Cuando un gobernante da muestras de narcisismo, es hora de montar El Rey Lear. Cuando un gobernante hurta al pueblo una verdad incómoda con la excusa de evitar que cunda el pánico es hora de montar Un enemigo del pueblo. Y cuando el pueblo confía demasiado en sus gobernantes (o en los dioses, o en el porvenir), es hora de montar Esperando a Godot.

Pepe Viyuela y Alberto Jiménez en Esperando a Godot.
Susan Sontag lo hizo heroicamente en agosto de 1993 en Sarajevo, en plena guerra de Bosnia y con la ciudad sitiada desde hacía meses. Las funciones tenían lugar a la luz de las velas. El gesto fue noticia en todo el mundo y sacó los colores a las democracias occidentales, que ejercían de Godot, demorando todo lo posible su inevitable intervención en el conflicto.
POZZO
No hablemos mal de nuestra época, no es peor que las pasadas. Pero tampoco hablemos bien. No hablemos.
En estos días en que tanta gente vive con la esperanza puesta en una vacuna, un tratamiento, una rápida recuperación económica o directamente un milagro; en estos días repletos de planes ilusorios para “cuando todo esto pase”, conviene recordar el absurdo de cifrar nuestras esperanzas en un advenimiento. El que sea, de quien sea. La ilusión hace mala mezcla con la política, la economía o la sanidad. Y en ese sentido, la vuelta a los escenarios de este Godot eficazmente dirigido por Antonio Simón resulta muy oportuna.

Fernando Albizu interpreta a Pozzo.
Esperando a Godot, con todo, no es un texto pesimista. Tampoco lo metería yo en el saco del “teatro del absurdo”, aunque tradicionalmente así lo haga la crítica. Es cierto que no tiene una trama como tal, pero sí un conflicto claro, un timing razonablemente definido y situaciones reconocibles, dentro de lo que cabe. Godot es una llamada de atención, pero sin grandilocuencia, sin aspavientos. Al contrario, el texto está cargado de humor. El mismo Beckett decía que había escrito el texto para una pareja de clowns (algunos directores -no Simón- se han tomado esto al pie de la letra, convirtiendo la comedia en payasada).
VLADIMIR
¿Y si nos ahorcásemos?
ESTRAGÓN
Sería una buena manera de que se nos pusiera tiesa.
El público del teatro Reina Victoria, en Madrid, disfrutó la función, riendo varias veces y conteniendo el aliento otras tantas. El elenco en general fue solvente y recibió largos y justificados aplausos. Destacan, para mi gusto, Viyuela (Estragón) y Albizu (Pozzo).

Juan Díaz interpreta brillantemente a Lucky.
Mención especial merece el trabajo de Juan Díaz. Lucky es quizá uno de los papeles más desagradecidos del teatro del siglo XX, pero el enloquecido monólogo del acto primero es un estimulante desafío para cualquier actor. Díaz lo acomete con una energía brutal, que hace que el público llegue a pasar miedo. En la función que yo vi, el final del monólogo provocó aplausos que a punto estuvieron de interrumpir la obra.
Destacable también la escenografía de Paco Azorín, que transmuta muy inspiradamente ese “camino en el campo” de Beckett en unas vías de tren atravesadas por el tronco del árbol.
La dirección es vibrante pero contenida, y hace honor al texto clásico… con una excepción: la frase final. ¿Por qué violentar ni siquiera mínimamente ese monumental telonazo de “Esperando a Godot”? ¿Qué sentido tiene? Atención spoiler:
VLADIMIR
¿Nos vamos?
ESTRAGÓN
Vamos.
(No se mueven)
Así acaba la obra. Es un final clásico. En el montaje de Simón, sin embargo, Pepe Viyuela y Alberto Jiménez amagan una especie de mutis: llegamos a ver cómo inician un paso hacia el lateral antes de apagarse las luces. ¿Por qué? Yo qué sé. No me atrevería a decir que desmerece la obra, pero a mí me molestó. Es uno de los muy pocos peros que puedo sacarle al montaje.
“Esperando a Godot” es una producción de Pentación y estará en el Teatro Reina Victoria de Madrid hasta el próximo 27 de septiembre (si no nos ahorcamos todos antes). El texto en castellano puede encontrarse en nuestra página Descargar guiones.
Sergio Barrejón.