EDUARDO II: LAS MISERIAS DE SER REY

Homosexual, traicionado por su esposa, obligado a abdicar, y según la leyenda, ejecutado por empalamiento como castigo a su sodomía. Eduardo II ha pasado a la historia como un monarca incapaz, que prestaba menos atención a las tareas de gobierno que a sus amores con Piers Gaveston primero y Hugh LeDespenser después, y bajo cuyo reinado (1307-1327) Inglaterra perdió su hegemonía en Escocia y contrajo enormes deudas.

El actor y escritor Alfredo Cernuda firma Eduardo II, Ojos de niebla, que se representa estos días en el Teatro Bellas Artes de Madrid. A diferencia de la prolija crónica que en su día escribió Christopher Marlowe, Cernuda deja fuera de escena los amoríos del rey, la caída en desgracia de sus amantes y la hamletiana venganza posterior del heredero del trono (que haría encerrar a su propia madre y ejecutar a Mortimer, amante de ésta).

Eduardo II, Ojos de niebla sólo tiene cinco personajes: el Rey, la Reina, el traidor Mortimer, el obispo de Hereford y el prestamista judío Tolomei. Cernuda consigue así centrar la tragedia en el conflicto que enfrenta a quienes viven para el amor con quienes viven para el odio… y cómo entre unos y otros siempre medran los usureros.

Así, la rebelión de los nobles contra el monarca es urdida por la Reina Isabel, merced al rencor que le producen los celos, en connivencia con el traidor Mortimer, a quien ayuda a huir de su encierro. Juntos reunirán un ejército en Francia para derrocar al Rey. La ambición de poder queda en un segundo plano. Cernuda sugiere que el combustible principal de la traición son los celos y la homofobia.

El autor, Alfredo Cernuda.

En sólo noventa minutos, el texto enhebra con habilidad y sutileza los hechos históricos en un puñado de escenas de diálogo sobre un escenario casi vacío, presidido por un simbólico trono… que llegado el momento se convertirá muy significativamente en un potro de tortura.

José Luis Gil se echa la obra sobre los hombros en una interpretación verdaderamente memorable. Maravilloso también Manuel Galiana en el personaje del prestamista, que representa con una finura, una ironía y una ternura que arrancaron aplausos en sus mutis. No fueron los únicos. Algunos de los monólogos de Gil también fueron aclamados por el público en mitad de la función. Y no es para menos. Cernuda ha sido muy valiente renunciando al efectismo escénico y fiando toda la energía al sentimiento de sus personajes expresado puramente en palabras. El resultado es excelente.

Manuel Galiana y José Luis Gil.

Me obligo a pensar en algo que no me haya gustado de la obra, y sólo tengo reproches para la innecesaria ejecución final. Y no porque la supuesta muerte por empalamiento de Eduardo II esté ya más que discutida por los historiadores. No, lo que me sobra de este momento es su obscenidad, entendido el término tal como lo hacía la tragedia griega, donde la muerte siempre ocurría ob skena, fuera de la escena.

Sorprende la elección de representar esta muerte en Eduardo II, Ojos de niebla precisamente porque el texto ya ha sido explícito al respecto. El Rey ha sido acusado de sodomía y condenado a morir “por allí por donde pecaste”. Lo de show, don’t tell está muy bien para el cine, pero no para el teatro. Sobre las tablas, el gran valor de producción siempre ha sido y siempre será la palabra.

Por lo demás, un montaje valiosísimo en el que admirar el talento de José Luis Gil, uno de los grandes de la escena española, acompañado de nuevo por Ana Ruiz (que ya fue la Roxanne de su Cyrano).

Carlos Heredia, Ana Ruiz, José Luis Gil, Manuel Galiana y Ricardo Joven.

Eduardo II, Ojos de niebla estará en escena en el Teatro Bellas Artes de Madrid hasta el próximo 25 de octubre.


Texto de Sergio Barrejón. Fotografías de Ana Álvarez Prada.