálogo entre el texto y el público. Sin hacerlo evidente, sin subrayarlo, sin ni siquiera mencionarlo, la función consigue que el espectador disfrute ese contacto por delegación: cuando Erling abraza a la que llama “mamá”, sentimos su calor en nuestro propio cuerpo.
Y, por otra parte, está la lectura social, las consecuencias surgidas del miedo a quien venga de otra parte.
“A veces, abrazamos solo a lo que no nos quita ningún privilegio, a las personas con las que nos sentimos seguros. Al resto preferimos apartarlos, crear muros. El texto pone a prueba nuestra capacidad de amar. Hasta qué punto somos capaces de hacer realidad nuestro deseo de amar cuando lo tenemos delante. La otra opción es no abrazar para no contaminarnos, por si acaso se nos contagia el virus de la pandemia o el virus de la generosidad excesiva que nos quite privilegios”.
A pesar de esto, el montaje no contextualiza. En su versión, Mira desprovee de espacio y tiempo el relato para quedarse en los personajes. La obra dibuja sin ambages un aquí y un ahora tangibles, sin concretar país o año, idea que comparte tanto la versión de texto como el montaje en su conjunto:
“En esta versión, no me interesa trabajar el tiempo, los lugares… Para mí, lo importante es lo que sucede. Y el espectador es capaz de discernir perfectamente el espacio-tiempo. Según mi forma de trabajar, el momento lo dan las circunstancias que rodean el relato, no el reloj. Yo prefiero ir a la columna vertebral. Sin adornos”.
En la búsqueda de ese lenguaje, la obra se apoya en la dosificada orquestación del resto de elementos que componen la escena. Jorge Muñoz con el diseño del espacio sonoro, Helena Sanchís con el vestuario, José Manuel Guerra con la iluminación, y Daniel de Vicente como ayudante de dirección.
“Durante los ensayos no solo se reescribe el texto. Para mí, la luz también es texto, o los silencios, el espacio sonoro o el movimiento escénico. El texto como tal es un lenguaje escrito, que soporta el resto de lenguajes visuales y los incorpora. Ahí sí que nos mostramos muy abiertos, porque vemos cómo se va cuajando la función”.
En un momento en el que la industria del teatro lucha por subsistir, El Abrazo se compromete a seguir contando cómo somos, con emoción y verdad. La humanidad que contagia, a veces cómica, a veces cruel o dolorosa, es otro motivo más para abrazar la programación que sobrevive a la pandemia.
EL ABRAZO puede verse en el Teatro Bellas Artes de Madrid de miércoles a domingo hasta el 2 de mayo.
Texto y entrevista de Sergio Granda. Fotografías de Ana Álvarez Prada.