Ganaron el Goya a Mejor Guión Original en 2004 con Te doy mis ojos. Icíar Bollaín y Alicia Luna vuelven a escribir a cuatro manos en La boda de Rosa, cuyo reciente estreno ha logrado atraer ya a más de 50.000 espectadores, una cifra nada desdeñable teniendo en cuenta la situación actual.
Hablamos con Alicia Luna sobre la génesis de la historia y el proceso de escritura del guión.
¿Cómo surge el proyecto de La boda de Rosa?
La idea surge de un artículo en The Guardian que Icíar Bollaín encontró sobre una agencia que organizaba soloweddings en Kioto. Y aprovechando que Icíar estaba promocionando su película El Olivo en Tokio, nos fuimos las dos a investigar cómo era esa aventura.
Lo que descubrimos no fue exactamente lo que buscábamos porque aquellas bodas estaban organizadas en torno a las fotos que las mujeres querían tener de sí mismas vestidas de novia. Pero les coordinaban todo, vestuario, peluquería, maquillaje, sauna. Una locura.
Así que seguimos investigando y encontramos en España a May Serrano, una turolense que vive en Bilbao y que se hace llamar a si misma casamentera porque organiza bodas consigo misma e incluso realiza un cursillo prematrimonial. Así pues no hay exactamente una idea original de una u otra. Es más bien la construcción entre ambas de esa idea de la que queríamos hablar.
Son tiempos muy complicados para levantar una producción, incluso para una directora de la talla de Icíar Bollaín. ¿Fue difícil poner en pie el proyecto?
Muy difícil, sí. Hemos tardado tres años. Al principio nadie de quienes leían o a quienes les contábamos la idea, la entendían. Les parecía una tontería. Pero nosotras seguimos adelante escribiendo la escaleta e investigando. Hablamos con una psicóloga sexóloga y continuamos entrevistando a mujeres que se habían casado solas.
Un día Cristina Zumárraga nos oyó hablar de la historia y nos la pidió. Ella sola con su productora, que por aquel entonces era Tormenta Films, se lanzó a financiar el guión y a buscar cómo levantarla. Y de repente Tormenta se convirtió en Tandem Films, una productora más grande e internacional.
¿Cómo os organizasteis el trabajo?
Icíar y yo trabajamos codo con codo en todo el inicio del guión. Me refiero a conversaciones interminables sobre la idea que queremos contar, de qué queremos hablar, etc. Y eso para nosotras dos es fundamental. Hasta que no tenemos claro cuál es esa idea que hay debajo de la historia que se cuenta y hacia dónde vamos, no arrancamos.
Cuando lo tuvimos claro comenzamos a escribir la escaleta. Era verano y ambas teníamos cargas familiares. Así que me trasladé con mi madre anciana al pueblo donde ella estaba con su familia. Allí comenzamos a construir (recuerdo que de 4 a 6 mientras todos dormitaban la siesta). Tomábamos apuntes para una escaleta y comenzamos a pergeñar a esa Rosa y a su familia. Aquella familia de los inicios ha cambiado mucho con respecto a la que hay hoy en la pantalla. La escaleta la escribimos y reescribimos una y otra vez. Investigamos para construir mejor a los personajes, nos hacemos mil preguntas.
Y cuando creemos que la escaleta ya está, la redactamos en algo parecido a una escaleta argumental (la anterior es de trabajo) y la testamos con lectores. Las devoluciones suelen ser demoledoras, pero las encajamos con deportividad y volvemos a corregir escaleta y a veces, muchas veces, a cambiar a los personajes hasta de sexo y condición. Hay que conseguir que la historia funcione como un todo, hay que conseguir que los personajes sean no solo interesantes sino auténticos, hay que conseguir también que nadie se sienta excluido de la historia, que nadie piense que lo que les pasa a esos personajes no va con ellos.
Cuando hemos conseguido ese punto comienza la redacción del guion. Tanto en Te doy mis ojos como en La Boda de Rosa, es Icíar quien se encierra a escribir. Es muy rápida. En quince días ha escrito un primer borrador. Yo leo y comenzamos las correcciones o discutimos sobre las flaquezas del guion y se vuelve a escaletar.
Casi siempre, cuando creemos que ya tenemos una buena versión hacemos una escaleta por acciones. Cada una hace la suya y analizamos de nuevo para hacer una última versión que poder entregar a la productora. Producción lee y por regla general lo testa con analistas de guion. Y vuelta a empezar con una nueva versión y a veces desde la escaleta, de nuevo.
Es tu segunda colaboración con Icíar tras Te doy mis ojos, con la que triunfasteis en los Goya. ¿En qué medida ha facilitado esa trayectora compartida el proceso de colaboración?
Bueno, Icíar y yo hemos trabajado juntas en otras historias más pequeñas, anuncios de Campofrío, docu-anuncios para Aldeas Infantiles… Nunca hemos desconectado del todo, profesionalmente hablando. Hace tanto tiempo que nos conocemos que ya somos muy cómplices en el trabajo y en la vida. Eso facilita la tarea. Nos decimos incomodidades que duelen pero se quedan en el entorno del guión. Y las ideas que una propone, muchas veces la otra las mejora, hasta el punto de que a veces no recordamos quién propuso qué. La complicidad en el trabajo de creación es importante.
¿Cuántas versiones del guión habéis llegado a hacer?
No puedo decir el número, y no porque sea un secreto sino porque realmente no llevo la cuenta. Pero nunca son pocas.

Icíar Bollaín en el rodaje de La boda de Rosa.
¿Qué grado de presencia has tenido en el proceso de rodaje y montaje?
En general a mí no me gusta aparecer en el rodaje si no soy necesaria. En Te doy mis ojos fui un día porque Icíar me invitó y ella misma en un momento del rodaje dijo “todo el que no tenga que ver con la acción que se vaya”. Entendí a la perfección.
En La Boda de Rosa también me invitó y esta vez fue una semana. Yo no tenía nada que hacer más que mirar y disfrutar de la puesta en escena, del hecho de que las ideas se hubieran hecho realidad a través del trabajo de todo un equipo técnico y artístico. Lo disfruté mucho. Asistí justo en el momento de la boda. Creo que Icíar lo había planificado así para que pudiera disfrutar. Fue muy emocionante ver la transformación.
En cuanto al montaje, en Te doy mis ojos estuve presente en todo el proceso como oyente invisible aunque en algunos momentos Icíar se giraba hacia mí, que estaba a su espalda, y me preguntaba algo. Recuerdo que tenía que estar bien atenta para tener una respuesta lo más audaz posible.
En La Boda de Rosa, simplemente Icíar me iba pasando algunas de las versiones de montaje para testar si funcionaba con tal o cual secuencia o algunos detalles.
La película parece eludir deliberadamente los resortes narrativos de las comedias de boda convencionales. No hay un tic-tac dramático que se incremente conforme se acerca la boda; no hay un protagonista ni un antagonista que intenta evitar el enlace… ¿Había una voluntad de acercaros a un estilo documental, híper realista, y liberaros de las exigencias de una trama modélica tipo viaje del héroe… o me estoy flipando yo?
Nunca hemos pensado en el viaje del héroe mientras escribíamos. Y es un texto que conozco al dedillo porque lo enseño a mis alumnos. En realidad no nos fijamos en la estructura a medida de ningún género cinematográfico. Quizá yo asumo un poco más el papel de pepito grillo cuando algo no funciona y salto a hablar de estructura, pero nuestro trabajo juntas suele ser acercarnos más al funcionamiento profundo de los personajes y sus conflictos. Las tres preguntas de McKee: qué quieren, quien se lo impide y cómo lo consiguen.
Es verdad que no teníamos un antagonista claro y eso nos generó muchas dificultades a la hora de conseguir que la historia no tuviera grandes parones dramáticos. Siempre hay más de un antagonista. En La Boda de Rosa, un antagonista es la propia Rosa y su incapacidad de dejar de ser como es: la auxiliar para todo. Es el antagonista interno. Y el gran antagonista físico, es la familia en su unidad. El ente familiar, cada uno de sus componentes con sus propios problemas.
Eso dificultó mucho la consecución de una estructura que caminara. No queríamos hacer a ningún personaje malo ni bueno. Queríamos que todos pasaran por la tensión de tener que comprender a Rosa para verse a s mismos con la soga al cuello de problemas vitales que no habían sido capaces de resolver. Queríamos que ellos mismos pudieran verse en el reflejo de Rosa, a la que inicialmente no entienden, porque en realidad lo que no entienden es la vida que lleva cada uno de ellos. El vórtice en el que han asumido que están engullidos para seguir viviendo.
Me gusta mucho la película De óxido y hueso de Jacques Audiard donde no hay un antagonista claro, porque los antagonistas son los propios protagonistas y su manera de luchar contra su propia felicidad. La película funciona con antagonistas internos. Claro, este tipo de guiones no los puedes escribir cuando te hacen un encargo y quieren ver funcionar la trama desde la primera versión de escaleta. Pero con Icíar hemos podido ir paso a paso.
La película tiene una protagonista claramente definida, pero no renuncia al punto de vista de varios personajes de su familia. Me parece un hallazgo, porque de alguna manera compensa y justifica ese anhelo de Rosa de reivindicarse. Digamos que ese yo-mí-me-conmigo de sus votos podría percibirse como narcisismo si el guión no retratase todos los satélites que gravitan a su alrededor. (Vale, esto no es una pregunta, pero ahí queda).
El yo mí me conmigo es el reflejo de ti misma que necesitamos todas esas personas que nos hemos visto borradas por los requerimientos de todos cuantos nos rodean. Y no es narcisismo. Es el antibiótico necesario para matar el bicho que se lleva dentro y no te deja ser tu misma. Es reconocerse. Nada más.
Cuando comenzamos a construir a Rosa le pasaban muchas cosas antes de ese inicio en que está cosiendo vestidos de novia sin poder parar ni para dormir. Habíamos construido las historias de tres mujeres desde niñas. Dos hermanas y una amiga. Y al final todo ha quedado en tres hermanos, dos chicas, un varón y una hija. Más el padre, que inicialmente era madre.
Me llama la atención lo específicamente localizada que está la película en Valencia y Benicàssim. ¿Hay algún motivo en particular para situar la historia allí?
Nos gustaba mucho la idea valenciana porque es un lugar que ambas adoramos. Inicialmente era Madrid y Benicàssim. Benicàssim es un lugar que Icíar conoce bien, su luz, su ambiente que es casi aroma tangible y queríamos tener un lugar de felicidad que fuera el referente al que regresar. Cambiamos a Valencia porque nos parecía más realista con la idiosincrasia de la familia.
La historia presenta a una gran variedad de personajes femeninos fuertes y autónomos. Por el contrario, los personajes masculinos tienden a ser frágiles y muy dependientes de mujeres. ¿Os ha planteado algún problema esta óptica feminista? ¿Habéis encontrado con alguna resistencia o algún intento de notallmenizar el guión?
Es que esta es la historia de una mujer rota que se recompone y comparte su reconstrucción con sus seres queridos, hombres y mujeres. Y claro, en torno a una persona que se ha dado tanto a los demás, hombres y mujeres, hasta llegar al punto de que todos se han acostumbrado a seguir pidiéndole porque ella siempre está dispuesta, no puede haber más que personas que no se dan cuenta de la cantidad de agujeros vitales que tienen ellos mismos.
En realidad no hemos hecho otra cosa que escuchar sinceramente a las personas, hombres y mujeres, con las que hemos hablado para construir a los personajes. Ocurre un poco que estamos demasiado acostumbrados a encontrar en las pantallas a personajes masculinos siempre fuertes. Y en la realidad la mayoría de los hombres son tan frágiles como lo son las mujeres y las mujeres son tan fuertes como los son los hombres.
En la vida hay de todo, pero hasta ahora en las pantallas sólo se han ofrecido miradas muy sesgadas.
Entrevista de Sergio Barrejón.