Lleva representándose desde el año 441 a. de C. Y seguirá haciéndolo mientras haya gobernantes que se crean por encima de las leyes naturales. Mientras haya tiranos convencidos de que su poder les sitúa por encima de la ley moral. Dice Tiresias en Antígona:
TIRESIAS
Recapacita, pues, hijo, ya que el equivocarse es común para todos los hombres, pero, después que ha sucedido, no es hombre irreflexivo ni desdichado aquel que, caído en el mal, pone remedio y no se muestra inflexible. La obstinación, ciertamente, incurre en insensatez.
Dos mil cuatrocientos y pico años después, no nos cuesta ningún esfuerzo pensar en gobernantes que podrían aplicarse el cuento. Por eso siempre es buen momento para revisitar Antígona. Ayer, después de estrenarse en México y pasar por el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, la versión que el mexicano David Gaitán ha hecho de Antígona se estrenó en las Naves del Español (Madrid).
En Bloguionistas hemos querido sentarnos con Gaitán para hablar de este texto inmortal y sus motivos para montarlo de nuevo.

El dramaturgo David Gaitán
La primera pregunta es obligatoria: ¿por qué Antígona?
Antígona es un mito que nos conecta todavía con el presente. La versión que escribo se articula con una pregunta: ¿por qué el mito sigue siendo vigente? Las conexiones son evidentes y poderosas. Por ejemplo ahora, en tiempos de la COVID-19, ha vuelto a ponerse sobre la mesa la importancia del rito funerario y el vacío que sentimos cuando no podemos llevarlo a cabo.
Antígona, entre otras cosas, va de eso. Ella siente que, a pesar de las faltas civiles, éticas y bélicas que comete su hermano Polinices, hay una necesidad de que sea enterrado superior a todo eso. A pesar de la pena de muerte para el que se atreva a hacerlo. Someter eso al presente me parece una aventura fascinante.
Has comentado que la obra tiene cierta conexión con el caso de la desaparición forzada de 43 estudiantes en México. ¿Cómo influyó ese suceso a la hora de escribir?
En el 2016 desaparecieron 43 estudiantes, presumiblemente a manos del gobierno de entonces. La obra la escribí en un contexto donde ésa era la conversación en México, la necesidad de los familiares de dar sepultura a los desaparecidos. No está basada en eso, pero se insertó en su momento en la conversación que esa noticia generaba.
Con el paso de los años son otras las conversaciones en las que se ha insertado. Por ejemplo, cuando se representó en México, coincidió con la elección de Donald Trump como presidente.
En esta versión ninguno de esos temas ha perdido vigencia, pero ahora se encuentra más el tema de la autocensura, la libertad de expresión, la polarización del debate público, el pensamiento binario al que las redes sociales nos han llevado… El ejercicio siempre fue conectar con quien está sentado en la butaca.
En España tenemos un debate que todavía es doloroso con las víctimas de la Guerra Civil. ¿Crees que el público español podrá hacer su propia lectura con eso?
Por supuesto. Sé que la herida con la Guerra Civil no está cerrada. Yo mismo puedo estar aquí haciendo esta obra porque tengo pasaporte español gracias a la Ley de Memoria Histórica, porque mi abuela fue una exiliada de la guerra civil. Es un tema que me atraviesa personalmente.
Ahora, además, siento que la situación de la COVID-19 ha democratizado ese dolor y esa falta de un ritual funerario. Creo que la sociedad española se vinculará con el tema de la obra de forma absoluta.
¿Qué cambios has tenido que realizar en la versión española con respecto a la de México?
En los diálogos, temas como los coloquialismos y modismos. También nos parecía importante someter la obra a toda la idiosincrasia española, repasar con el equipo antes de representarla en Mérida cuáles son las conversaciones que se tienen en la esfera pública y política en España. Es una sociedad muy politizada (y lo celebro).
Esa conversación sobre la democracia, la libertad de expresión, desobediencia civil pacífica… creo que son temas que están en boca de todo el mundo aquí. Es una identidad que en España se vuelve particularmente poderosa y estimulante.
Has comentado que Antígona corría el riesgo de ser catalogada como una apuesta oportunista frente al dolor de la sociedad. ¿Por qué crees eso?
Cuando hay una coyuntura social puntual y el arte intenta acercarse a esa coyuntura, la responsabilidad artística es problematizar ese discurso, no simplemente repetirlo. No hay que unirse al discurso dominante o al favorito de un ala ideológica.
Evidentemente, yo me identifico con la izquierda de forma declarada, pero uno tiene que cuidarse de no ser oportunista. Hacer una obra con el objetivo de recibir una palmada en la espalda y que te digan “muy bien, estás pensando lo que hay que pensar” no es lo que busco. Siento que ahí podemos incurrir en una obviedad y en un acto oportunista, en una falta de riesgo. Y el riesgo es el abismo al que los artistas tenemos que lanzarnos una y otra vez.
¿Cuál fue el proceso de escritura de esta obra? ¿Por dónde empiezas?
Cuando escribo primero paso por un momento de muchísimo caos, que trato de permitir y de juzgar tan poco como pueda. Lo primero es verter en mi libreta todas mis ideas, mis miedos… sin preocuparme de que eso tenga un orden o cuente una historia, pero siempre confiando en que eso acabará sucediendo. Lo voy olfateando. De ese caos empezaré a vincular ideas, a dibujar algo que parezca un arco de una historia.
Esa parte la tengo más o menos metodizada, siempre parto del caos para después ordenarlo. Pero luego cada obra es muy impredecible. A veces ese caos incluye entrevistas con los actores, ensayos… y otras es un proceso mucho más íntimo.
En el caso de Antígona, lo primero fue una larga etapa de investigación. Tratar de entender desde dónde se habían acercado otras personas al material a lo largo de la historia durante cientos de años.
Sófocles es el primer referente en términos dramatúrgicos, pero también investigué ensayos sobre el impacto del mito en occidente… fue un largo proceso que tuve que decidir parar. No porque hubiera terminado, porque la sensación es que era infinito todo lo que se podía investigar sobre Antígona, pero sentí que si seguía leyendo eso iba a derivar en no escribir nada.
Tuve que parar el proceso, mentalizarme y encontrar la postura con la que decidirme a hacer esta versión. Y tratar de abordar qué era lo que a mí me activaba de este mito en combinación con este momento de la historia.
Al final se convierte casi en un ensayo que se va guiando con la narrativa propia del mito. Es una espiral que va girando en torno a esa historia mientras yo hago un ensayo sobre la democracia y la desobediencia civil pacífica.

Gaitán supervisa la escenografía de su Antígona en la sala Max Aub del Teatro Español de Madrid.
¿Y qué nos va a contar esta Antígona que no nos haya contado otra?
Mi objetivo es activar conversaciones en los espectadores después de verla. Que la obra funcione como un catalizador para que el espectador empatice con algún personaje, pero que lo obligue a desplazarse del lugar en el que está y le haga tomar partido.
Para mucha gente eso será reafirmar una postura que ya tenía, pero otros tendrán que revisar por qué toman la posición que están tomando. Si la propuesta plantea eso, ya será un éxito.
No me gustaría que fuera un ejercicio meramente museístico, donde sólo se ha venido a ver un clásico. Me parecería una aventura muy pasiva. Legítima, claro, pero nuestro objetivo no es ese. Queremos que el espectador salga con debate, aunque eso sea estar en contra de lo que la obra está poniendo sobre la mesa.
Eres autor principalmente de teatro. Per también has escrito para cine y televisión? ¿Dónde te sientes más cómodo?
El terreno donde me formé y he crecido es el teatro. He vivido todas sus bondades y horrores. No me atrevería a decir que es donde me siento más cómodo, pero puedo decir con autoridad que es un terreno que conozco y que he explorado y experimentado.
El cine es un territorio donde estoy descubriendo cosas que otras personas ya han descubierto, y eso para mí es una fascinación. Es un estado de adrenalina que en el teatro encuentro de manera distinta. Ofrecen oportunidades diferentes, el teatro es el territorio de la experimentación y de probar cosas.
El cine, para mí, es la depuración de una técnica y de entender una estrategia para contar historias. Entender la poética de la imagen por encima de la palabra. Son dos áreas que me fascinan por distintos motivos.
Siempre se ha dicho que la figura del guionista en cine y televisión está muy invisibilizada. ¿Crees que en teatro es diferente?
La figura de la dramaturgia no creo que esté minimizada. Hasta diría lo opuesto, que está tan canonizada que a veces se traduce en algo que no es necesariamente sano: la sensación de que cuando alguien dirige un texto ajeno debe tener un respeto absoluto, mal entendido en un sentido restrictivo.
Siento que en teatro a veces sí que se invisibiliza la figura de la producción (Domingo Cruz y El Desván Producciones, en este caso). Se les menciona poco cuando tiene una incidencia altísima en una iniciativa como Antígona.
En el caso del autor sí creo que se le da un crédito justo. Yo invito a que, cuando alguien dirija un texto mío, se sienta libre de cortarlo, editarlo, reescribirlo… para comunicarse con el espectador que tiene en frente. Yo soy de esa escuela, aunque hay a quien esto le parece blasfemo.
La Antígona de David Gaitán se representar en la sala Max Aub del Teatro Español (Madrid) de martes a domingo, a las 19:30. Hasta el 18 de abril.
Entrevista de Beatriz Arias. Fotografías de Ana Álvarez Prada.