GOLFA: UNA SESIÓN DE SEXOLOGÍA ADOLESCENTE

En una época en la que los acomodadores y gerentes de los teatros se esfuerzan por recordar en cada función, de la forma más educada y paciente posible, que los espectadores deben apagar sus móviles, sorprende que la primera indicación que recibimos al entrar en el Teatro Galileo sea precisamente que los teléfonos tienen que permanecer en modo silencio, pero siempre encendidos. Al parecer, serán necesarios en momentos puntuales de la representación.

¿Quién es el culpable?

El arranque de Golfa es muy similar al de otras obras de teatro como Un Dios Salvaje o la serie Big Little Lies. Los trapos sucios de los protagonistas salen a la luz a raíz de un incidente en el instituto, que ha amanecido con una pintada donde se lee una palabra clara y contundente: GOLFA. Casi al mismo tiempo, Amanda (María Rivera) empieza a ser víctima de ciber bullying tras haberlo dejado con su novio Fran (Ninton Sánchez). Un novio que, para terminar de complicarlo todo, le demostraba su amor a través de graffitis sospechosamente similares al que ha aparecido en el instituto. La madre de éste, Vicky (Ana Varela), está dispuesta a hacer lo que haga falta para probar su inocencia.

Para algunos, la pintada es una chiquillada sin importancia. Para otros, un grave insulto que merece un castigo. Y para que haya castigo, se necesita un culpable. Pero, ¿realmente lo hay?

En este sentido, José Padilla —autor y director— se vale de una curiosa herramienta transmedia para que el público ejerza el papel de jurado, tal y como suele ocurrir en los juicios más mediáticos. Solo que aquí el juicio es, en realidad, un encuentro virtual con los tres implicados y moderado por un sexólogo (Fran Cantos).

“¿Y por qué un sexólogo?” repite, incrédula, Vicky “¿Por qué un sexólogo y no un psicólogo o un abogado?” Quizás porque en la adolescencia todo tiene que ver con el sexo. Y para muchos adolescentes, el sexo es igual a porno.

“Lo del porno”

“Si no educamos en sexualidad, otros medios lo harán por nosotras”. Teniendo en cuenta que la edad media de acceso a la pornografía es de 13 años en los chicos y 16 en las chicas, internet parece la principal fuente de educación sexual para muchos jóvenes. Y el espectador no tarda en comprender que no importa tanto quién hiciera o no la pintada en el instituto (aunque la resolución de esta incógnita es, a mi parecer, muy satisfactoria) sino las circunstancias que han llevado a los personajes a asistir a esa sesión.

¿Por qué Fran sentía que debía hacer públicas sus declaraciones de amor a Amanda? No se molestó en preguntarle si ella estaba conforme con ese gesto romántico. ¿Por qué? ¿Y por qué Vicky, tratando de defender la imagen de su hijo, insultó a Amanda a la puerta del colegio llamándola, precisamente, golfa? ¿Por qué Amanda no deja de recriminarle a Fran que “lo del porno” no le gustaba? Y ya que estamos, ¿por qué el sexólogo elegido para un caso como éste… es un hombre?

El género importa

Hace un tiempo asistí a un taller de creación de personajes en el que nos plantearon la siguiente cuestión: ¿qué pasaría si al personaje que has concebido como chica (o al revés) le cambiases el género? ¿La trama se vería afectada? De ser así, tal vez estuvieras cometiendo el error de caer en estereotipos… a no ser que, en tu historia, el hecho pertenecer a un género u otro (o raza, u orientación sexual…) fuese determinante para el personaje. En esta obra, sin duda lo es.

Leyendo el dossier de Golfa, me sorprendió comprobar que José Padilla había concebido en una primera versión del texto que el personaje del sexólogo fuera una mujer, y que la madre de Fran en realidad fuera su padre. Ambos cambios en la versión final me parecen lógicos y acertados. Ante la pregunta de Vicky de por qué el sexólogo es un hombre, él responde sin titubeos que un porcentaje altísimo de las personas que ejercen profesiones que se definen como “cuidadoras” son mujeres. Ya es hora de que los hombres también empiecen a hacerse cargo de esas necesidades y cuidados.

Del mismo modo, que sea la madre de Fran la que tiene actitudes machistas con Amanda le da la oportunidad de redimirse de una forma mucho más enriquecedora. Es más interesante observar esas incoherencias en la figura de una mujer que no se considera víctima de nada: ha criado sola a su hijo, ha llevado a cabo una magnífica carrera como abogada. ¿Dónde está la desigualdad de la que tanto se habla? La respuesta la encontrará ella misma a lo largo de la obra, al igual que su hijo tendrá que hacer frente a la idea de que un buen chico como él también necesita darle un repaso la definición de consentimiento. De hecho, el público también lo hará.

Ocho únicas funciones

Tal y como ocurría en la magnífica Dados (Premio MAX al Mejor Espectáculo Juvenil, del mismo autor), esta función no oculta tener una importante labor divulgativa siempre al servicio de la historia y sus personajes. A pesar de que eché de menos una mayor relevancia en la trama de la parte más transmedia de la obra, esa en la que el público también participa a través de sus móviles, la sensación al salir del teatro es la de que todos y todas deberían ir a verla. Pero especialmente todos.

GOLFA puede verse en el Teatro Galileo hasta el día 22 de noviembre. La función del día 21 contará con un coloquio posterior a cargo de Cristian Gallego, docente y asesor pedagógico de la Fundación Sexpol para el desarrollo de la salud y el bienestar sexual. 

Por Beatriz Arias